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El extraño caso Caritoux

Los 80 fueron los años del boom del ciclismo en España. Es bien cierto que desde Trueba o Berrendero, gracias a Bahamontes, Julio Jiménez u Ocaña, el ciclismo siempre había sido uno de los deportes nacionales. Durante el Franquismo la trilogía del deporte hispano se conformaba a través del fútbol el boxeo y el ciclismo, todos deportes de reglas simples y de coste paupérrimo. La cosa no daba para más. Pero, y así con todo, si a finales de los 70 había dos equipos profesionales a inicios del siguiente decenio la cosa iba por once escuadras. En 1983 Ángel Arroyo había subido al pódium en Paris tras una década de ausencia española. Y no era sólo Arroyo. También era Marino Lejarreta, Alberto Fernández, Julián Gorospe y, especialmente, Pedro Delgado. El segoviano, apodado el loco del Peyresourde por una estruendosa etapa pirenaica en el famoso Tour de 1983, era el abanderado del equipo ‘Reynolds’ conjunto navarro dirigido por José Manuel Echávarri, quien entre bambalinas pulía a un fuera de serie llamado Miguel Induráin.

El caso es que en 1984 la Vuelta a España debía ser ganada por un español. La edición anterior había sido gobernada por Bernard Hinault, quien de paso se dejó las rodillas en las carreteras emulando a los generales napoleónicos que combatían con las tropas lideradas por el Empecinado. En esos tiempos tanto Giro como Vuelta (el Tour a la fuerza se iba convirtiendo en marca global) eran carreras chauvinistas. Los patrocinadores y los organizadores no ocultaban el deseo de que ganase un paisano y se hacía todo lo legalmente posible para favorecer esas ideas. Solía haber acuerdo entre equipos hispanos para desarbolar a los extranjeros y, para más inri, la aparición del periodista José María García y su colosal puesta en escena del ciclismo (con unidades móviles en motocicletas y helicópteros incluidas) hizo de obligado cumplimiento la victoria de un ciclista español.

Así pues, Pedro Delgado era el favorito al triunfo final. Aún no había ganado nada de renombre, pero era evidente que era un talento generacional. Marino Lejarreta (campeón en 1982 y segundo en 1983) y Alberto Fernández (tercero en la Vuelta y en el Giro de 1983) eran los otros candidatos. Después Julián Gorospe, Vicente Belda, Álvaro Pino o José Luis Laguía. Como extranjeros, subrayaba la presencia de Francesco Moser, excepcional clasicómano, y de un joven alemán formado en España llamado Reimund Dietzen.

Y nadie más.

Eric Caritoux llegó a su hotel de Jerez de la Frontera, donde se iniciaba la Vuelta, sin zapatillas. Se había olvidado de meterlas en su maleta. Había sido llamado a última hora por el director del conjunto francés ‘Skil’ para completar la terna de nueve ciclistas que durante tres semanas transitarían por tierras españolas. Caritoux, quien habitualmente hacía de lugarteniente de Sean Kelly, su jefe de filas, acudía a la Vuelta a cumplir el expediente. Sin Kelly, el objetivo del equipo ‘Skil’ era consumar una participación decente, intentar colarse en algunas escapadas que diesen minutos de televisión al patrocinador y tentar a la suerte con una victoria parcial de etapa.

David Guénel on Twitter: "En remportant la Vuelta 1984 avec seulement 6  secondes d'avance sur Alberto Fernandez, Eric Caritoux est le vainqueur de  Grand Tour avec la plus petite marge de l'histoire.
Eric Caritoux

Las ceras que resbalaban abrasadas sobre los adoquines de las calles de Jerez de la Frontera impidieron que Moser exhibiera el poderío que había mostrado batiendo el récord de la hora semanas atrás. Era Semana Santa. Entonces la Vuelta era en abril. Aun así, a Moser le bastó para ponerse de líder tras la contrarreloj inicial manteniendo el maillot amarillo durante una primera semana bordeando el Mediterráneo hasta llegar a Cataluña.

Llegó entonces la primera etapa de montaña. 16 kilómetros de ascensión en Rasos de Peguera, en el interior de la provincia de Barcelona. Allí Pedro Delgado se puso de líder tras un mano a mano con Alberto Fernández. La sorpresa vino del ganador de etapa. Eric Caritoux, el desconocido del equipo ‘Skil’, había aguantado las embestidas de los jefazos de la carretera y luego había aprovechado que nadie reparaba en su presencia para saltar en busca de la victoria de etapa. Aquello era un exitazo para Caritoux y una conquista totalmente inesperada.

Perico Delgado asomaba su radiante y pícara sonrisa, aquella que le haría, y aun lo hace, uno de los favoritos del gran público. Sino el más exitoso, si el ciclista español más conocido. A sus 24 años se erigía por vez primera como líder de la Vuelta y caminaba hacia la leyenda. Mas su atractivo radicaba en su actitud despreocupada, en ese aire quijotesco que tan pronto alumbraba una victoria como una catástrofe desmesurada.

Delgado era líder. A 11 segundos estaba el desconocido Caritoux. Alberto Fernández marchaba quinto a 40 segundos.

