Cuando Di Stéfano jugó en el Espanyol
A Di Stéfano lo echó Bernabéu con nocturnidad y alevosía. Daria para otro artículo. El Real Madrid pierde la final de la Copa de Europa de 1964 ante el Inter milanés. Di Stéfano juega mal. En el descanso se lía a gritos con Miguel Muñoz, antaño compañero de aventuras y ahora entrenador blanco. Ambos se culpan de la derrota. Y la cuerda se rompe, aunque por el lado que nadie esperaba. Di Stéfano cuenta con 38 primaveras y una barriga asoma por debajo de su camiseta. Son otros tiempos y el cuidado físico no es el de la actualidad. Sigue la clase y la técnica, pero a Alfredo, un ‘10‘ que a veces es ‘6’ y a veces es ‘9’, le cuesta mucho subir y bajar.
Así que la expedición blanca vuelve a Madrid procedente de Viena, en donde se ha jugado la final, y al día siguiente Alfredo es citado a presentarse en el despacho de Bernabéu. El gran jefe no se anda con miramientos. Le dice que es el mejor, el más grande, el corazón del Madrid y le ofrece un puesto de lo que sea manteniéndole el sueldo. Entrenador juvenil, director deportivo, ojeador, directivo. De lo que sea. De lo que sea, menos en el campo vestido de corto. Di Stéfano explota. Ha jugado 24 partidos de Liga y ha anotado 11 goles. En Europa son cinco chicarros para nueve encuentros. No son los números de su época de esplendor, pero no dejan de ser formidables. Presidente y futbolista se dicen de todo. Será la última vez que ambos egos se dirijan la palabra. Di Stéfano deja de ser jugador del Real Madrid y abandona La Castellana por la puerta de atrás. Bernabéu implanta la norma no escrita de renovar año a año a cualquier jugador, por importante que sea, que rebase la treintena.
Despechado, Di Stéfano quiere seguir vestido de corto. Entonces tenía el RCD Español (hoy Espanyol) como vicepresidente (en breve futuro presidente) a Vilá Reyes, empresario de renombre durante el Franquismo y quien tenía entre ceja y ceja convertir en grande al Español. Gracias a su buen hacer estaba formando un interesante equipo que mezclaba veteranos con noveles. Firmó a Carmelo, leyenda de la portería bilbaína que había sido desplazado por el emergente Iribar, también al ex barcelonista Justo Tejada y a Rodilla procedente del Real Valladolid. La campanada la había dado un par de temporadas atrás con Kubala, quien para la campaña 64-65 parecía que iba a ejercer como jugador-entrenador. El hispano-húngaro había sido la otra gran estrella del fútbol nacional y, al igual que Di Stéfano, también había salido de malas manera del club de sus amores, en su caso el FC Barcelona. Resultaba que Kubala y Di Stéfano eran buenos amigos y el acuerdo se cerró rápidamente. Alfredo sería nuevo jugador periquito.
Di Stéfano fue presentado en la sala presidencial del estadio de Sarriá, en la avenida del mismo nombre donde se encontraba la casa del RCD Español. Como buen famoso que requiere atención llegó tarde a la cita, lo que no fue óbice para que miles de aficionados aclamasen al nuevo fichaje. De repente el Español, que la anterior temporada se había salvado del descenso en la última jornada, pasaba a ser candidato, quizás no al título por resultar excesivo, pero si a encaramarse a los puestos de privilegio de la Primera División.
Di Stéfano había tenido varias novias. El Real Betis en España y el Celtic de Glasgow y el AC Milan fuera de nuestras fronteras. Al parecer la oferta italiana era del agrado de ‘La Saeta’, pero cuando se entera que el AC Milan ofrece al internacional argentino Angelillo (joven figura mundial por entonces) el triple de lo que le ofrecen a él, su ego no lo puede soportar y decide cortar de raíz. Es entonces cuando da un volantazo y decide recalar en la Ciudad Condal.
Di Stéfano debuta en un amistoso en Alemania en el que marca un gol y quiso el destino que su primer partido oficial sea el debut liguero en Sarriá…ante el Real Madrid. El acontecimiento es noticia nacional. A los aficionados merengues no les ha sentado nada bien la marcha de Di Stéfano. A fin de cuentas, el Madrid se había proclamado campeón liguero con cinco jornadas de antelación y el club había sido subcampeón de Europa. La mayoría de la gente se decantaba por la marcha de Miguel Muñoz y la continuidad de Di Stéfano. Nadie osaba culpar a Bernabéu, un tótem intocable, pero estaba claro que, o Muñoz empezaba ganando o su puesto iba a estar en entredicho desde muy pronto.
TVE, el único canal de televisión que había entonces, decidió emitir el encuentro que fue trasladado excepcionalmente a la mañana del domingo para no restar público al resto de partidos de la jornada vespertina. Sarriá presentó un lleno absoluto para ver a Di Stéfano vestido de blanquiazul y al Real Madrid con su blanco impoluto habitual. El Madrid jugaba con el mismo once con el que había cerrado la campaña anterior con la única inclusión del canterano Ramón Grosso con el ‘9’ en el centro de ataque en sustitución de ‘La Saeta’. Comenzó entonces un partido en el que el Español se adelantó y Di Stéfano completó una gran primera parte en la que a punto estuvo de marcar de falta directa. Tras el intermedio, el Real Madrid remontó con dos goles del también veteranísimo Ferenc Puskás y se alzó con la victoria por 1-2. Las dos leyendas, Di Stéfano y Puskás, marcharon abrazados a vestuarios donde intercambiaron sus camisetas.
