La Liga del Dépor
Una muchedumbre de 50.000 personas se amontonó en la Plaza de María Pita para festejar el título de Liga del RC Deportivo de La Coruña. Todos los futbolistas cargaban con una resaca formidable y un inmundo pelo color pollo, obra y gracia del peluquero de Djalminha. El día anterior algún futbolista llegó a temer por su vida. El citado Djalminha tuvo cerca de veinte personas encima de él. Según confesó, llegó a perder el aire durante unos segundos. Otros, como Makaay, tuvieron que regalar la camiseta a un aficionado para que ejerciera de escolta privado y lo llevase a base de patadas y empujones a los vestuarios. Y es que la fiesta de la Liga del Dépor fue de las gordas. Muy gorda. Fue una fiesta que sumaba seis años de espera.
Tras perder la Liga de 1994 con el penalti más famoso de todos los tiempos, el Dépor cosechó el título copero de 1995. Aquel modesto equipo que se dio en llamar Superdépor se habituó a las primeras plazas del fútbol español. Lo haría de forma casi ininterrumpida durante algo más de una década. Y digo casi, porque el último día del cierre de mercado veraniego de 1997 el FC Barcelona pagaba 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros) y se hacía con Rivaldo, el eje insignia del nuevo proyecto blanquiazul. Esa puñalada a última hora provocó un cataclismo en el Dépor, que hizo de la campaña 1997/98 una temporada de transición.
Para remediarlo, en 1998 el Dépor nombraba como nuevo entrenador a Javier Irureta. El vasco, que había dirigido entre otros al Real Oviedo o a la Real Sociedad, acababa de sellar una gran temporada en el RC Celta, así que tras su fichaje por el Dépor se convirtió en persona ‘non grata’ en el sur de Galicia. Irureta, vivo ejemplo de escolarización jesuitina, fue elegido por Lendoiro con dos misiones. La primera convertir un vestuario que parecía la ONU en un grupo unido. La segunda revivir la mística de Arsenio. Tras los mediáticos Toshack y Carlos Alberto Silva, la idea de Lendoiro era contratar a un entrenador de perfil bajo, tranquilo y que tuviese mano izquierda.
E Irureta lo consiguió. Aunque no cómo él pensaba.
En los siete años que el vasco estuvo en el banquillo deportivista logró que todos los jugadores se uniesen contra él. Irureta mantuvo cohesionado al equipo porque nadie era capaz de aguantarlo. Las súplicas eran variadas. Djalminha, Fran o Molina manifestaron que su exceso de conservadurismo impidió que el Dépor lograse más éxitos. Makaay o el Turu Flores se quejaban de que nunca jugaban en su posición natural. Capdevila o Pandiani que los méritos de los entrenamientos no importaban. Y los que callaban en público criticaban en privado. Irureta no dejó amigos, pero logró lo imposible, conseguir la unión de un equipo a través del odio a su entrenador.
Y no conviene restar mérito al hombre que tuvo que lidiar con Diego Tristán y consiguió sacarle jugo durante un par de temporadas.
El caso es que Irureta clasifica al Dépor para la Copa de la UEFA en su primera temporada y las expectativas para la segunda son las mismas. Repetir clasificación europea. Para ello el Dépor vende a jugadores importantes como Ziani, Bonnissel, Manjarín o Armando y ficha entre otros a Víctor, un futbolista de banda que había destacado en el Real Madrid, Jokanovic, un pivote defensivo procedente del Tenerife, y especialmente al delantero holandés Roy Makaay. De 24 años de edad, y también ex futbolista del Tenerife, no era del agrado de Irureta. Y de hecho, nunca lo fue. Pero en el primer partido de Liga anotó un ‘hat-trick’ en la victoria por 4-1 ante el Alavés, convirtiéndose en uno de los favoritos de la afición y convenciendo al técnico vasco de su valía.
