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El largo adiós de Roger Federer

Fue la Alemania de Otto von Bismarck la que a finales del siglo XIX desarrolló un sistema nacional de pensiones. Era opcional y semiprivado. Pero era algo. A España llegó en 1908, todo gestionado a través de los bancos y las cajas de ahorro. Pero será tras la II Guerra Mundial cuando las pensiones se vuelvan globales y universales. Ahí los pioneros fueron los británicos, creando un sistema que a través del impuesto sobre la renta costeaba la educación, la sanidad y las pensiones. En un contexto de expansión laboral y familias numerosas el sistema nacía con el éxito garantizado. Por vez primera en la historia una persona podía llegar a sus últimos años de vida con la tranquilidad de que no necesitaría trabajar para subsistir. La idea era que, si todo niño debía crecer bajo el paraguas de la felicidad, todo anciano debía dejar este mundo protegido por el mismo paraguas.

Viva alegría. Así define la Real Academia Española de la Lengua (la RAE) la palabra júbilo. De júbilo pasamos a estar jubiloso. Y uno está jubiloso cuando está jubilado. O debería. Pero no siempre es así. Hay gente que vive con más estrés cuando dejan de trabajar que cuando están trabajando.

Se dice que la clave consiste en la planificación. La hay de dos tipos. Primero la del día a día. Decidir cuáles serán tus ocupaciones cotidianas cuando llegue la senectud. Segundo los planes a largo plazo. Los proyectos que uno quiere acometer antes de que la guadaña haga su aparición. Los críticos argumentan que si planear es un error cuando se es joven mucho más lo es cuando el ocaso hace su aparición. Lo real es que planificar es indispensable para tener un proyecto de vida, pero siempre sabiendo que los planes raramente se cumplen. Sin planes no hay ilusión. Pero sin improvisación no hay felicidad. Planificar, replanificar y volver a planificar. Así funciona la vida. Si pensamos que tenemos que comprar en el supermercado para comer el próximo domingo, ¿Cómo no pensar en que hacer los siguientes 10 años de vida? ¿20 años? ¿30 años, quizás?

Los años de estudios y tus prácticas podrían contar para tu jubilación! -
La rueda de la vida

Cuando uno se jubila habitualmente tiene una luna de miel consigo mismo, pero pasadas las primeras semanas hay quien no es capaz de soportar los cambios sociales (y económicos) de la etapa final. El trabajo lo ocupa casi todo, cuando, en realidad, es un tiempo de la vida. Muchas personas son asociadas al trabajo que se desempeñan. Peor aún. Cuando esa persona ha triunfado en su trabajo, su vida es el trabajo. Son militantes de una empresa. Son incapaces de jubilarse porque su estado de felicidad no está en su tiempo libre. Su felicidad es trabajar e intentarán alargar ese momento hasta las últimas consecuencias.

Ese es el caso de Roger Federer.

Roger Federer no ha estado en Londres. Lo que antaño era su jardín ahora es meramente un recuerdo. En 2021 logró avanzar hasta cuartos de final de Wimbledon. Lo hizo favorecido por una organización que lo adora y que le seleccionó un cuadro amable no acorde con su ranking presente. No gana Wimbledon desde 2017. Hace ahora cinco años. Estaba a punto de cumplir 36. A la hora de escribir estas líneas camina hacia los 41. Su última victoria en un Grand Slam fue en Australia en enero de 2018. También tenía 36. En 2021 jugó ocho partidos. En 2022 aún no ha debutado.

Pero Roger Federer no se ha retirado. Se espera que regrese en octubre para disputar el Open de Basilea. Pocos cuentan con que ese sea su último torneo.

Federer se ha ganado a pulso cuando y como irse, pero al decidir alargar de forma interminable su carrera ha humanizado al mito. Lo que en otros podría ser virtud en Federer se torna en defecto. Si hay quien cincela su estatua a base de exuberancia física y superioridad moral, Federer lo hace a base de aptitud, eficacia, calidad y elegancia. El mito de Federer se basa en una bondad indestructible que lo convierte en faro y guía incluso para aquellos que nunca lo han visto jugar. Cuando otros bajan del pedestal carcomidos por el paso del tiempo ganan en moralidad. Para Federer bajarse del pedestal es emborronar una carrera pluscuamperfecta.

Durante un cuatrienio inolvidable (2004-2007) Roger Federer ganó 11 Grand Slams. Son los años en los que el suizo era más grande que el Sistema Solar. Durante la primera década del siglo sólo la relación amorosa de Nadal con Paris hacía que el dominio de Federer no fuese definitorio. Pero no era la retahíla de títulos sino la forma de ganar lo que hacían del suizo algo nunca antes visto.

De Rod Laver hay muy poco material audiovisual. Bjorn Börg es un ídolo intergeneracional, pero al igual que le sucede a Rafa Nadal su tenis sólo está al alcance de superhéroes con raqueta. Jimmy Connors, Ivan Lendl y sobre todo John McEnroe eran una delicia para la vista, pero eran infinitamente más insoportables que Novak Djokovic. Pete Sampras era elegante pero incompleto y frío y André Agassi acumulaba triunfos y fracasos a partes iguales.

