Steve Prefontaine y el origen de las zapatillas Nike
El 30 de mayo de 1975 Steve Prefontaine acudió a una fiesta universitaria. El día anterior había competido en una carrera y, como en él era costumbre, la había resuelto con una victoria. Cuando llegó al festejo era el amo del cotarro. Repartió unos cuantos abrazos, saludó a algunos amigos, departió con unos cuantos desconocidos y coqueteó con alguna chica. Pero estaba cansado y decidió retirarse pronto. Subió a su coche con el objetivo de volver a casa. A la mañana siguiente tocaba entrenamiento. Aquel día había chispeado, y entre eso y el calor primaveral, la noche se presentaba húmeda. La niebla baja afectaba a un camino sombrío dominado por la vegetación. Se sucedieron un par de malas curvas y en una de ellas un coche se cruzó en su camino. Prefontaine dio un volantazo para evitarlo y acabó estrellándose contra un abeto. Un par de días después se celebró en Hayward Field, el estadio de la Universidad de Oregón, su funeral. Bill Bowerman leyó un conmovedor panegírico alabando al chico que nunca se rendía, instantes antes de que el coche fúnebre diese la vuelta al estadio a la velocidad a la que Prefontaine solía acabar sus carreras. El público caminó esos últimos 400 metros en un profundo silencio.
Fue la única vez que Steve Prefontaine corrió en ese estadio sin el rugido de sus aficionados.
Tenía 24 años.
En los años 70 Estados Unidos estaba sumido en una profunda depresión. A la revolución por los derechos civiles de la minoría negra y al levantamiento juvenil que había aflorado en la década anterior, se le añadía la confirmación del desastre estadounidense en la guerra de Vietnam. Estados Unidos cambió de la noche a la mañana. Y entre esa nueva forma de entender la vida estaba el correr por correr. En las grandes metrópolis los yupis empezaron a hacer footing y el aficionado norteamericano comenzó a considerar suyos a los atletas de medio fondo.
Steve Prefontaine era el abanderado de su tiempo. Llegó a poseer al mismo tiempo todos los récords nacionales desde 1.500 a 10.000 metros. Era un icono de la juventud. Un icono de los 70. Ayudaba su imagen, sus piernas, su carisma y su aspecto desaliñado. “La gente compite para ver quién es más rápido, yo para ver quien tiene más agallas”, exclamaba con firmeza. Era diferente por su forma de pensar y de actuar. La gente le adoraba y en la Universidad de Oregón empezaron a circular por todo el campus sudaderas y camisetas con su nombre en lugar de con el nombre del centro. La gente cursaba sus estudios en la de universidad Steve Prefontaine.
Prefontaine había ingresado en la Universidad de Oregón en 1970. Situado en la región más lluviosa de Estados Unidos, el Estado de Oregón es uno de los que más fervientes aficionados al atletismo tiene en todo el país. El responsable del reclutamiento era Bill Bowerman, quien estaba convencido de que Prefontaine se iba a convertir en el mejor atleta del mundo. Bowerman era un ex militar que descubrió a Prefontaine en un campeonato infantil. Era un técnico estudioso, detallista y metódico. Un gurú. Tenía una máxima que rezaba; “Dios determina lo rápido que vas a correr. Yo me ocupo de la mecánica”. Adelantado a su época, diseñaba sus propias zapatillas en el garaje de su casa con la ayuda de su mujer. Estaba obsesionado con mejorar el rendimiento de sus discípulos, aunque para ello tuviese que adentrarse en terrenos insospechados.
Pero mientras seguía innovando con sus zapatillas caseras, Bowerman se dedicó a preparar a Prefontaine. Steve asombró en las clasificatorias estadounidenses y con sólo 21 años se veía favorito para los Juegos de Múnich. Aunque tenía varias marcas válidas en diferentes distancias, se decantó por correr los 5.000 metros. Empezó la final fiel a su estilo, a ritmo de mitin y con continuos cambios de cadencia que levantaban al público de sus asientos. Pero, como era de esperar, le acabó traicionando su carácter explosivo y su inconformismo. Fundido, acabó cuarto y sin tocar metal, en una prueba que concluyó ganando el finés Larse Viren.
Bowerman ya le había advertido de que sería necesario que se guardase fuerzas para el final, pero Prefontaine no le hizo caso. No se puede domar a un caballo salvaje. Cogía la cuerda de la pista y ya no la soltaba hasta el final. O eso, o moría en el intento. Se había convertido en una celebridad corriendo así y así lo seguiría siendo siempre.
Y a la gente le encantaba. Era todo corazón. Era puro arte.
A pesar del apoyo de la gente, a Prefontaine le costó superar aquel fracaso. Por entonces los atletas eran amateurs y a Steve le ofrecieron millones por disputar mítines en ciudades de medio mundo. Estuvo tentando a aceptarlo, pero finalmente no lo hizo. Con ayuda de Bowerman se propuso lograr el oro en los Juegos Olímpicos de 1976. Y para ello iba a tener el auxilio de unas zapatillas revolucionarias.
