Philip Boit: El esquiador que nunca había visto nevar
Como todo hijo del altiplano keniata, Philip Boit estaba predeterminado para correr. Desde niño lo hizo. El deber de hacerlo para ir al colegio o a la tienda o para acompañar a las vacas al verde, acabó transfigurándose en placer. El paso del tiempo hizo que esas piernas fortalecidas y endurecidas evolucionasen en las extremidades inferiores de un posible atleta olímpico. En uno de esos corredores de fondo que cada cuatro años convierten a Kenia en el centro del universo durante unos minutos.
Hijo de agricultores, Boit nació en Eldoret en 1971. Eldoret es una ciudad del oeste de Kenia de clima agradable y centro agropecuario de una extensa comunidad que se sitúa en el valle del Rift. En dicha comarca, un lugar de naturaleza fastuosa que supera los 2.000 metros de altitud, han nacido algunos de los mejores atletas de la historia como Kipchoge Keino, Bernard Lagat o Eliud Kipchogue.
Philip Boit corrió y compartió andanzas y rutinas con Henry Bitok, otro hijo de Kenia que buscaba en el atletismo el camino para salir del anonimato. Pero por mucho que corriesen y por mucho que lo intentasen, ambos amigos no pasaban de ser dos buenos atletas en un país donde sólo se premia a la excelencia. Philip llegó a sellar una muy respetable marca personal de 1:46.06 en los 800 metros. Con un registro sólo superado por cinco centésimas su tío Mike había ganado la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de 1972. Pero a mediados de los 90 esa marca no era suficiente para desbancar a los tótems del atletismo africano.
El azar llamó a la puerta de Boit en 1996 cuando estaba camino de los 26 años. Por entonces Nike estaba en plena campaña mundial de su eslogan ‘Just do it’ (solo hazlo). La frase, una de las más icónicas en la historia del marketing, había sido creada a finales de los 80 en Estados Unidos tomando prestada la historia de un asesino que enfrentado a su pelotón de fusilamiento no dudó en soltarla antes de ser cosido a balazos. El caso es que a mediados de los 90 el ‘Just do it’ competía con el ‘Impossible is nothing’ (nada es imposible) de Adidas para hacerse con la hegemonía del ego adolescente en todo el planeta.
Así que comenzaron las aventuras imposibles y los patrocinios más extravagantes. Y uno de ellos iba a estar relacionado con Boit y con Bitok. Nike envió a un emisario a Kenia y escogió a aquellos dos jóvenes atletas como ratas de laboratorio para uno de sus experimentos deportivos más singulares. Iban a ser llevados a Finlandia para someterse a un duro entrenamiento de dos años para hacer de ellos esquiadores olímpicos.
El objetivo de Nike era convertirlos en los primeros africanos en competir en unos Juegos Olímpicos invernales. Ya en 1984 el senegalés Lamine Gueye había participado defendiendo la bandera de Senegal, pero Gueye llevaba desde los cuatro años viviendo en Suiza. La hazaña a la que Boit se iba a enfrentar era sobresaliente. Después vinieron unos cuantos afortunados de Zimbabwe, Togo, Etiopía, Madagascar o Camerún, pero en el instante en el que Boit se colocó los esquís, que un africano fuese a unos JJ.OO de invierno era ciencia ficción.
Nike puso un entrenador personal a tiempo completo a disposición de Boit y de Bitok. En un primer momento empezaron el experimento entrenando por las llanuras de Kenia usando esquís sobre ruedas. Tras ver que la extravagancia no daba resultado, Nike mandó a los dos keniatas a Finlandia para que conocieran la nieve. La idea era que compitieran en la prueba de 10 kilómetros de esquí de fondo aprovechando sus innatas y extraordinarias condiciones para la resistencia. No se trasladarían de manera definitiva a Europa hasta bien avanzado 1996. Disfrutaban de poco más de un año para estar listos para los Juegos Olímpicos de Nagano que tendrían lugar en febrero de 1998.
