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Judy Guinness

Heather Seymour ‘Judy’ Guinness era hija del banquero y político irlandés Henry Seymour Guinness. Éste fue senador y director del Banco de Irlanda tras lograr la independencia y antes había sido pieza clave para dotar a los rebeldes de infraestructura económica para sostener la guerra contra el ejército británico. La familia Guinness poseía importantes activos a través de la banca, la política, la religión y, esencialmente, la fabricación de cerveza. El caso es que Judy era hija de este afamado prohombre irlandés.

Cosmopolita y aristocrática, Judy era un tanto rebelde. Más allá de prepararse para encontrar un marido adecuado gustaba de practicar deporte, hecho en su mayoría insólito a principios del siglo XX. Pronto destacó en esgrima y consiguió clasificarse como una de las favoritas para lograr la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932. Judy Guinness tenía entonces 22 años y estaba ante un hecho extraordinario. Y es que tan sólo cuatro años antes se había abierto la autorización para que las féminas compitiesen en los Juegos Olímpicos. Entre la primera edición fechada en 1896 y los de París de 1924 tuvieron lugar siete ediciones en los que los únicos participantes habían sido hombres.

Guinness fue pasando eliminatorias hasta que se encontró en la final con la austriaca Ellen Preiss. Nacida en Berlin, Preiss vivía en Viena desde que tenía 18 años. Era una estrella de la esgrima e incluso acabaría siendo nombrado deportista del año en Austria por encima de futbolistas o esquiadores. Logrará tener el récord Guinness (curiosamente) de ser la deportista olímpica con la vida deportiva más longeva al haber competido en Los Ángeles 1932 y en Melbourne 1956. Por tanto, aquellos de Los Ángeles serían sus primeros Juegos Olímpicos. Quiso competir por Alemania, como era de recibo, pero le fue denegado el derecho. Lo haría siempre bajo bandera austriaca, incluyendo la edición de Berlín 1936 donde será una de las pocas deportistas judías que conseguiría una presea olímpica.

La final de esgrima individual femenina de 1932 tenía por tanto a Preiss como favorita frente a Guinness. Sin embargo, la trayectoria de Judy a lo largo de la competición había sido tan notoria como la de Ellen. De hecho, ambas llegaron a la final empatadas en número de victorias y en número de tocados, por lo que hizo falta un combate de desempate para dictaminar a la ganadora de la medalla de oro.

La modalidad en la que Guinness y Preis competían era la de florete. La esgrima consta de tres especialidades; espada, sable y florete y todas ellas tienen su propia reglamentación. En el florete se obtiene un punto cuando se toca el torso del oponente. Cualquier otro lugar atacado tanto por encima como por debajo de la cintura es inválido. Cada toque en el torso del rival otorga un punto ganando aquel que obtiene más toques en un determinado tiempo. La duración del combate y el número de tocadas ha ido variando con el transcurrir de los años.

Así pues, Judy Guinness iba venciendo por 4-3 en una final que ganaba la primera que llegaba a cinco tocados o cuando finalizase el límite del tiempo. Y es entonces, a un escaso espadazo de la medalla de oro, cuando decide parar el combate.

Se acerca a los jueces y explica que la victoria debe ser para Preis. Al inicio del combate hubo un tocado de la austriaca que no fue contabilizado. Un error de ese tipo era más que habitual. Estamos en 1932 y no hay tecnología suficiente para adjudicar puntos de forma automática. Práctica común eran fallos de los árbitros y minutos y minutos de deliberación, fundamentalmente en las carreras de velocidad del atletismo, para decidir los puestos en el pódium.

Guinness explica que no le dio importancia a ese error. Sabía que podía suceder y que seguramente el ‘favor arbitral’ le sería devuelto a Preis a lo largo del duelo. Sin embargo, no fue así, sino todo lo contrario. Al poco de acabar Judy Guinness notó como la espada volvía a impactar sobre su torso sin que los jueces lo apercibiesen. Habían sido dos veces. Dos errores a su favor. Si lo jueces se hubiesen percatado, el triunfo tendría que haber sido para Preis por 4-5.

