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Nadie anima a Goliat. La historia de Wilt Chamberlain (1ª parte)

Cuando el 12 de octubre de 1999 el sobrino de Wilt Chamberlain encuentre a su tío tirado en el sofá de su casa víctima de un ataque al corazón, se encontrará con una agenda con las llamadas pendientes para el día siguiente. El segundo en la lista era Bill Russell. Durante más de una década Chamberlain y Russell se pegaron en una cancha de baloncesto. A lo largo de más de un decenio ni se hablaron. Pero entonces, ya encarando la vejez, eran amigos. Bill Russell era el gigante bueno. El hombre que puso su físico al servicio de su equipo para crear una dinastía en la NBA. Chamberlain era Goliat. El hombre que según su propio recuento llegó a acostarse con más de 20.000 mujeres. El deportista que llegó a liderar la NBA en puntos, rebotes y asistencias. Pero también el hombre que fue incapaz de quitarse el sambenito de egoísta y de perdedor.

Wilt Chamberlain era un portento físico. El Stephen Hawking de la fisionomía. Era un armario empotrado de 2,16 metros de altura y 130 kilos. Un torrente de músculos desde las uñas de los pies hasta las cejas. Todo él era una gran espalda. Llegó a correr los 400 metros en 49 segundos, lanzar el peso a 16,27 metros o rebotar 1,98 metros en salto de altura. Un ser humano que por envergadura y coordinación estaba medio siglo adelantado a su tiempo.

Era un gigante de dibujos animados. De dimensiones deslumbrantes en una época donde las imágenes en movimiento escaseaban y todo había que fiárselo a las letras y a la fotografía. Se convirtió en un dios griego. Los niños hablaban de un King-Kong. Hay quien decía que tenía tornillos en la cabeza. Otros que no sabía hablar y que solo gruñía. Alguno comentaba que era Frankenstein con un balón de baloncesto. Un hombre que comía niños. Era fascinante. Era despreciable. El villano de un cómic de la Marvel.

Y es que Wilt jugaba entre niños. En el baloncesto de los 60 era Goliat entre lilliputs. Cuando debuta en la NBA y juega su primer ‘All-Star’, la diferencia de corpulencia entre él y el resto de los jugadores es demencial. En aquel partido entre las 24 estrellas más rutilantes del baloncesto mundial apenas hay otros cuatro jugadores que superen los 2 metros, algo inimaginable en la actualidad. Su descomunal planta hizo que ya en su época de instituto fuese una celebridad nacional. Recibió más de 100 becas universitarias, la gran mayoría de ellas con dinero bajo cuerda.

Wilt Chamberlain fue el primer baloncestista que dotó al deporte de la canasta del glamour de la celebridad. Mucho antes de que Lebron James cambiase su natal Cleveland por Los Ángeles con la mirada fijada en su posterior vida tras la retirada, Chamberlain ya había puesto la idea en marcha. ‘Big Dipper’ decidió abandonar Philadelphia (donde ganó un anillo) y mudarse a la soleada California. Al darse cuenta de su valor, no sólo como jugador sino como celebridad, Chamberlain comprendió que su futuro estaba en Los Ángeles, una ciudad con enormes posibilidades y el mercado más atractivo de Estados Unidos junto a Nueva York.

Chamberlain siempre fue un solitario. Era tremendamente egoísta y presuntuoso y siempre aprovechaba para mofarse de sus rivales. Nunca se le conoció pareja. Difícil promover cimientos con 20.000 mujeres de por medio. Lo cierto es que pocos hombres podrían competir con él, aunque sus más allegados, los pocos, consideraban que era una forma de autodefensa porque tenía miedo a que alguien le hiciese daño. Cierto o no, el caso es que siempre quiso profundizar, pero nunca intimar, con ninguna mujer.

Para Wilt el baloncesto nunca fue un juego de equipo. Por lo menos antes de llegar a los Lakers. Luego, también, aunque de forma menos acusada. Los partidos de Chamberlain eran conciertos de solistas. La gente sólo veía en la cancha a Wilt. La noche de 1962 en Nueva York en la que anotó la extraterrestre cifra de 100 puntos, un reportero que asistió al encuentro escribió: “Chamberlain les hizo sentir (a sus compañeros) su insuficiencia y pequeñez. Era grande, luminoso y ocasionalmente ruidoso (…) Él existía aparte de su equipo, orbitando en su propio reino brillante”.

En Los Ángeles, Wilt Chamberlain buscó la atención y el reconocimiento que merecía al ser enjuiciado como el mejor. Invirtió en inmuebles, restaurantes y caballos de carreras. Hasta compró una discoteca en Nueva York, en la época en la que Studio 54 era el centro del universo. Vivía feliz entre artistas y músicos engatusando y presentándose a diferentes mujeres. Le encantaba retar a otro hombre a jugar a cualquier deporte y tras su victoria revolotear cual pavo real delante de sus admiradas pretendientes.

