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Panenka

Hay una abundante literatura y articulista deportiva acerca del penalti de Panenka. No creo necesario explicar que es un penalti a lo Panenka. Hasta mi esposa, que escapa del fútbol como el sol de la noche, sabe que es un disparo un tanto ridículo que de cuando en cuando hace Sergio Ramos. Es tan famoso ese retazo de detonación que su fama incluso ha llegado al mundo del coaching motivacional. Existe un libro aclamado de marketing y comunicación personal que se titula El penalti de Panenka, y utiliza aquel gol calificado por Pelé como “la obra de alguien que solo puede ser un genio o estar loco” para dar las claves a la hora de triunfar en los negocios.

El libro considera a Antonín Panenka un ejemplo de creatividad aplicada con éxito en su negocio. Grosso modo saca cinco conclusiones válidas para cualquier profesión:

1. Hay que trabajar: Panenka llevaba meses practicando el lanzamiento en los entrenamientos y se preparó para ejecutarlo en el momento adecuado. Demostró frialdad y precisión para ridiculizar a Sepp Maier, el mejor portero del momento.

2. Cuestionemos siempre las cosas: Lo más fácil es seguir igual. Siempre hay que estar alerta y desconfiar de lo que nos dicen. Nadie hubiese considerado inteligente lanzar un penalti con un toque suave, elevado, por el centro de la portería.

3. Debemos estar preparados para las críticas: Panenka ensayaba en los entrenamientos frente a Ivo Viktor, guardameta de la selección checoslovaca. Como entretenimiento estaba muy bien, pero Viktor le había amenazado con retirarle la palabra si se atrevía a lanzar una pena máxima como lo hacía durante el adiestramiento.

4. La creatividad es rentable: Fue un gol que, como tantos otros, dio un triunfo en una tanda de penaltis, pero no era un lanzamiento a vida o muerte. Checoslovaquia ganaba 4-3 en la tanda por lo que de fallar aun habría opción de victoria para los bohemios. Pero ese disparo cautivó al mundo y pasó a la posteridad con mucha más relevancia que la victoria. La fama de Panenka es eterna.

5. Surgirán imitadores: Si tienes éxito y eres creativo crearás una marca que será imitada. Desde entonces cientos de futbolistas ejecutan las penas máximas al estilo Panenka.

Panenka

Antonín Panenka no era rápido ni agresivo, era creativo. Hizo algo irreverente e insólito. Aquel centrocampista que jugaba en el Bohemians de Praga hizo honor al nombre del club en el que pasó la mayor parte de su carrera obligado por un régimen comunista que le impidió aceptar las ofertas que le llegaron de Occidente. Panenka es un penalti. Lo es por su gracia y también a su pesar. “Me siento muy orgulloso de ser inventor de algo, pero también me siento preso por ese penalti”, dijo en cierta ocasión Panenka para una revista homónima.

A decir verdad, lo de Panenka no fue nada sorprendente. Llevaba un par de años apostando cervezas y tabletas de chocolate con Zdenek Hruska, arquero y compañero de equipo en el Bohemians, tras los entrenamientos. De las apuestas se pasó a los amistosos y de los amigables a los encuentros de la liga checoslovaca. Panenka calcula que lanzaría unos 30 penaltis con su peculiar estilo y que tan sólo una vez el portero logró adivinar sus intenciones. Pero eran tiempos de agendas y bolígrafos no de redes sociales y plataformas televisivas. La locura de Panenka no tenía un altavoz que lo hiciese universal.

La oportunidad le llegó en 1976 a los 27 años. Checoslovaquia se había clasificado meritoriamente para una fase final de la Eurocopa que por entonces estaba reservada para tan sólo cuatro equipos. Aquella Eurocopa estaba destinada a un postrero duelo entre Cruyff y Beckenbauer. Sería la última oportunidad del genio neerlandés y de muchos de su grupo de locos melenudos de convertir en un título su fastuoso fútbol total. Para la RFA, con sus mitos superando la treintena, era el fin de fiesta a un ciclo que los había coronado como campeones mundiales un par de años antes. Los teutones pasaron con trompicones a la final tras deshacerse de Yugoslavia. Los naranjas contaban con hacer lo mismo, pero cayeron en la prórroga ante Checoslovaquia. La sorpresa fue mayúscula. Los centroeuropeos contaban con Viktor, Ondrus, Nehoda, y especialmente con un fino estilista desconocido en Occidente. Un trescuartista llamado Antonín Panenka.

