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Lorenzo Brown

El martes 5 de julio de 2002 el Boletín Oficial del Estado publicaba que Lorenzo D’Ontez Brown era español por carta de naturaleza, un procedimiento excepcional que permite otorgar la nacionalidad española regulada por el artículo 21 del Código Civil español. Lorenzo Brown nació en Roswell, una ciudad del Estado norteamericano de Georgia el 26 de agosto de 1990. Hasta hace unas semanas nunca había pisado España. No va a descubrir una cura para el alzhéimer, ni conoce un método para crear lluvia artificial, ni es un erudito que sabe cien idiomas, ni sabe detener la inflación ni va a acabar con la prostitución, las drogas y el hambre en el mundo.

Es un jugador de baloncesto.

Pero ni siquiera es el mejor jugador de baloncesto. Ni uno de los mejores. Ni siquiera uno de los mejores entre los menos mejores. No es quien de llenar pabellones por sí mismo. Sus habilidades no son capaces de alegrar la vida de miles de personas. De hecho, sus destrezas, aun siendo muy notables, no son representativas de lo que el cuerpo humano puede lograr en su máxima expresión.

Lorenzo Brown no tiene que ser la reencarnación de Einstein. Ni se le pide. Pero “un procedimiento excepcional” se tiene que dar a quien es excepcional en su trabajo. Un deportista excepcional es tan importante como el erudito que sabe cien idiomas o el científico que descubra la cura para el alzhéimer. Lo es porque a través de sus actos vuelve acertada una vida anodina, crea vínculos e ilusiones sociales, construye un relato común que se traslada de generación en generación y muestra la excelencia del cuerpo humano a través de una perfecta unión entre el físico y la mente.

Pero es que Lorenzo Brown no es excepcional. Nada excepcional.

Lorenzo Brown no quiere líos por su polémica nacionalización: "No entro en  políticas, yo juego al baloncesto"
El marrón de Lorenzo

Cuando en 1935 la selección española de baloncesto juega el primer partido de la historia en el Europeo de Suiza lo hará con cuatro extranjeros en sus filas. Serán los hermanos cubanos Emilio y Pedro Alonso, el costarricense Rafael Ruano y el salvadoreño Rafael Martin. Aquellos cuatro hombres ayudaron a que España se proclamase subcampeona de Europa. Pero todos ellos tenían fuertes vínculos con España. Todos eran hijos de españoles.

En 1984 España conseguiría otra histórica medalla de plata, en este caso en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. En aquel conjunto formaba el argentino Juan Domingo de la Cruz. Hijo de españoles, ‘Lagarto’ De la Cruz nació en Sudamérica antes de pasar 21 años de su carrera en tierras hispanas. También estuvo toda su vida deportiva en España Chicho Sibilio, quien, tras debutar a los 17 años con la selección dominicana, tuvo que esperar tres años antes de hacer acto de aparición con España, camiseta que defendió en 87 ocasiones. Con ellos dos coincidiría José Aleksandrovich Biriukov. Su madre había sido una de esas niñas vascas que había sido enviada a Moscú en tiempos de la Guerra Civil. Chechu Biriukov llegó a jugar 22 partidos con la Unión Soviética antes de firmar 57 internacionalidades con España.

También existen deportistas que hicieron carrera en España pero que ni por idioma ni por antepasados tenían vínculo alguno con el país. Son los casos de Mike Smith en los 90 y de Chuck Kornegay o Johhny Rogers a inicios de siglo. Éste último, californiano, se casó con una española y se asentó en Valencia donde reside feliz, pero nunca fue perdonado por la opinión pública al quitarle el puesto a un imberbe Pau Gasol en los Juegos de Sidney. Más conocidas fueron las nacionalizaciones de Wayne Brabender y Clifford Luyk en los años 60. Ambos pasaron a ser españoles al poco de aterrizar en España, pero ambos echaron raíces y aquí siguen desde entonces. Uno y otro siguen estando en el Top-10 de los jugadores con más puntos anotados en la historia de la selección (Brabender fue MVP del Eurobasket 1973).

