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Carros de fuego

Verano. Tiempo de los Campeonatos de Europa de Atletismo. Turno de deporte en la calle. Época de correr. Calzarse las zapatillas y disfrutar de jardines, ríos, valles o de la brisa del mar. Insertamos los cascos en los oídos y ponemos nuestra lista de Spotify. Alguno prefiere techno, otros rock duro y los demás chill out o instrumental. Pero entre las canciones más memorables a la hora de quemar el asfalto ninguna como los sintetizadores y los teclados de Vangelis y su ‘Chariots of Fire’.

La banda sonora de la película ‘Carros de fuego’ (1981) ha pasado al imaginario colectivo como la canción por antonomasia para una carrera o para un esfuerzo físico extraordinario. Realmente no mucha gente ha visto la película, y de los que la vieron poco más recordarán que la icónica carrera por la playa y la vanguardista melodía del compositor griego. Pero es lo de menos. Forma parte de la cultura moderna.

De hecho, el filme no es fácil de digerir. Al contrario de lo que pueda parecer por la temática a tratar, es una película lenta, incidiendo, especialmente en la primera parte, en la formación de los dos jóvenes protagonistas, sus miedos, sus vivencias y sus inquietudes personales. En la segunda parte, la trama se centra más en el aspecto deportivo, pero lo que llevó a la película a la gloria fue el uso y la combinación de la cámara superlenta con la banda sonora y una perfecta ambientación, documentación (las escenas fueron rodadas en la pista del estadio olímpico de Colombes y coinciden las calles y los dorsales de todos los atletas) y vestuario de los años 20, cuando se desarrolla la trama. ‘Carros de fuego’, a semejanza de otras películas deportivas como ‘Rocky’ o ‘Evasión o victoria’, alcanzaron la aceptación de público y crítica porque son historias humanas de superación, amistad y compromiso en las que el deporte sólo aparece como instrumento secundario para convertir en éxito el drama social.

‘Carros de fuego’ cuenta la historia de los atletas británicos Harold Abrahams y Eric Lidell y su participación en las pruebas de atletismo de los Juegos Olímpicos de Paris de 1924. Como suele ocurrir en estos casos, son dos formas antagónicas de vida que recorren caminos distintos para llegar a un mismo objetivo. También, como suele ocurrir, la película tiene varias licencias artísticas, siendo la más relevante que Lidell si sabía que la carrera de 100 metros iba a disputarse un domingo antes de partir a Paris, cuando en el filme se dice que se enteró horas antes de la celebración de la prueba. Como veremos, la religión será pieza clave para entender la renuncia de Lidell a correr en domingo. Del mismo modo, en la religión hallaremos la explicación de porqué tan singular título para una película de atletismo, y es que ‘Carros de fuego’ hace referencia a un pasaje de la Biblia que expone como el profeta Elías fue llevado al cielo en un carro de fuego tirado por una cuadriga de caballos.

—Los JJ.OO—

Harold Abrahams (1898-1978) era un inglés hijo de judíos procedentes de Lituania que se hicieron ricos con varios negocios. Abrahams recibió una educación elitista que le llevaría a estudiar Derecho en la Universidad de Oxford y pretendía dejar de correr tras los Juegos de París para abrir su propio bufete de abogados.

Eric Lidell (1902-1945) nació en China, donde vivían sus padres, unos misioneros protestantes escoceses que habían ido al país asiático en misión evangelizadora. Cuando Lidell tenía 6 años regresaron a Escocia iniciando éste una carrera estudiantil en un colegio de misioneros que le llevaría a licenciarse en Ciencias Exactas por la Universidad de Edimburgo. Al mismo tiempo comenzó una carrera deportiva que lo llevaría a disputar 2 torneos del Cinco Naciones de Rugby con la selección escocesa.

Abrahams ya había participado en los JJ.OO de 1920 pero esperaba alcanzar la gloria en 1924. Lidell abandonó el rugby y decidió prepararse en exclusiva para la cita parisina. Abrahams tuvo que dar siempre un poco más de sí ya que su condición de judío le causaba ciertas dificultades en la Inglaterra de la época. Para él, un joven de familia rica, el éxito deportivo era una forma de encajar dentro de la élite postvictoriana. Tenía dinero y un futuro brillante, pero por cuestiones de procedencia y de religión no se sentía aceptado de pleno derecho. Abrahams esperaba cambiar todo esto ganando la medalla de oro en los 200 metros, donde era el favorito, pero acabaría en un decepcionante sexto lugar.

