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La final de Netzer

Ni el Bayern ni el Borussia Mönchengladbach estuvieron presentes en la primera edición de la Bundesliga, allá por la temporada 1963-64. Ambos ascendieron y en los siguientes quince años se convirtieron en hegemónicos. Es cierto que Beckenbauer y compañía lograron un triplete en la Copa de Europa, sin embargo, sumaron tan solo tres ligas entre 1969 y 1977. Mientras, el Gladbach firmó cinco títulos domésticos amén de triunfos en la Copa de la UEFA. Aquel Gladbach se apagó a mediados de la década de 1980 dejando que el Bayern se convirtiese en amo y señor de Alemania, pero entonces, a inicios de 1970, el Gladbach era tan grande como el ogro de Baviera. Si el Bayern tenía a Maier el Gladbach contaba con Vogts. Si el Bayern tenía a Gerd Müller el Gladbach contaba con Heynckes. Y si el Bayern tenía a Beckenbauer…el Gladbach contaba con Netzer.

Günter Netzer había nacido en Mönchengladbach en 1944, en plena II Guerra Mundial. Sería pronto un niño prodigio que regateaba entre escombros y disparaba con fuerza contra muros a medio derrumbar. A los ocho años ya formaba parte del equipo de su ciudad y en 1963, con 19 primaveras, debuta en el primer equipo del Gladbach. No tardó mucho tiempo en adueñarse del número 10. Era un enganche clarividente, capaz de jugar con las dos piernas y que sumaba a su preciosa técnica un físico portentoso. Añadía una característica más este rubio de ojos azules de 180 centímetros de altura. Tenía un pie grande. Calzaba un 47 que lo agigantaba más cada vez que gobernaba el centro del campo.

Y con todo, con ser un centrocampista fuera de serie (Balón de Plata de 1972 tras exhibirse con Alemania en la Eurocopa de 1972, en la que quizás fue la única vez en la que los teutones ganaron un título a lomos de un juego preciosista), a Netzer le llovieron palos y más palos a lo largo de su carrera. Tenía una personalidad arrolladora que lucía con una larga y frondosa cabellera de valkiria. Aún hoy, rebasados los ochenta, Netzer sigue tirando de rubio y de sonrisa sin arrugas fruto de las varias operaciones de estética a las que se ha sometido. Su vida discurrió entre la excelencia sobre el césped y su amor por las mujeres y los coches deportivos más allá del rectángulo del juego. Acusado de solitario e individualista, esas fueron las críticas más leves que tendría que escuchar en su trayectoria.

Con todo, Mönchengladbach era su refugio. Ciudad modesta, de poco más de 200.000 habitantes, donde todos se imaginaban en que garito se ocultaba, pero nadie lo criticaba. Fueron diez años de éxitos luchando a cara de perro frente al Bayern y llevando el nombre de esa población renana por toda Europa. No obstante, tras ganar dos ligas consecutivas y campeonar con Alemania en 1972, Netzer estaba decidido a dar un nuevo paso en su vida. Iba camino de los 30 años y era consciente que se merecía un gran contrato.

Günter Netzer

En España no se había permitido el fichaje de extranjeros en una década. Para 1973 se decide liberar el mercado. La niña de los ojos es Johan Cruyff. Ya hablamos en su día en este blog de que el Madrid llegó a tener un acuerdo con el Ajax, pero Johan a donde quería ir era a orillas del Mediterráneo. El caso es que el Barça apostará por los holandeses y el Madrid le echará el lazo a los teutones. Breitner, Stielike, Schüster, Illgner, Özil, Khedira o Kroos jugarán de blanco en el futuro. El primero de todos ellos sería el rubio de pelo largo. Günter Netzer.

A finales de la primavera de 1973 Netzer y el Real Madrid llegan a un pacto para firmar un contrato para las siguientes tres temporadas. La prensa se hará eco del acuerdo apenas tres días antes de la final de la Copa de Alemania que enfrenta al Gladbach frente al FC Colonia en Dusseldorf en la que, además de una final con título en juego, es un derbi regional. El derbi del Rin.

