Pantani; una vida sin paracaídas (2ª parte)
A Pantani primero se le conoció como ‘Elefantino’. Era un sobrenombre que odiaba. Le recordaba a su niñez, cuando se metían con él por esas enormes orejas que al subir a la bici ejercían de acordeón frente al viento. Maduro, alguien le puso el mote de ‘Pollo’, porque esas interminables y atléticas piernas se coronaban por una cabeza que las más de las veces tan solo servía como investidura del cuerpo. Ese transitar sin sentido, esos ataques sin paracaídas, le hicieron ser conocido como ‘il pollo Pantani’.
Pero en 1999 Marco Pantani era ‘Il Pirata’. Era un ciclista colosal. Sus ataques sin sentido eran ahora alabados por arriesgados y valientes. El carácter guerrero de Pantani y esa estética de pelo rapado, bandana en la cabeza, perilla y pendientes le convertían en un auténtico pirata. Un corsario que luchaba contra las carabelas del ciclismo, dispuesto a cambiar el status quo establecido.
El Giro de Italia de 1999 recibió al entonces doble vencedor de Giro y Tour (1998) con un recorrido diseñado para vanagloriarle. Era un Giro repleto de alta montaña que rompía con la tendencia de la carrera en la última década. Pero este era un Pantani tan excepcional que ya desde principios de temporada había demostrado un progreso inaudito en las cronos y había puesto patas arriba la Milán-San Remo manteniendo un pulso en el llano frente a un pelotón lleno de rodadores.
Es tal la alfombra roja que se le pone a Pantani que hasta se le prepara un sprint en Cesanatico, donde Marco nació, para que ‘Il Pirata’ se dé un baño de multitudes. Pantani se había puesto líder muy pronto, en la octava etapa, tras 253 kilómetros que acabaron en el Gran Sasso. Mas tarde, en el Santuario de Oropa, salta a pie de puerto y por el camino se le sale la cadena. Es adelantado por el grupo de elegidos y, con una fuerza sobrehumana, sin bandana ni gafas, suelta a los compañeros que acudieron a arroparle, atrapa a los demás y acaba con Laurent Jalabert, quien le había quitado efímeramente el liderato en la contrarreloj impidiendo que su familia y sus amigos de Cesanatico lo hubiesen visto con la maglia rosa. “Tuve que apartarme para que no me arrollara”, comentaría el ciclista francés sobre el adelantamiento de Pantani.
A partir de ahí Pantani da un show y gana en la jornada con final en Madonna di Campiglio, vigilia de la última etapa de enjundia con paso por el Mortirolo. ‘Il Pirata’ lo hará con una amplísima renta sobre sus perseguidores a solo tres días de la llegada a Milán. Había demostrado una extraordinaria suficiencia. Concentrado, apenas saludaba a nadie al bajarse de la bicicleta. “Si veis que no os saludo no os lo toméis a mal, simplemente es que estoy compitiendo”, le había dicho a su guardia pretoriana antes de iniciar el Giro.
Tras dormir en uno de los hoteles de Madonna di Campiglio, en la jornada siguiente el Giro saldría desde la afamada estación de esquí rumbo a Aprica. Era primerísima hora del amanecer cuando un par de tipos aporrearon la puerta de la habitación donde descansaba Pantani. Eran dos ‘vampiros’. ‘Il Pirata’ hubo de levantarse de la cama medio adormecido, balbuceó un par de palabras inconexas y se dirigió al baño para llenar de orina un tubo que se le fue proporcionado.
Era un proceso más que extraño. Pantani ya había pasado dos controles antidopaje en lo que iba de Giro. De hecho, siempre se anunciaba con horas de antelación a quien le tocaba pasar revista. Ese día estaban citados los diez primeros de la general…pero ese día al acabar la etapa, no esa madrugada. En el fondo, en ese Giro hubo graves contradicciones a la hora de realizar los controles. La UCI (Unión Ciclista Internacional) abogaba por unos procesos más laxos. Era sabiduría popular que tomando salinas u aspirinas se lograba bajar los niveles de hematocrito antes de echar la meada. Pero tras el ‘escándalo Festina’ del Tour anterior, la AMA (Agencia Mundial Antidopaje) inició una cruzada antidopaje de la que en la actualidad ha salido victorioso. Por entonces tenía las de perder, aunque contaba con el apoyo del CONI (Comité Olímpico Italiano).
