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“Me veo en los cromos vestido de blanco y me da un no sé qué”. “Para un jugador del Barça es gratificante que le piten en el Bernabéu”. “No me acerco ni diez metros a una televisión ni borracho”. “A mí me vale el ritmo, me va la adversidad, porque soy gilipollas”. “Si no te gusta mi estilo me importa un bledo, por decirlo de manera educada”. “Los catalanes son la hostia y están adelantados a los españoles en general”. “Pregunta lo que quieras y yo contesto lo que me apetezca”. “¿Hablar con la prensa? Para mí es un juego de niños”. “Pletórico es un adjetivo calificativo para decir como estoy”. “Soy el mejor seleccionador que hay sobre la faz de la tierra”. “En todos los vestuarios hay un gilipollas”. “¿Convocados? El que tengo aquí colgado”.
Luis Enrique Martínez es un chaval poligonero. No es despectivo. Es el nombre del barrio gijonés donde creció a caballo entre los 70 y los 80. Los años del Naval Xixón, de las barricadas en los altos hornos, de los neumáticos quemados a la entrada de los astilleros. De un tipo de vida que fue y que finalizó por obra y gracia de la Unión Europea. Luis Enrique era un chulo, un ‘playu’, uno de esos lideres del barrio que no se achanta ante nadie. Un tipo con lengua viperina, que va de frente y que todo lo sabe. Cuando el Madrid pagó al Sporting 250 millones por su fichaje lo primero que hizo fue comprarse un deportivo rojo. Lo mismo que tantos y tantos hicieron antes y harán después. Pero Lucho hizo algo más. Se encargó de pasar una tarde calle arriba y calle abajo cruzando el Polígono para que todos vieran quien conducía ese Opel Calibra rojo recién estrenado.
No hace falta que me extienda mucho más para explicar quién es. Jugador de Sporting de Gijón, Real Madrid y FC Barcelona. Reconocido entrenador de los azulgranas y seleccionador nacional. Se trata de Luis Enrique Martínez. Persona maleducada, irrespetuosa y soberbia para algunos. Divertida, sincera y graciosa para otros. Para mí, por cierto, encaja mejor con la primera definición. El caso es que Luis Enrique no deja indiferente a nadie. No existen las medianías con él. Pero no es de Luis Enrique de quien voy a hablar en este artículo, aunque parezca lo contrario.
Vamos a hablar de periodismo.
A Luis Enrique le ha dado por hacer de streamer durante el Mundial de Qatar. ¿Qué es un streamer? Es un anglicismo derivado de la palabra ‘streaming’ que consiste en emitir contenido audiovisual en primera persona, sea en directo o grabado, para compartir ideas, entretenimiento u opiniones con quien se desee. Y aquí está la madre del cordero. Es un mensaje entre el que quiere enviar información y el que la quiere recibir sin que exista un intermediario. Sin que exista un periodista.
He aquí el problema. La profesión periodística ha estallado contra la decisión de Luis Enrique. Ya no era santo de devoción de los medios, pero tras lo del streaming menos todavía. Argumentan que es una forma de Luis para cobrarse facturas y para demostrarle a la prensa que es del todo innecesaria necesaria. Os provoco porque me sois inútiles, viene a decir el seleccionador.
La realidad es que la decisión de Luis Enrique obedece a dos circunstancias. La primera es su predisposición a atribuirse el mensaje y ser el foco de los medios para llamar la atención y descargar de responsabilidades a sus jugadores. Cuenta Ronaldo Nazario que cuando le dio por hacerse aquel estrafalario peinado en el Mundial de Corea lo hizo porque la prensa debatía sobre si podría jugar la final tras una lesión muscular durante la semifinal. Fue hacerse aquel esperpéntico triángulo en el pelo y nadie volvió referirse a la lesión. Luis Enrique forma parte de esta estirpe de entrenadores que convoca a una cohorte de legionarios que moriría por el centurión a cambio de recibir por ellos todos los golpes venidos del exterior.
La segunda realidad obedece al hecho de comunicar un mensaje. Lo que hace Luis Enrique es, con perdón de la expresión, más viejo que cagar. Se llama comunicación corporativa. Desde que Julio César escribiera en primera persona su crónica sobre la invasión y toma de la Galia por parte del ejército romano hasta que en tiempos presentes a Hugo Chávez le dio por formar su propio programa de televisión bajo el nombre en ‘Aló Presidente’, la comunicación corporativa se basa en controlar el mensaje que queremos transmitir a nuestros clientes (nuestro público). Es lo que hacen las empresas, tanto de forma interna como externa, pero también los particulares, desde el mismo momento en que ellos tienen conciencia por sí mismos ser un hecho noticiable.
