Múnich 72: Operación Ikrit
Era la madrugada del 5 al 6 de septiembre de 1972. Hace ahora cincuenta años. El verano daba sus últimos coletazos y el clima invitaba al paseo nocturno. Se acercaban las cinco de la mañana cuando unos cuantos componentes de la delegación estadounidense volvían a la Villa Olímpica. Habían estado explorando la noche muniquesa, disfrutando de la exuberancia de la juventud y de los galones que le permitían su estatus de deportistas olímpicos. Entre risas y un par de copas de más se toparon con otros ocho chicos. No hablaban inglés, pero portaban bolsas de deportes y vestían con chándales, por lo que estaba claro que eran deportistas. No dudaron en ayudarles a saltar la valla que separaba el complejo olímpico del resto de la ciudad para que pudiesen volver a sus habitaciones.
Una vez adentrados en los pasillos que conducían a los apartamentos, los ocho desconocidos se acercaron al lugar donde descansaban los miembros de la delegación israelí. Se trataba de una delegación minúscula que ni ganó medalla en Múnich ni la había ganado nunca, y que no ganaría su primera presea hasta Barcelona 92. El caso es que aquellos ocho jóvenes se quitaron los chándales, se pusieron una ropa un tanto estrafalaria y sacaron de las bolsas de deportes diferentes objetos.
Fusiles semiautomáticos, pistolas y unas cuantas granadas.
El primero en caer fue Moshé Weinberg, entrenador de lucha del conjunto israelí. No fue solo el primero en caer, sino que se convirtió en héroe involuntario permitiendo que un total de 17 atletas lograsen escapar. Weinberg estaba despierto, preparando unas tostadas en la cocina. Al escuchar alboroto en el pasillo se acercó a la puerta y, cuando vio que alguien la abría, se abalanzó sobre la madera para impedir que la traspasasen. Poco podía hacer él sólo ante aquellos terroristas que usaban sus fusiles como palanca para acceder al interior del apartamento. Los gritos despertaron a Yossef Romano, quien consiguió arrebatar una pistola a uno de los asaltantes, pero resultó muerto de un disparo. A Weinberg también le pegaron un tiro, pero aun vivo fue obligado a conducir a los terroristas a los otros apartamentos. Weinberg los dirigió expresamente al recinto donde estaban los atletas de boxeo o de lucha, ya que pensó que al ser estos los más fuertes podrían reducir a la fuerza a los terroristas.
Fue en vano.
Todos estaban durmiendo. No opusieron resistencia. El único que lo hizo fue Weinberg, quien fue acribillado a balazos.
Hasta nueve atletas fueron tomados como rehenes. Pertrechados en el edificio, a las 6:00 de la mañana los asaltantes lanzaron por una ventana unos papeles con sus demandas. Si al cabo de tres horas no se cumplía con lo solicitado se acabaría con la vida de uno de los rehenes. Si pasasen otras tres horas más, se perpetraría la muerte de un segundo israelí. Y así hasta acabar con los nueve secuestrados. El comando solicitaba la liberación de 234 prisioneros palestinos alojados en cárceles israelíes, así como la de los alemanes Andreas Baader y Ulrike Meinhof, encarcelados en tierras germanas como miembros fundadores del RAF (Fracción del Ejército Rojo).
Los asaltantes decían hablar en nombre de la organización terrorista palestina Septiembre Negro. La maniobra en cuestión fue bautizada como ‘Operación Ikrit’.
Desde mediados de la década de 1960 los grupos terroristas campan a sus anchas por buena parte de Occidente. En gran medida es una respuesta cultural a un mundo nuevo, totalmente distinto al conocido hasta entonces. Por vez primera en la historia los hombres no tienen que perder su juventud en campos de batalla y por vez primera las mujeres son quienes de decidir su futuro por sí mismas. La sociedad de consumo ensancha sus objetivos a las clases media y apuesta por la juventud como reclamo, en una tendencia que ha llegado a límites insospechados en la actualidad y en la que no se vislumbra fin. La adolescencia ya llega hasta los 50 años y la vejez ha sido denostada.