Netzer es suplente. Lesión en el tobillo, dice el parte oficial. Es mentira. Hennes Weisweiler, el arquitecto de aquellos jóvenes potros, el hombre que había cogido a Netzer y a compañía siendo adolescentes hasta llevarlos a la gloria, se siente traicionado. Discute fuertemente con Günter y decide relegarlo a la suplencia en el que iba a ser su último partido. Su relación ya llevaba tiempo deteriorada y aquello había sido la gota que colmó el vaso.

Al parecer el hombre de los pases imposibles y el metódico técnico tuvieron una conversación en el paseo previo al inicio del encuentro. Saliendo del hotel, antes de ir a comer, Weisweiler le comunica que no jugará. Netzer responde airadamente y le dice que se lamentará de tomar tal decisión. Se dice que Weisweiler recula y echa la culpa a la directiva. Es cosa de ellos, no mía. A Netzer ya le da igual. Le importa un bledo de donde venga la orden. Se marcha cabreado de vuelta al hotel.

El partido se marchó al término de la primera parte con un 1-1 en el marcador. Primero se adelantó el Mönchengladbach con un gol de Wimmer y más tarde empató el FC Colonia gracias a Neumann. Curiosamente el Colonia contaba con otro maravilloso 10, Wolfgang Overath. Para el Mundial de 1974 el zurdo Overath, quien tenía excelente relación con el núcleo fuerte del Bayern, sería titular mientras el siempre protestón Netzer vería la final desde el banquillo. El caso es que con 1-1 Jupp Heynckes desperdicia un penalti en el minuto 58. El resultado no tiene variación alguna.

Habrá prórroga.

Netzer

“¡Netzer, Netzer, Netzer!”, bramaba la afición del Borussia Mönchengladbach en el estadio del Düsseldorf esa tarde soleada de 1973 en la que su equipo se medía en la final de la Copa alemana frente al Colonia. Estaban en la prórroga y nadie entendía que no jugara la estrella.

En ese momento se acercó el joven Christian Kulik quien había jugado todo el partido al límite de sus posibilidades y resoplaba como potro tras una carrera. Netzer le acercó una botella de agua. Kulik apenas podía tenerse en pie. Weisweiler ni se inmutó. Iba a comenzar la primera mitad del tiempo extra.

No habían pasado ni diez segundos cuando Netzer se levanta del banquillo y se quita la chaqueta del chándal. Hace un gesto con la mirada a Kulik y luego se gira para hablar con Weisweiler.

“Voy a jugar”, le suelta al técnico. Weisweiler no mueve ni una pestaña.

Acto seguido Netzer habla con el delegado de campo y solicita el cambio.

Netzer había decidido jugar esa prórroga y nadie se lo iba a impedir.

Tres minutos más tarde, Günter juega una pared con Bonhof, una de las tantas que en más de 200 partidos se le han visto a esa pareja. Y entonces es cuando Netzer se convierte en eterno. Un zurriagazo con la zurda se cuela por la escuadra tras avanzar como elefante en una cacharrería en medio de la defensa rival. Es el 2-1. El gol de la victoria. Un gol que entró como un cohete por toda la escuadra, en una de esas cosas que pasan una sola vez en la vida.

Netzer ha logrado la victoria. Él ha decidido cuándo y cómo jugar. Los años setenta son eternos por los rebeldes. Günter Netzer está en el trono del Olimpo de los rebeldes.

En el Real Madrid ganará dos ligas y dos copas y se convertirá en leyenda tanto por su futbol como por su ropa y sus peinados junto al también alemán y también rebelde Paul Breitner. Tras su suplencia en el Mundial de 1974, Netzer decidirá retirarse de la selección fiel a su indómito estilo y colgará las botas en 1977 antes de cumplir los 33.

Netzer ganó Mundial, Eurocopa, y ligas y copas tanto en Alemania como en España, pero no tuvo día de mayor gloria que en aquella prórroga jugada una tarde de junio de 1973 en Dusseldorf.

“Puedo ser impredecible y también rebelde, pero desafortunadamente no puedo ser sustituido”. Günter Netzer.

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