Si bien la comunicación corporativa es antigua, el hecho de que un individuo actúe por sí mismo sin la existencia de filtros de forma masiva es reciente. Se debe a la popularización de las redes sociales y a los diferentes canales surgidos gracias a internet, pero también a la existencia de representantes e ingresos ajenos a la práctica deportiva que han convertido al deportista en una empresa. Mientras los deportes minoritarios y los deportistas semi anónimos buscan desesperados a la prensa para contar su relato y obtener visibilidad, una centena de deportistas de élite renuncian a los medios tradicionales sabiéndose poseedores de la potestad de poder controlar el relato y así poder comunicarse con sus seguidores sin intermediarios.
Ese es el quid de la cuestión. El intermediario. Esa es la labor del periodista. Filtrar, interpretar, analizar y transmitir la información al receptor para que este tome sus propias decisiones. Y son dos partes irremplazables e interconectadas. El periodista tiene que coger ese bruto, ponerle forma y a partir de ahí transmitir una idea. Pero ojo. El receptor no debería tomar la palabra del periodista como la palabra de Dios, sino aceptarla y compararla con otras interpretaciones y después tomar una decisión propia.
Esa es pues la función del periodista. La de masticador de la realidad. El receptor no tiene por qué saber de todo y, aunque tenga acceso prácticamente ilimitado a cualquier información a través de la red, ni tiene tiempo para consumirlo todo ni tiene capacidad analítica para interpretar todo lo que le llega. Es por eso que la labor del periodista ni ha desaparecido ni va a desaparecer, porque sin periodista no existe interpretación alguna.
El problema es que el periodista, los medios y la profesión en su totalidad hace tiempo que han dejado de practicar el periodismo. ¿Qué diferencia hay entre en una rueda de prensa y un directo de Twitch? Ninguna si las preguntas están teledirigidas. ¿Qué valor tiene una comparecencia sin preguntas? ¿Qué valor tiene una hagiografía, una entrevista en la que solo hay baño y jabón? No hay entrevistas incisivas, no hay denuncia, no hay investigación. Todo es griterío, espectáculo y oda al deportista. No existen los ataques con fundamento ni la denuncia como sustento.
¿Qué Luis Enrique es streamer? De puertas afuera hay crítica e indignación por la falta de respeto contra la profesión. De puertas adentro es la felicidad absoluta. Cuantas más plataformas, mejor. Cuanto más se hable, más fácil es rellenar parrillas informativas. Twitch no da información, pero da titulares. Los primeros que siguen a Luis Enrique son aquellos que lo critican. No existe forma más sencilla de conseguir contenidos. Podemos saber lo que piensa, cuál es su estado de ánimo, como está la moral de los jugadores, que sucede en la concentración…
A la hora de publicar este artículo España está a las puertas de disputar los octavos de final del Mundial ante Marruecos. De cómo y hasta donde llegue la selección influirán las críticas a Lucho. Una de las más recurrentes es que el deportista metido a streamer (Luis Enrique en este caso) pierde el tiempo con estos asuntos en vez de centrarse en su trabajo. No obstante, ¿no es tan cierto que la hora y media que pasa Luis Enrique como streamer la hubiese pasado en otros tiempos entrando en directo primero en la COPE, luego en la SER, después en Onda Cero, más tarde en RNE y para acabar en Radio Marca? ¿Si las cosas van mal, lo criticarán? Claro. ¿Y si no lo hiciera? Seguro que también.
Así visto parece que el deportista que decide ser su propio medio de comunicación tiene todas la de ganar. Pero no es oro todo lo que reluce. Iniciar una fuente de preguntas abiertas a todo el mundo obliga a contestar a todos, algo imposible por gustos (haters) o por tiempo. Y, sobre todo, abre un melón informativo en el que todo vale. Si el Luis Enrique de turno permite que el internauta le pregunte sobre su mujer, sobre lo que come, sobre sus vacaciones, sobre el sexo entre su hija y su yerno, o sobre si es hijo de Amunike, da carta blanca al periodista para abrir un melón peligroso en el que se le pueda preguntar lo que se quiera. Decidir exponer tu vida privada al público por decisión propia legitima al periodista a meter las narices en el asunto.
Y ese es un punto de no retorno.
No sabemos si Luis Enrique seguirá como seleccionador después del Mundial. Como dije hace unas líneas dependerá de lo que pasé los próximos días. Pero haga lo que haga en el futuro lo que es seguro es que seguirá haciendo el cabra. Y como él tantos y tantos que reniegan de los medios para transmitir su mensaje. Es legítimo y hasta es beneficioso para el periodista porque tiene más material que comunicar. Pero es peligroso tanto para la profesión como para el receptor. Que el receptor no sea consciente de ello es razonable. Que el periodista no sea capaz de hacer entender al receptor de la importancia de su trabajo es decepcionante. Pero que ni los periodistas ni los medios no sean capaces de ejercer de informantes es humillante e indignante para la profesión.
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