Mas recientes para el aficionado moderno son los casos de Serge Ibaka o Nikola MIrotic. Son dos casos coetáneos y que reflejan la laxidad de fronteras fruto de la globalización. Nacido en el Congo, Ibaka llegó de adolescente a España donde se formó como jugador. El grueso de su carrera se ha labrado en Estados Unidos, pero decidió representar a España declinando la oferta del Congo. Nikola MIrotic nació en Montenegro. No pasó hambre de niño ni pretendía buscar una vida mejor. Simplemente fue captado como infante por el Real Madrid y sus padres decidieron que era lo mejor para él. Al igual que Ibaka tuvo dos selecciones para escoger, y decidió hacerlo con España. Su caso es similar al de Luka Doncic, aunque éste último resolvió defender los intereses del país que lo vio nacer. Otros, como el griego Antetokoumpo, son griegos con todas las de la ley, aunque ese físico privilegiado y ese apellido tan poco helénico hubiese permanecido en el anonimato si los padres de Giannis no hubiesen dejado Nigeria en busca de la prosperidad en la vieja Europa.

$70M Giannis Antetokounmpo announced he and his brothers will represent  Greece and left Nigerian National Basketball Team in dismay - The SportsRush
Los cuatro hermanos Antetokoumpo

Lorenzo Brown pertenece a otra estirpe. A una en la que no hay casuística ni nexo de unión alguno con el país. No es situación común, pero si existente en otras latitudes. El estadounidense Bo McCalebb ayudó a que Macedonia llegase a semifinales del Europeo de 2011 sin haber residido ni haber jugado en la antigua república yugoslava. El también norteamericano Anthony Randolph puede presumir de ser campeón de Europa con el Real Madrid y campeón de Europa de selecciones defendiendo los intereses de Eslovenia, sin haber jugado jamás en el país donde nació Luka Doncic.

El mismo día en que en España nacionalizaba a Lorenzo Brown, en Francia se hacía lo propio dando pasaporte galo a Joel Embiid. Nacido en Camerún, Embiid ha sido el primer jugador extranjero en liderar en anotación una temporada en la NBA y la campaña pasada acabó segundo en la votación por ser el MVP de la competición. El caso de Embiid se asemeja más a la del “procedimiento excepcional” en busca de un bien mayor y de interés común. Y aun así a Embiid se le puede rebuscar una relación peregrina con su nuevo país a través del idioma, las costumbres o de la amplísima colonia camerunesa que reside en Francia. No en vano entre 1889 y 1960 el territorio de Camerún perteneció al Imperio Francés.

No es una situación ajena en Europa, pero no por ello es ética o correcta. El vivero de Estados Unidos es capaz de aportar jugadores al mundo a la misma velocidad que Henry Ford lo motorizaba. Otros nueve jugadores estadounidenses estarán en el Eurobasket. Los hay como Shane Larkin (Turquía) o Tyler Dorsey (Grecia), quienes han tenido la decencia de jugar en sus países de adopción. Otros como Dee Bost (Bulgaria), Thad McFadden (Georgia), AJ Slaughter (Polonia) o Mike Tobey (Eslovenia) ni han llegado a esos mínimos de decencia.

Repito. No es situación ajena, pero no por ello es ética o correcta.

La nacionalización exprés de Lorenzo Brown es una incongruencia y un sin sentido que habla más de los dislates del poder que de lo que a una realidad deportiva se refiere. Otorgar residencia a un semiconocido jugador de baloncesto para conceder mayor poderío de forma circunstancial a la selección por un capricho del seleccionador es una tropelía vergonzante. Es una gota en un mar, pero es una gota que muestra a la perfección cuan alejados están los representantes del pueblo de ese pueblo al que dicen representar.

Siempre ha existido un hilo del que tirar. Hasta cuando en los 60 el fútbol español se llenaba de oriundos se rebusca un abuelo o un bisabuelo emigrante para poder darle nacionalidad a los Lobo Diarte, Roberto Martínez y compañía. A otros como Kubala o Puskas se les daba la nacionalidad por aquello de ser refugiados políticos, por escapar de las garras del comunismo. No era mucho, pero era algo. Con Lorenzo Brown no hay nada que se pueda rascar.