Esa juventud se rebela ante todo aquello que sus padres y los padres de los padres de sus padres conocían. La cultura popular, comandada por la música, el cine y el deporte desbanca con rapidez a la tradición, el orden o la religión. Los cambios son rápidos y por lo general pacíficos, teniendo como cénit el llamado ‘Mayo del 68’. No obstante, hay grupos de jóvenes que quieren cambiar la forma de entender el mundo y apuestan por la violencia para cumplir con sus objetivos. Para ellos el sistema vigente está muerto y sólo a través de las armas podrán purificarlo. La inmensa mayoría de estos grupos serán marxistas y beberán de la utopía comunista para justificar sus crímenes, aunque algún otro abrazará la extrema derecha para reivindicar el orden tradicional. Lo cierto es que izquierda y derecha no forman una línea, sino más bien un círculo en el que los extremos acaban tocándose.
Entre esos muchos grupos que aterrorizan el mundo occidental destacan el IRA (Irlanda), las Brigate Rosse (Italia), Rote Armee Fraktion (Alemania Federal) o ETA (España), que comenzó a matar antes de que España se convirtiese en una democracia. Todas ellas mantenían lazos con los diferentes grupos armados de Oriente Medio que veían (y ven) la creación del Estado de Israel como una imposición de Occidente de la que no fueron consultados.
Desde que buena parte de Palestina se convirtió en Israel en 1948 como un intento de las democracias occidentales para resolver el conflicto judío y de paso limpiar sus conciencias sobre el Holocausto, la zona se ha visto alterado por continuas guerras, atentados y diferentes escaramuzas. En 1967 los israelís conformaron una de las campañas militares más espectaculares de la era moderna al derrotar a una coalición liderada por Egipto en apenas seis días. Ocuparon Gaza, Cisjordanía, los Altos del Golán y buena parte de Jerusalén. Más de medio siglo después esos territorios siguen en disputa y sin acuerdo internacional satisfactorio para su resolución.
Es entonces cuando tienen el germen la mayor parte de los grupos terroristas de Oriente Medio. De hecho, esas masacres a objetivos civiles y su poder sobre el petróleo, que tendrá su primer golpe de efecto en la crisis de 1973, conseguirá que Occidente tenga que mediar y buscar un equilibrio entre judíos y árabes por su propio interés.
Uno de esos grupos terroristas palestinos es Septiembre Negro. Fundado en 1970, reivindica la existencia del Estado de Palestina y la expulsión de los judíos. Forma parte de los grupos controlados por la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) una coalición política y paramilitar dirigida por Yasir Arafat que tiene como objetivo la destrucción de Israel. Tiene lazos con la RAF, también conocido como la Banda Baader-Meinhof, en honor a sus dos fundadores, un par de chicos que pretendían derrocar el capitalismo en Alemania a través de una guerra de guerrillas.
Pero esta realidad no era más que un pequeño apéndice de un entorno sumido en la más absoluta felicidad. A la altura de 1972 Europa cabalgaba a gran velocidad por una era de gran prosperidad. Tras el fin de la II Guerra Mundial, el Viejo Continente sumaba dos décadas de increíble crecimiento económico. La locomotora de Europa era la hasta hace nada demoniaca Alemania. Concretamente la RFA, la parte Occidental de un país que había sido amputado, pero que no expresaba la menor queja por esa mutilación. En 1966 el COI seleccionó a Múnich como sede de los Juegos Olímpicos de 1972 y el país se preparó a conciencia para demostrarle al mundo que el nazismo era agua pasada.
El lema de aquellos Juegos era la felicidad. Se creó el inmenso Oympiapark con su fascinante cubierta de metacrilato, se apostó por vez primera por el reciclaje y destacaron Mark Spitz, Laase Viren u Orga Korbut.
