Perder para ganar (Barça vs DiBuffala)
Lo de la Kings League se inventó mucho tiempo atrás. Donde Ibai Llanos y Gerard Piqué estaban José María García y Amancio Amaro. Allá por 1977 el fútbol sala se establece en España a través de una liga de exhibición con el fin de obtener réditos para obras benéficas. Todo gira en torno al equipo creado por el periodista y que se dio en llamar Hora XXV en honor al programa que García dirigía en la Cadena SER. La iniciativa tuvo un éxito esplendoroso avalado por la fiebre de construcción de polideportivos por todos los rincones de España. El Hora XXV se convirtió en Interviú por el patrocinio de la célebre revista y con ese nombre ganó la primera liga oficial de la historia. Con el tiempo aquel bebé se convirtió en un gigante que pronto paso a ser conocido como Interviú Boomerang y luego como Inter Movistar. En aquel primer equipo el buque insignia era Amancio Amaro, recientemente retirado del Real Madrid, y que junto al ex del Atlético José Ufarte daba lustre a un deporte semidesconocido.
Porque el fútbol sala nació entre Uruguay y Brasil en algún momento de la década de 1930. Años después los brasileños estandarizan sus reglas, crean competiciones y lo convierten en fenómeno de masas. En 1982 crearon el primer Mundial oficioso de la categoría que ganarían con solvencia, repetirían título en 1985 y, cuando en 1989 se dispute en Ámsterdam el primer Mundial oficial auspiciado por la FIFA, también resultarán vencedores al derrotar a los anfitriones por 2-1.
Digo todo esto porque entrada la década de 1990 el dominio de Brasil en el fútbol sala era atronador. Hoy no es así. A Brasil se le ha subido a las barbas España, Portugal o Argentina. Son todos países donde la técnica y el rápido pensamiento en espacios reducidos es primordial en las escuelas, tanto de fútbol once como de fútbol sala. Mas también países como Rusia, Ucrania o Kazajistán se han especializado en un deporte del que salen beneficiados al jugarse en polideportivos en los que los niños pueden escapar de los rigores del invierno.
Decía que hoy no es así. Al igual que Inglaterra dominó el fútbol con mano de hierro desde su nacimiento hasta entrada la I Guerra Mundial, Brasil dominó el fútbol sala desde sus inicios hasta que el siglo XXI hizo su aparición.
Era así en 1997. El año que nos ocupa. Brasil primero y luego todos los demás.
En 1997 se iba a celebrar la primera Copa Intercontinental de Clubes de la historia. Tendría lugar en Porto Alegre y el Internacional, club local, partía como indiscutible favorito. Si vencer a un club inglés en 1897 era una quimera para cualquier otro club del resto del orbe, lo mismo sucedía ante la posibilidad de vencer a un conjunto brasileño de fútbol sala en 1997. Y mucho menos en su propia casa.
El formato que la FIFA designó era el de dos grupos de cuatro equipos. Los dos primeros de cada grupo se cruzarían en aspas en semifinales para dar lugar a la gran final. En el grupo A estaban el FP Genk (Bélgica), FC Barcelona (España), DiBuffala SC (Estados Unidos) y CA Peñarol (Uruguay). En el grupo B militaban el Boca Juniors (Argentina), Bunga Melatti (Países Bajos), Universidad (Chile) y el archifavorito Internacional de Porto Alegre (Brasil). Lo esperado era una final entre el Barça y el Internacional.
El Barça. Hablemos del Barça de fútbol sala.
Cuando aquello del Interviú se puso en marcha el Barça también quiso formar parte de ello. Si de algo se vanagloria el FC Barcelona es de ser una entidad polideportiva. Y lo es con gran éxito. Compite con laureles y de forma profesional en deportes tan variopintos como fútbol, baloncesto, balonmano, hockey o fútbol sala, donde, entre unos y otros, acumula cerca de medio centenar de entorchados europeos. La región de Cataluña es un hervidero deportivo de primera magnitud y el Barça ha sabido explotarlo en su beneficio con clarividencia y un éxito indiscutible resumido en el famoso eslogan ‘mès que un club’.
Sin embargo en el caso del fútbol sala la cosa costó lo suyo. El Barça formó parte de la primera Liga en 1980 pero al cabo de un par de temporadas el equipo se disolvió. Años después se refundó y se instaló definitivamente en la máxima categoría, aunque siempre ocupando posiciones modestas. Todo cambió cuando en 2006 se hizo profesional la sección. Desde entonces los títulos son habituales. Pero en 1997 el Barça era un paria en este pequeño mundillo.
El caso es que el Barça de fútbol sala podría ser un paria, pero la marca FCB tenía un prestigio centenario que lo avalaba. Por entonces no había Copa de Europa y aquellos que acudieron en marzo de 1997 a Porto Alegre lo hacían por invitación. El FC Barcelona es el FC Barcelona. Y su nombre era respetado. Así que allí se fue la expedición azulgrana en busca de un imposible. El objetivo era quedar campeón de grupo y así evitar al Internacional hasta una hipotética final.