La crítica baloncestística nunca lo trato bien. Para algunos Wilt Chamberlain ha sido el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos. Pero a pesar de su abrumadora superioridad (en 1962 promedió 50’4 puntos y 25’7 rebotes jugando todos y cada uno de los minutos de todos y cada uno de los partidos) nunca tuvo colmillo asesino. No fue Jordan, ni Bird, ni Magic, ni Lebron, ni Kobe. Y tampoco fue Bill Russell. Mientras Chamberlain coleccionaba récords individuales era derrotado una y otra vez en la lucha por el anillo de la NBA ante los Celtics de Russell. Éste, otro portento de 2,06 metros (con una media de más de 22 rebotes por partido en su carrera), posee la plusmarca de anillos de campeón con 11 en 13 temporadas, destacando como capitán y baluarte defensivo de un equipo en el que primaba la solidaridad. A ojos de todos Chamberlain siempre fue el malo de la película. Una estrella incapaz de hacer mejores a sus compañeros y un engreído que socavaba la autoridad de los entrenadores.

Su físico era tan deslumbrante que hubo que adaptar las normas para contenerlo. Cuando jugaba para la Universidad de Kansas al bueno de Wilt le dio por tirar los tiros libres haciendo mates. Es decir, saltar desde la línea a 4,60 metros del aro y machacar. Chamberlain promedió poco más del 50% en lanzamientos libres durante su carrera. Era su kriptonita. Así que vio buena esa solución. Al año siguiente se decretó que los lanzamientos libres se hicieran detrás de la línea de 4,60 prohibiendo expresamente saltar o introducirse dentro de la zona antes de que el balón tocase el aro. Tal y como lo entendemos hoy en día.

Algunos números que dicen que Wilt Chamberlain es el mejor jugador de la  historia de la NBA – Pio Deportes
Un hombre entre niños

La prensa lo retrató como un villano, una estrella meditabunda que destruyó la moral de sus equipos. Chamberlain representó la indulgencia y el individualismo excesivo. “Soy Wilt Chamberlain, una persona. Es mi individualismo lo que más valoro”, dijo en una ocasión. Cansado de ser tildado de egoísta hubo un año en el que le dio por liderar la NBA en asistencias. No por compromiso con el equipo, sino para alimentar su egocéntrica personalidad. Sus 2,16 transformaron el baloncesto profesional para llevarlo a las alturas. Wilt Chamberlain hizo de la NBA una curiosidad. Una rareza antropomórfica que había que escrutar.

Tampoco ayudó a Chamberlain que no se significase políticamente. Al principio de su carrera su indiferencia ante la lucha por los derechos civiles de la población negra le granjeó la amistad de la elite blanca. Era un negro bueno. Al contrario, Russell, su némesis, fue portavoz de los deportistas negros que se negaban a alistarse para combatir en Vietnam. Así que cuando a finales de los 60 Chamberlain siguió escabulléndose de las cuestiones políticas, pasó de ser sospechoso a enemigo de la comunidad negra que no entendía que una persona de su relevancia no se implicara. Wilt siempre fue un hombre de ley y orden. Él sólo veía una diferenciación entre razas; el dinero.

Para los demás jugadores (que por entonces eran blancos en su mayoría) se convirtió en una amenaza. Acabará con el juego, decían los puristas. En realidad a lo que jugaba Chamberlain era a un baloncesto 2.0. Era una amenaza. Pero no por monstruoso, lo era por celos y fascinación. Cuando perdía o fallaba se le comparaba con un boxeador mediocre que intentaba entender el juego.

—UNA ORGÍA DE NÚMEROS Y UNA CATARATA DE DERROTAS—

Después de que los 76ers despilfarraran una ventaja de 3-1 ante los Celtics en las finales de la Conferencia Este de 1968, la prensa culpó a Chamberlain. Había llevado a los 76ers al título la temporada anterior, pero la realidad es que tras once temporadas con números monstruosos sólo había sabido saborear la victoria en una ocasión. Fue entonces cuando decidió firmar por Los Ángeles Lakers. A las razones anteriormente esgrimidas, había un par de ellas más profundas. Chamberlain solía acostarse con mujeres blancas, algo todavía tabú en muchas zonas de Estados Unidos, pero no así en la progresista California. Y además, su padre, residente en el Estado del sol, apuraba sus últimos meses de vida por culpa de un cáncer.

