Gerardo Coque y las 200.000 pesetas de Lola Flores
Los cronistas de nuestro tiempo han sido los grupos musicales. Los jóvenes de los 60 se rebelaron ante un destino que los obligaba a llevar botas y fusil en una mano o mandilón y espátula en caso de cambiar el par de huevos por el de ovarios. Cine, deporte y música. Eso cambió el mundo y dio a los jóvenes un poder que jamás habían tenido en la historia. Hasta entonces se había valorado más la experiencia y la sabiduría de la vejez. De esos ítems la música era el más transgresor de los tres. Creadores de una banda sonora de ágil pavoneo e insolencia sexual interpretada por los riffs de las guitarras, primero el pop y luego el rock, aquellos acordes rompieron con todo lo establecido. Esas canciones personificaban la rebelión, el cinismo y las promesas de toda una generación. The Beatles y The Rolling Stones fueron los buques insignia de una realidad que explotó y vino para quedarse, al menos en Occidente. Músicos de talento, de orígenes oscuros, que se enriquecían con la venta de millones de discos y tocaban en estadios llenos. Volaban por todo el globo en aviones adaptados a sus caprichos y acompañados de séquitos propios de amantes, cortesanas y con tráfico de drogas. Desde entonces han avanzado en la cumbre del prestigio social compartiéndola con las estrellas de cine y los deportistas. Donde antes los ricos eran gordos y fumaban puros ahora visten vaqueros y comen quinoa. En la era del consumo de masas occidental son cantantes, actores y deportistas los que tiene un prestigio comparable al que antes tenían príncipes, papas y cortesanos.
Y en España.
En España teníamos a Lola Flores.
La posguerra es oscurísima en España. Para salir del tedio y del hambre hay folklóricas. No es nada que haya inventado Franco. Las estrellas del canto en la afamada II República también eran folklóricas. Entre ellas estaba Lola Flores. Una fuerza de la naturaleza. Una artista de la que decían que ni cantaba ni bailaba, pero que cantaba y bailaba de una forma nunca antes conocida. No es sólo su arte. Es su personalidad. Dirige su propia compañía, negocia sus contratos, se niega a casarse, habla abiertamente de tener sexo con hombres casados mientras se declara una escrupulosa ama de casa, triunfa en Broadway, rechaza Hollywood para quedarse en España, viste provocativamente y se casa con un gitano siendo ella paya.
Reinaba en el escenario y en su vida. Por eso era La Faraona. Lola Flores era el Mick Jagger español. Cuando la Transición ya cogió a Lola en el declive de su vida, época donde las folklóricas pasarían a ser rancias, le dio exactamente igual. Conquistó a una nueva generación a través del brillo de sus ojos. Habló de drogas, de alcohol, de malos tratos, del aborto, del dinero y hasta de cáncer cuando era más tabú que todo lo anterior citado. Se convirtió en icono femenino y LGTBI. Una estampa cultural indomable. La Lola de España.
Novios enamorados, amantes por necesidad o flechazos cargados de sexo. De los tres tipos tuvo Lola. Las páginas de papel cuché hablan de ellos. En lo que a nosotros nos afecta consideramos dos.
A la vuelta de una gira por América Lola Flores le echó un ojo a un futbolista del FC Barcelona. Se trataba de Gustavo Biosca y no era un cualquiera. Titular en el centro del zaga durante una década, Biosca forma parte del llamado Barça de las Cinco Copas junto a Ramallets, Kubala, César o Basora. Se dice incluso que Santiago Bernabéu lo había convencido para firmar por el Real Madrid, pero el padre de Biosca, acérrimo culé, amenazó con no volver a dirigirle la palabra si dejaba Barcelona.
El caso es que Biosca tenía novia formal. Pero La Faraona era mucha faraona. Comienzan una relación secreta en la que se ven a escondidas en restaurantes y quedan para fornicar en hoteles. Si Lola tiene un brillo especial en los ojos, los profundos ojillos verdes de Biosca no dejan indiferente a nadie. Lo pasan bien, hasta tal punto que Lola adapta el calendario de sus giras para adecuarse a los compromisos de Biosca tanto en el Barça como con la selección española. Fue célebre una noche en la concentración de la selección, en la que Biosca recibió la visita de Lola e invitó a dos compañeros a espiar desde el balcón de la estancia a través de la persiana entrecerrada. Biosca les había dicho que la Lola le bailaba desnuda y ellos no le creían.
El sexo continúa durante unos meses, pero Gustavo tiene remordimientos. No puede dejar de pensar en su novia de siempre. Además, la vida de tablaos, juerga y alcohol que le impone Lola le está afectando a su carrera profesional y decide parar la relación con la folklórica. Lola Flores monta en cólera y decide pasar al ataque.
Antes de dar su brazo a torcer y aceptar lo inevitable, Lola decide darle celos a Biosca con otro futbolista. Lo que en un principio es una simple canita al aire se convertirá en toda una relación. Una relación que escandalizará a media España y que acabará con la carrera de Gerardo Coque.
Y es que Gerardo Coque es el nombre del segundo amor futbolero de La Faraona.
Interior derecho, Gerardo Coque logro ascender con el Real Valladolid de Tercera a Primera en dos años y disputar una final de Copa ante el Athletic de Zarra y Gainza. Aunque perdió, Coque marcó en la final. Aquel Valladolid llegó a contar con siete internacionales en sus filas. No era de extrañar pues que en 1953 Gerardo Coque fichase por el Atlético de Madrid a cambio de 6.000 euros, la cifra más alta pagada hasta el momento por un futbolista de nacionalidad española (el pase de Di Stéfano al Madrid en esa misma temporada costó en torno a 8.300 euros al cambio). El Atlético firmaba a un interior de ida y vuelta, de buena técnica y muy bueno en el juego aéreo.
