Tottenham vs Liverpool
Tottenham y Liverpool disputan una final de Copa de Europa extraña por inesperada. Insospechada porque ambos conjuntos superaron la primera fase a duras penas. Impensada porque ha sido esta una Liga de Campeones extraña hasta las entrañas. Estuvimos a un suspiro de ver al Ajax en una final, algo inimaginable en la era post-Bosman. Hemos presenciado remontadas cotidianas como la de la Juve ante el Atlético, pero las más frecuentes han sido las imposibles como la del United en Paris, la de los tulipanes holandeses en el Bernabéu, y, especialmente, la del Liverpool ante el Barça en Anfield.
Será una final sin rimbombantes ‘Balones de Oro’, sin futbolistas de portada, sin brujos de la fachada. Ninguno de los futuribles del Real Madrid estará presente en la final del Metropolitano. Y mira que es difícil porque el cambio climático ha llegado a Chamartín y llevan desde marzo instalados en el verano. Leía hace unas semanas en un artículo que por no cumplirse ni se han cumplido los pronósticos médicos. Han llegado a la final dos equipos ingleses, con diferencia los conjuntos que más partidos disputan en una temporada. El fin de semana antes de la vuelta de las semifinales Ajax y Barça estuvieron en la tumbona viendo como Tottenham y Liverpool se partían el pecho en la liga inglesa. Luego, los primeros se desfondaron en las segundas partes de sus partidos mientras los británicos parecían Spitfires con propulsión a chorro.
Es una victoria de la liga inglesa, aunque ya se sabe que en el mundo mediático del histrionismo en el que nos situamos lo que hoy es negro mañana es blanco. Esto ocurre incluso con la tradicional mesura británica. Antes de los partidos de vuelta había enconadas críticas acerca de la falta de competitividad de sus equipos tras perder ante FC Barcelona y Ajax en los encuentros de ida de semifinales. Como decía es una victoria de la liga inglesa, una competición con excelsa salud fomentada en la combinación de tradición y modernidad que se refleja tanto en sus estadios, sus aficionados, las plantillas y cuerpos técnicos de sus equipos, y en una fuerte economía que ha sabido globalizarse sin olvidar las esencias. Será la segunda vez que dos conjuntos ingleses se enfrenten en una final (Manchester United vs Chelsea en 2008), hazaña conseguida por la liga española también en dos ocasiones (2000 y 2014), la liga italiana (2003) y la liga alemana (2013). También es la primera vez que los cuatro finalistas de las dos principales competiciones europeas son del mismo país. Lo más parecido a tal proeza tuvo lugar en 1990 cuando la hoy depauperada liga italiana dio campeones europeos en Copa de Europa, Copa de la UEFA y Recopa.
No son solo cuatro equipos ingleses, son tres equipos londinenses. Y esto es un hito con dos caras. Londres quizás sea el rincón de Europa donde la globalización pone a prueba el pulso de las identidades de manera más patente. Este año hasta seis equipos londinenses han competido en la Premier. Londres, al igual que Roma, Paris o Berlín, no ha necesitado nunca del fútbol. El arte, la cultura o la innovación las han convertido en imanes de población y ejes de la humanidad. En Inglaterra fueron las ciudades industriales las que hicieron el fútbol garantía de éxito para ser referente mundial. En otros lugares, como Barcelona o Münich, el fútbol sirvió como acicate para visibilizar una identidad diferente a la impuesta desde la capital. Otras urbes, caso de Lisboa o Madrid, utilizaron el fútbol para legitimarse en una época oscura. Que en el último decenio Londres haya salido victorioso en la Copa de Europa (Chelsea 2012) y que en este 2019 tenga tres finalistas en competiciones europeas es una evidencia del declive de Londres como referente mundial y de la búsqueda de nuevas formas de autoafirmación.