Pero Lidell era el verdadero bicho raro de esta historia. El tiempo que no dedicaba a entrenar lo entregaba a tareas de carácter social o evangelizadoras. Lidell era un predicador protestante y cuando obtenía una victoria siempre exclamaba; “el Señor guía mis pasos”. Así, meses antes de los JJ.OO, y, al contrario de lo que cuenta la película, la organización determinó que la final de los 100 metros lisos tendría lugar el domingo 7 de julio. Lidell tenía prohibido correr un domingo, día sagrado, y renunció a su prueba fetiche ante la presión, las protestas y la incredulidad de la federación británica.

Especialmente en Escocia la decisión fue tomada con gran pena, ya que Eric Lidell era el indiscutible favorito a conseguir el oro olímpico y era un héroe nacional. Al final, Eric tomó la decisión de disputar las pruebas de 200 y 400 metros donde sus posibilidades eran mucho menores. Dedicó los dos últimos meses de preparación a cambiar sus hábitos de entrenamiento para potenciar su resistencia a coste de perder velocidad.

En Gran Bretaña la polémica estaba servida. Muchos medios de comunicación discutieron sobre la decisión de llevar a un “religioso radical” a los JJ.OO. Otros, deslegitimaron a Lidell al considerarlo un antipatriótico escocés nacido en China. La pelotera se haría gigantesca cuando el día anterior a la final de 200 metros Lidell estuvo en varias iglesias parisinas predicando. A pesar de todas las críticas, y con la opinión pública en contra, al día siguiente logró una inesperada medalla de bronce que le daba una vida extra y le descargaba de presión. Se había convertido en el aceptado mientras que Abrahams (con su sexto puesto) era la oveja negra.

A Abrahams le quedaba una bala. La final de los 100 metros lisos. Sin Lidell, el favorito era el estadounidense Charles Paddock, vigente campeón olímpico. Pero Abrahams voló y alcanzó la notoriedad que tanto perseguía logrando el oro olímpico con récord de 10’6’’. Ya iba a ser aceptado como un igual en la élite londinense.

Quedaba la final de los 400 metros.

Cuentan que antes de la final de los 400, Lidell recibió una nota anónima en su habitación que rezaba “aquel que me honra será honrado por mí”, cita del Libro de Samuel. Quien sabe que si con ayuda divina o no, pero Lidell, por la calle siete, sin referencias de sus rivales, corrió como nunca había hecho. Con un estilo poco académico, con la cabeza inclinada y la boca abierta, alcanzó la victoria logrando la medalla de oro y destrozando el récord del mundo. Se acababa de convertir en leyenda en el Reino Unido, y cuando comunicó que también renunciaba a correr el 4 x 100 al disputarse el domingo siguiente a nadie pareció importarle. Sus pecados fueron perdonados.

Después de Paris, Lidell siguió los pasos de sus padres y se marchó a China a seguir con su labor evangelizadora. De hecho, Lidell es el gran protagonista de ‘Carros de fuego’ y su vida, antes y después de los JJ.OO, no necesita de Abrahams para ser digna de elogio (Abrahams se convirtió al catolicismo y hasta su muerte siguió ligado al mundo del atletismo como escritor, comentarista y directivo). En China, Lidell combinará los ejercicios espirituales con los atléticos, ya que también ejercerá de entrenador. Se casó con una canadiense y tuvo 3 hijos, pero su vida cambió radicalmente con el estallido de la II Guerra Mundial y la ocupación de China por tropas japonesas. Su familia emigró a Canadá pero Lidell decidió quedarse por lo que fue capturado y llevado a un campo de concentración. Allí era llamado por todos ‘el tío Eric’ porque estaba siempre levantando la moral de los presos y preparando pruebas deportivas que entretuvieran a los recluidos. Tuvo ocasión de lograr la libertad tras un acuerdo de intercambio de prisioneros entre Japón y el Reino Unido, pero decidió ceder su plaza a una mujer embarazada y afrontar lo que le quedase de vida como cautivo. Allí fallecería en 1945, al parecer por culpa de un tumor cerebral, aunque su salud ya estaba quebrada a causa de las insalubres condiciones del campo.

“¡Ganemos! Pero luzcamos una corona de modestia.”


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