¿Por qué los futbolistas brasileños tienen apodos?
Pelé, Garrincha o Rivaldo. Todos ellos son sobrenombres. Son todos motes. ¿Por qué los futbolistas brasileños tienen apodos? A decir verdad no son sólo los brasileños, también entre portugueses anda el juego. Y lo cierto es que no es cosa sólo de futbolistas. Es raro que en portugués no se ponga apodo a cualquiera. Da igual que se deportista, ministro o mediopensionista.
El idioma portugués está considerado una lengua dulce y agradable. Es el séptimo idioma mundial en número de hablantes maternos. Lo que en castellano es un apodo en portugués es un ‘apelido’. Prácticamente todo el mundo tiene un ‘apelido’, sea por una característica física, un rasgo familiar, un nombre o por una cualidad o condición psicológica.
Pero la pregunta no tiene respuesta certera más allá de la famosa sonoridad del portugués. Hay estudiosos que lo atribuyen a la dulzura típica de Brasil. Según estos filólogos, fue a través del mestizaje como esa proliferación de apodos se hizo un hueco en el uso del lenguaje. Otros argumentan que el origen está en la madre Portugal, donde era tradición poner nombres compuestos a los recién nacidos (uno escogido por los padres y otro por los padrinos), por lo que en ocasiones era necesario buscar un apodo que contentara a las cuatro partes.
Lo de los apellidos resulta algo lioso, ya que la mujer, al casarse, cambia su nombre y adopta algunos de los apellidos de su marido. Aún ya andado el siglo XXI continúan siendo minoría las mujeres que no lo hacen. Hay que tener en cuenta que el último apellido que aparece en el carné de identidad es el del padre, el llamado, por los lusos, nombre de familia. Es decir, que una hipotética mujer portuguesa llamada Paula María Rodrigues Teixeira Gomes, acaba por ser tratada como Paula Gomes, de forma simplificada. Su marido se podría llamar perfectamente Rui Pedro Bento Teixeira Gomes, al que llaman Rui Gomes. En este posible caso la mujer guarda el apellido Rodrigues de su familia y ha adoptado otros dos de su esposo.
Pero la fama mundial de los apodos, de los ‘apelidos’, se la dio el triunfo brasileño en el Mundial de 1958. Aquel equipo estaba liderado por dos fenómenos, un imberbe llamado Edson Arantes y un adolescente que respondía al nombre de Manoel dos Santos. El primero no era otro que Pelé, que tenía ese apodo porque cuando era pequeño admiraba al portero del equipo donde militaba su padre, que no era otro que un tal Bilé. Como de Bilé se pasó a Pelé ya es un misterio.
Y sí, Pelé de pequeño quería ser portero.
A Manoel le pusieron el apodo de Garrincha, que no es más que un pájaro amazónico grotesco y en apariencia torpe, pero que es desesperadamente veloz. Manoel, uno de los mejores regateadores de la historia en buena medida gracias a sus piernas torcidas, se ajustaba como anillo al dedo a dicho ‘apelido’. En aquel Mundial disputado en Suecia, los periodistas bromeaban con que la alineación carioca estaba formada por Dida, Dadé, Didí, Dodó y Dudú ante tal cantidad de apodos y nombres impronunciables. Además de por su calidad, una de las razones del éxito de Pelé es que fue aceptado rápidamente por los suecos porque Pelle (con dos eles) es un nombre común en Suecia, mucho más fácil de recordar (para los nórdicos) que los Dida y Didí de turno.
Un lío, ¿verdad?
No obstante hubo un tiempo en el que los apodos pasaron a ser clandestinos. Durante la travesía en el desierto del fútbol brasileño (1970-1994) hubo voces poderosas que pidieron eliminar los ‘apelidos’ por considerarlos infantiles y humillantes. Eran tiempos donde la boca se llenaba al escuchar en las crónicas periodísticas a los majestuosos Marco Van Basten, Karl-Heinz Rummenigge o Diego Armando Maradona. Felizmente la idea no llegó a buen puerto. Y en ciertos casos hasta sería contraproducente. Junior, lateral izquierdo de la ‘canarinha’ en los 80, era el apodo de Leovegildo Lins.
Cumple diferenciar apodos de diminutivos. Los Zé Roberto, Zé Elías o Zé Castro no son más que pepes. Zé es Pepe, al igual que Chico es Fran, Mané es Manu, Drica es Adri, Beto es Rober o Binho es Robson. Aunque sí, éste último es mucho más rebuscado.
