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Cuando un volcán derrotó al Barça

En 2010 el FC Barcelona era un ciclón. Con Busquets como guardia de tráfico y una cuadrilla de virgueros rodeando al balón, aquel Barça practicaba un juego primoroso y ordenado en el que, de vez en cuando, Messi se salía de la norma para elevar la elegancia a arte. La temporada anterior aquel conjunto había logrado el sextete, incluyendo un histórico 2-6 en el Bernabéu en el día que Pep Guardiola se inventó lo del falso nueve y pasó de pupilo de Cruyff a ser reverenciado por su maestro.

Con Xavi e Iniesta a los mandos, Guardiola había formado un equipo legendario a través de un juego de toque y de una presión en campo rival jamás vista en el fútbol de élite. Aquel Barça machacaba a los rivales en los primeros minutos de partido con un ritmo asfixiante para luego ampliar el marcador por simple inercia. Ese Barça se estaba ganando a pulso un hueco entre los equipos más fastuosos de la historia del futbol.

En la primavera de 2010 se barruntaba otro sextete, pero una descomunal actuación del portero sevillista Andrés Palop en la Copa del Rey hizo añicos dicha posibilidad. Lo que estaba encaminado era el doblete Liga-Champions. A pesar de la vuelta a la presidencia de Florentino Pérez y de los fichajes de Cristiano Ronaldo y Kaká, el Real Madrid era incapaz de meterle mano a los azulgranas. Sumaron la escandalosa cifra de 96 puntos, pero fue insuficiente para doblegar a un FC Barcelona que ganó los dos duelos directos ante los merengues y que tan sólo perdió un partido (2-1 ante el Atlético de Madrid) en toda la Liga.

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Barça 09/10

Aun así, todo eran migajas a falta del premio gordo. El Madrid naufragó en octavos ante el Olympique de Lyon, en la que fue la sentencia deportiva del técnico Manuel Pellegrini. En aquel 2010 la final de la competición fetiche por excelencia tendría lugar en el Santiago Bernabéu. El aficionado merengue veía con pánico como el Barça destrozaba al VFB Sttutgart (5-1 en el global) y al Arsenal (6-3 en el global) y se plantaba en semifinales a dos pasos de levantar la orejona en el Santiago Bernabéu.

El Barça era el gran favorito para alzarse con el título y, por ende, para ganar su semifinal. Y más cuando se supo que su rival era el Inter de Milán. Ambos conjuntos ya se habían enfrentado en la fase de grupos. Hubo empate en tierras italianas (0-0) y una clara victoria del Barça (2-0) en el Camp Nou, a pesar de la ausencia por lesión de Lionel Messi y de Zlatan Ibrahimovic.

Sin embargo, había un hombre que se mostraba confiado de lograr la victoria. José Mourinho era tan histriónico y voluble como en la actualidad, pero por entonces el personaje todavía no había devorado al entrenador. Mou estaba en la cumbre de su capacidad motivacional y estratégica. Se barruntaba ya que la temporada siguiente sería él el encargado de dirigir al Real Madrid, pero antes debía demostrar que su kriptonita era la adecuada para batir a Pep Guardiola.

Con lo que nadie podía contar es que con la kriptonita llegase de Islandia.

A unos 3.000 kilómetros de Milán a un volcán de nombre impronunciable (Eyjafjallajökull) le dio por estallar unos días antes de la disputa del partido de ida en el Giuseppe Meazza. La explosión hizo brotar fragmentos de vidrio que ascendieron por la columna de ceniza del volcán. Los vulcanólogos dictaminaron que su presencia en las capas altas de la atmósfera dificultaba la presencia de vuelos aéreos, por lo que durante una semana más de 17.000 vuelos fueron cancelados en Europa Occidental.

Tras unos días de incertidumbre, el Barça tuvo que tomar la decisión de viajar a Milán por carretera. Se descartó el tren por culpa de una huelga ferroviaria en Francia, paso obligatorio antes de llegar a Italia. La expedición cubrió en dos autobuses los 980 kilómetros entre Barcelona y Milán parando a dormir en Cannes, para que el exceso de horas en autocar afectara lo menos posible a los futbolistas. Partieron el domingo a las 14.30 horas de Barcelona y llegaron el lunes a última hora de la mañana a tierras lombardas. Allí estaba la prensa, que acababa de completar el viaje de un tirón aprovechando la noche. Todo era trastorno para el siempre metódico Guardiola, que contaba con un plácido vuelo de una hora hasta Milán.

Barça: Diez años del volcán, el viaje en autocar y Benquerença
Rumbo a Milán

Mas si alguna perturbación hubo, aplacada quedó. El Inter despreció la posesión y decidió agazaparse y esperar. Con Xavi en modo imperial el Barça arrinconó al Inter y en el minuto 19 Pedro (entonces aún Pedrito) ponía en franca ventaja la eliminatoria para el Barça. Tuvo Messi otra que Julio César calmó con la parada de su carrera antes de que Sneijder anotase el 1-1 en una jugada aislada cuando ya avanzaba el primer tiempo.