Al principio no sabían ni ponerse las fijaciones de los esquís y las caídas se convirtieron en cotidianas. El primer día que Boit llegó a Helsinki el termómetro alcanzó los 17° bajo cero. En Eldoret, a pesar de estar a 2.000 metros de altitud, es asombroso bajar de los 10 grados positivos. Era un desafío inhumano. Además, la amistad y el buen rollo pronto se convirtieron en una lucha de egos. Kenia tenía una sola plaza de acceso a la prueba de esquí de fondo, por lo que sólo uno de los dos podría cumplir el sueño olímpico.
Del dúo, Philip fue el más rápido y consiguió el billete olímpico. Boit iba a viajar a Japón con poco más de doce meses de experiencia encima de la nieve, pero con más ilusión que el resto de competidores juntos.
—JUEGOS OLÍMPICOS DE NAGANO—
Como el único representante de Kenia, Boit fue el agraciado atleta que como abanderado lució la bandera de su país en el estadio olímpico, recibiendo la entusiasta ovación del público japonés. Sería la primera, pero habría más. Unos días más tarde 97 atletas iban a participar en la prueba de 10 kilómetros de esquí de fondo. Y por supuesto Boit llevaría el número 97 amarrado a su espalda. Nadie esperaba que su puesto no fuese ese mismo.
La noche antes de la carrera Philip fue incapaz de pegar ojo. Pero no por culpa de los nervios. Cuando el día se apagaba empezó a llover con fuerza, y las nubes siguieron rociando agua al amanecer de la siguiente jornada. Boit nunca había esquiado bajo la lluvia. No sabía lo que era ponerse los esquís sobre nieve húmeda. La lluvia hace que la nieve se vuelva fango y el caminar se hace más lento y pesado. Más difícil todavía. La dificultad de la prueba pasaba a ser hercúlea.
La carrera comenzó y pronto Boit dejó de emerger en las pantallas televisivas. Empezó de último y acabaría de último. Por el camino se cayó en innumerables ocasiones. El caos fue el común denominador de la carrera. “Cuando iba cuesta arriba me sentía como si me hubiesen puesto tacones”, manifestó Boit al finalizar el recorrido. Tardó más de 47 minutos en transitar los 10 kilómetros cuando Bjorn Daehlie, ganador de la medalla de oro, tardó veinte minutos menos.
Lo maravilloso iba a llegar ahora.
Los Juegos Olímpicos de invierno no son el mastodonte de deportistas, patrocinadores y periodistas que abruman a su hermano veraniego. Hasta el torneo de los cuatro trampolines mueve tanta gente como la cita olímpica de la nieve. Siguen siendo manejables y la parafernalia es mucho menor que la que rodea a los de verano. No se tardan muchos minutos entre el fin de cada prueba y la entrega de medallas. Es todo más liviano.
Bjorn Daehlie se dispuso a recibir la medalla de oro (por entonces su sexta presea dorada en los Juegos Olímpicos) por su victoria en los 10 kilómetros de esquí de fondo cuando Boit aún no había finalizado la prueba. De repente la multitud comenzó a rugir y Daehlie se dio cuenta que no era por él. La ovación iba dedicada a Boit.
Boit estaba entrando en el recinto olímpico y se disponía a acometer los últimos metros de la prueba. Daehlie no lo dudó. Abandonó el pódium, ordenó paralizar la ceremonia y se acercó a la línea de meta para esperar la llegada de Boit.
En latitudes meridionales el nombre de Bjorn Daehlie no significa nada, pero al norte de Europa es un semidiós con esquís. Daehlie es el esquiador de fondo más laureado de la historia pasando con holgura de las 20 medallas acumuladas entre Juegos Olímpicos y Mundiales. En su Noruega natal es reverenciado con tal aprecio que dejaría en evidencia a las más grandes estrellas futboleras. Retirado hace ya un par de décadas, Daehlie es ahora un referente cultural con su propia marca de ropa y con continuas apariciones en el papel cuché y en la televisión al más puro estilo David Beckham.
Sí Bjorn Daehlie manda paralizar una ceremonia de medallas, se paraliza.
“Todos habíamos oído hablar de aquel chico. Escuché por el sistema de megafonía que casi había llegado al estadio y me impresionó que pudiera terminar la carrera en estas condiciones tan adversas. Quería esperarlo, ver a este valiente atleta africano terminar la carrera”, comentó a la prensa el fondista noruego. Boit apretó los dientes y encaró la recta final de meta ayudado por una atronadora multitud japonesa al grito de ¡Kenya go! y ¡Philip go! y con el mejor fondista de la historia esperándolo tras la línea de meta para fundirse con él en un sentido abrazo.