Sucedió entonces lo imposible.
El Internacional (Ulbra por motivos de patrocinio) humilló sucesivamente al Universidad de Chile (16-1) y a Boca Juniors (8-1), pero luego, relajados y con uso y abuso de los suplentes, cayeron de manera inaudita ante el Bunga Melatti (5-7) neerlandés. Los favoritos pasaban a semifinales como segundos de grupo y los europeos como cabezas de serie. Todo lo preestablecido saltaba por los aires.
El Barça había vencido a Peñarol (9-1) y al Genk (4-2). Mientras, el DiBuffala vencía al Genk (3-2) y empataba con el Peñarol (1-1). Quedaba el choque entre españoles y estadounidenses. El Barça contaba con cuatro puntos y el DiBuffala con tres. Al Barça le valía el empate para ser primero de grupo, mientras que al DiBuffala sólo le valía la victoria.
El problema es que nadie quería quedar primero de grupo. Nadie quería enfrentarse al Internacional de Porto Alegre en semifinales.
Lo que iba a suceder a partir de entonces tendría el calificativo de bochornoso.
El partido comenzó con los dos equipos jugando al gato y al ratón. Bailando pasodobles sin entrar a matar. Al poco llegó el gol de falta de los norteamericanos. Digamos que el portero catalán estuvo lento de reflejos por ser generosos. Nadie se escandalizó por su falta de agilidad. En el pabellón el eco era el sonido más característico.
La segunda parte sería mucho más chabacana. No se sabe bien como, pero el Barça logró empatar el partido. Ese resultado lo dejaba como primero de grupo. Y eso no era lo deseado. El Barça tocaba y tocaba en su propio campo ante un rival que no tenía ganas de robar el balón, hasta que a un iluminado se le encendió la bombilla.
Aprovechando un pase hacia atrás, a Juan Silva, portero azulgrana, le dio por salir de su propia portería. Con un sutil gesto de cabeza le suministró el visto bueno a un compañero para que diera un precioso pase a la red que ponía el 1-2 en el marcador. Fue un hermoso y vergonzoso autogol. Pero aún habría más. Aprovechando el shock, el Barça sacó de centro (eran a los que le habían metido el gol). Se toca el balón en el círculo central, se envía un pase atrás hacía la portería defendida por Silva…y la pelota entra mansamente en la red con ayuda incluida del meta catalán. Dos autogoles. 1-3. Y el segundo puesto asegurado.
Indignados ante lo que estaba ocurriendo los futbolistas del DiBuffala iban a tomar cartas en el asunto. ¿Abandonar el pabellón como protesta ante lo sucedido? No. ¿Plantar una denuncia ante la FIFA? Tampoco. ¿Liarse a mamporros contra los futbolistas del Barça? Jamás.
Heridos en su ¿orgullo?, los jugadores del DiBuffala lo tuvieron claro.
Si ellos pueden meterse goles en propia meta, nosotros también podemos.
Acto seguido ocurre lo más bizarro jamás visto en una pista de fútbol. El portero norteamericano intenta pasarle el balón a sus compañeros para que lo introduzcan en su propia portería. Serán incapaces de hacerlo. ¿Por qué? ¡Porque son los propios jugadores del Barça los que impiden que los goles suban a su propio marcador! Las imágenes son grotescas. En un momento dado todos los jugadores están dentro del área del DiBuffala. El portero norteamericano lanza el balón con la mano hacía su propia portería y un futbolista del Barça saca el balón desde la raya. En otra ocasión es el propio Juan Silva el que impide que el portero del DiBuffala se meta un autogol. El meta americano acabará expulsado tras meter dos autogoles con sus propias manos.
El Barça perdió por 1-3 pero ganó la tan ansiada segunda plaza del grupo. Aquello no tuvo excesiva repercusión porque el fútbol sala todavía era un deporte muy minoritario y aquella edición de 1997 aún tenía un carácter experimental. No obstante, aquel choque entre el Barça y el DiBuffala es el epítome de todo aquello que atenta contra los valores del respeto, la competición y el deporte.
Maquiavelo dejó escrito aquello de que cuando el fin es lícito, también lo son los medios. Al Barça le salió bien la jugada. Derrotó al Bunga Melatti en semifinales por 7-5 y alcanzó la final. El DiBuffala cayó estrepitosamente por 0-11 ante el Internacional y lamentaría durante días su nula capacidad de meterse goles en propia puerta.
Por supuesto el Inter de Manoel Tobias (quizás el mejor de todos los tiempos) logró la victoria ante el Barça (4-2) en la final, aunque con más sufrimiento del esperado. El Barça volvió a Europa con un ¿honroso? subcampeonato.
Quizás el karma castigó a los catalanes cuando una serie de catastróficas desdichas tenga su culminación en el descenso a segunda división al final de esa temporada de 1997/98. Y es que también lo dejó escrito Maquiavelo: “Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse”.
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