El caso es que Pantani, además de capo en carrera era también capo del pelotón. Como representante de los ciclistas se opuso a los designios decretados por el CONI y la AMA en el asunto de los controles. Los ciclistas veían en esas redadas nocturnas una acusación sin pruebas y un trato despectivo sobre lo que sucedía en otras disciplinas deportivas. Consideraban que eran acusados de criminales, aunque el fondo de la cuestión era que esas redadas hacían saltar por los aires años de omertá.
El resultado llegó rápido. La tasa de hematocrito de Marco en sangre era del 52%. Superaba en dos puntos el valor permitido. En otras palabras, había consumido EPO para mejorar su nivel de glóbulos rojos y así poder alargar en el tiempo su pico de esfuerzo. La noticia le llegó ‘aex aquo’ por boca de Martinelli y Zomegnan. Ambos, tanto el director del Mercatone Uno como el director del Giro, pudieron ver la incredulidad de Pantani al conocer la noticia y sus ojos desorbitados cuando con un puñetazo reviente de rabia el espejo de la habitación. Pero es en el momento en el que Paolo Pantani, padre de Marco, entre en la habitación cuando el silencio haga su aparición. Paolo no abre la boca. La cara de decepción de su progenitor adentró a Marco en un mundo de lágrimas del que tardará días en salir.
Zomegnan sugirió a Pantani salir del hotel por la salida de emergencia. Pantani se negó. Era inocente y no tenía nada que ocultar. Fue al baño, se limpió las lágrimas, se duchó, se vistió y salió por la puerta principal para contestar a las preguntas de la prensa que allí se agolpaba.
Fue una masacre.
Aunque más lo sería al día siguiente. No existía la presunción de inocencia, era Pantani quien debía demostrar que era no culpable. No habría forma de hacerlo. Era un caso visto para sentencia. No ayudó a Marco que días después saliese a la luz que cuando en el invierno de 1996 fue operado de la fractura de tibia y peroné un análisis de sangre revelara que su nivel de hematocrito estuviese en un exagerado 60%.
Fue propuesto a un año de sanción sin competir.
No había dudas. Era ‘vox populi’ que el dopaje estaba más que extendido entre el pelotón. Apostar por la inocencia de Pantani era un acto de fe. Pero había muchos interrogantes en el asunto. El control fue totalmente ilegal. No se avisó al ciclista con antelación ni estuvo presente el médico del equipo. Además, el contranálisis fue hecho por el mismo laboratorio, cuando debía cotejarse el resultado con otro laboratorio. Hubo también quien dijo que pudo haber un cambio brusco de temperatura o una mala conservación del recipiente, o, simplemente, que Pantani no se había hidratado suficientemente. Todas teorías posibles, pero de rocambolesca probabilidad. Todo semejaba un intento desesperado de defender lo indefendible.
El caso es que la mala praxis en el control sí que era fehacientemente probada, por lo que la sanción de un año sin competir fue revocada. Daba igual. El daño estaba hecho. A Pantani lo sacaron del Giro cuando sumaba cuatro victorias de etapa y tenía el triunfo guardado bajo llave. Le dijeron de competir en el Tour. Ni ganas. Pantani se echó un par de semanas encerrado en su casa de Cesanatico llorando hora tras hora. Entró en una depresión de la que ya no podría escapar. Su credibilidad había saltado por los aires. Competir no tendría sentido para él.
Buscaba refugio.
Y lo encontraría en la cocaína.
Fue Felice Gimondi quien convenció a Pantani para volver a subirse a la burra. Gimondi era la gran leyenda viva del ciclismo italiano, el hombre que logró desafiar y hasta vencer a Anquetil y a Merckx. También el ‘Canibal’ había tenido una mancha con el dopaje, pero a base de victorias había dejado en el olvido aquel incidente. Solo con victorias podrás sacarte el estigma de encima, le había dicho Gimondi a ‘Il Pirata’.
Pero Pantani no era Merckx. Era débil. Un pollo sin cabeza. Vuelve para la temporada siguiente. Se arrastra en el Giro, donde se le niega ser líder de su equipo, y va al Tour del año 2000 como un muerto viviente. Físicamente era el mismo, pero moralmente era otra persona. Se dejó ir en las etapas llanas hasta que llegó el día del Mont Ventoux. Allí, en la montaña lunar, Pantani resucitó. Sacó su golpe de pedal y balanceó la bici como en sus mejores tiempos. Fue dejando atrás a uno tras otro para cabalgar a la cima de la sagrada montaña. Solo Lance Armstrong logró aguantar su rueda. El norteamericano era el dueño y señor de la carrera y lo quiso demostrar. Se ponía por delante de Pantani y abría unos metros de distancia. Frenaba. Se ponía al lado de ‘Il Pirata’ y volvía a adelantarse. Le estaba esperando para dejarle ganar. Aquello era humillante. Induráin había dejado ganar a muchos en sus años de reinado. Se ponía a rueda y se dejaba ir. Lo que hacía Armstrong era egocéntrico. Le enseñaba al mundo que podía, pero que no quería. No era solidaridad, era caridad. Y lo sería mucho más cuando en la línea de meta se pare para que Pantani gane.
