Pantani; una vida sin paracaídas (1ª parte)
Nueve días antes habíamos perdido la inocencia. Un tráiler del equipo Festina había sido parado en un control aduanero y lo que era un vehículo pesado de dos ruedas se convirtió en una farmacia en movimiento. Docenas de cajas de testosterona y de hormonas de crecimiento y más de 200 ampollas de Eritropoyetina (mundialmente conocida como EPO) trasmutaron a los ciclistas de héroes sacrificados en yonkis consentidos. Herido de muerte, el Tour de Francia de aquel año acabaría con diez ciclistas detenidos (entre ellos Richard Virenque, héroe nacional francés) y con siete equipos que abandonaron la carrera por solidaridad con los detenidos. Entre ellos estaban los cuatro conjuntos españoles (Banesto, ONCE, Kelme y Vitalicio Seguros), decisión, que, con el paso del tiempo, no deja en buen lugar a ninguno de ellos.
El caso es que, en medio de semejante panorama desolador, nueve días después de aquello, el Tour iba a presenciar una de sus jornadas más legendarias. Quizás, la mayor hazaña del último cuarto de siglo. Era la decimoquinta etapa del Tour 1998 y se recorrían 189 kilómetros entre Grenoble, capital de los Alpes franceses, y la cima de Les Deux Alpes tras transitar por la Croix de Fer y por el temible Galibier, este último a 50 kilómetros de la línea de meta.
Jan Ullrich había cogido el amarillo en la octava etapa tras ganar la contrarreloj de Correze. Era Ullrich una locomotora de impresionante pedalada y anchas espaldas que estaba llamado a ser el sucesor de Miguel Induráin. Era el vigente ganador del Tour y contaba con apenas 24 años. La magnificencia con la que había ganado el Tour el año anterior hacía sonrojar cualquier victoria del gigante navarro. Ullrich tenía igualmente controlada la edición de 1998. A la altura de esa decimoquinta jornada, el coloso alemán contaba ya con cinco minutos de ventaja sobre Marco Pantani, un irregular y excelente escalador que meses antes había salido triunfante del Giro de Italia.
Antes, en los Pirineos, primero en la etapa con final en Luchon y luego en la de Plateau de Beille, Pantani llegó a recortar minuto y medio ante un Ullrich que se limitaba a controlar el grupo principal y permitir márgenes poco preocupantes. Llegaron así los Alpes, y con ellos un radical cambio climatológico. Del sol de los Pirineos se pasó a la lluvia, al frío y a un ocasional y doloroso granizo.
Con las piedras de granizo cayendo de costado al pie del Galibier, Fernando Escartín lanzó dos latigazos. Ambos fueron contestados por Ullrich sin cambiar el rictus de su rostro. Al tercer intento Ullrich dejó marchar al pequeño escalador aragonés mientras mandaba a sus compañeros de equipo mantener un ritmo sosegado. Como en los tiempos de Miguel, nadie se atrevía a cuestionar al capo de la carrera, pero, al igual que a Induráin, a Ullrich le hacía mucho daño el frío. Donde otros vieron condescendencia, Pantani vio debilidad. ‘Il Pirata’ cambió de piñón, agarró la parte baja del manillar, dio un golpe seco y soltó un demarraje brutal. Ullrich se fue tras Pantani, pero reventó al poco de ponerse en pie. La pájara fue de época. En la cima del Galibier, a 2.642 metros de altitud, Marco Pantani aventaja a Jan Ullrich en 2’49’’. Por el camino fueron quedando Escartín y un grupo de valientes que marchaban escapados.
Fue un ataque sin sentido, una demostración de fuerza sobrehumana. Pantani era un lobo acosando a un rebaño. Una fiera desbocada demasiado endeble para vencer a la climatología. Solo aquel que alguna vez haya subido un puerto sabrá de la potencia que hay que imprimir para subir una montaña de pie con las manos bajas.
La bajada es de traca. Niebla, frío, dolor y cansancio. Pantani es un papel al que se lo lleva el viento, pero posee una determinación enfermiza. Al llegar a la falda de Deux Alpes no sólo ha conseguido mantener la ventaja, sino que ha logrado aumentarla hasta los cuatro minutos a pesar de los esfuerzos de los compañeros de Ullrich.
