Cuando Jairzinho fichó por Wilstermann
Por entonces Jair Ventura contaba con 36 años. Estaba de vuelta de todo. De una forma u otra llevaba cinco años deambulando como profesional. Hacía un lustro que no era convocado por la selección brasileña. Cambiaba de club cada año buscando un contrato que le permitiese alargar una carrera que tiempo atrás había sido espectacular. No en vano Jair Ventura Filho ‘Jairzinho’ era uno de los ‘cinco dieces’ que encandilaron al mundo en la espectacular victoria de Brasil en el Mundial de 1970.
Quizás Jairzinho era el más terrenal de los cinco (Pelé, Tostao, Gerson y Rivelino eran los otros fenómenos) pero, escorado en la banda derecha, posiblemente fue el que más a gusto estuvo de los ‘cinco dieces’, porque aceptó de buen grado la posición asignada. Jairzinho había tenido que sustituir a Garrincha tanto con el Botafogo como con Brasil, y eso hace terrenal a cualquiera. Era un huracán que se comía la banda a bocados y que tenía un disparo demencial que convertía a los porteros en mantequilla. Solía pegarse a la línea de cal y, tras una finta, disparar un fastuoso tiro cruzado a pierna cambiada. Jairzinho jugó tres Mundiales (1966, 1970 y 1974) pero sería en el segundo de ellos, el disputado en México, donde se convirtió en una leyenda del fútbol. Anotó siete goles, uno por cada partido contendido en un hecho aún no repetido, incluidos una espectacular carrera llevándose por delante a cuatro defensores checoslovacos o el tercer tanto de la canarinha en el 4-1 de la final ante Italia.
Lejos quedaban aquellas alhajas. A la altura de 1980 Jairzinho buscaba destino. Sería el séptimo en siete años, incluido un paso con más pena que gloria en Francia y viajes a lugares futbolísticamente estrambóticos como Sudáfrica o Venezuela.
Su siguiente destino también sería insólito.
El Club Deportivo Jorge Wilstermann es uno de esos clubes sudamericanos de nombre excéntrico y fuerte arraigo social. El club fue fundado en 1949 en Cochabamba, tierra fértil y de buen comer y cuarta ciudad en número de habitantes de Bolivia. De casaca roja y pantalón azul, el nombre de la escuadra se le debe a un piloto cochabambino hijo de alemán que se graduó como primer aviador del país hasta fallecer en un accidente aéreo tras ser héroe de la Guerra del Chaco. El caso de Wilstermann es similar al de Vasco da Gama, Godoy Cruz o Guillermo Godoy, clubes sudamericanos con nombre que sirve de homenaje a personajes que nada tienen que ver con el balón.
El caso es que Wilstermann poco ara en el planeta fútbol. El fútbol boliviano es un actor de reparto en el fútbol sudamericano y Wilstermann ni siquiera es el primer espada en Bolivia. Al amparo de sus cerca de 4.000 metros de altura es La Paz, la capital económica y política del país, la que da cabida a los dos grandes de Mamallaqta. Son el Club Bolívar y The Strongest. Ambos son cabezas de ratón (nunca han llegado a la final de la Copa Libertadores) pero son los ejes sobre los que gira el fútbol boliviano. The Strongest no sólo es eso. Es un símbolo nacional. Conocido como ‘El Tigre’ por sus colores negro y amarillo, el equipo da nombre a la única batalla ganada por los bolivianos ante los paraguayos en la Guerra del Chaco, donde decenas de jugadores y centenares de socios perdieron la vida en mayo de 1934. En el tercer escalón, como outsider de los grandes, se encuentra Wilstermann, y tras el club de apellido alemán aparecen otros conjuntos como Oriente Petrolero o Club Blooming, todas ellas escuadras desconocidas para cualquier aficionado europeo e incluso irrelevantes para forofos sudamericanos.
Isaac Nogueira era el representante de Jairzinho. Se trataba de un empresario brasileño que también tenía negocios audiovisuales en Bolivia. Por entonces estaba llevando a varias artistas de su país a la entonces incipiente televisión boliviana. El caso es que aprovechó sus contactos para ofrecer a varios futbolistas brasileños desconocidos al semiprofesional fútbol del país andino. Todos totalmente anónimos, hasta que en ese listado apareció Jairzinho. Parece ser que un tal Joaquim Alencar se comprometió en hacer de intermediario entre Bolívar y Strongest, los Madrid y Barça bolivianos, para ver si estarían interesados en firmar a Jairzinho.
Podría parecer coser y cantar, pero no fue así. Primero se hubo de convencer a Jairzinho. Cobraría poco, pero sería un semidios. Le darían coche y alojamiento y viviría a cuerpo de rey. Podría jugar a medio gas, y aun así marcaría la diferencia. Con pantalón negro y camisa floreada y un espectacular pelo a lo afro arribó al aeropuerto de La Paz tras meses sin tocar un balón. Lo sorprendente es que llegaba a Bolivia con la promesa de firmar un contrato que aún no había sido redactado. Es más, ni siquiera se sabía en que equipo iba a jugar.