Nadie ha tenido la magnificencia de Roger Federer. La capacidad de jugar grandes golpes durante cada punto de cada set. En sus años de gloria Federer dejó una cantidad tal de raquetazos geniales como cualquier otro campeón en toda su carrera y todo, y ahí está el quid de la cuestión, con una naturalidad pasmosa, ya fuese con un agresivo saque y volea o con un golpe desde fuera de la pista en su tan poca querida tierra batida.

La marcha de Federer es dolorosa para el tenis. Porque no solo se acaba un gran campeón. Lo que se acaba es la connotación de un tenis perfecto. Tiene la estética, el repertorio de recursos y ha establecido el listón de la excelencia para generaciones venideras.

Roger Federer da señales sobre su regreso al tenis tras lesión en rodilla
Federer

2011 fue la primera vez en nueve años que Federer no conseguía un Grand Slam. Al año siguiente volvió a ganar en Wimbledon. Era la séptima vez y hacía un total de 17 Grand Slams. Por entonces Rafael Nadal contaba con 11 y Novak Djokovic coleccionaba cinco. El lugar del suizo en el Olimpo de los dioses parecía asegurado.

Aquejado de problemas de espalda anuncia que en 2013 acudirá a torneos seleccionados y aligerará notablemente su calendario. No conseguirá ganar ningún grande. Y lo mismo sucedería en los siguientes tres años. Ni siquiera en su tan querido Wimbledon conseguirá alzarse con la victoria sucumbiendo ante la eficacia y la perseverancia de Novak Djokovic. En 2014 juega un increíble partido en el que acaba pereciendo ante el serbio en el quinto set tras más de cuatro horas de infatigable toma y daca. En 2015 vuelve a caer tanto en Londres como en el US Open estadounidense y ve como la vejez hace su aparición y anuncia un tiempo nuevo.

Se opera de una rotura de menisco de la rodilla. Es la primera vez. Sale del Top-10 de la ATP tras catorce años. Sigue con 17 grandes, pero Nadal cuenta con 14 y Djokovic tiene 12 y viene como un cohete. Cierra el año sin ningún título. Deja de competir en el mes de agosto. Tiene 35 tacos. La retirada planea por su cabeza.

No es así. Resurge. Gana en Australia batiendo en otra épica lucha a Nadal. Gana Wimbledon por octava vez y se convierte en plusmarquista del torneo. Es otro Federer. Más suelto, con un revés ultra definido y que minimiza esfuerzos. Es más lento, pero incluso más grácil. Al año siguiente vuelve a ganar en Australia. Es enero de 2018. Vuelve a ser el número 1 del mundo.

Es el canto del cisne.

Entonces Roger Federer llevaba 20 Grand Slams. Un Nadal ya renqueante con su pie maltrecho sumaba 16 y al cohete Djokovic se le había frenado en los 12 títulos. Se suponía que Nadal ganaría Roland Garros (cosa que hizo) y Federer debería sumar el número 21 en Wimbledon antes de colgar la raqueta y dejar la cosa finiquitada para ser el más grande de todos los tiempos. En cuartos de final se enfrenta al sudafricano Kevin Anderson al que gana 6-2 y 7-5 y llega a tener un punto de partido en el tercer set. Sorprendentemente acaba perdiendo el duelo por 6-2, 7-5, 5-7, 4-6 y 11-13. El resto de la temporada es un fracaso, pero vuelve a sacar su clase al año siguiente para matar a Nadal en semifinales y plantarse en la final de Wimbledon donde cae ante Djokovic en cinco horas y tras desperdiciar dos bolas de partido en la que, ahora sí, parece la última oportunidad.

Ahí sí que la suerte de Federer está echada. Cuenta con 20 grandes. Nadal, con cinco años menos, tiene 18 y Djokovic suma un total de 16 con seis años menos. A partir de ahí se acumulan los despropósitos. Lesión en la ingle, segunda intervención en la rodilla y pandemia del coronavirus. Camino de los 40 se anuncia una retirada día tras día.

Pero no se produce.

Vuelve. Juega un torneo y queda eliminado. Juega otro y se retira lesionado. Se vuelve a operar del cartílago tras perder en Wimbledon, donde compite con una visible cojera, con el semidesconocido Hubert Hurkacz que le endosa un rosco. Algo inimaginable. Algo humillante. Pero sigue sin anunciar su retirada. Y mientras Nadal y Djokovic siguen ganando.

Hace hoy justo 365 días de aquella derrota. Roger Federer lleva un año entero sin pegar un raquetazo. No está oficialmente retirado. Pero como si lo estuviera. En agosto de 2021 anunció que volvería a pasar por el quirófano para operar su maltrecha rodilla. Era su tercera operación en la misma articulación en 18 meses. Acababa de llegar a la cuarentena. Su idea era despedirse en Wimbledon 2022, pero no ha sido posible. Debería decir adiós dentro de unos meses en Basilea, en casa, en el torneo donde hace ya tres décadas empezó como recogepelotas.

Nadie es perfecto. Ni siquiera Federer. Incluso a pesar de lucir una resplandeciente chaqueta blanca con sus iniciales y un bolso dorado en el All England Club de Wimbledon. Pensar que podría volver a ganar un Grand Slam es una quimera. Pero allí sigue. Negándole la oportunidad a la jubilación. Soñando con volver a la juventud.

“No dividí mi vida en días, sino mis días en vidas, cada día, cada hora, toda una vida”. Juan Ramón Jiménez.

LOS LOOKS DE FEDERER EN WIMBLEDON
Mr. Perfecto

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