Sin duda uno de los momentos cumbres tuvo lugar en la ceremonia de inauguración cuando la delegación israelí dio la vuelta al estadio olímpico bajo el atronador aplauso de 80.000 alemanes. Había sido Múnich la cuna del nazismo, el lugar donde Hitler había dado un golpe de Estado fallido en 1923. Y no había atleta israelí allí presente que no tuviese un familiar que no hubiese perecido en un campo de exterminio construido con el beneplácito de muchos de los padres de los que hoy estaban allí aplaudiendo tranquilamente sentados.
No es de extrañar pues que el secuestro de aquellos atletas israelís y la toma de la Villa Olímpica por parte de los terroristas causaran un shock mundial. Era una bomba mediática de la que todo el planeta se hacía eco. Millones de personas contuvieron la respiración durante horas. Y que fuese en Alemania, y que las víctimas fuesen judías, lo convertirían en algo catártico para la opinión pública germana.
Un terrorista, con la cara untada de betún y sombrero, se erigió en portavoz de los asaltantes. Se hizo llamar a si mismo Issa y se encargó de negociar con el ministro de interior alemán. Hans-Dietrich Genscher, que así se llamaba, prometió a Issa una suma de dinero e incluso intercambiar su vida por la de los secuestrados, pero todo intento fue en vano. De hecho, resultó contraproducente, porque a juicio de los palestinos era una muestra más de la simplista retórica capitalista para resolver los problemas. Lo único que se consiguió fue alargar el límite de la respuesta hasta las 12:00 a.m.
Mientras todo esto sucedía medio mundo desayunaba con las imágenes del asalto. Casi tres décadas después de la caída del nazismo, Alemania se presentaba ante el mundo como garante de la paz y como país ferozmente opuesto a los nacionalismos. Deliberadamente las medidas de seguridad en los Juegos eran laxas y relajadas y los símbolos nacionales se mostraban a cuenta gotas. La idea era que todo deportista, periodista y visitante no asociase bandera o uniforme con un pasado del que querían escapar.
Pronto se iba a demostrar que las decisiones tomadas habían sido erróneas.
Poco después de las 11.00 Golda Meir, por entonces primera ministra de Israel, declaró tajantemente que no negociaría con terroristas. Israel daba carta blanca a los alemanes para tratar de liberar a los rehenes con todos los medios a su alcance. El negociador y jefe de policía de Múnich, Manfred Schreiber, consiguió alargar la hora límite hasta las 15.00 horas al anunciar a Issa que Baader y Meinhof, los cabecillas de la RAF, habían sido liberados y que se seguía negociando con el gobierno de Israel. Parcialmente satisfechos los asaltantes solicitaron comida para unas 20 personas.
Varios policías se disfrazan como cocineros y agachan armas en medio de la pitanza con la intención de subir a las habitaciones, pero Issa les exhorta a dejar la comida en el suelo y marcharse de allí bajo amenaza. El engaño no surte efecto y ahora los asaltantes saben que están siendo burlados. Uno de los policías es cosido a balazos. En ese momento todo está a punto de estallar, pero el repentino anunció del COI de cancelar los Juegos Olímpicos devuelve la calma a los terroristas. No hay televisión ni radio en el planeta que no hable de Septiembre Negro y de la causa palestina. Al menos uno de los objetivos se ha conseguido.
Alrededor de las 16:30 más de 70.000 personas rodeaban la Villa Olímpica mientras Issa y sus compadres hacían la señal de la victoria desde la azotea del edificio ocupado. Es entonces cuando Genscher ejecuta el mayor de los errores. Se decide acometer un asalto armado al edificio formado por un escuadrón de 38 miembros de la policía germana. Mal preparados e inexpertos, los policías visten ropa deportiva y se instalan en las azoteas de los edificios adyacentes. El ejército no puede participar en el asalto porque tiene prohibido operar en tiempos de paz debido a las sanciones derivadas de la II Guerra Mundial.
A nadie se le pasó por la cabeza romper esa estúpida restricción.