Primero se pusieron en contacto con Club Bolívar, pero sin obtener respuesta. El presidente, un tal Mario Mercado, estaba de viaje en Estados Unidos y en tiempos donde no existía la mensajería instantánea no había ni tiempo ni ganas a esperar una vuelta a casa. Luego se acercaron a departir con Jaime Pando, máximo dirigente de The Strongest. Hubo sonrisas, buena comida y buena educación, pero la respuesta fue negativa. Pando consideraba a Jairzinho un viejo fuera de forma.
Los dos mejores clubes del país habían rechazado, o bien por acción o bien por omisión, a todo un campeón del mundo brasileño. Toca el plan C. Toca llamar a la puerta de Wilstermann cuyo presidente, Alfredo Salazar, estaba a punto de presentar su dimisión, lo cual tampoco era de extrañar ya que por entonces el club cambiaba de dirigente prácticamente cada doce meses. Salazar ve el cielo abierto y acepta encantado la oportunidad que se le presenta ante sus ojos.
Jairzinho llegó a Cochabamba ciudad de la que, por supuesto, no sabía nada. A él le habían dicho que jugaría en La Paz y nada sabía de aquella ciudad de provincias (de cerca de millón de habitantes, eso sí). El recibimiento no fue acorde a lo esperado. Salazar podría estar muy contento, pero la prensa cochabambina no era tan entusiasta. Al contrario. Calificaron a Jairzinho de acabado, de viejo, de abuelete, y lamentaron el grave error del presidente. Consideraban que sería incapaz de aguantar el ritmo de los partidos en La Paz o en Potosí, donde los 4.000 metros de altura hacían incapaces a los más expertos futbolistas.
Nada más bajar del avión juega un amistoso ante un equipo brasileño de segunda fila. Se sale. La prensa le da cierto chance. Pasan un par de semanas, y Jairzinho se ejercita, pero poco, prefiere conocer la ciudad en la que le ha tocado vivir. Por entonces la liga boliviana se disputaba de mayo a noviembre. Así que, con algún que otro entrenamiento a medio gas y con la sensación de estar fuera de forma, a Jairzinho le tocó debutar. Y sería en Potosí ante Independiente Unificada. A 4.000 metros de altura, donde la presión del oxígeno es menor y la dificultad para respirar es hercúlea.
Y pasó lo que tenía que pasar. Que Jairzinho era lo mejor que jamás han visto y verán los modestos campos de fútbol bolivianos.
Sin despeinarse marcó un gol en su primer partido. Hubo lleno. Como en el siguiente encuentro. Y el siguiente del siguiente. Anotó un gol. En otro encuentro marcó otro. En otro marcó dos y en otro dio un par de asistencias. O gol o asistencia de Jairzinho, así acababan todos los partidos de Wilstermann. Quedan las fotos y las crónicas, porque la liga boliviana de 1980 no era televisada (existía torneo desde 1950 pero sólo era profesional desde 1977). Pero todo lo que se cuenta de su estancia en tierras andinas es legendario. En cierta ocasión dio tres asistencias de gol en apenas medio tiempo de un encuentro. En otra jornada decidió hacer huelga de brazos caídos alarmado por el horripilante viaje en carretera que tuvo que hacer en el autobús del equipo. Le prometieron viajar en avión y, una vez hubo volado, respondió con gratitud marcando un gol y dejando boquiabierto al respetable con una sarta de regates.
‘El rojo’ es campeón cuando nadie se lo espera y revoluciona todo lo antes conocido en Bolivia. Wilstermann ganó la liga con 22 victorias en 26 partidos y un récord de puntos jamás superado. Jairzinho anotó 17 goles y asistió en incontables ocasiones a sus compañeros entre ellos un tal Gastón Taborga, un chaval de 19 años surgido de la cantera y que con el tiempo se convertirá en emblema del club. Taborga acabará metiendo un póker de tantos en un partido, todos ellos a pase de Jairzinho.
Más alucinante fue la actuación de Jairzinho en la Copa Libertadores de la temporada siguiente. Wilstermann eliminó al Barcelona de Ecuador y a The Strongest para convertirse en el primer equipo boliviano en la historia que llegaba a la ronda semifinal de la Libertadores. Allí nada pudieron hacer ante el Flamengo de Zico, a la postre campeón, pero por entonces Jairzinho ya había abandonado Cochabamba. Había recibido la llamada del Botafogo que estaba atravesando un mal momento. Jairzinho no dudó en aceptar el socorro del club de sus amores donde disputó una última temporada antes de colgar las botas.
Jairzinho fue talento, pero también sonrisa, ingenio y compromiso. No fue a Bolivia a buscar su particular cementerio de elefantes sino a liderar y enseñar a base de generosidad y claridad con el balón. Dejó admiración, recuerdos y ansía de victoria en un grupo de jugadores que repetirían campeonato ya sin Jairzinho en sus filas. Pero Jairzinho lo que dejó sobre todo fue una retahíla de recuerdos imborrables que convirtieron a Cochabamba en una de las ciudades capitales del planeta fútbol durante unos legendarios meses.
“Jairzinho había aprendido a desmarcarse cuando se buscaba la vida en el arrabal más duro de Rio de Janeiro”. Eduardo Galeano.
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