Boit había quedado el último. Pero la eternidad era suya.
¿Sabías quién era Bjorn Daehlie? Esa fue la primera pregunta de la prensa noruega. Y no era tan descabellada. “Mi entrenador me había hablado sobre él y lo había visto en la televisión. Es un honor que el mejor esquiador de fondo del mundo me haya felicitado”, dijo Boit. Fue el inicio de una buena amistad. Boit retó entre risas a Daehlie para los siguientes Juegos Olímpicos y cuando meses después tenga a su primer hijo le pondrá el nombre de Bjorn Boit en homenaje al fondista noruego.
Días después Philip Boit regresó a Kenia como un héroe. Una multitud le esperaba en el aeropuerto de Nairobi y le acompañó cantando y bailando caminó de su casa familiar. Había llegado el último, pero había sido el primero. No había necesitado ganar medalla alguna para convertirse en una celebridad.
Todo eran flores, aplausos y felicitaciones y el patrocinio de Nike parecía no tener fin. La marca estadounidense había conquistado primero el mundo del atletismo, luego el del baloncesto y ahora iban a dar el salto a los deportes de invierno. Al año siguiente se celebró en Austria el Mundial de Esquí y tanto Boit como Nike querían ver que lo que el año anterior había sido una anécdota ahora era un buen resultado. No fue así. Boit se esforzó como nunca pero los progresos fueron ínfimos. Volvió a quedar el último. Lo que el año anterior eran abrazos y congratulaciones pasaron ahora al más crudo silencio.
Boit ya no era un experimento y Nike decidió romper el contrato. Se habían acabado los recursos económicos, pero ahora su ilusión se había multiplicado. Boit se creía fondista, se creía esquiador. Sin dinero, tuvo que abandonar definitivamente la opulenta Europa y tomar un billete de vuelta a Kenia. Se presentó en Eldoret y pidió ayuda a su familia. Exigió a su padre su parte de la herencia y vendió todas sus tierras y sus vacas para poder seguir financiando su carrera. Montó una pista de esquí sobre tierra y siguió entrenando sobre seco.
Boit consiguió competir en dos ediciones más de los Juegos Olímpicos, siendo en ambas ocasiones el abanderado, ya que nuevamente fue el único representante de Kenia en la competición. En Salt Lake City 2002 consiguió escalar hasta la posición 64º dejando a tres participantes por detrás. En Turín 2006 participó en la prueba de fondo de 15 kilómetros batiendo su propia marca al conseguir quedar por delante de cinco esquiadores.
Boit tenía la idea de retirarse disputando sus cuartos Juegos Olímpicos en 2010. Pero no logró clasificarse. Tenía entonces 39 años. Decidió alargar un año más su sueño y disputar el Mundial de 2011 en Oslo, pero, aunque logró clasificarse, no pudo disputar la final de los 15 kilómetros de fondo al quedar eliminado en la calificación.
En todo caso aquel viaje a Oslo no fue en vano. A la capital Noruega viajó con sus cuatro hijos, incluido Bjorn Boit que pudo conocer entonces a su ‘padrino’ Bjorn Daehlie. Ambos fondistas no pudieron coincidir ni en 2002 ni en 2006 porque el noruego ya se había retirado. Fue la primera aparición pública de los dos ídolos de Nagano que desde entonces habían mantenido el contacto y que hoy en día participan juntos en diversos actos caritativos relacionados con los deportes invernales.
Philip Boit disfruta hoy de una tranquila jubilación. El esquiador que nunca había visto nevar es ahora miembro del Comité Olímpico de Kenia y es director de la única escuela de esquí que existe en su país. Posee además una tranquila hacienda con vacas. Mantiene la amistad con Bjorn Daehlie, aunque aún no ha conseguido que lo vaya a visitar a Kenia porque el noruego le tiene fobia a las serpientes. Cuando se lo dice Boit se echa a reír y le recuerda que él también le tiene pánico a la nieve.
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