La perturbadora existencia de un gusano (vida y obra de Dennis Rodman) 1ª parte
A mediados de los 90 un afamado jugador de la NBA, aún en activo, citaba a los medios y a los fanáticos en una librería neoyorkina de la Quinta Avenida. Los motivos eran dos. Por un lado la presentación de su biografía y por otro lado la celebración de su boda. A pesar de ser una archiconocida estrella de la NBA, nadie sospechaba quien podría ser la afortunada que pasaría por la vicaría. Dennis Rodman apareció vestido de blanco, envuelto en un precioso velo y sentado en un carruaje que arrejuntó a miles de personas por las calles más céntricas de Nueva York. Se había teñido de rubio, y para la ocasión acicaló su pelo con una media melena ligeramente rizada y una perfecta manicura de uñas.
Dennis Rodman se iba a casar consigo mismo.
Quizás esa estrafalaria idea le hubiese venido a la cabeza al recordar su lacónica infancia. Dennis Rodman fue un niño extremadamente tímido. No llegó a conocer a su padre y su madre malvivía para darle de comer a él y a sus hermanas. Rodeado de mujeres, Rodman se acostumbró a jugar con muñecas, a las cocinas y a vestirse con ropa de niñas. Lo que hoy va camino de ser aceptable, para un niño de finales de los 60 era sentencia de bullying. El que años más tarde sería un bigardo de dos metros de altura, era entonces un mocoso débil que tenía que acudir a sus hermanas mayores cada vez que recibía una paliza en el colegio mientras le llamaban maricón.
Además de tímido, Rodman no era muy agraciado. Tenía orejas de soplillo y una piel llena de manchas y pecas, algo no muy frecuente en un negro. Sus hermanas eran bastante más guapas y además unas excelentes deportistas que destacaban en el baloncesto. Por simple imitación, Rodman decidió apuntarse en el equipo del instituto. No destacaba en absoluto, pero era un nervio con patas. Era pura energía. Una vez jugando en los recreativos un paisano se quedó con ese movimiento continuo y le dijo que se movía como un gusano. A Rodman le gustó el apodo y se le quedó ‘in perpetuum’.
Sin amigos y sin aptitudes ni para los estudios ni para el baloncesto, Dennis se convierte en un ‘ni-ni’. Se pasa el día de la cama al sofá y del sofá a la cama. Es un bicho raro y su madre no aguanta más. Le dice que o se pone a trabajar o lo echa de casa. Dicho y hecho. Rodman tiene 20 años cuando pasa su primera noche a la intemperie.
Tardará cerca de una década en volver a ver a su madre. Y, a día de hoy, sigue resentido con aquel ultimátum.
El ‘gusano’ pasará cerca de dos años encadenando trabajos con despidos, multas con pequeños hurtos y durmiendo debajo de puentes y en estaciones de ferrocarril. Como buen gusano se arrastrará por la mierda hasta que el destino le prepare una sorpresa. En el plazo de un año Rodman crecerá cerca de 20 centímetros hasta sumar 2’01 metros de altura. Es una rareza asombrosa y más al suceder una vez pasada la adolescencia.
De vez en cuando, Rodman aparece en una cancha de baloncesto y pide jugar. Es entonces cuando un entrenador de la modestísima universidad estatal de Oklahoma del Sur le ofrece una beca deportiva. Aunque Dennis no había acabado sus estudios secundarios, el hecho de ser una universidad de tercera fila le permite jugar para ellos. En un principio Rodman no acepta, pero es convencido por sus hermanas para trasladarse a la OSU y jugar en su equipo.
Rodman aterriza en una de esas ciudades echas con escuadra y cartabón del medio oeste norteamericano. Es un negro en una tierra de blancos, ganado y escopetas. No tiene ni idea de las reglas básicas del baloncesto. Pero es pura pasión. Se convierte en el mejor anotador y en el mejor reboteador del equipo. Especialmente es en esta última disciplina donde destaca. Se convierte en un maníaco del rebote. Salta, saca los codos, mete el culo. Es la hiperactividad personificada.
Aun así sigue siendo un pobre chico tímido y solitario. Al poco de llegar conoce a un niño de 13 años fan del baloncesto que le invita a pasar la noche a su casa. Rodman, por entonces de 21 años, acepta sin dudarlo. Para él no hay diferencia de edad. Sencillamente es un amigo. Los padres del chaval tienen una plantación a las afueras de la ciudad con un total de 250 cabezas de ganado. Son un matrimonio blanco y tradicional. Quedan impactados cuando ven a aquel armario negro de dos metros de altura, pero acceden a regañadientes.
Fue la primera de muchas noches. Durante los tres años que Rodman pasó en Oklahoma vivió con aquella familia, durmiendo y comiendo en aquella casa y ayudando como uno más en las tareas agrarias. Con el tiempo hasta llegó a pedir que lo adoptasen y aún hoy son para él su verdadera familia.