Comienza entonces una ascensión apoteósica. Cada golpe de pedal de Pantani es enfermizo. Favorecido por el aguacero, Pantani realiza uno de los ascensos más plásticos jamás filmados. Pedalada a pedalada asalta un golpe en el corazón de Ullrich que se deja en la meta 8’56’’. En la general la ventaja es de 5’56’’ a favor del italiano. Increíble. Al día siguiente, en la etapa de la Madelaine, Ullrich lo intentó todo, desesperado, pero no consiguió sacar a Pantani de su rueda. Llegaría a recortarle un par de minutos en la contrarreloj final, tiempo insuficiente para sacar a Marco de lo alto del pódium.
Jan Ullrich nunca sería el nuevo Induráin. Marco Pantani era el nuevo Coppi. Se convertía en el primer italiano en casi medio siglo en ganar el mismo año el Giro de Italia y el Tour de Francia. Tan sólo Fausto Coppi (1949 y 1952), Jacques Anquetil (1964), Eddy Merckx (1970 y 1972), Bernard Hinault (1982 y 1985), Miguel Induráin (1992 y 1993) y Marco Pantani (1998) han logrado semejante proeza.
Marco Pantani había nacido para volar. Su perfil cumplía el canon del escalador. Enjuto, frágil y delgado, uno de esos seres al que sólo la bicicleta le da el empaque suficiente para ser considerado un hombre. En la burra Pantani era un depredador, un pirata con carisma. Fuera de ella era un pollito asustado, pero honrado y sincero. Marco era de esas personas auténticas que no necesitaba papeles para certificar lo dicho. Llegaba con una mirada a los ojos y un sincero apretón de manos para justificar unas palabras.
Pantani había nacido ciclísticamente en el Giro de 1994. En una de esas etapas terroríficas que han pasado a mejor vida. Cinco colosos que ascender y 240 kilómetros sobre las piernas. Un trueno de apenas 24 años decidió apelar a la épica y lanzarse al vacío obteniendo una prestigiosa victoria. Al día siguiente tocaba subir el Stelvio y el Mortirolo antes de llegar a Aprica. Pantani pegó un hachazo en el Mortirolo y acabaría ganando una etapa que lo consagró como estrella, sucediendo en el corazón de los tifosi a Chiappucci el mismo día que Induráin dijo adiós a una grande por única vez en un lustro maravilloso.
Acabaría segundo aquel Giro por detrás de Eugeni Berzin y por delante de Induráin. Solo dos meses después el gigante de Villava corregía ese error y lograba su cuarto Tour consecutivo. Pantani no lograba esta vez ganar ninguna etapa, pero volvió a hacer la delicia de los aficionados. Con ataques imposibles lograba un meritorio tercer lugar en el cajón del Tour confirmándose como la gran promesa del ciclismo mundial.
Era ese un Pantani muy distinto al de años después. No había bandana en su frente. En su lugar una gorra calada en la cabeza o la frente despejada peleando con las inclemencias del tiempo. Marco intentaba luchar con su galopante alopecia peinando los escasos pelos que circulaban por su cabeza y no había visos de barba que adornaran su rostro. Por supuesto no había pendientes ni tatuajes. Solo su interminable sonrisa dotaba de juventud a un rostro que ya hacía tiempo había dejado la adolescencia.
Para 1995 era la alternativa. Era su año. Lo fue a medias. Un coche se lo llevó por delante en un entrenamiento. Se perdió el Giro. Llegó al Tour justo de forma. Ganó dos etapas, pero no brilló en la general. Dio una exhibición en Alpe d’Huez atacando a pie de puerto, cazando a Jalabert, Virenque y Escartín que marchaban escapados y metiéndole minuto y medio a Induráin en un abrir y cerrar de ojos. Pero días después su amigo Fabio Casartelli se caía descendiendo el Col de Aspet y se dejaba la vida. Pantani, hundido, desconecta y pierde una minutada. Meses después reaparece en el Mundial y logra la medalla de bronce tras Olano e Induráin tras otra portentosa exhibición montaña arriba y montaña abajo.
Con el bronce en el cuello Pantani se va a dar un baño de multitudes a Italia para acabar la temporada. Decide correr la Milán-Turín, una clásica que hoy se disputa en marzo, pero entonces tenía lugar en octubre. Tras salir de una curva, un todoterreno hace una aparición en la carretera y se lleva por delante a ‘Il Pirata’. Se trata de una fractura abierta de tibia y peroné de su pierna izquierda. El coche había surgido de un camino comunal y había atravesado la carretera sin que la organización hubiese previsto el desastre.