Seis días después tocaba ascender los Lagos de Covadonga. Con seis corredores en menos de sesenta segundos de diferencia, la etapa tenía que marcar forzosamente un antes y un después en una Vuelta sin claro dominador, sin una estrella de rango internacional. Primero se quedaba Álvaro Pino, luego Marino Lejarreta y a nueve kilómetros de meta el mismísimo Perico Delgado, para decepción de los fans. La gloria de Delgado se convirtió en pájara. Alberto Fernández tomó su testigo y asumió el mando de la carrera, pero la victoria fue para el alemán Dietzen…y el liderato para Caritoux (siempre de pie, nunca sentado) quien aguantó la rueda de Fernández hasta escasos metros para el final. Ahora el francés era líder con 32 segundos de ventaja sobre ‘El Galleta’.

Porque a Alberto Fernández se le conocía como ‘El Galleta’. Criado en Aguilar de Campoo, Alberto Fernández no era Perico Delgado. Cántabro de orígenes castellanos, ‘El Galleta’ era un tipo duro, serio, recio, acostumbrado a ganar carreras de una semana y fuerte como un tronco para soportar las grandes vueltas. Conservador y amable, era un tipo respetado pero huidizo con los focos. A sus 29 años sabía que aquella era su gran oportunidad.

Tocaba entonces una cronoescalada al Naranco, a las afueras de Oviedo. Doce kilómetros de ascensión. Llovía a mares. El agua rebota en el asfalto, golpea las ruedas y se adentra en los pómulos de los corredores. Gana Gorospe. Delgado ya no cuenta. Caritoux aguanta escupitajos, insultos, lanzamientos de botellas con agua helada y hasta intentos de hacerle caer al suelo. Acaba a cinco segundos de Alberto Fernández. Son 37 de ventaja.

¿Quién es este tipo? Se pregunta la gente. Ni entre los franceses es conocido. Cuando gana la etapa de Rasos de Peguera, es anunciado por TVE como un corredor suizo. Hijo de la Provenza, de familia con una humilde bodega, entrena habitualmente por las carreteras que llevan al icónico Mont Ventoux. Meses antes había ganado en la cima ventosa durante la Paris-Niza. Ese era su palmarés. Ni más ni menos.

Quedan cinco etapas para el final y apenas dos con enjundia. El penúltimo día una contrarreloj de 33 kilómetros y el día inmediatamente anterior una etapa de unos brutales 258 kilómetros por la sierra madrileña. Delgado atacó bajando y llego a ponerse a 30 segundos del liderato. Caritoux no tenía nada que hacer ni equipo que le echase una mano, pero fue Alberto Fernández quien cortó la emboscada. Delgado jamás se lo perdonó ya que, además, Fernández fue incapaz de distanciarse de Caritoux a pesar de sus repetidos ataques.

Cuando Gorospe ganó en el Naranco y Fernández se quedó a 37 segundos del francés, Caritoux llegó a declarar: “Tengo la Vuelta perdida, sé que Alberto me va a ganar en la contrarreloj final”. Caritoux estaba obsesionado con una conspiración nacional y creía que no tendría nada que hacer en los 33 kilómetros de la crono con salida y llegada a Torrejón de Ardoz. Caritoux no iba bien en la disciplina de la soledad, pero la crono del último día siempre es más una cuestión de fuerza que de técnica. Un equipo de la TF1 francesa se desplaza a España para seguir las hazañas del joven francés ante la inaudita posibilidad de que se haga con la victoria.

Frente a frente en Torrejón, junto a la base estadounidense, los dos observaban cómo sus rivales iban cayendo al suelo en las distintas curvas resbaladizas. Llueve. Mucho. Muchísimo. Una cortina de agua constante que es abierta en canal por las gomas de las monturas. Pedro Delgado, Francesco Moser, Julián Gorospe, Pello Ruiz Cabestany…todos al suelo. El recorrido pedía precaución, cuando lo que Fernández necesitaba era épica. Arriesgó todo lo que pudo mientras Caritoux esquivaba paraguazos e incluso recibía un puñetazo nada más cruzar la meta. Vergonzoso. Ganó Gorospe a pesar de la caída. Fernández acabó en quinto lugar de la etapa y Caritoux fue noveno.

Alberto Fernández recortó 31 segundos. Insuficiente.

Eric Caritoux ganaba la Vuelta a España por la exigua ventaja de seis segundos. Sigue siendo la diferencia más pequeña entre vencedor y segundo clasificado.

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Alberto Fernández

En diciembre de ese año, Alberto Fernández se desplazó a Madrid para recoger en una gala el trofeo que le acreditaba como mejor ciclista español del año. Aquella noche, de vuelta camino de Santander, él y su mujer fallecían en un accidente de tráfico. Un Citroën CX de matrícula francesa se chocó en su camino y lo mató casi en el acto. El hombre que lideró la España ciclista que hizo de puente entre Ocaña y Delgado fallecía antes de cumplir la treintena.

El futuro de Caritoux no fue trágico en lo humano, pero si en lo deportivo. Acabó sexto en la Vuelta del año siguiente y en 1988 fue campeón de Francia. Y nada más. Sería gregario el resto de su carrera hasta que se retiró en 1994. Incluso con su jersey amarillo de vencedor de la Vuelta seguiría siendo un Don Nadie. El tiempo acabaría haciéndole justicia. Willy Voet, masajista de distintos equipos durante tres décadas, declaró en una sufrida biografía que en todos sus años como profesional tan sólo había visto a dos ciclistas que jamás supieron lo que eran las anfetaminas, los corticoides y, por supuesto, la EPO o las drogas duras. Uno de esos dos santos fue Eric Caritoux.

Aunque sólo sea por eso, valoremos con justicia la inesperada y extraña victoria de Eric Caritoux en la Vuelta a España de 1984.

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