Los blanquiazules empezaron fuerte en casa y flojeando fuera. Fue un indicio de lo que iba a deparar la temporada. El Dépor ganó 16 de los 19 partidos que disputó en Riazor. Una bestialidad. Sólo el Numancia y el Racing de Santander salieron de Coruña con los tres puntos. O mirado desde otro prisma, el Dépor sólo ganó cinco partidos como visitante en la temporada 99/00. 21 triunfos en total. Cinco victorias menos de las que necesitó el Barça para proclamarse campeón la campaña pasada. Y le valió.
Aquella Liga se inició con un duelo por el liderato entre el FC Barcelona y el Rayo Vallecano. Sí, han leído bien. Los madrileños hicieron un primer tercio de campeonato excepcional para acabar desfondándose en la segunda vuelta. Pero a finales de octubre el Dépor fascinó con una prestigiosa victoria ante el Barça del odiado Rivaldo con dos goles de Makaay, un sufrido triunfo en el Carlos Tartiere de Oviedo gracias a un penalti transformado por Djalminha y una fácil conquista (5-2) ante el Sevilla en casa con tres goles de Pauleta. Era la jornada decimosegunda y el Dépor se colocaba en el liderato.
Y ya no lo abandonaría.
El Depor enganchó una racha de siete victorias consecutivas que le llevó a liderar la clasificación con un colchón de ocho puntos de distancia. La última de ellas fue ante el RC Celta, por entonces segundo clasificado, al que derrotó por 1-0 en un derbi gallego bronco y duro, que pasaría a la historia por una actuación teatral digna de Broadway.
Total, que el Dépor se presenta en la segunda vuelta como líder, amarrando en casa lo que pierde fuera. Entre las derrotas fuera se incluyó una dolorosa en Soria ante el Numancia con gol mal anulado a Songo’o, el portero deportivista, que subiera a rematar un córner a la desesperada en la prolongación. Los esquemas de Irureta son conocidos por todos de cabo a rabo. En Riazor sale con dos pivotes, Mauro Silva y Flavio Conceiçao, y coloca a Djalminha de enganche por detrás de Makaay. Si el partido se tuerce sitúa al delantero holandés en una banda y saca a Pauleta o al Turu Flores en la punta del ataque. En los partidos lejos de Riazor, o cuando toca amarrar el resultado, sacrifica a Djalminha para colocar un ‘trivote’ en el que el elegido suele ser Jokanovic. El famoso ‘trivote’ de Irureta será la piedra angular de la famosa unión del vestuario. La unión del odio común ante el entrenador irundarra.
Que al Dépor le sirviera ese plan tan conservador para ganar la Liga obedece a sus aciertos, pero también a los errores de los rivales. El RC Deportivo triunfó con 69 puntos y 11 derrotas (7 en la segunda vuelta). La diferencia entre el campeón y el sexto clasificado (Alavés) fue de tan solo ocho puntos. En la famosa Liga de los 100 puntos, el Real Madrid aventajó al sexto clasificado (Levante) en 45 puntos, más diferencia que entre el Dépor y el último de la 99/00 (Sevilla) que acabaron separados por 41 puntos. Esto no resta mérito a los herculinos. La clasificación tan sólo es la fotografía de su tiempo. Lendoiro, el mandamás de los coruñeses, siempre ha defendido que la Liga del Dépor tiene más mérito que las de la Real Sociedad o las del Athletic en los 80, porque el RC Deportivo la ganó en un mercado internacional de futbolistas expansivo.
Antes del esperado desenlace hubo varios momentos para el recuerdo. El primero tuvo lugar en Riazor ante el Real Madrid. Por entonces los coruñeses vapuleaban a los madrileños cada vez que se asomaban al Atlántico. Esos duelos solían emitirse en horario de máxima audiencia en Canal Plus, canal televisivo de pago que contaba con una infraestructura de cámaras fantástica que llevaba los lugares más recónditos del estadio al hogar del telespectador. Djalminha, igual de impresentable que de genio, lo sabía, y gustaba de hacer algo especial en esos partidos. Rodeado de cuatro jugadores del Real Madrid, a Djalminha se le ocurrió salvar el escollo con un disparate perpetrado con el tacón con el que pretendía realizar un autopase por encima de su cabeza y de la de sus defensores. El balón, por equivocación, acabó en Víctor y la jugada en intrascendente, pero el recuerdo ha pervivido con el nombre de ‘lambretta’.