Total, que el asalto fue un rotundo fracaso. Entre la multitud agolpada, que con sus gritos anunciaban los pasos dados por la policía, y que todo estaba siendo retransmitido por televisión, con lo cual Issa y sus compinches seguían segundo a segundo los acontecimientos, la operación fue cancelada en el último instante. Los policías debieron bajar del edificio entre las risas de los terroristas.
Si bien los alemanes daban palos de ciego, los terroristas también sabían que su suerte ya estaba echada. A escasos minutos del fin del plazo se llegó a una solución de compromiso. Los guerrilleros y los rehenes serían trasladados en helicóptero a una base área cercana a Múnich para luego viajar en avión a Egipto. Allí, en El Cairo, en territorio amigo, los terroristas se comprometían a liberar a los rehenes a cambio de que en el plazo de un mes fuesen liberados media centena de palestinos, supuestamente, injustamente encarcelados.
Previamente al traslado, Genscher exigió ver a los rehenes. Según dijo impresionaba la tranquilidad aparente de aquellos israelís de ojos perdidos que yacían sentados apoyados en un pared mientras el cadáver frío y la sangre seca de Weinberg regaba el suelo.
El plan consistía en atacar a los terroristas en el trayecto de unos 200 metros que los llevaría junto a los rehenes hasta los helicópteros. Issa exigió inspeccionar el camino y utilizó para ello a un par de rehenes como escudos humanos. Nervioso, uno de los policías que espera oculto detrás de un coche aparcado tropieza. El ruido alerta a los terroristas que vuelven sobre sus pasos para atrincherarse en los apartamentos.
En esos momentos la angustia se agigantaba mientras el mundo contenía la respiración a través del televisor. Los palestinos exigieron entonces un autobús para recorrer el escaso trayecto. Por entonces ya eran las 22.00 horas y por supuesto los terroristas demandaron que el vehículo estuviese vacío e inspeccionarlo antes de subirse a el y poner sus vidas en juego.
Hubo que pasar a un nuevo plan. En la base aérea esperaba un grupo de francotiradores dispuestos a matar a los terroristas en cuanto los dos helicópteros aterrizasen. Había un tercer helicóptero en el que viajaban los negociadores y varios policías que estarían esperando órdenes. Mientras, un Boeing 727, que pretendía viajar a El Cairo, estaba integrado por cinco policías armados que ejercían de improvisados miembros de Lufthansa.
El caso es que cuando los palestinos subieron a los helicópteros se pudo comprobar que los terroristas eran un total de ocho. Los francotiradores jamás llegaron a recibir esa información. Genscher había transmitido que no eran más de cuatro o cinco los que había visto al visitar a los rehenes. Para añadir un error más a la cadena de despropósitos, ninguno de los supuestos francotiradores era tal. Ninguno era militar por las restricciones a las que nos referimos párrafos atrás. Eran policías que habían sido seleccionados porque les gustaba practicar tiro los fines de semana. Tres se instalaron en el techo de la torre de control y otros dos se escondieron en tierra. Ninguno tenía equipo protector, radio, ni visor nocturno.
Y ya era noche cerrada. Las 22.30. Ya eran más de 18 horas de tensión acumulada.
Al momento de aterrizar los helicópteros, los miembros de Septiembre Negro tomaron como rehenes a los pilotos de los aparatos para acercarse con paso firme al Boeing. En ese momento los policías que hacían de tripulación del avión decidieron desdecirse de su juramento de honor y abandonaron el aparato. La incredulidad de la jefatura alemana era semejante a la de los palestinos que, al ver que el avión estaba vacío, pensaron que les habían engañado, por lo que corrieron de vuelta a los helicópteros.