Marco explotó. No era un cualquiera, un don nadie que necesitara migajas. Despotricó contra Armstrong. Y el texano no se iba a achantar. Usó a los medios como altavoz para llamar ‘Elefantino’ a Pantani, el mote que tanto odiaba.
Encendido, Pantani lanza un durísimo ataque en la etapa que acaba en Courchevel y que pasa el temible Izoard. Es el Pantani de los buenos tiempos. Poesía en movimiento. Armstrong se pega a su rueda, pero acabará cediendo a falta de tres kilómetros para la cima. Marco Pantani vuelve a ser un grande. Un dios sobre dos ruedas.
Sería el canto del cisne.
Al día siguiente a Pantani le da una voutada y ataca a 130 kilómetros de la meta. Lo acabarán cogiendo y se dejará una minutada en la línea de meta. Decide abandonar y no terminar el Tour.
Un sin sentido.
Ni otro Tour ni otro Giro, ni ninguna otra gran carrera. Pantani acumuló desde entonces abandono tras abandono. Siguió entrenando e inyectando cocaína a su cuerpo a partes iguales. Llevo su ser a un masoquismo autodestructivo. Se alejó de su familia y su novia se vio obligada a consumir para que lo aceptase a su lado. Siguió firmando autógrafos y sacando fotos con esos fans que le perdonaban todo porque les había hecho vivir alguno de los mejores momentos de su vida. Eran fotos en blanco y negro donde las sonrisas eran sueños del pasado.
El día de San Valentín de 2004 Marco Pantani se encontraba en un hotel de Rimini, una bella ciudad a orillas del Adriático, bulliciosa en verano y solitaria en invierno. Allí, en un decrépito hotel, Marco Pantani atrancó la puerta de su habitación con una cómoda y con una mezcla de antidepresivos y cocaína espero que su cuerpo fuese capaz de ascender de nuevo el Galibier.
No fue así.
Falleció por un paro cardíaco provocado por un edema pulmonar y cerebral. Dejó tras sí una suerte de testamento en el que se juntaban frases inconexas.
Desde aquella madrugada en Madonna di Campiglio hasta aquella otra madrugada de San Valentín de 2004 Marco Pantani no volvió a dar positivo. Curioso ante un hombre que se pasó el último lustro de su vida enganchado a la cocaína. De hecho, en su última exhibición, en su victoria en Courchevel (donde vibramos) lo hizo a pesar de la cocaína polvo. Solo por lo que hizo en Courchevel habría que poner a Pantani en el mismo pedestal en el que se encuentra Maradona. Lo que hizo Pantani fue grandioso, no gracias a la cocaína, sino a pesar de ella.
Apenas tenía 34 años. Eran ya cinco de penurias. Su novia confirmó que su primera raya de coca fue en octubre de 1999. Cuatro meses después del positivo de Madonna di Campiglio. Aquello rompió el corazón de muchos. Semanas atrás se había marchado José María Jiménez, otro ángel de la las montañas sin el tronío del italiano. La cocaína también se había llevado por delante al ‘Chava’ con 32 años.
Luego vino el perdón. En 2014 se reabrió la investigación sobre la muerte de Marco Pantani. Dos años después se demostró que la muestra del positivo de Madonna di Campiglio había sido manipulada por la mafia siciliana. Al parecer había ingentes sumas de dinero apostadas a la derrota de última hora de Marco en el Giro de 1999. También se supo que aquel día de San Valentín de 2004 Marco Pantani había sido golpeado y obligado bajo coacción a beber cocaína diluida en agua.
Marco era grandioso.
Pero estaba muerto.
Hoy, un coqueto museo rinde homenaje a ‘Il Pirata’ en Cesenatico, no muy lejos de aquel hotel que lo vio marchar. Pero es en el Galibier, en el punto exacto donde Pantani pegó una dentellada a Ullrich durante un aguacero caído en la decimoquinta etapa del Tour de Francia, en donde una estatua se alza para honrar el recuerdo imperecedero de un escalador de tronío. El último pirata de las montañas.
“Su problema es que escala con las piernas y no con la cabeza” Lucien Van Impe, ganador del Tour de Francia y hexacampeón del maillot de la montaña.
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