Al acabar la primera parte Raúl, entonces uno de los mejores delanteros del mundo, se fue a buscar a Djalminha para preguntarle porque hacía tonterías. El brasileño contestó: “Tú metes goles, pero yo soy jugador de fútbol”.
Genio y figura.
Aquel choque ganado por el Dépor por 5-2 fue la primera vez que en Coruña se volvió a creer que se podía ganar la Liga. Faltaban todavía 15 jornadas pero el Dépor iba como un tiro. Y fue justo entonces cuando los fantasmas del 94 volvieron a aparecer.
El Dépor era incapaz de ganar fuera de casa y, mientras, el FC Barcelona apretaba el ritmo. Parecía un ‘deja vú’ del 94. Por detrás el Real Madrid se desfondaba y se centraba en la Copa de Europa que acabaría ganando por octava ocasión, y el Real Zaragoza ascendía a la tercera posición liderado por el serbio Savo Milosevic.
Las meigas salieron del armario en la jornada 35. El Barça pasaba por encima del Atlético en el Calderón (0-3) el mismo día que el Dépor visitaba Balaídos para enfrentarse al RC Celta. Los vigueses no se jugaban nada y hubo petición en los medios para un pacto de no agresión entre los gallegos. Pero no iba a ser así. Había muchas rencillas abiertas entre los dos equipos. Celta y Dépor no son Real Sociedad y Athletic. El partido se jugó a cara de perro y acabó con sufrida victoria viguesa por 2-1. Tras la catástrofe, sería la segunda y última vez que Lendoiro bajó a un vestuario a hacer una `’santiaguina’ para animar a sus jugadores. El presidente estaba reviviendo el agónico final de Liga de 1994 y sentía que la Liga se le escurría entre sus dedos.
Quedaban 3 jornadas. El Dépor aventajaba en dos puntos al Barça y en cinco al Zaragoza…y tenía que recibir a los maños en Riazor. Tocaba ayuda divina. Y la hubo. El Barça jugaba en el Camp Nou ante el Rayo Vallecano. Un trámite. Pero el mismo equipo que en la primera vuelta era un matagigantes y en la segunda un corderito, hizo la machada y silenció el coliseo azulgrana (0-2). Si el Dépor ganaba al Zaragoza era virtualmente campeón.
Todos los goles tuvieron lugar en la segunda parte. Los maños se adelantaron, pero el Dépor le dio la vuelta al partido primero con un gol de Makaay a centro de Fran y luego con un disparo raso desde fuera del área de Djalminha. Es el 2-1. El que escribe, por entonces quinceañero, se levantó junto a los otros 35.000 presentes en Riazor para celebrar no un gol, sino un título de Liga. Pero es entonces cuando aparece el diablillo en la oreja izquierda del brasileño. En la celebración del tanto Djalminha se saca la camiseta, recibe la segunda tarjeta amarilla y es expulsado. Gilipollas. Quedan 10 minutos y el Dépor se echa atrás. Muy atrás. El Zaragoza empata (2-2) y gracias. Hubo ocasiones para perder.
Llegamos así a la penúltima jornada donde el Dépor pone el trivote, el cuatrivote y lo que haga falta para amarrar un empate en Santander. Apenas cruza el centro del campo. Pero es suficiente. Éste Barça no es el de Cruyff y tampoco pasa del empate ante la Real Sociedad. Son tres de ventaja sobre catalanes y aragoneses.
Para que el Dépor se proclamase campeón le bastaba un empate en casa ante un equipo que no se jugaba nada. Era un viernes. 19 de mayo de 2000. En 1994 el Dépor tenía que ganar, o al menos igualar el resultado del Barça. En el año 2000 al Espanyol no le interesaba el partido. En 1994 al Valencia tampoco. Pero a diferencia de los levantinos, los periquitos nunca iban a aceptar una prima procedente de Can Barça.
