El último partido de la República
Camiseta roja, pantalón azul oscuro y medias sombrías. Con esa indumentaria dijo adiós España al Mundial de Italia 1934 tras caer en un partido de desempate ante los anfitriones y posteriores campeones. Aquel fue uno de los dieciséis partidos que la selección española de fútbol jugó durante la II República. No era más que el sujeto político de la nación que esos futbolistas representaban. Pero España es la España republicana. También en términos futbolísticos.
Del morado en aquella España solo se le conocen los ribetes de las medias. Por lo demás el rojo era el color nacional. El escudo republicano elimina la flor de lis borbónica y la corona real con crucifijo por una muralla almenada que simboliza el poder civil. España nunca jugó de morado. Por si alguien lo pensaba. Si lo hizo en un par de partidos de blanco y en otros de azul celeste, color que se recuperó efímeramente como segunda equipación para le Eurocopa de 2012.
Y fue de azul celeste y pantalón negro como España se enfrentó a Suiza en el estadio Neufeld de Berna el 3 de mayo de 1936. Coqueto estadio de coquetos bancos de madera y que aún hoy mantiene una preciosa pista de atletismo.
Aquel sería el último partido de la selección española de fútbol en época republicana. Habrían de pasar cinco largos años hasta que España vuelva a jugar un partido de fútbol internacional. De los presentes aquella tarde en tierras helvéticas tan sólo Guillermo Gorostiza volverá a enfundarse ’La Roja’.
Aquella mañana, flanqueando las ocho calles de ceniza para atletas y rodeado de vallas publicitarias que hacían de los relojes el producto nacional suizo, la selección española de fútbol formó con Blasco; Zabalo, Aedo, Zubieta; Muguerza, Roberto Arruti; Vantolrá, Luis Regueiro, Lángara, Lecue y Gorostiza. En la segunda parte entraría Vega en lugar de Muguerza por lesión de este último. Quien no disputaría el encuentro sería Guillermo Eizaguirre, guardameta suplente. España se llevaría la victoria por 0-2, tantos anotados en la segunda parte por el fantástico Isidro Lángara y por Simón Lecue con apenas un par de minutos de diferencia.
En aquel equipo no estaba Gaspar Rubio, el delantero que firmó la primera derrota inglesa fuera de las Islas allá por 1929. Tampoco formaban parte del once Jacinto Quincoces y Ciriaco Errasti, la fabulosa pareja de defensores que había deslumbrado en el Mundial de Italia pero que, ya veteranos, no habían sido convocados para este amistoso. Quincoces había formado parte del once ideal de aquel Mundial en el que también brilló Ricardo Zamora, el mejor portero de su tiempo y que apenas unas semanas más tarde iba a jugar su último partido como profesional defendiendo la portería del Real Madrid ante el FC Barcelona. Disputada en Valencia será la última Copa del Presidente de la República, para ser luego del Generalísimo y ahora de Su Majestad El Rey.
En Berna tampoco estuvieron José Samitier, el hombre que había hecho grande al Barça, o el deportivista Chacho, el único futbolista capaz de meter seis goles en un partido con la camiseta nacional. Tampoco Campanal, máximo goleador de la historia del Sevilla FC y artífice de la única Liga que posee el club andaluz. Sirva estos apuntes para calibrar la enjundia futbolística de España, que era una de las candidatas a ganar el siguiente Mundial. Junto a Italia, Austria, y a la espera de saber si los uruguayos cruzarían el Atlántico, muchos apostaban por una victoria hispana en Francia 38.
El caso es que aquel 3 de mayo de 1936 la selección de fútbol jugaría su último partido bajo el escudo republicano. Apenas dos meses más tarde amplia parte del ejército se sublevaría y daría paso a una cruenta guerra que no finalizaría hasta cerca de tres años más tarde con la victoria del autoproclamado bando nacional.
Antes, en 1937, cuando el resultado de la guerra aún era incierto, José Antonio Aguirre organizó una selección para recaudar fondos para la contienda y de paso dar a conocer la situación política de Euskadi en el resto del mundo. Aguirre era entonces Lehendakari y en su juventud había sido jugador del Athletic Club de Bilbao. Aquel equipo se estrenó en Paris y viajó por buena parte de Europa hasta integrarse en la liga mexicana en la temporada 1938-39 bajo el nombre Club Deportivo Euskadi, para luego disolverse con el fin de la Guerra Civil.
