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¿Por qué en Lituania se juega al baloncesto?

En la prehistoria del baloncesto, cuando la técnica aún estaba en pañales, el componente morfológico era el primordial. Los países de la Europa septentrional, alta y bien alimentada, dominaban el básquet. Pero sólo en uno de esos lugares, en una esquina del Mar Báltico, la técnica del baloncesto evolucionó con celeridad, lo que unido a las excelentes condiciones físicas convirtió al baloncesto en su seña de identidad. En Lituania el `krepsinis’ (baloncesto) es sagrado. Lituania comparte etnia y lengua con los letones. Pero en Letonia pocos juegan al baloncesto. Lituania comparte cultura con Suecia o Estonia. Pero pocos en Suecia o en Estonia juegan al baloncesto. Lituania comparte historia, religión y glorioso pasado en común con Polonia. Pero pocos juegan al baloncesto en Polonia. Entonces, ¿por qué en Lituania se juega al baloncesto?

En 1937 y 1939 Lituania se coronó como bicampeona de Europa antes de que la pequeña república báltica perdiera su independencia frente a la URSS. El padre del básquet lituano fue un californiano llamado Frank Lubin. Era un pívot que frisaba los dos metros y que había ganado la medalla de oro en los JJ.OO de Berlín de 1936 honrando los intereses de Estados Unidos. Frank era hijo de inmigrantes lituanos y recibió una invitación para defender la camiseta de Lituania en la II edición del Eurobasket que tendría lugar en 1937. Frank Lubin transcribió su nombre al lituano quedando para la posteridad el nombre de Pranas Lubinas como el héroe que condujo al pequeño país de cerca de 3 millones de habitantes a la victoria en los Eurobasket de 1937 y 1939. Al año siguiente, y tras la anexión del país a la URSS, Lubinas volverá a ser Lubin y retornará a Los Ángeles donde fallecerá en 1999.

Esos son los años en los que el baloncesto pasa a ser un deporte sagrado para los lituanos. En esa época los católicos lituanos vivían acomplejados frente a sus vecinos protestantes de Estonia y Letonia. Aunque en Occidente tenemos la simple idea de que las tres repúblicas bálticas son uniformes la realidad es mucho más cruenta. El Eurobasket de 1937 se había celebrado en la vecina Letonia y la victoria en el país fronterizo fue celebrada con algarabía por los lituanos. Se cuenta que el tren que traía a la selección de vuelta a casa tuvo que parar en cada población para que en cada pueblo se felicitase y se aplaudiese a sus héroes.

Pero el alboroto popular duró poco tiempo. En 1940 las tropas de la URSS invadieron Lituania iniciando una ocupación del país que duraría medio siglo. Los oponentes políticos y los grandes pensadores y empresarios fueron asesinados o deportados a Siberia. Los fantásticos jugadores de baloncesto lituanos pasaron a integrarse en las filas de la URSS. Hasta entonces Rusia no se había fijado demasiado en el básquet, pero a partir de los años 50 lo convertiría en uno de sus pilares deportivos.

Lituania iba a ser rusificada. Pero encontró en el baloncesto la fórmula de escape. Apresada por Rusia, amenazada históricamente por Alemania e hija de un pasado grandioso con Polonia, ninguna de esas tres grandes naciones había desarrollado un baloncesto de élite capaz de competir con la pequeña Lituania. Además, Lituania era un país desarrollado. Tuvo siempre la renta per cápita más alta de toda la URSS y aún hoy tiene un nivel de vida superior a países como Polonia o Grecia y similar a otros como Portugal o Chequia. Los hijos de la clase alta lituana que lograron escapar a Estados Unidos se formaron en universidades norteamericanas y, aún hoy, los proyectos de baloncestistas en Lituania prefieren formarse en la NCAA estadounidense que en cualquiera de las canteras más potentes del básquet europeo.

Y aun con todo, durante las cinco décadas de comunismo el CSKA de Moscú dominó la liga soviética con mano de hierro.

Desde 1954 y hasta que la norma fue abolida en 1987 el CSKA podía reclutar a los mejores promesas del país para que hicieran el servicio militar en Moscú mientras defendían la camiseta roja del CSKA. A excepción de 1968 (Dinamo de Tiblisi) y 1976 (Spartak de Leningrado) el CSKA ganó la liga soviética en todos esos años. De entre las grandes figuras del momento, tan sólo Aleksandr Belov consiguió jugar toda su carrera en el Spartak de Leningrado de su ciudad natal debido a los servicios prestados a la patria al anotar la canasta que doblegó a los Estados Unidos en los JJ.OO de 1972.

