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Cuando Heung-min Son se libró de hacer la mili

Contaba 16 años cuando Heung-min hizo las maletas y cruzó medio mundo para irse a vivir a Hamburgo. No fue casual la elección. Desde que tenía 12 años todo lo que veía a través de la televisión era en alemán. Sabía que la Bundesliga era la puerta tradicional de entrada de los futbolistas asiáticos a Europa y él lo que quería era ser futbolista profesional. No fue pues extraño que aquel coreano sobresaliese de inmediato. A pesar de estar a más de 8.000 kilómetros de casa y de proceder de una cultura tan diferente, con 18 años Heung-min ya tenía un puesto asegurado en todo un campeón europeo como el Hamburgo SV.

Heung-min Son era uno de los excelentes frutos cosechados en Corea del Sur por una apuesta decidida por el fútbol. En la década de los 90, una vez conocido que Corea sería sede del Mundial 2002, ingentes sumas de dinero invertidas en escuelas, campos de entrenamiento y técnicos extranjeros harán alumbrar una excelente cantera de jugadores. Son es uno de ellos. Tras fichar por el Bayer Leverkusen, en 2015 firma por el Tottenham Hotspur donde se ha convertido en un mito y donde incluso ha logrado ser el máximo goleador de la todopoderosa Premier League.

Y pudo no haber sido así.

Corea del Sur es un país en guerra. Entre 1950 y 1953 más de tres millones de personas perecieron en una guerra que se cerró en falso. Históricamente Corea sólo había conocido dos realidades; unida u ocupada. Lo de la ocupación principalmente fue cosa de los japoneses, quienes forzosamente hubieron de retirarse tras el fin de la II Guerra Mundial. La península coreana fue liberada por los comunistas en su mitad norte y por los estadounidenses en su mitad sur. La separación se daba en el paralelo 38. La guerra no resolvió el dilema y nadie quería usar armas nucleares (¿les suena Ucrania?). Así que se firmó un armisticio, nunca la paz.

Por eso Corea sigue en guerra. En el norte se encuentra el país más hermético del mundo, una paranoica dictadura comunista donde el Estado incluso controla el peinado que debe llevar la población. En el sur un país que se entregó al capitalismo sin escrúpulos con una dictadura conservadora hasta que en 1987 se permitieron elecciones libres. Desde entonces, ese capitalismo agresivo ha sido regulado (nunca controlado) y Corea del Sur se ha convertido en una democracia ejemplar (con jornadas laborales de 50 horas) y en la vanguardia tecnológica.

Pero Corea sigue en guerra. De vez en cuando hay escaramuzas en el paralelo 38. Un avión sobrevuela territorio enemigo o un barco nuclear hace maniobras sospechosas. Los jóvenes surcoreanos no quieren saber nada de ello. Se han entregado a los tiktokers, a los deportistas de élite, a los cantantes de K-Pop y a los actores de cine. Lo mismo que han hecho los del resto del mundo. En la otra Corea se supone que también quieren. El caso es que no les dejan.

Los chicos surcoreanos no sólo quieren imitar a sus ídolos por la fama o el dinero. No. Hay algo más. Una prebenda de ser famoso es poder evitar el servicio militar. En Corea del Sur es obligatorio realizar un servicio militar de 21 meses en todos aquellos mayores de edad. Por motivos de estudios o de trabajo se puede postergar hasta los 28 años. De no presentarse antes de esa fecha al objetor se le retira la nacionalidad y puede ser expulsado del país. Tan sólo las personas que acrediten que gracias a su trabajo “mejoren el estatus cultural del país o impulsen su economía” están exentas del servicio militar. Y aún en estos casos son mirados con suspicacia por sus compatriotas, por lo que es habitual que muchos de ellos accedan a cumplir con una mili reducida de unas semanas y adecuada a su fama para no sufrir represalias sociales. Incluso el cantante del grupo BTS, los cuales llegaron a ser número 1 en Estados Unidos, fue duramente criticado en Corea al no haber vestido ni un solo día el uniforme militar.

Heung-min Son

El fútbol siempre fue un deporte con enorme aceptación en Corea. Corea del Sur acudió en 1954 al Mundial tras derrotar a Japón. Los dos partidos clasificatorios se disputaron en suelo nipón dado que la junta militar coreana se negó a que la bandera japonesa penetrase en territorio coreano. En 1966 Corea del Norte llegó a cuartos del Mundial tras eliminar en fase de grupos a Italia. Hasta 1978 no se enfrentaron las dos Coreas y, por supuesto, en ciudad neutral. Por entonces el nivel era parejo, hasta que en 1984 Corea del Sur creó una liga profesional. Luego vinieron los 90 y el Mundial 2002 y el nivel de los surcoreanos se disparó por completo.

Dado que durante dos años los futbolistas debían cumplir, al igual que cualquier hijo de vecino, con el servicio militar, el gran problema de los clubes de fútbol era tener que pagarle la ficha a un deportista inhábil durante más de veinte meses. Se creó entonces el Sangmu FC. Traducido. Club Atlético de las Fuerzas Armadas Coreanas. Todo jugador en servicio militar jugaría cedido en el Sangmu FC (o en su segundo equipo si el futbolista en cuestión no daba el nivel) mientras fuesen reclutas a cambio de un modestísimo sueldo. Al ser un club de paso y poder contar únicamente con futbolistas cedidos, al Sangmu FC no se le permiten disputar competiciones internacionales independientemente de sus éxitos en clave nacional.

