La caída de Eddy Merckx (A los 50 años del Tour de Thévenet) 1ª parte
No ha existido jamás tal dictadura. Al menos en un deporte generalista. Venció en todos los lugares. Venció en todas las condiciones. Venció y arrasó. Venció y convenció. Todos sus triunfos están agarrados a la épica. Pura tiranía. Ni Alí, ni Nadal, ni Messi, ni Babe Ruth ni nadie que se le venga a uno a la cabeza. No ha existido jamás tal opresión deportiva como la establecida por Édouard Louis Joseph Merckx. Eddy Merckx.
Una anécdota recogida por Guillaume Michiels, masajista personal de Merckx, describe perfectamente la mentalidad del campeón. Navidad de 1973. Merckx lo ha ganado todo ese año. Lieja-Bastogne-Lieja, Amstel Gold Race, Paris-Roubaix, Vuelta a España (y seis etapas) y Giro de Italia (y seis etapas). El Tour no lo ganó porque no quiso participar. Hizo el doblete Vuelta-Giro con ¡cinco días! de descanso entre ambas y el cuerpo le pidió parar al llegar julio. El caso es que está tranquilamente en el salón de su casa y lee en un periódico, en una de esas noticias que sirven de resumen anual, que Roger de Vlaeminck supera a Merckx como el ciclista con más victorias del año por un único triunfo. De repente las venas del coloso se hinchan. Coge el teléfono para llamar a su representante. Le exige que le encuentre una carrera a la que pueda inscribirse esa misma tarde. El otro balbucea que eso es imposible, a lo que Merckx contesta con un berrido y le da media hora para resolver el problema.
“La carrera del pavo”, le dice el manager. Se trata de una carrera festiva para aficionados en un pueblo belga, país, importante el apunte, donde el ciclismo es deporte nacional. Una vez conocida la ubicación Merckx cuelga el teléfono, monta su bici en el coche y coje su maillot de ciclista mientras le dice a su esposa que en un par de horas estará de regreso en casa. La gente, entre borracha de champán o empachada de mejillones con patatas fritas de la noche anterior, no da crédito a lo que ve. Eddy Merckx gana sin apenas sudar una carrera que no podríamos ni tildar de competición.
Pero ya era el ciclista con más victorias de 1973.

De 1968 a 1974 fueron siete años de dominación absoluta. Lo ganó todo. Grandes vueltas, carreras de una semana y clásicas de un día. Todos los terrenos. Montaña, llano y contrarreloj. El caníbal se le dio en llamar. Su voracidad era tal que, en la Vuelta a España de 1973, la única en la que participó, llegó a esprintar bajo una pancarta del entonces clandestino Partido Comunista dado que pensaba que era una Meta Volante. Y con todo ello lo que hace de Merckx aún más grande es que fue extraterrestre y humano al mismo tiempo. Venció como tirano y también sufrió como perro. Contra Ocaña en el Tour, contra Fuente en el Giro o contra De Vlaeminck en las clásicas. Todos someterán a Merckx en algún momento determinado.
Merckx tenía tanto de ganador como de frágil. A diferencia de los héroes ciclistas de entonces, Merckx ni fue un niño de campo ni vivió rallando la miseria. Fue un chico de ciudad que escogió la bicicleta porque quiso. La ironía es que por ello tuvo que hacer más. Al no necesitar del sacrificio para salir adelante en la vida tuvo que sudar el doble encima de la bicicleta para ser querido y respetado por aquellos que lo veían como un intruso en un club cerrado.
Merckx ganaba con claridad, pero sufriendo. Sin órdenes de equipo, con pájaras, con esfuerzo y con dolor. El ABC de una prueba de tres semanas es minimizar los riesgos y aprovechar las debilidades del rival. Merckx no ganó ninguna de sus más de 500 carreras de ese modo. Siempre iba a tumba abierta. Podías ver la rabia y el esfuerzo en su cara. Por eso es el más grande.
Todos querían ser como Merckx. Y aceptaron el reto. Eran machos alfas y todos engrandecieron las victorias de Merckx, dado que no admitieron la derrota como norma. Los más sádicos, los más irreverentes; los españoles. Ocaña y Fuente. Merckx llegará a llamar a Fuente loco. Caníbal y loco frente a frente.