La estrella de aquel equipo era Isidro Lángara, un fastuoso goleador del que ya hablamos en artículos anteriores. Lángara es el único delantero que ha conseguido encadenar tres ‘hat-tricks’ consecutivos en la Liga y fue pichichi tanto en España como en México y en Argentina. En América se labró una fama de leyenda y es recordado con devoción. Volvió a España en su vejez, olvidado y exiliado del recuerdo ante la falta de grabaciones que atestigüen su grandeza.
Junto a Lángara otros seis jugadores de Berna formaron parte de la selección de Euskadi. Gregorio Blasco, Serafín Aedo, Ángel Zubieta, Roberto Arruti, José Muguerza y Luis Regueiro. Todos lo hicieron por supervivencia más que por compromiso político. Serafín Aedo era un aldeano que abandonó por vez primera Barakaldo para enrolarse en el Betis al que lideró desde el centro de la defensa a su único título de Liga en 1935. Había firmado una millonada con el Barça para el verano de 1936, pero su ropa y sus enseres quedaron para siempre en una pensión sevillana. Aedo echó raíces en México donde falleció a los 80 años.
Idéntico viaje hizo Gregorio Blasco, tres veces portero menos goleado de la Liga con el Athletic. Como Lángara o Aedo, Blasco triunfó en el Real Club España mexicano donde fallecería también a una larga edad. Casi calcadas se podrían considerar las biografías de José Muguerza (Athletic) o Luis Regueiro (Real Unión de Irún y Real Madrid). Todos fallecerían en la capital federal mexicana en el marco temporal de una década.
No fue esta una decisión política. Fue una decisión deportiva que tuvo consecuencias políticas. O si se prefiere fue simple y pura supervivencia. Aquellos chicos llevaban ocho meses sin jugar al fútbol y el gobierno vasco les daba la posibilidad de escapar del horror de la guerra. Cuando la guerra avance y la victoria franquista sea más que evidente, bien fuese por miedo, por honor o por convicción, la posibilidad de regresar a España se había evaporado. Todos dejaron atrás a alguien. Padres, novias, hermanos. Y todos sabiendo que no era un hasta luego, sino un irremediable adiós.
De aquellos que integraron la selección vasca tan solo Roberto Arruti decidió volver. Una vez las tropas franquistas ocupen el País Vasco se expondrá una oferta de amnistía para que todos aquellos exiliados sin delitos de sangre vuelvan a través de Irún a territorio español. Solo Arruti y Gorostiza (del que hablaremos después) decidirán regresar a España. Arruti pasará a usar entonces su otro apellido, dejará el fútbol y vivirá una vida tranquila y anónima siendo conocido como Roberto Echevarría.
Pero volvamos a México. También allí echará raíces Martín Ventolrá, un fabuloso extremo catalán de fuertes convicciones nacionalistas e izquierdistas. Ventolrá también formó parte de una gira futbolística con fines recaudatorios y propagandísticos, en este caso la que el FC Barcelona hizo por América en 1937. Decidió quedarse en México donde, aparte de hartarse a marcar goles, hizo campaña a favor de la República, a lo que ayudó su matrimonio con una sobrina del presidente mexicano Lázaro Cárdenas. Uno de los hijos de Ventolrá jugará el Mundial de 1970 defendiendo los colores mexicanos. José Ventolrá fue 30 veces internacional azteca.
En aquella última selección de España en tiempos de la II República había también un andaluz y un gallego. Guillermo Eizaguirre era un portero sevillano que llegó a ser seleccionador español en el histórico cuarto puesto del Mundial de Brasil de 1950. Para Eizaguirre el fútbol se acabó al estallar la guerra al igual que para el gallego José Vega (Real Club Celta) que también decidió colgar las botas tras los primeros tiros. También se retiró Ramón Zabalo (nacido en Inglaterra, pero catalán de adopción) aunque este primero escapó a Francia para luego aprovechar la amnistía e instalarse en Viladecans.
Otro que volvió es Ángel Zubieta, pero en el caso de este descomunal centrocampista lo hizo para luego volver a marchar. Su historia es similar a la de Lángara, extranjero en España y español en el extranjero.