En la temporada 1953-54 Coque tiene un buen desempeño con el Atlético. Son 24 partidos de Liga (se jugaban 30) y anota siete goles. En la siguiente campaña son siete encuentros y la temporada 1955-56 la pasa en blanco. ¿Qué había pasado?
El huracán Lola es lo que había pasado.
Coque fue presa fácil. Estaba prometido con su novia de Valladolid (hermana del también jugador vallisoletano y luego ganador de cinco Copas de Europa con el Real Madrid Rafael Lesmes), pero retrasó la boda y entró en el torbellino de la vida de Lola Flores. No se recataban. Se les veía de noche en los cabarets de moda y más tarde en las ventas de los alrededores, donde apuraban la noche entre humo, finitos, jamón y zapateados. Coque tenía 25 años, pero no hay juventud que pueda hacer compatible esa vida con la del deportista de alto nivel.
La prensa entonces no hablaba abiertamente del tema y la cosa parece que se enfrió. Lola se fue a hacer una gira a América y regresó con un novio panameño. Biosca ya era parte del pasado y Coque pasó por la vicaría para vivir con su sufrida novia, quien fue capaz de perdonar su infidelidad. Todo iba bien, hasta que, a finales de 1954, Lola manda al negro de vuelta a Panamá y le pega un telefonazo a Gerardo. Coque no es capaz de resistir el tracatrá de Lola y reanuda el carrusel de juergas. Su mujer, antes sufrida novia, decide volver a Valladolid con sus padres y dejarlo sólo en Madrid.
Comenzó a faltar a los entrenamientos y el asunto tomó carácter público cuando el Atlético comience a expedientarlo por sus constantes ausencias. La prensa, con el recato que la época marcaba, comienza a hacerse eco del escándalo y los compañeros de Coque se movían entre los que le pedían que volviese con su mujer y los que se ponían los dientes largos escuchando las hazañas sexuales de la Lola.
Todo reventó el 26 de diciembre de 1954. Ese día se estrenaba nueva película de Lola Flores y el Atlético jugaba en casa contra la UD Las Palmas. Hubo empate a dos tantos y Coque marcó uno de ellos, pero ni así acalló las críticas. En la segunda mitad Coque apenas pudo enganchar un par de carreras y cada dos por tres ponía brazos en jarra buscando algo de oxígeno. La pitada del Metropolitano fue de las de época.
Fue la última vez que se le vio.
Lola Flores se fue a su enésima gira. A América. Allí estaría también Coque. Para justificarlo se convirtió en productor ficticio y como tal aparecía en las fotos junto a Lola Flores. El Atlético le denunció ante la Federación Española y el juzgado por incumplimiento de contrato. Cuando lo supo, Lola Flores envió de su pecunio al Atlético 50.000 pesetas, como pago de una parte de la ficha.
No era suficiente. Coque no volvería a pisar un rectángulo de juego en el siguiente año. Se enfrentaba también a una denuncia de su mujer por abandono del hogar. Una noche la policía fue a buscarle a casa de Lola, y allí le encontró escondido. La cosa no fue a mayores porque entonces no era lo mismo una denuncia de una esposa cornuda que la de un esposo cornudo.
Fue tal el encaprichamiento de Lola que preguntó a Coque cuál era su sueldo en el Atlético de Madrid. El montante sumaba 200.000 pesetas (1.300 euros anuales). Para hacernos una idea volvamos a la comparación con Di Stéfano. El as blanco ganaba entonces 4.000 euros al año, aunque al final de su carrera rondará los 25.000 (unos 200 salarios mínimos de entonces, mientras que los Mbappé de la actualidad cobran unos 15 millones de salarios mínimos). Así pues, la Lola, que nadaba en millones, se plantó en las oficinas del Atlético de Madrid con 200.000 pesetas en un sobre cerrado.
“Les compro el contrato de Coque. El Coque sólo tiene que meter goles aquí”.
Dejamos que el lector saque sus propias conclusiones sobre donde es el aquí.
El aquí de Lola.
Pasan los meses y caminamos rumbo a 1957. Entre idas y venidas, celos y broncas, Lola se enamora perdidamente de un guitarrista gitano de nombre Antonio González y apodado El Pescadilla. Con el tiempo será el marido de Lola y padre de sus tres hijos. Así que Coque pasa a ser agua pasada. Con el rabo entre las piernas vuelve a casa y recibe el increíble perdón de su mujer (qué tiempos aquellos). Pero para obtener el perdón del fútbol es ya muy tarde. Da entrevistas en los medios esgrimiendo lesiones inexistentes para explicar sus ausencias en los campos de fútbol.
Tiene 29 años y es tarde. Muy tarde. Vuelve al Real Valladolid en Segunda y luego ficha por el Racing de Santander. Su rendimiento varía entre aceptable y mediocre. Mientras recuperaba la forma, le había alcanzado el tiempo. Remató su carrera en 1962 en la Cultural Leonesa. Sólo fue una vez internacional y apenas disputó un manojo de partidos de calidad con el Atlético, aunque dejó cientos y miles de anécdotas picantes que contar en los vestuarios y en los campos de media España.
Lola Flores escribió sus memorias. De poco se arrepintió La Faraona. Pero entre lo poco estaba Gerardo Coque. Confesó que lo había usado y que nunca había estado enamorado de él, aunque era consciente de que Coque sí que lo estaba.
“¿Sabes por qué yo siempre estoy guapa? Porque el brillo de los ojos no se opera.” Lola Flores.
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