Los Lakers acababan de estrenar un fastuoso pabellón decorado con columnas púrpura y oro que obedecían a la disposición del foro imperial de Roma. En ‘The Fabulous Forum’ los Lakers construyeron el primer súper equipo de la historia antes de que Garnett se marchase a Boston, Lebron a Miami o Durant a San Francisco. Para la campaña 1968/69 Los Ángeles Lakers reunían a Elgin Baylor, el primer jugador en volar por encima del aro, a Jerry West, un tirador sublime que dio su imagen al logo de la NBA, y a Wilt Chamberlain. Con Goliat en plantilla los Lakers construían el mejor equipo de baloncesto de la historia.

Los Lakers pasaron como un ciclón en la temporada regular pero acabaron perdiendo en el séptimo partido de las finales ante los Celtics, sumando la que era su séptima derrota ante los de Boston. Wilt Chamberlain también contaba en siete las veces que había caído en un partido decisivo ante Bill Russell. El hombre de los 100 puntos nunca fue capaz de ganar un choque a vida o muerte ante el pívot solidario por excelencia. “Séptimo partido son las palabras más bonitas del baloncesto”, había dicho en una ocasión el bueno de Russell.

El camino de activismo social en la NBA y los inicios de la mano de Bill  Russell y Wilt Chamberlain | NBA.com España | El sitio oficial de la NBA
Russell (6) y Chamberlain (13)

En ese séptimo y decisivo encuentro, Chamberlain se pasó el último cuarto sentado en el banquillo discutiendo a grito pelado con su entrenador. Se dijo que estaba lesionado, pero la realidad es que Wilt no llegaba al 50% en tiros libres. Una vez que le prohibieron machacar el aro lo intentó de diferentes maneras, a cada cual peor. Sus tiros con cuchara espantarían a cualquier entrenador infantil. No era procedente mantenerlo en el partido en un momento caliente. Pero es que además, obsesionado como estaba con cincelar con números sagrados su legado, se había propuesto no ser nunca eliminado por faltas durante un partido. Esto hacía que en los momentos calientes bajara los brazos y su defendido tuviese pista libre para aterrizar en el aro.

Al año siguiente volvería a perder otra final, en este caso ante los Knicks de Reed, Frazier y Bradley. Más, por vez primera, el afecto y la ternura hicieron acto de presencia. Con 34 años y tras cerca de 900 partidos consecutivos, Goliat sufrió una lesión. Su rodilla dijo basta y tuvo que pasar por quirófano. Por vez primera Chamberlain dejaba de ser una bestia del Helesponto y se convertía en humano. “He hecho cosas que ningún hombre hará, pero la gente sigue esperando que me supere, y no puedo hacer eso”, comentó tras su vuelta en una muestra de dolor ajena al superhombre.

Finalmente, durante la temporada 1971-72, Chamberlain encontró la redención renunciando a ser Goliat. Se dedicó a rebotear y a defender dejando que Jerry West se centrase en anotar. Los Lakers se llevaron de una santa vez el campeonato y Chamberlain, por una vez, dejó de ser un perdedor. Para ello tuvo que renunciar a sí mismo. Tuvo que ser Bill Russell.

Pero más importante que el anillo fue la influencia de Chamberlain convirtió para convertir a Los Ángeles en un destino atractivo para jugadores y empresas que elevó a los Lakers al olimpo del baloncesto. “Mi impacto es eterno”, declaró al poco de retirarse.

Al dejar las pistas y al sucederse los años, se hizo ya de por si inevitable la comparación de Chamberlain con Russell, su eterno antagonista contemporáneo y con quien siempre hubo pugna por decidir quién de los dos era mejor. Y no había duda. Wilt siempre salía mal parado cuando se le comparaba con el portento de los Celtics de Boston, quien ganó 11 títulos de la NBA y nunca perdió una serie de playoff o de las finales con el hombre de los 100 puntos.

Y sin embargo Bill Russell estaba en aquella libreta que el sobrino de Chamberlain abrió el día de su muerte. Mucho antes, en aquel séptimo partido de 1969 en el que Goliat pasó el último cuarto en el banquillo supuestamente por una lesión, Russell le había sentenciado: “Para marcharse así de un séptimo partido de una final uno tiene que tener la pierna o la espalda rotas. Si no vas directo al hospital no tiene sentido que salgas de la cancha. Esas lesiones que se pasan a los tres minutos no son propias de campeones”. De todas las críticas que ha recibido en su carrera, esta es la que Chamberlain jamás va a perdonar. “Lo ha ganado todo y aun así sigue siendo un hombre infeliz”, contestará el superhombre.

Años después llegó la reconciliación y la devolución de visitas domiciliaras. Russell fue fiel a sí mismo, y tras una discreta carrera como entrenador se fue alejando de los focos hasta que la NBA lo recuperó para la causa hace poco más de una década. A Chamberlain el corazón se lo llevó poco después de los 60, pero por el camino se negó a envejecer y amenazó una y otra vez con volver a la NBA a impartir justicia.

Pero esa historia quedará para la próxima semana.


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