Son millones los inmigrantes que residen en España y cientos de miles los que lo hacen sin papeles. La gran mayoría latinoamericanos, con los que hay un convenio de preferencia por aquello de la madre patria, y aun así toca esperar un par de años antes de poder jurar la Constitución. Y ni siquiera hablo de currelas. Vinicius, jugador del Real Madrid, lleva cuatro años residiendo y trabajando en España, cumple con los requisitos legales y aún no ha le han dado la nacionalidad española. Dudo mucho que Lorenzo Brown sea más conocido que Vinicius Junior, y no hablemos ya del poder legal, político o mediático que podría ejercer el Real Madrid.

Lorenzo Brown no es español por mucho que jurase la Constitución en un despacho de Atlanta a miles de kilómetros de la Península Ibérica. No lo es, ni nunca quiso serlo. Otros llegaron en patera arriesgando sus vidas para conseguir unos papeles que les devolviesen la dignidad. Lorenzo Brown ha sido una inocentada de Scariolo y Garbajosa que elevaron su petición a unas instancias superiores para recorrer a la velocidad del rayo unos trámites hasta que el papel fue firmado por la ministra de Justicia en, teoría, por el bien de la Nación.

La selección española tiene un jugador más. Quizás anote una canasta decisiva o haga una defensa definitoria y gracias a él España logre una medalla. Quizás. Pero la sensación de agravio comparativo y de bochorno es inaudita.

En tiempos donde los equipos son una especie de ONU con pantalones cortos, las selecciones nacionales se baten por garantizar una idea común en el imaginario colectivo. No es una cuestión de sentir los colores, besar la bandera o defender el orgullo de una nación. Eso son simplezas superfluas. Es una cuestión de identificarse con una serie de chicos que tienen un pasado, un presente y un futuro común y un acervo cultural similar. Quizás ninguno de nosotros sea Rudy Fernández, pero en algún momento de nuestras vidas hemos desayunado la misma marca de leche que él, compramos su misma ropa, fuimos a un colegio parecido, vimos los mismos dibujos en la tele, escuchamos la misma música, estudiamos las mismas asignaturas, jugamos a los mismos juegos, sus padres serán igual de pesados que los nuestros, votamos en colegios electorales similares, celebramos las navidades con el mismo tipo de familia que la nuestra y sus preocupaciones, más allá de lo que el dinero y el deporte profesional conlleva, son similares a las de cualquiera de nosotros.

Pocos españoles coincidirán en la misma rutina de vida con el bueno de Lorenzo Brown.

Lo que ha hecho la selección española de baloncesto es despreciar con nocturnidad y alevosía a una serie de jugadores que sen han batido (y se baten) en las famosas ventanas de clasificación. Chicos que, en ausencia de los mejores, luchan por un bien común. Deportistas que igual no rayan en la excelencia, pero que cumplen con aquello que se pide a los que forman parte de un combinado nacional deportivo.

Ser los mejores en su especialidad y se merecen representar a su país. Algo que Lorenzo Brown, con pasaporte o sin él, no se merece.

Ojalá lo llegue a merecer hacer algún día.

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4 commentarios

  1. Adrian

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    Responder

    Espectacular artículo!! Bravo!!

  2. Ismael Navas Segovia

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    Vaya metedura de pata, según lo iba leyendo me daba vergüenza continuar. Supongo que habrá otro artículo reconociendo el error y pidiendo perdón.

    • Gerardo Vázquez Morandeira

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      Ante todo, gracias por el comentario. Toda crítica es constructiva.

      Creo que no hay nada que rectificar. La opinión sigue siendo la misma. Sigo considerando que nacionalizar a una persona que jamás ha pisado el país no es ético cuando hay millones de personas que llevan años trabajando en España y aun no tienen papeles. Pero la misma opinión que tengo de Brown, la mantengo con Dorsey (Grecia) o Slaughter (Polonia) por citar dos ejemplos.

      Sigo creyendo que Lorenzo Brown no es un baloncestista excepcional. De hecho de no haberse lesionado Ricky Rubio y si Sergio Rodríguez hubiese aceptado jugar con España a nadie se le habría pasado por la cabeza nacionalizarlo.

      Pero dicho esto, tampoco me importa decir que el rendimiento de Brown ha sido muy superior al esperado (por mi, y por la inmensa mayoría de críticos y seguidores). Ha hecho un campeonato extraordinario y seria impensable que España hubiese ganado el oro sin su concurso.

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