Aquello fue un acontecimiento notorio. Algunos la tildaron de estúpida, de ingenua, de niña tonta. Pronto fue tachada de adolescente inmadura y muchos hombres criticaron el parco espíritu competitivo de las mujeres. Una muestra más de que debiera ser vetada la presencia de las féminas en la práctica deportiva. Otros clamaron por su sentido de la justicia, por su excelsa educación y por mostrar los valores del deporte olímpico, algo, que, para muchos otros, demostraba la excelencia moral de la mujer.

El caso es que Judy Guinness acababa de renunciar a la medalla de oro. Se auto conformaba con la presea de plata.

Judy Guinness, un noble gesto por el que pasó a la historia de los Juegos  Olímpicos - Libertad Digital
Preis (centro) y Guinness (derecha)

Con la medalla de plata al cuello Judy cumplió con lo que su padre y la sociedad le demandaba y pasó por la vicaría. Pero Judy no se iba a casar con un hombre al uso. El elegido fue un aristócrata, sí, pero no un aristócrata de traje de tweed y puro al calor de una chimenea. Judy se casó con un piloto de carreras. Así que si él podía disfrutar del deporte ella no iba a ser menos. Para los Juegos Olímpicos de 1936 habría un nuevo duelo entre Judy Guinness y Ellen Preis. Mejor dicho, entre Judy Hughes, que era su apellido de casada, y Ellen Preis.

Judy y Ellen se enfrentaron en los octavos de final de florete individual y la victoria fue nuevamente para la austriaca. Esta vez de forma rotunda. Ambas se dieron un fuerte abrazo y continuaron con sus caminos. Ellen Preis lograría el bronce y repetiría el tercer puesto en Londres 1948. Acabaría siendo catedrática de Artes Escénicas en la Universidad de Viena y dando gracias eternas a Guinness por su honradez. Sin ella, nunca habría sido oro olímpico.

Para Judy Guinness fueron sus últimos Juegos Olímpicos. Su temerario marido falleció en un accidente de avión y hubo de casarse en segundas nupcias con un hacendado. Estalló la II Guerra Mundial y pasó a ejercer de ama de casa en Rhodesia, hoy Zimbabue. Enfermó y falleció joven, a los 42 años de edad.

Judy Guinness by sara madinelli
Judy Guinness

Pocos años después del icónico gesto de Judy Guinness nacía en tierras ucranianas, entonces Unión Soviética, Boris Onishchenko. A la altura de 1976 había sido campeón mundial de pentatlón moderno y campeón mundial y olímpico por equipos. Los de 1976 iban a ser sus terceros Juegos Olímpicos y la última oportunidad de salir victorioso en la prueba individual de la mayor competición deportiva del planeta.

El pentatlón moderno consta de cinco pruebas; natación (200 metros), salto ecuestre, atletismo (800 metros), tiro con pistola y esgrima. Onishchenko marchaba detrás del británico Jim Fox cuando tendría lugar la prueba de esgrima en la modalidad de espada. Onishchenko ganó por un punto de diferencia, pero la delegación británica pronto emitió una protesta. Estamos en 1976. Ya existe tecnología. Cuando el cuadro de puntuación del traje nota una estocada con una fuerza superior a 750 gramos un interruptor salta y formaliza el punto. Cuando Onishchenko embiste con la espada se ve claramente como su estocada es al aire y, sin embargo, el interruptor de Fox se acciona. Aquello no tenía sentido.

Rápidamente se descubrió que la espada de Onishchenko había sido modificada ilegalmente para incluir un interruptor que le permitía registrar un toque sin hacer ningún contacto con su oponente. Aquel escándalo se resolvió con la expulsión del soviético de los Juegos Olímpicos tras uno de los actos de mayor mezquindad de la historia del deporte. A Onishchenko se le prohibió a perpetuidad practicar deporte de competición y le fueron retiradas todas las condecoraciones y privilegios que la Unión Soviética le hubiera otorgado.

Unos tanto y otros tan poco.

Fotorrelato: Los grandes tramposos del deporte | EL PAÍS Semanal
Boris Onishchenko

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