Los afortunados residen durante esos veinte meses en unas instalaciones deportivas. Y digo bien los afortunados, porque los que no tienen suficiente nivel futbolístico acabaran acuartelados limpiando letrinas. Aunque no es obligatorio, la tradición dictamina que aquel que meta un gol vistiendo los colores del Sangmu FC debe hacer el saludo militar. Así lo hizo Keun-ho Lee. Elegido mejor jugador de la Champions League asiática en 2013 no tenía el nivel suficiente para destacar en Europa, por lo que ante la perspectiva de un futuro incierto decidió quedarse en Corea y hacer el servicio militar jugando en el Sangmu FC. Cuando le marcó un gol a Rusia durante el Mundial 2014 lo celebró, como no podía ser de otra forma, con la mano derecha abierta hacia la sien.

La perspectiva no es mala. No obstante, es insuficiente para los grandes jugadores. El primero de ellos, Cha Bum-kun, hubo de pasar tres años de servicio militar. Eran finales de los 70. Para quien no sepa quién es hablamos del primer jugador coreano y asiático con carrera europea. Goleador de potente disparo, ganó la Copa de la UEFA con el Eintracht de Frankfurt en 1980 y con el Bayer Leverkusen en 1988 en una increíble final ante el RCD Espanyol. Eran otros tiempos. Park Ji-Sung pasó por PSV Eindhoven y Manchester United a inicio del siglo XXI. Ganó títulos y millones. Muchos títulos y muchos millones y por nada del mundo iba a volver a Corea a realizar el servicio militar. No hizo falta. En 2002 Corea del Sur alcanzó las semifinales del Mundial. Fue librado de sus obligaciones por “mejorar el estatus cultural del país”. Ni siquiera se dignó en acudir unas semanas al cuartel para cumplir con lo mínimo. Directamente decidió pasar de todo.

Y en esas estaba Son Heung-min. El mejor jugador coreano de todos los tiempos y quizás también de toda Asia, no en vano es el único triple ganador del Balón de Oro asiático. Con esas credenciales parece imposible que Son Heung-min no se pudiese librar del reclutamiento. Pues no fue así. Son enfilaba los 28 años sin perspectiva alguna de no tener que dejar su maravillosa vida en Londres y volver a Corea para jugar temporada y media con el equipo del ejército coreano.

Y es que Son nunca había ganado nada.

En 2011 Corea del Sur con un joven Son Heung-min obtuvo el tercer puesto en la Copa de Asia. Insuficiente. Para 2014 Son jugó su primer Mundial. Clasificarse para octavos podría significar un pasaporte para librarse del servicio militar. No lo consiguieron. Corea quedó eliminada en fase de grupos superada por Argelia o Rusia, algo que no entraba en los planes de los asiáticos. En 2015 Son lo volvió a intentar en la Copa de Asia, pero Corea perdió la final ante Australia.

Enfilaba Son Heung-min el Mundial 2018 como la última oportunidad para lograr un puesto meritorio con su selección y evitar el reclutamiento. Son hizo un Mundial extraordinario. Marcó dos goles en tres encuentros y guio a Corea en una histórica victoria ante Alemania. Fue en vano. Corea cayó ante Suecia y frente a México y quedo eliminada, nuevamente, en primera ronda. Estaba perdido. Y se agarró un clavo ardiendo.

En 2018 también se celebraban los Juegos Asiáticos. Una competición menor para una estrella como Son. Pero en 2014 los coreanos que ganaron la medalla de bronce en la competición futbolística fueron exentos de realizar el servicio militar. Son, quien no estaba convocado, pidió públicamente acudir a los Juegos. Si el Mundial había finalizado en julio los Juegos Asiáticos terminarían el primer día de septiembre. Una auténtica locura. Son pidió entre lágrimas a la Federación Coreana ser aceptado. Lo logró. Luego tuvo que convencer al Tottenham. Ahí lo tuvo fácil. Para el club inglés era mejor perder a Son durante un mes que estar sin él durante casi dos años.

Son jugó aquel torneo como le fuese la vida en ello. En la final Corea del Sur se enfrentó a Japón. El partido fue dominado por los nipones, pero se llegó a la prórroga sin ningún gol en el marcador. En la prórroga Corea logró dos goles, ambos gracias a asistencias de Son. Lograría Japón acortar distancias a falta de cinco minutos para el final, pero no se consumó la remontada y Corea del Sur consiguió la medalla de oro.

Heung-min Son lloraba de alegría. No tanto por el triunfo sino por librarse del reclutamiento.

Lágrimas de alegría

A inicios del 2020, aprovechando la pandemia del coronavirus, Son decidió realizar el servicio militar de cinco semanas reservado para aquellos que mejoran el estatus cultural del país. Son acabaría recibiendo una condecoración por su puntería, después de hacer el ejercicio práctico de disparo sin un solo fallo y siendo el mejor de su promoción. Al parecer su destreza con el balón era igual de digna que la que demostró con la bayoneta, el fusil o el combate individual.

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