Ambos clubes pertenecen a la élite del fútbol inglés pero se comportan como hermanos pobres. Son como los socialistas acomodados, progres de corazón y liberales de actuación. Luchan contra equipos de bolsillos más profundos y compiten por el mismo nicho de mercado de jugadores argumentando una falsa modestia. Ambos defienden una idea de espíritu y de tradición a pesar de que la globalización los afecta de igual manera que a sus archirrivales (Arsenal o United).
Así entonces el nuevo campeón será un falso pobre. El Liverpool gastó una millonada en fichar a un central que se había hecho hombre curtiéndose en Escocia. La decisión fue un éxito porque hoy Virgil van Dijk está considerado el central más maduro y con más proyección del mundo. A cambio cobró un pastizal por Coutinho y no se le fue la cabeza invirtiendo en parches innecesarios. El Tottenham no fichó ni atacantes ni defensores. Construyó un nuevo estadio, más grande y más moderno, y ha dedicado el año a exprimir sus recursos y a desarrollar su cantera. Un modelo exitoso que ha llamado la atención por estos lares donde la construcción de infraestructuras no lleva a la contención de gastos sino a la petición de créditos bancarios o de ayudas públicas (Valencia, Athletic, Real Madrid…).
Tottenham y Liverpool conforman una rivalidad moderna. Cuando el Real Madrid derrotó al Liverpool en la final de la Copa de Europa de 2018 los aficionados ingleses que más lo celebraron (según los exabruptos de las redes sociales) fueron los del Tottenham. Cuando Harry Kane se lesionó hace unas semanas el ‘big data’ dice que en Liverpool hubo exaltación por la noticia. No hay una explicación sensata o racional. Una rivalidad está intrínsecamente ligada a un conflicto geográfico o de identidad, pero en tiempos donde los hinchas y los jugadores deambulan de un lugar a otro se dan rivalidades a golpe de twitter. Eso pasa entre el Tottenham y el Liverpool. Simplemente el City y el Chelsea son los nuevos ricos, el United y el Arsenal los ricos de toda la vida, mientras que Tottenham y Liverpool, que también son ricos y también son de toda la vida, han sabido venderse como los chicos del pueblo.
Ambos equipos ya se vieron las caras en las semifinales de la Copa de la UEFA de 1973. Los londinenses estiraban los últimos coletazos de su edad de oro. Contaban con el portero norirlandés Pat Jennings y con el delantero Jimmy Greaves, uno de los goleadores más prolíficos de la historia que era igual de letal con un balón en los pies que con una botella de whisky en la mano. Ante la curva descendente del Tottenham, el Liverpool estaba en proceso de ascenso a los cielos. Dirigidos por Bill Shankly, habían ido conformando un grupo de jóvenes en ebullición donde destacaban Phil Thompson y sobretodo Kevin Keegan. En el partido de ida disputado en Liverpool el Tottenham aguantó las embestidas de los ‘reds’ que sólo pudieron vencer por 1-0. En la vuelta, pugnada en White Hart Lane, los londinenses liderados por el campeón del mundo Martin Peters estuvieron a punto de dar la vuelta a la eliminatoria, pero finalmente el valor doble de los goles en campo contrario clasificó a los ‘reds’ (2-1). El Liverpool pugnó la final y doblegó al Borussia Mönchengladbach logrando el primero de sus 6 títulos europeos en 11 años.
El Liverpool tiene una historia más brillante pero el Tottenham es junto al United el único equipo inglés que ha ganado al menos un título en cada una de las últimas siete décadas. Ambos clubes tienen directivas y entrenadores jóvenes y dinámicos. Excesivos y fanáticos. Del heavy metal y la incontinencia educada de Jürgen Kloop a la lengua viperina bajo guante de seda de Mauricio Pochettino. Tottenham y Liverpool conforman una rivalidad “inventada” que dará con la sexta estrella en el blasón del ‘Pool’ o que permitirá estrenar el emblema de los Spurs del Tottenham.