A Di Stéfano se le hizo largo el partido, como también se le haría larga la temporada. Fueron 24 partidos y 7 goles en ese primer año y 23 encuentros y 4 dianas en el segundo. Mantenía la clase y la técnica, pero se desfondaba sin remedio en las segundas partes. Nunca llegó a someterse a juicio público en Chamartín. Dos oportunas lesiones hicieron que nunca jugase como visitante en el templo blanco.
En la temporada 1965-66, su segunda campaña en el Español y la última como profesional, los periquitos juegan competición europea. Se trata de la Copa de Ferias, el antecesor de la Copa de la UEFA. En dieciseisavos de final pierde en Lisboa ante el Sporting por 2-1. Di Stéfano entonces es una sombra de lo que fue. Si en su primera temporada tiene destellos de grandeza, en la segunda lo más frecuente serán las actuaciones irregulares. No será así en el partido de vuelta. Aquel 24 de noviembre de 1965 no se esperaba mucho de Di Stéfano y menos cuando tras el descanso el marcador en Sarriá era de 0-3 a favor de los portugueses. Pero fue entonces cuando el Español vivió una de las noches más épicas de su historia. Di Stéfano, un ganador como pocos ha habido, apeló al orgullo de sus compañeros, toco arrebato, y los periquitos remontaron el choque para vencer por 4-3 con tantos de Rodilla (2), Miralles y José María. Como entonces no había valor doble de los goles, se tendría que jugar un partido de desempate en el que nuevamente saldría victorioso el Español para pasar a octavos de final.
En octavos el Español venció al Brassov rumano para luego caer en cuartos de final en un derbi ante el FC Barcelona. Por entonces Di Stéfano ni estaba ni se le esperaba. Se comentaba que sus hijas le reñían y le decían que si no le daba vergüenza jugar al fútbol estando tan calvo y tan gordo. Papá Di Stéfano les replicaba que, si querían comer, tocaba trabajar. Di Stéfano dijo adiós al fútbol frisando los 40. Aquellos chavales a los que tutelaba darían un paso al frente y en la siguiente temporada firmarán un tercer puesto en la Liga. Era el conocido como equipo de los Cinco Delfines (Amas, Pina, Re, Rodilla y José María).
Verano de 1967. Alfredo Di Stéfano es entrenador. Su primera experiencia es en Alicante. Entrena al Elche CF. Un día Raúl Cancio y Rafael Marichalar cogen un coche desde Madrid y se presentan por sorpresa a orillas del Mediterráneo. Son dos amigos de Alfredo. El primero, Raúl, es entonces un joven fotoperiodista y hoy, jubilado, es leyenda de la fotografía deportiva española. El caso es que los amigos llegan a Elche y se encuentran a Di Stéfano cenando sólo en el restaurante del hotel donde se hospeda.
Los tres toman un café y Cancio le dice a Di Stéfano que por qué no van a Santa Pola a ver a Don Santiago. En Santa Pola veranea el eterno presidente blanco. De Elche a Santa Pola no van más de quince kilómetros. Alfredo calla y mira a Cancio con ojos firmes y ceño fruncido, como si estuviera a punto de tirar un penalti. Le da un abrazo, no dice nada y se dirige al coche.
Madrugada. Noche cerrada. Timbran en la puerta. Timbra Di Stéfano. Los otros dos esperan agazapados en la retaguardia. Continua el silencio. Continua la penumbra. Tras un rato que parece una eternidad un hombre orondo abre la puerta. Va descalzo y lleva un mandilón de pescador. Es Santiago Bernabéu. Di Stéfano mira al infinito y no abre la boca. Uno de los celestinos, inquieto por la tensión, saluda a Don Santiago y anuncia que vienen a tomar una copa. Otro silencio de los que imponen. De los que acojonan más que una sarta de gritos. El gran hombre calla, hasta que finalmente hace un gesto con su mano para que Di Stéfano y compañía entren dentro del chalet.
Hablaron hasta el amanecer y se despidieron dándose un fuerte abrazo. Meses después el Real Madrid y el Celtic de Glasgow disputaron un partido amistoso como homenaje a ‘La Saeta’ en el Santiago Bernabéu. Di Stéfano jugó el primer cuarto de hora y fue despedido con sonora ovación cuando fue sustituido por Ramón Grosso. Luego, al acabar el homenaje, Santiago Bernabéu le otorgó la insignia de oro y brillantes del Real Madrid a su jugador más famoso. Uno que pasó once temporadas vestido de blanco, pero que tuvo que jugar las dos últimas portando camiseta blanquiazul.
“Si no me acerqué a usted fue porque no quería que creyera que quería un puesto regalado. Lo que gané fue siempre con esfuerzo. Usted como padre me falló. Ahí se ve que nunca tuvo hijos, porque los padres siempre perdonan”. Carta de Alfredo Di Stéfano a Santiago Bernabéu una vez hicieron las paces.
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