Este no era el caso de Bernard Thévenet. Apodado Nanar, se trataba de un ciclista sencillo, con modos y maneras muy apreciadas tanto dentro como fuera del pelotón. Educado, humilde hijo de granjeros de un pueblecito de la Borgoña, en 1971, en su segunda participación en el Tour, había hecho un cuarto puesto y en 1973 firmará un segundo lugar tras Luis Ocaña y un tercero en la Vuelta tras Merckx y el propio Ocaña. Gran escalador, en 1974 no participó en el Tour por una enfermedad vírica y contaba con volver a pisar cajón en la edición de 1975.
Antes, en 1974, Eddy Merckx había ganado el quinto Tour. Se había ausentado voluntariamente para correr la Vuelta a España del año anterior y había quien pensaba que para el 74 el asunto sería nuevamente para Ocaña. Nada más lejos de la realidad. Ocaña volvió a echar las cartas y como de costumbre tocó fatalidad y desventura. Merckx se puso líder el primer día, ganó ocho etapas y le metió una minutada a Poulidor, segundo en la general a sus 38 años.
Y había comenzado su decadencia.
Y es que sí. Ganó Giro, Tour y se proclamó campeón del mundo. ¿Decadencia? Hombre, no lo parece. Pero hay que rascar un poco más. Fue el primer año en el que no ganó una clásica y decidió no correr muchas pruebas para poder descansar. Por vez primera el Caníbal dejaba de sacar colmillo y decidía seleccionar objetivos. ¿Decadencia? No. Pero con la perspectiva del tiempo se ve que algo estaba cambiando en ese cuerpo de superhombre.
Llegó 1975 y Merckx decidió volver a ser un caníbal. Su primavera fue arrolladora. San Remo, Flandes, Amstel Gold Race y Lieja. En Roubaix fue segundo tras pinchar un millón de veces. Nunca se había visto a un Merckx tan abusador en la primera parte de la temporada. Al igual que el Miguel Induráin de 1996 nunca antes había llegado el capo de la carrera con más vitola de favorito de la salida al Tour como en esta ocasión. Si en 1974 a Merckx hubo quien le vio las costuras, para 1975 no había lugar alguno a la duda de que la victoria sería nuevamente suya.
Y sin embargo algo había cambiado. Aquel año Merckx participó en la Paris-Niza, y con todo por vez primera se le vio no exprimirse al máximo. Acabó segundo por inercia y fue claro al ser preguntado por los periodistas. “No voy a atacar por atacar. Estoy harto de llevar el peso de la carrera y que los demás me ataquen cuando estoy agotado. He cambiado”. Aquello era inconcebible para la mentalidad del Caníbal.
No obstante, Merckx se presentó a la salida del Tour de Francia de 1975 como el único e indiscutible favorito. Lo hizo sin estar en plenitud de condiciones en la salida por culpa de una amigdalitis, pero nada que le impidiese volver a vestir de amarillo. La única duda venía de semanas atrás cuando Thévenet lo había aniquilado en los Alpes marítimos en la Dauphiné Liberé. A pesar de ello, con un Merckx que públicamente había manifestado su voluntad de tomarse las cosas con más calma, la situación no se tornaba preocupante.
Era Thévenet el outsider de aquel Tour. La gran esperanza francesa. Al igual que Poulidor, la humildad y el perfil bajo de Thévenet lo hacían ser amado por cualquier aficionado con ojos neutrales. “Sólo con estar cerca de Merckx ya te llenabas de orgullo. Era como estar al lado de una estrella de cine. La primera vez que lo vi ni tan siquiera me atreví a hablarle. Sólo con rodar a su rueda era feliz”, declararía Thévenet en una entrevista muchos años después de su retiro. Nanar no era elegante, ni tenía estilo ni era un loco. Era lento en las bajadas y no especialmente rápido. Pero Thévenet era duro como una roca, y era igual de decidido y pertinaz en el pedaleo que Merckx. Tres años más joven, también era un escalador efectivo con un ritmo inaguantable e inquebrantable al desaliento. Y, quizás, era el único capaz de seguirle el juego psicológico a Merckx. Ocaña también podría competir mentalmente con Merckx, ocurría que su volatilidad era tan grande que tan pronto ascendía al cielo como descendía a los infiernos.

Nadie había ganado a Eddy Merckx en una gran vuelta desde el Giro de 1967 y Jacques Goddet, patrón del Tour, diseñó un recorrido infernal para que Merckx no ganase su sexto Tour. Cinco finales en alto y una cronoescalada final. Merckx era bueno en todos los terrenos, pero a estas alturas de su vida (30 años) se mostraba más cómodo en las cronos que en la alta montaña. La organización decidió también eliminar las bonificaciones por victoria de etapa para torpedear más si cabe el buen hacer de Merckx. Thévenet tenía como objetivo llegar a los Pirineos (once etapas después) con menos de tres minutos perdidos sobre Merckx para intentar lograr la machada en las etapas de montaña. Tras Merckx se contaba que lucharan por el pódium el citado Thévenet, el holandés Joop Zoetemelk, el español Luis Ocaña, el italiano Felice Gimondi y el veteranísimo Raymond Poulidor.
Merckx hizo segundo en el prólogo celebrado en Bélgica tras Francesco Moser. Al día siguiente, en una insulsa etapa llana, Merckx volvió a hacer de Merckx. Lo de tomarse las cosas con calma, dijese lo que dijese, no iba con él. Con un ataque a golpe de riñones deshizo el pelotón en mil pedazos y descartó a Poulidor para la victoria final. También le metió una minutada a Zoetemelk. En la sexta etapa se puso líder tras meterle a Thévenet 52 segundos de diferencia en una contrarreloj de apenas 16 kilómetros.
Cuatro días después Eddy Merckx vuelve a ganar una nueva contrarreloj, en este caso de 52 kilómetros, a pesar de sufrir un pinchazo que le impediría marcar grandes diferencias. La general estaba encabezada por el belga seguido de Gimondi y con Thévenet a 2’35’’ de Merckx. No había más candidatos al triunfo final.
Nadie lo sabía entonces. Aquel triunfo contrarreloj fue la última victoria de etapa de Eddy Merckx en el Tour de Francia.
Al día siguiente tocaban Pirineos.
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