Si tocaba lanzar un penalti Panenka tenía decidido que esa Eurocopa sería el lugar indicado para hacerlo. Confesaría que estaba deseando llegar a los penaltis contra Países Bajos para poner en práctica su método revolucionario, por lo que a pesar de la victoria el desenlace tuvo un punto de decepción para el bigotudo centrocampista. Quiso el destino que la final tuviese un guion parecido al de la semifinal. Checoslovaquia se adelantó pronto y, aunque Alemania recortó al descanso, los checos vencían por 2-1. Como de costumbre los teutones iban a trompicones y como siempre pusieron el rodillo a funcionar doblegando a Viktor tras innumerables intentos gracias a un gol en el minuto 89 del marrullero Hölzenbein. Como en la semifinal tocaba prórroga.

En esta ocasión Panenka vio cumplido su deseo y tras otra media hora de dominio alemán el partido se iba a decidir en la tanda de penaltis. Panenka inmediatamente pidió lanzar el quinto de la tanda convencido de que su lugar estaba en el Olimpo.

El método del punto fatídico sustituía al mucho más cruel del lanzamiento de moneda que aún estuvo vigente en las competiciones internacionales hasta 1969. Checoslovaquia comenzó lanzando y acertando. Las transformaciones irían dándose hasta que en el cuarto intento le toque al alemán Uli Hoeness. No quería tirarlo. Mandó el balón al cielo de Belgrado. Panenka pondría en marcha su idea con red de seguridad sabiendo que de fallar el quinto y definitivo penalti Checoslovaquia aun seguiría por delante.

El silbato suena. Pequeña carrerilla. Antonín avanza. Maier dobla las rodillas hacía su izquierda. Panenka acaricia el balón. Su bota atrapa el esférico como cuchara en plato de sopa. En lugar de sacar un cañonazo de sus botas Panenka orientó su cuerpo hacia la derecha y lanzó un balón bombeado por el centro de la portería. Con un ligero toque el esférico realizó una parábola que se dirigía lentamente al centro de la portería. Maier, tirado en el césped, observaba incrédulo lo fácil que habría sido pararla. El balón no había llegado a la red cuando Antonín levantó los brazos. Sabía que sería gol. Lo sabía mucho antes de haber lanzado. Había pasado a la historia.

Fue un gol de truhan. Un gol de poeta. No es solo la caricia del golpeo. Es el golpe de cadera. La ojeada al firmamento. El espasmo, el gesto, la mirada que engaña al portero. Si Panenka hubiese fallado ese penalti hubiese sido tildado de tonto en Occidente. De traidor a la patria más allá del Telón de Acero. Sí, Pelé tenía razón, pero por partida doble. Panenka era igual de genio que de loco.

Media Europa trató de llevarse a aquel equipo por la vertiente capitalista de la vida, pero no hubo manera. A Panenka le dejaron marchar a los 32 años en la cuesta abajo de su carrera. Jugó cuatro años en el Rapid de Viena donde pudo ganar dinero y hasta un par de títulos, así como alcanzar una más que meritoria final de la Recopa de Europa.

Panenka sólo volvió a tirar un penalti suave con parábola una vez más. Fue tres años más tarde del archifamoso y también lo fue vistiendo la camiseta de Checoslovaquia. El rival era Francia y el partido clasificatorio para la Eurocopa de 1980. Panenka usó otra vez el guante de terciopelo para engatusar a Dominique Dropsy, meta francés.

Son tan sólo once metros. Once metros de responsabilidad donde el lanzador no tiene nada que ganar. Para el portero es todo vencer. Si no lo para no es su culpa. Si lo para es un héroe. Tan sólo el guardameta sale perdiendo cuando el gol es una afrenta. Cuando el lanzamiento es una afrenta. Cuentan que Maier no esquivaba la pregunta, pero si tu intención era tener una entrevista con el legendario portero alemán y no obtener monosílabos como respuestas mejor no nombrar a Antonin Panenka.

Sepp Maier (la víctima)

“Siempre que en una entrevista le preguntaban por mi gol, se lo tomaba un poco mal. Creo que yo soy una espina para él. Después vi que esta reacción era por culpa de lo que decían los periodistas occidentales. Decían que, Panenka, un don nadie, le había dejado en evidencia. Yo no le ridiculicé.” Antonin Panenka sobre Sepp Maier.

“La inspiración está muy bien, pero tiene que llegar trabajando”. Pablo Picasso.

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