Eran cinco meses de baja. Fue más de un año. En el 96 no compite. El Carrera (textil) no renueva su contrato y deja el ciclismo. Se forma el Mercatone Uno (supermercados), un conjunto modesto que apuesta por Pantani como buque insignia jugándoselo todo a una carta. Unos 50 trabajadores dependen de que esa pierna izquierda vuelva a funcionar. Con la presión sobre sus hombros por primera vez en su vida, Marco comienza el Giro de 1997 de menos a más, pero en una etapa de transición un gato negro se cruza delante del pelotón y acaba besando el asfalto. Dolorido, se tiene que bajar de la burra.
No quiere correr el Tour, pero el patrocinador le obliga. Marcha a trompicones, un constipado le hace pensar en dejarlo, pero otra vez el Alpe d’Huez se convierte en su talismán. Realiza otra portentosa ascensión, se convierte en el cuarto ciclista de la historia en ganar dos veces en la montaña mágica y se llena de moral para acabar el Tour en tercera posición y volver a formar parte de la élite del ciclismo mundial.
Y ese debía ser el techo de Pantani. Por entonces era inconcebible que un escalador pudiese ganar una vuelta de tres semanas. Había interminables etapas contrarreloj que levantaban un muro infranqueable para aquellos especímenes ligeros y soñadores que surcaban las montañas. El Giro o el Tour estaban diseñados para todoterrenos o para rodadores que sabían defenderse en las montañas. Lejos estaban los tiempos de Coppi, Bahamontes o Charly Gaul, escaladores con mayúsculas victoriosos en los años 50. Tan solo Pedro Delgado, vencedor en el Tour de 1988, podría ser considerado uno de esos aventureros. Era la excepción que confirmaba una regla que llevaba vigente un par de décadas.
Mas de 80 kilómetros contrarreloj y escasas etapas de montaña hacen que Marco Pantani estalle contra la organización del Giro 1998. En la primera crono ‘Il Pirata’ es doblado por Alex Zülle y adelantado por Pavel Tonkov. Otra vez a contracorriente y otra vez a ganar etapas de alta montaña que le permitan soñar con el pódium. Pero este Pantani es distinto. Se ha puesto un pendiente, se ha dejado perilla y definitivamente se ha rapado la cabeza. Aun no lleva la bandana en la cabeza, eso será una innovación que se vislumbrará en el Tour, pero ya es un pirata en toda regla.
Se sube entonces la Marmolada, uno de esos puertos dolomíticos donde el retroceso de los glaciares abre hojas de la historia. Era la primera vez que Marco asciende esos 2.050 metros. Jugando con los pedales le pregunta a un compañero de equipo cuando empieza lo más duro, a lo que éste contesta, incrédulo, que ya están en la parte más exigente. Pantani acelera el paso, arranca la moto y se escapa a 50 kilómetros de la meta. Se pone líder por vez primera en su vida. Es la maglia rosa. Dos días después vuelve a reventar la carrera y aumenta su ventaja en otra etapa dolomítica donde se quita el pendiente en medio de la ascensión para aligerar el peso, en otra icónica imagen que quedará en la retina de los aficionados.
Llegaba Pantani a la crono final de 34 kilómetros con 1’28’’ sobre Pavel Tonkov. Insuficiente para aficionados, periodistas y ciclistas. No será así. Pantani no solo mantiene la ventaja, sino que la aumenta en un puñado de segundos. ‘Pantani è Dio’. Es una celebridad al ancho y al alto de la bota italiana. Se le exige, se le suplica, que acuda al Tour a reeditar la hazaña lograda en tierras transalpinas. Pero Pantani no lo ve claro. Hay dos cronos de más de 50 kilómetros y las etapas que acaban en alto, aunque son durísimas, son escasas. Al final fue, y lo que allí sucedió, como ya contamos, es historia y poesía en movimiento.
‘Il Pirata’ cerraba el año 1998 con ese asombroso doblete Giro-Tour. Su reputación era planetaria. Acudía a saraos de todo tipo y se convertía en efigie de numerosas marcas publicitarias. Su imagen rebelde con perilla, bandana, pendiente y gafas de sol, lo convertían en imán para los adolescentes. Para celebrar el Tour se había teñido la perilla de amarillo, moda que muchos deportistas imitarán en los siguientes años para loar una victoria.
Marco Pantani se presentaba al Giro de 1999 como una estrella mediática. Como el hombre a batir. Y, sobre todo, como el patrón indiscutible del ciclismo de aventuras, del ciclismo espectáculo, que, esta vez sí, estaba sustentado con victorias.
Aquel 1999 se prometía feliz. Pero fue el año en el que Marco Pantani cayó a los infiernos.
Pero esa será otra historia.
Será el próximo viernes.
“Disfruto creando el vacío a mi espalda”. Marco Pantani.
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