En su último año de universidad promedio más de 25 puntos y 15 rebotes y fue escogido como ‘All-American’ en su categoría. Cuando le dieron el premio Rodman tuvo que preguntar qué significaba porque no sabía que ‘All-American’ era un reconocimiento por ser el mejor en su deporte. Nunca había sido el mejor en nada. Fue escogido en el número 27 del draft de la NBA de 1986 por los Detroit Pistons. Tenía 25 años, tres o cuatro años más que la mayoría de los novatos que debutan en la mejor liga de baloncesto del mundo.
Por entonces los Pistons eran una fuerza emergente de la NBA después de años claudicando ante los Celtics de Larry Bird. Contaban con Isiah Thomas, Joe Dumars o Bill Laimbeer, tipos de gran clase pero muy duros. Mientras que la mayoría de equipos practicaban un juego alegre y ofensivo, los Pistons pregonaban el espíritu de equipo, la defensa y el control del ‘tempo’ del partido. Rodman llegó a un vestuario donde no encajaba. Era tímido, tenía miedo y apenas no hablaba. Era como una pieza de arcilla que había que moldear. A todo el mundo le daba pena porque parecía dulce e inocente. Dicen que cuando salía con los compañeros a tomar algo después de los partidos siempre pedía un vaso de leche.
En la Navidad de 1986, la primera de Dennis en Detroit, Chuck Daly, el entrenador de los Pistons, le ofreció pasarlas en su casa. Al igual que no vio diferencia de edad en el niño de Oklahoma tampoco está vez la vio con su entrenador. Daly se convirtió en su amigo, en su padre, en su general y en su confidente. A partir de entonces pasaría decenas de veladas con Daly y le juró fidelidad absoluta.
En un equipo donde había excelsos anotadores, Daly solo le pidió una cosa; que rebotease. El general mandó y el soldado obedeció. La NBA iba a conocer al ‘gusano’. Había nacido el estilo de juego Dennis Rodman. Consistía en salir del banquillo, correr toda la cancha, pelearse por los rebotes y agitar al público pidiendo su apoyo. Él contra el mundo. El juego de Dennis se disparó y cuando los Pistons ganaron su primer título de la NBA en 1989 él era uno de los favoritos del equipo.
Por primera vez en su vida se sentía querido. Se sentía parte importante de una comunidad. Dicen que estuvo tres días sin quitarse la camiseta de campeón de 1989. Pero a diferencia de sus compañeros, el motivo de la alegría de Rodman no era el título en sí, era el hecho de encajar dentro de un grupo. Cuando al año siguiente repita título y le den el premio de mejor defensor de la NBA, Rodman romperá a llorar de agradecimiento. Durante esos años, cada vez que la emoción de la victoria aflore, las lágrimas de Dennis estarán presentes.
Por primera vez encajaba. Por vez primera era feliz.
Dennis Rodman pensaba que la ciudad de Detroit era su casa y los Pistons su familia. Pero no era así. En el 91 los Pistons cayeron en playoffs ante los Bulls de Michael Jordan. El equipo envejecía, se realizaron varios traspasos y en el verano de 1992 Chuck Daly era cesado como técnico del equipo. Rodman, quien pensaba que aquello duraría para siempre, se derrumbó. Su padre adoptivo se marchaba y su familia se rompía. Es en aquel verano cuando el chico bueno y tímido, el que pedía un vaso de leche en las discotecas, se hará el primero de lo que luego serían muchos tatuajes.
Desnortado y desubicado, en la temporada 1992/93 el rendimiento de Rodman cae a proporciones mínimas. Él mismo declara estar desmotivado y sin ganas de jugar al baloncesto. Los aficionados de Detroit lejos de apoyarle comienzan a abuchearlo. La energía del ‘gusano’ pasa de los aspectos deportivos a los aspectos extradeportivos. Acumula rebotes y rebotes, pero también faltas técnicas, peleas con rivales, ausencias en los entrenamientos y lloros e insultos ante las cámaras de televisión.
Está a punto de estallar.
El 11 de febrero de 1993 Dennis Rodman se acercó al pabellón de los Pistons en una camioneta. Era noche cerrada y Rodman estacionó su vehículo en el aparcamiento principal. No había un alma alrededor. Vestido con camisa de cuadros, cogió una escopeta de la parte de atrás de la camioneta, apoyó la culata entre los pies, prescindió del seguro y colocó el cañón debajo de la mandíbula.
A la mañana siguiente unos trabajadores del club lo encontraron durmiendo en el asiento del conductor mientras agarraba la escopeta.
No hubo forma de tapar el intento de suicidio. Hubo que dar parte a la prensa y hubo que obligar a Dennis a acudir a un psicólogo. Rodman no paraba de sonreír y de decir que estaba bien cada vez que los periodistas le preguntaban. Pero no estaba bien.
Aquella noche había muerto el viejo Dennis. Aquella mañana había nacido el nuevo Dennis.
Y el mundo no estaba preparado para lo que el nuevo Dennis Rodman le iba a ofrecer.