La excepción estaba en Lituania. Para mantener a los revoltosos lituanos tranquilos, las autoridades soviéticas permitieron que los jugadores lituanos permanecieran fieles a sus equipos. Rebeldes e inconformistas hicieron del Statyba de Vilna y especialmente del Zalgiris de Kaunas un reducto a prueba de bombas, un componente indisociable de la identidad lituana.

Siempre en un segundo o un tercer lugar, el Zalgiris alimentará en la década de los 80 a una generación irrepetible que el destino querrá que coincida en el tiempo con el desmantelamiento y putrefacción de la URSS. Homicius, Iovaisha, Kurtinaitis y sobre todo Arvydas Sabonis, harán que el Zalgiris acabe con el dominio del CSKA para vanagloria del nacionalismo lituano.

El Zalgiris conquistará la liga soviética en 1985, 1986 y 1987. Mención especial para este último título que se decidió con una victoria épica en un partido a vida o muerte disputado en Moscú. Más de 5.000 lituanos se trasladaron a la capital rusa sin entradas para asistir a ese choque definitivo. Ante la llegada de esa horda de lituanos, Aleksandr Gomelsky, entrenador del CSKA, exigió que todos los asientos se distribuyeran a aficionados locales. Pero los seguidores del Zalgiris se apelotonaron en las inmediaciones del pabellón y cambiaron a los rusos sus entradas por botellas de vodka. Así fue como el Zalgiris se alzó con el título en Moscú con un pabellón lleno de lituanos gritando por su libertad. La leyenda dice que Serguei Tarakanov, capitán del CSKA, encontró su taquilla llena de zurullos de mierda cuando acabó el choque y se retiró al vestuario.

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Sabonis y Tkachenko. Dos gigantes. Dos mundos

Meses después de la caída del Muro de Berlín, Lituania declara unilateralmente su independencia. A diferencia de lo que había ocurrido con los países de la órbita comunista, Gorbachov no consiente que ninguna república soviética se independice. Nuevamente Lituania vuelve a mirar al baloncesto para autoafirmarse. Ningún lituano participará como jugador de la URSS en el Mundial de baloncesto de 1990. Sabonis, la estrella más famosa del básquet europeo, declara públicamente que sólo volverá a jugar una competición si es vistiendo la camiseta verde de Lituania. Sin la presencia de los bálticos, la URSS recibirá una paliza ante Yugoslavia en la final del torneo.

Meses más tarde, y ya con la independencia en el bolsillo, un puñado de lituanos rubios y desgarbados, con sus bufandas verdes y amarillas, y millones de ellos a través del televisor, contemplarán como Lituania derrotará a los restos del Imperio Soviético en el partido por la medalla de bronce de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. En aquellos Juegos, tras los inalcanzables estadounidenses, consiguieron subirse al pódium Croacia y Lituania. Para ambos países, recién independizados, esos Juegos Olímpicos son una suerte de fiesta nacional.

Hoy, la selección de baloncesto de Lituania es una habitual en el medallero de las competiciones internacionales. El básquet es el único deporte que está subvencionado por el Estado y recibe continuas ayudas públicas para el fomento de las diferentes categorías inferiores. Las banderas y las bufandas amarillas, verdes y rojas que antaño surgían clandestinas por debajo de las chaquetas hoy pululan con orgullo por cada región del país. Cada aldea cuenta con su humilde cancha de baloncesto jalonada por su bandera tricolor.

“No tenemos intención de jugar más con la URSS. Sólo defenderemos la camiseta de Lituania. Somos una nación distinta a la que durante muchos años se le ha privado de libertad y de sus señas de identidad, como la bandera, el himno o la lengua. La integración en la URSS fue fruto de una guerra, no del acuerdo de nuestro pueblo. No somos rusos, somos lituanos”, Arvydas Sabonis y Valdemaras Homicius en unas declaraciones conjuntas a la prensa en marzo de 1990 renunciando a competir en el Mundial de 1990 y a volver a vestir la camiseta de la URSS.


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