Fue entonces cuando los francotiradores abrieron fuego. Y se desató el pandemónium. El cielo se ilumina de llamas y el humo recorre el horizonte. Trepidar de motores, sirenas y ráfagas de ametralladoras. En el intercambio de golpes, dos terroristas fallecieron así como un policía alemán. Los pilotos de los helicópteros consiguieron huir, pero no así ninguno de los rehenes israelís atados de pies y manos. Al cabo de unos minutos llegaron refuerzos por tierra e Issa, viendo que todo estaba perdido, fusiló a todos los rehenes. Después lanzó una granada en el interior del helicóptero y corrió por la pista de aterrizaje.
Fue masacrado.
Once atletas (nueve en el aeropuerto), un policía alemán y cinco terroristas palestinos fallecieron ese día. Los otros tres miembros de Septiembre Negro fueron capturados vivos. Los tres pasaron a ingresar en una cárcel de máxima seguridad teutona y tan solo una semana después la RFA creaba el GSG9, la unidad antiterrorista alemana. Los cadáveres de los otros cinco palestinos fueron enviados a Libia donde recibieron un funeral de héroes. Apenas un par de meses después Septiembre Negro secuestró un vuelo comercial de Lufthansa y exigió la liberación de los tres terroristas encarcelados para evitar el siniestro del avión.
Los mandos alemanes accedieron a todas las peticiones de los terroristas sin consultar a las autoridades israelís.
Israel sigue clamando en la actualidad por la incompetencia alemana a la hora de resolver el conflicto. El Mossad (servicio de inteligencia israelí) fue advirtiendo a los alemanes de los diversos fallos cometidos en la operación y todos sus consejos fueron rechazados. Tanto el ministro Genscher como el jefe de policía muniquesa Schreiber habían sido miembros del partido nazi y habían combatido en la II Guerra Mundial. Ninguno fue cesado de su cargo tras el fiasco de la operación de rescate. Para los israelís los alemanes no hicieron lo suficiente para salvar la vida de aquellos once atletas judíos.
Así que decidieron hacer la justicia por su cuenta. Golda Meir ordenó al Mossad que pusiera en marcha la operación ‘Cólera de Dios’. Se buscó y asesinó a los tres supervivientes, así como a decenas de activos terroristas y miembros de la OLP. Se bombardearon objetivos civiles en Siria y Líbano argumentando que ocultaban bases militares propalestinas y todo concluyó con una breve guerra en octubre de 1973 cuyo resultado, más allá de los muertos, fue el que los países árabes descubrieron que a través del petróleo podían fagocitar a Occidente y a Israel a su antojo.
Pero volvamos a Múnich. Al 6 de septiembre de aquel año. Los Juegos Olímpicos estaban cancelados.
Pero solo momentáneamente.
Se realizó una ceremonia de conmemoración al día siguiente ante 80.000 espectadores y 3.000 atletas, pero nunca un funeral oficial. Los familiares de las víctimas llegarían a pedir la construcción de un monumento conmemorativo, pero el COI tendría siempre un no como respuesta. La única muestra del duelo del COI fue izar a media asta la bandera olímpica hasta el fin de los Juegos. El COI, como organización independiente, prefirió no significarse políticamente. “Los Juegos deben continuar”, fueron las polémicas palabras del estadounidense Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional.
Fueron los últimos Juegos de Brundage, quien falleció tres años más tarde. Fue un feroz defensor del amateurismo, un racista empedernido al que desagradaba la proliferación de atletas de raza negra en su país y un defensor de la excelencia de los Juegos de Berlín de 1936 y la perfección organizativa de los nazis. Ese fue el hombre que dijo aquello de “los Juegos deben continuar”. El mismo hombre que meses más tarde se casó con una princesa alemana mucho más joven que él y que fallecería poco después en Garmish, una localidad no muy lejana de Múnich y su desgraciada Villa Olímpica, de la base aérea de Fürstenfeldbruck donde la sangre corrió a raudales una noche de septiembre, y tampoco no muy lejos de Berchtesgaden, donde Adolf Hitler tenia su búnker de verano, el fastuoso ‘Nido del Águila’.
“La violencia engendra violencia”. Evangelio de San Mateo 26:52.
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