También hay una serie de apodos que tuvieron que contraerse o expandirse para conseguir su lugar en el mundo. Ronaldo Nazario nació futbolísticamente como Ronaldinho hasta que explotó y se convirtió en Ronaldo. Ronaldinho (el del Barça) era jugador de tronío para ser Ronaldo, pero como ya había uno contemporáneo, y tan bueno o más que él, se quedó con el sufijo –inho. Al mismo tiempo surgió otro Ronaldo, este central y de menor enjundia, y se quedó en Ronaldao.
Al igual que Ronaldos hay decenas de Luisaos. Otra opción es añadir al ‘apelido’ un apellido en función de su lugar de nacimiento. Gaucho, Paulista, Pernambucano… Una vuelta de tuerca a esta idea fue la de ex delantero del AC Milan Alexandre Rodrigues, que se puso Alexandre Pato en honor al pueblo donde nació (en España existe el archiconocido caso de Carlos Alonso, que pasó a ser Carlos Santillana, preciosa población cántabra).
Los hay bastante divertidos. Carlos Caetano Blenidorm fue el capitán de la selección carioca durante la victoria en el Mundial de 1994. Dunga, apodo del personaje, recibe el nombre por su parecido con Mudito, uno de los siete enanitos. Dopey en su versión original en inglés, Mudito en castellano y Dunga en portugués. Cuando Dunga asumió el cargo de seleccionador brasuca en 2006 un canal de televisión brasileño envió a una periodista disfrazada de Blancanieves y a los otros seis enanitos para entrevistarlo y darle la enhorabuena.
Más jugosos son los de Vágner Silva, el delantero del amor. Este clásico del fútbol de inicio de siglo pasó a ser conocido como Vágner Love cuando en una de sus primeras convocatorias con el Palmeiras fue sorprendido en plena faena por su entrenador en la habitación de su hotel. A Ricardo Izecson le pusieron Kaká porque su hermano era incapaz de pronunciar la palabra Ricardo y le hizo gracia llamarle Kaká. A Givanildo Vieira le quedó el apodo de Hulk por su parecido con la bestia verde. A José Roberto da Gama en cambio le pusieron Bebeto por su cara angelical que resiste al paso del tiempo.
Para la opinión pública, fuera de casos puntuales, no existen conflictos intergrupales y florecen los chistes, los estereotipos o las obscenidades. Pero desde arriba lo políticamente incorrecto avanza a pasos agigantados. Si lo de Hulk para muchos pudiese ser hoy ofensivo, imagínense con unos clásicos del siglo pasado. Ricardo Rogerio (Alemao, por ser rubio), Claudio Ibrahim Vaz (Branco –obvio-), Antonio Carlos (Negro –obvio-), Joao Ferreira (Bigode, por su estrafalario mostacho) o Nilton Pinheiro (Batata, con problemas para la contención de peso por culpa de las patatas fritas).
Eduardo Gonçalves no es otro que Tostao, uno de los héroes del Brasil del 70. Se dice que era tan bueno que cuando era un niño jugaba contra adolescentes y los volvía locos con sus regates. Por eso aquellos chavales le pusieron el apodo de Tostao, una moneda medieval de plata, pequeña en tamaño pero de inmenso valor.
Son sólo varios ejemplos. Pero hay muchos más. Los portugueses son más comedidos, pero también han aportado parte a este galimatías. Manuel Gomes (Nené), Luis Filipe Madeira (Figo), Luis Carlos Almeida (Nani) o Pedro Miguel Carreiro (Pauleta) son algunos ejemplos.
Los ’apelidos’ perviven, pero la globalización hace sus efectos. En el Mundial de 2018 la selección brasileña mostró diminutivos, pero no así apodos. El diario ‘O Globo’ escribió un bonito editorial lamentando la ausencia de ‘apelidos’, en su buen juicio, “una muestra más de que el fútbol brasileño es cada vez más corporativo y menos irreverente”. Y añadía que “en un país que siempre fue creativo en colocar apodos, un nombre común no sobrevive a una carrera mediocre”.
Este verano el Benfica ha fichado a Éverton Sousa Soares. Procedente del Gremio, internacional con Brasil, fue máximo goleador de la Copa América de 2019 y ha dado el salto a Europa este verano a los 24 años. Cuando con 18 años debutó con el Gremio nadie sabía quién era ese tal Éverton. Su ‘apelido’ era Cebolinha, por su cara redonda en forma de chupa chups similar a un dibujo animado popular en Brasil.
Ahora que quiere triunfar en Europa, prefiere ser conocido como Éverton. De la ‘cebolinha’ no queda ni la ‘raicinha’.
Fernando
onPero lo que no entiendo es porqué la FIFA aceptó esos “apelidos” sólo en jugadores brasileros o portugueses y no en jugadores de otra nacionalidad. Es como que los jugadores argentinos les permitan usar apodos como: dibu, pulga, kun, fideo, chiquito, etc