La segunda mitad fue rock and roll. Pandev, Milito y Eto’o descuajeringaron al Barça con contraataques a velocidad de vértigo hasta que Maicon puso por delante a los neroazurros. Quizás fatigado por el viaje o tal vez derrengado por el esfuerzo acumulado tras jugar ante Real Madrid y Espanyol la semana anterior, el Barça se vino abajo y el Inter pico cual avispa hasta poner el 3-1 por obra de Diego Milito. Cierto que éste último tanto fue en fuera de juego, como que cierto es que hubo un claro penalti sobre Dani Alves, pero más cierto fue que el Inter fue el justo vencedor del encuentro.

“Aún van a decir que tengo un amigo en el volcán y he sido yo quien ha provocado su erupción. Un equipo que gana siempre a veces no sabe perder”, soltó Mourinho en rueda de prensa. Lo cierto es que la prensa catalana disculpó al Barça por el cansancio acumulado y culpó a Olegario Benquerença, árbitro del encuentro y paisano de Mourinho, de la derrota. Fuese el volcán o fuese el trencilla, pocos dudaban en la Ciudad Condal de que el traspiés había sido eso, un traspiés, y que la victoria en el partido de vuelta estaba asegurada. “90 minutos en el Camp Nou son muy largos”, había advertido Guardiola haciendo suya una sentencia de la biblia madridista.

No necesitaba más Mourinho para poner a sus pretorianos en guardia. Durante las siguientes dos semanas su humor de trazo grueso se encargó de hacer ver a sus chicos que su esfuerzo no era valorado por nadie. Sus chicos era hombres. Los otros eran niños que se quejaban de no haber descansado lo suficiente. Era el Inter el que había derrotado al Barça, no aquel volcán islandés de nombre impronunciable. Si el Barça estaba cansado no era por el viaje, sino por el partidazo de sus chicos.

Había que demostrarlo en el partido de vuelta.

El ambiente en el Camp Nou era el de las grandes ocasiones. Cientos de aficionados tuvieron que ser dispersados la noche anterior al partido por presentarse en la puerta del hotel del Inter con la intención de no dejar pegar ojo a los italianos. La tarde del encuentro los hinchas acompañaron con sus motos al autocar azulgrana en su camino al Camp Nou. El Barça salió hipermotivado y el Inter acobardado. Mourinho dispuso una línea de cinco defensas y a Guardiola le dio un ataque de entrenador y colocó a Gabi Milito de lateral izquierdo. En el minuto 28 Motta golpeó a Busquets, quien convirtió un homicidio en un asesinato a sangre fría. Expulsado el italobrasileño, la siguiente hora el Inter se dispuso a defender la renta con un futbolista menos.

El Barça tuvo un 73% de posesión, lanzó 14 veces a puerta y dispuso de nueve saques de esquina a favor. El Inter tiró una vez entre los tres palos. Fue un asedio. Fue la guerra. Pero el Inter resistió. Pocos recuerdan que Mou no hizo su primer cambio hasta el minuto 81. Tras la expulsión no tocó al equipo. Colocó a Eto’o de lateral derecho, tan dañino para la vista como inolvidable de ver. Le dijo a Luis Figo, por entonces recién retirado y delegado del Inter, que saltase a protestar al campo en cada jugada. Sonido de viento para el Camp Nou. Leña al fuego. Pocas veces se ha visto a un equipo de élite defender tan atrás. Y pocas veces se ha visto a un equipo de élite tan entregado, solidario y sacrificado por el bien común.

Piqué anotó en el 84, pero fue insuficiente. Bojan lo haría más tarde, pero su gol fue anulado (esta vez correctamente). Fue el mejor día de la carrera de Mourinho. Edificó un castillo que Guardiola no pudo asaltar. Si el Barça pintaba un cuadro el Inter arañaba el marco. El brillante repliegue y la implicación defensiva de los atacantes del Inter no eran válidos para un restaurante de estrella Michelin, pero saciaban de hambre al más hambriento de los comensales.

El Inter acababa de batir al equipo imbatible. Un torrente de euforia viajaba desde Milán a Madrid. Mourinho atravesó el Camp Nou de una punta a otra con el brazo levantado y dedo acusador mientras se dirigía a la grada donde se encontraban los aficionados del Inter. Sus aspavientos enervaron a Víctor Valdés que agarró por el cuello al portugués. Para que la sangre no llegase al río alguien tuvo la feliz idea de poner en marcha los aspersores del Camp Nou. Mourinho y sus pretorianos tuvieron que abandonar el césped y siguieron con la fiesta en los vestuarios.

El Inter acabó ganando aquella Copa de Europa y el Barça recuperaría el trono continental la temporada siguiente, tras uno de los mayores recitales de juego colectivo que se recuerdan ante el Manchester United. Durante tres años (2009-2011) el Barça fue, y con diferencia, el mejor equipo del mundo, pero, en 2010, el Inter modelado por Mourinho demostró que a un equipo vestido para matar no le hace falta jugar.

El volcán Mourinho consiguió desgastar a Guardiola que, hastiado, acabaría abandonando Barcelona. No obstante, a Pep le dio tiempo a humillar a Mou unas cuantas veces cuando el portugués dirigía al Real Madrid. Alimentando así la excéntrica teoría, muy arraigada en Barcelona, de que el Barça hubiese sumado tres Copas de Europa seguidas si un volcán de nombre impronunciable no se hubiese cruzado en su camino.

“¿Autobús? Ese día en el Camp Nou no pusimos el autobús, pusimos un A-340 con las alas bien desplegadas”. José Mourinho.

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