Pero el Dépor sí que lo propuso. Según se supo después, tres días antes del partido y tras una comida en el Playa Club – un restaurante de moda situado a escasos metros de Riazor -, cuatro pesos pesados (Fran, Donato, Mauro y Djalma –según la rumorología-) se subieron a un Mercedes con las lunas tintadas junto al presidente Lendoiro pidiéndole que le diera una prima a los periquitos para firmar el empate. Al parecer Lendoiro rechazó la idea y exigió a sus chicos que ganasen el partido.
La realidad es que el Dépor no sufrió. Cuentan que, fiel a su estilo, Irureta no realizó ninguna arenga antes de saltar al campo. No hizo falta. De eso ya se encargó Coruña durante toda la semana anterior. De hecho los jugadores hasta disfrutaron. El Espanyol se comportó con honor. Defendiendo ordenadamente y atacando cuando podía, pero sin mordiente, ánimo ni velocidad. A medio gas. Aun así, Riazor enmudeció a mediados de la primera parte cuando Naybet hizo un más que posible penalti sobre Tamudo que García Aranda no quiso ver.
Pero ni aun así se hubiese propagado el miedo en Riazor. Sólo se necesitaron cuatro minutos para que Víctor lanzara un córner y Donato buscando el primer palo peinara el balón y anotara el 1-0 que otorgaba infinita tranquilidad a los blanquiazules. Donato esbozó esa sonrisa que le hizo ganarse a los coruñeses que se mostraron escépticos cuando el Dépor firmó a un rechoncho defensa de 31 años al que no había renovado el Atlético de Madrid por sus continuas lesiones musculares. Aquel 19 de mayo Donato iba camino de los 38 años y aún aguantaría tres temporadas más como eje de la defensa del Deportivo más glorioso de todos los tiempos.
Riazor había explotado como si de la Bombonera se tratase. Una lluvia de papelitos cubrió el verde mientras Donato le dedicaba el gol a su amigo Orejuela, compañero en el Atlético de Madrid y que estaba ingresado por una delicada operación. Donato sabía que iba a marcar. Orejuela le había dicho que iba a anotar un gol. Esas cosas que siempre se dicen, pero pocas veces se cumplen. Pero esta vez sucedió. Lo cierto es que Víctor siempre sacaba los córners al primer palo. No necesitaba hacer ninguna señal. Donato sabía lo que tenía que hacer.
Pero es que luego ocurrió lo que nadie esperaba. El RC Celta se adelantaba ante el FC Barcelona en el encuentro que a la misma hora se disputaba en el Camp Nou. Nunca antes y nunca después se celebró con tal fuerza un gol celeste en Riazor.
Al fantasma de Djukic sólo le faltaban cinco minutos para fenecer. Manuel Pablo corre la banda, realiza un recorte en la línea de fondo y envía un centro al primer palo que Roy Makaay convierte en su vigesimosegundo gol de la temporada.
La segunda parte fue una fiesta. Un despiporre. Y hasta el Espanyol mantuvo su honra, porque atacó con ansía y tuvo un par de buenas ocasiones. Pero daba igual. El Dépor conseguía una Liga que la fortuna le debía. Una Liga que fue querida por toda España. Incluso, quizás, hasta en algún lugar de Vigo.
La victoria del RC Deportivo en la Liga 1999/00 es una hazaña difícilmente repetible. Desde que la Ley Bosman permite la libre circulación de futbolistas continentales no ha vuelto a haber un ganador liguero tan inesperado en una de las grandes ligas europeas. Tan sólo los triunfos del Kaiserlautern (97/98) o Wolfsburgo (08/09) en la Bundesliga o del Leicester en la Premier (15/16) puede comparársele. Pero a diferencia de estos conjuntos, el triunfo del Dépor no fue fruto de una gran temporada. Fue el resultado de una constancia de años de trabajo que no sólo le otorgó una Liga (2000), sino 4 subcampeonatos (1994, 1995, 2001 y 2002) y 2 copas del rey (1995 y 2002).