Con 17 años Zubieta era el más joven de aquella selección. De hecho, solo fue dos veces internacional con España, aquel día en Suiza y apenas dos meses antes en otro amistoso contra Checoslovaquia. Su récord de precocidad se mantuvo inalterable hasta que el barcelonista Gavi lo batió en 2021. Apenas 21 partidos había jugado Zubieta con el Athletic hasta el estallido de la guerra. Acabó en Argentina y será leyenda de San Lorenzo de Almagro, donde aún hoy es el tercer jugador con más partidos disputados. Celebérrima fue se gira con ‘el ciclón’ por España en 1946 aprovechando los fastos entre Perón y Franco. La gente redescubrió a aquel chaval que era la batuta de un equipo legendario. Zubieta regresó a España con 34 años para jugar cuatro temporadas en el RC Deportivo y luego entrenar a varios equipos con escaso éxito, hasta que decidió volver a Argentina donde falleció en 1985 como icono del balón.
El otro prodigio de aquella selección que contaba entre las favoritas para el Mundial 1938 era Simón Lecue, el autor del último gol en tiempos republicanos. ‘El niño de oro’ era el Iniesta de la década de los 30. Estaba llamado a liderar a la selección en el Mundial. Tras ganar la Liga con el Betis firmó por el Real Madrid donde se esperaba que llevase a los blancos a la gloria. Cuando estalla la guerra Lecue pasaba el verano en su Arrigorriaga natal. Un directivo del Madrid lo trasladó en coche a la capital tras un rocambolesco viaje vía Barcelona, donde se le ocultó como buenamente se pudo. Allí jugó varios partidos benéficos y al acabar la guerra fue sancionado por seis años por “jugar donde no debía”. La pena pronto se rebajó a seis meses y Lecue recuperó su estatus de estrella futbolística en la depauperada España de los 40 tanto en el Real Madrid como en el Valencia CF. Falleció en Madrid en 1984 con tres ligas y una copa en su palmarés.
El único de estos 13 futbolistas que se mostró abiertamente franquista fue Guillermo Gorostiza. Irónicamente apodado ‘Bala Roja’, Gorostiza fue un extremo izquierdo profundo y goleador que formó parte de una delantera histórica del Athletic que lograría ganar tres de los primeros torneos ligueros que se disputaron. Gorostiza se unirá a la selección de Euskadi en 1937 pero, al poco tiempo y sin decirle nada a sus compañeros, resuelve abandonarlos y regresar a España. Es recibido por loor de multitudes por los gerifaltes del bando franquista y Gorostiza pronto se alistará en el requeté carlista. El que había sido dos veces Pichichi de la Liga poco hará más que posar con el fusil con fines propagandísticos, pero su compromiso con el llamado bando nacional era claro.
Al acabar la Guerra Civil volvió al Athletic, pero en la temporada 1940/41 fue traspasado al Valencia CF. Formó la llamada delantera eléctrica junto a Mundo o Epi, y con el apoyo del mencionado Lecue en el centro del campo, aquel conjunto che logró dos ligas y un título copero. Se marchó de Valencia con 37 años, pero estiró su carrera hasta pasados los 40. Acostumbraba a desaparecer durante días y regresaba borracho a los entrenamientos. No supo gestionar su fama y su dinero y acabaría sus días con graves problemas de alcohol. Murió antes de los 60, solo, en una clínica bilbaína, sin el apoyo y el agradecimiento de aquellos que en 1937 lo recibieron con el brazo en alto.
Gorostiza fue el único superviviente futbolístico de aquella tarde primaveral de 1936. Cuando el 12 de enero de 1941 España juegue un amistoso en Portugal (el único país con el que era viable jugar en medio de la II Guerra Mundial) Gorostiza formará en el ala izquierda del ataque español. Lo hizo con el Águila de San Juan en el pecho, incorporada al escudo por los Reyes Católicos y recuperada por el Generalísimo Franco. Lo hizo también sustituyendo los ribetes republicanos de las medias por las rojigualdas y lo hizo con una camiseta azul oscura sobre el torso. Porque al igual que Gorostiza dejo de ser una bala roja tras la Guerra Civil, España pasaría a vestir de azul falangista hasta 1947.
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