Por entonces la firma predominante en el tartán era Adidas. Las zapatillas alemanas eran el referente mundial y sus éxitos en los Juegos Olímpicos las convirtieron en la primera opción para cualquier deportista. De hecho, aunque Prefontaine usó alguna vez zapatillas Puma, en su victoria más celebrada en los clasificatorios estadounidenses para los Juegos de 1972 calzaba unas Adidas. En aquella celebre carrera en la que estableció un nuevo récord del mundo de los 5.000 metros acabó dando una vuelta de honor con una icónica camiseta que ponía ‘Stop Pre’, y que pronto se convirtió en prenda de culto en la cultura hippie.
Concretamente las zapatillas de Prefontaine eran unas ‘Adidas Tokyo’ que, como es fácil de deducir, fueron arrojadas al mercado en los Juegos Olímpicos de dicha ciudad. Como por entonces no se lanzaban nuevos modelos cada dos por tres, ese revolucionario diseño estuvo en vigencia desde 1964 hasta 1972. Eran unas zapatillas, hoy legendarias, con una lengüeta blanca y una X en el talón. Con alguna variación, es el modelo habitual de las barrigas cerveceras que sudan una vez por semana en las pistas de fútbol sala.
Pero en 1973 Prefontaine iba a calzar por vez primera unas nuevas zapatillas. Se trataban de unas ‘Nike Pre Montreal’, pensadas y diseñadas para él, de ahí que llevaran el sufijo de ‘Pre’. Se trataba de unas zapatillas de una sola pieza y sin costuras que combinaban el verde y el amarillo, los colores de la Universidad de Oregón.
Por entonces las zapatillas eran un peso muerto contra el que los atletas tenían que luchar. No solo era el viento y los rivales, también había que pelear contra una enorme carga aerodinámica que se convertía en lastre para cualquier atleta. El objetivo era aligerar la zancada al golpear el pie con el suelo. El objetivo era buscar el dopaje tecnológico.
Para diseñar sus zapas revolucionarias, Bowerman había determinado que si conseguía quitar 28 gramos a la suela de una zapatilla los corredores se ahorrarían el esfuerzo de levantar 50 kilos de peso por cada milla recorrida. La pregunta era cómo hacerlo y fue su mujer quien le sugirió la idea una mañana mientras preparaba unos gofres. Bowerman esparció caucho líquido por la plancha de los gofres y el resultado fue una suela con forma de rejilla, más ligera y capaz de amortiguar las pisadas.
Bowerman tenía sus zapatillas y tenía claro quién iba a ser el primero que las probara. Steve Prefontaine las vio y frunció el ceño, pero tras dar una vuelta a la pista lo tuvo claro. Esas eran las zapatillas. Bowerman le diseñó unas exclusivas y adaptadas a sus pies que apenas pensaban 85 gramos cada una.
Mientras Bowerman le daba a la materia gris, un ex atleta suyo llamado Phil Knight se convirtió en representante de Estados Unidos de la, por entonces, modestísima marca japonesa de zapatillas Asics. Knight le pidió a Bowerman que le vendiera unos cuantos modelos a sus alumnos, pero la respuesta de Bowerman fue otra. Convenció a Knight para que se convirtiera en su socio y a través de la base de Asics crear una marca nueva y modificarla. Dicho y hecho, hicieron un primer pedido a Japón de 500 pares y tras introducir varias modificaciones con los diseños de Bowerman crearon la marca Onitsuka Cortez.
Era de esperar que Asics comenzara un litigio por los derechos de las nuevas zapatillas. Y así fue. Por lo que en 1972 los dos empresarios estadounidenses fundaron Nike. Escogieron el nombre en honor a la diosa griega de la victoria, capaz de volar y de correr a gran velocidad y cuya efigie aparece en el anverso de muchas de las medallas olímpicas.
Fue así como Prefontaine se convirtió en icono y en primer deportista patrocinado por Nike. Las zapatillas que Prefontaine popularizó llevaron el nombre de Oregon Waffle (gofre en inglés) y en los Juegos Olímpicos de 1976 ya eran mayoría entre los atletas estadounidenses. Quien no las pudo calzar fue el propio Prefontaine, que falleció en el referido accidente de coche que sesgó su vida con apenas 24 años mientras se preparaba para los que iban a ser sus Juegos. “Se ha muerto el alma de Nike”, sentenció Bowerman.
Cuando la década de 1980 esbozaba sus inicios, las zapatillas deportivas pasaron de ser un objeto de deportistas a integrarse en la cultura urbana. Por entonces Nike seguía viviendo de la fama de Steve Prefontaine, pero sus competidores habían desarrollado sus propios modelos y se encontraban en una posición mucho mejor para afrontar el nuevo mundo de patrocinio y ventas que se les avecinaba.
Todo cambiaría cuando en 1984 Michael Jordan firme un contrato astronómico con Nike.
Pero esa es otra historia.
“Para mí el mejor ritmo es un ritmo suicida. Cualquier día de carrera es un gran día para morir.”, Steve Prefontaine.