Poulidor y la leyenda del Puy de Dôme (2ª parte)
En el discurrir del Macizo Central francés, en la región de la Auvernia, hay una serie de volcanes entrelazados lugar de ceremonias espirituales desde tiempos inmemoriales. Son volcanes, hoy dormidos y antaño tenebrosos, que conformaron una geografía de picos redondeados, pueblos encaramados en laderas y maravillosas sendas. El volcán más famoso de tan bella cordillera es el Puy de Dôme, notoriedad que le otorgaron Coppi, Bahamontes, Merckx o Delgado, pero por encima de todos ellos, Jacques Anquetil y Raymond Poulidor en el Tour de Francia de 1964.
Eran los dos indiscutibles favoritos en el Tour de aquel año. Poulidor había ganado la Vuelta a España (por entonces se corría en mayo) la que sin todavía saberlo iba a ser su única grande. Anquetil acababa de triunfar en el Giro. Anquetil, el mejor contrarrelojista hasta la aparición de Induráin, era un insolente con una muy buena mano izquierda en los despachos, lo cual le ayudaba a conseguir unos trazados con escasas llegadas en alto que le permitían brillar. Poulidor no era ni tan bueno como Bahamontes en la montaña ni tanto como Anquetil en las cronos, pero era más joven, y sobre todo, atacaba sin descanso.
El Tour del 64 sigue el sentido de las agujas del reloj, pasando primero por los Alpes, luego por los Pirineos, para ascender dirección norte hacia el Macizo Central hasta llegar a Paris. Hay montaña, pero también 4 etapas contrarreloj. Poulidor sale reforzado en las etapas alpinas, gracias a la involuntaria ayuda de Bahamontes, que a sus 36 años todavía aspiraba a meterse entre los tres primeros. Anquetil recuperará terreno con una gran contrarreloj y así se llega a una etapa de media montaña que finaliza en el velódromo Louis II de Mónaco donde Poulidor (al igual que le había ocurrido en 1960) llega el primero a la línea de meta y levanta los brazos, sin saber que había que dar una vuelta al circuito y perdiendo la etapa que iba a parar a manos de Anquetil. Nuevamente el bonachón de ‘Pou Pou’ hacía gala de su mala fortuna.
Al día siguiente hay jornada de descanso y parece ser que Anquetil estuvo de fiesta hasta altas horas de la madrugada atiborrándose de langosta, cordero asado y champán. “Mañana le van a salir las langostas por los costados” diría Bahamontes, que, perro como pocos, ataca nada más salir en la siguiente etapa, en las faldas del puerto de Envalira. Salen tras él varios españoles, liderados por Julio Jiménez, y también Poulidor, batallador como pocos, pero sin el punto de maldad del toledano como para atacar él de primeras.
Tras el Puerto de Envalira llega el del Tourmalet, y a mitad de ascensión Julio Jiménez, Bahamontes y Poulidor le endosan 4 minutos a Anquetil, que da síntomas de vomitar la langosta en las curvas. Poulidor tiene el Tour a tiro. Hay muchísima niebla. Cuentan, sin televisión de por medio, que varios compañeros remolcan a Anquetil mientras sube el coloso pirenaico. Corona el puerto exhausto, pero en la bajada se recupera milagrosamente y se lanza por los escapados a tumba abierta como un poseso. Bahamontes, que siempre ha visto conspiraciones por todos los lados, diría que lo bajaron en coche. Julio Jiménez siempre sostuvo que eran chorradas del toledano. El caso es que durante la bajada nuevamente la mala suerte hace aparición en la vida de Poulidor y dos pinchazos seguidos le obligan a bajar el ritmo. En el segundo hasta tropieza con su mecánico que lo acaba tirando al suelo. Al final Poulidor conseguirá llevarse la victoria de etapa pero por un margen de tiempo ínfimo y que le permite a Anquetil mantener el liderato.
Llegamos así al 12 de julio de 1964. Última etapa de montaña, luego una corta contrarreloj y llegada a París. La etapa del día consta de 237 kilómetros con inicio en Brive la Gallarde y final en el Puy de Dôme. Es una cota que se corona a unos 1.400 metros de altitud tras 11 kilómetros de ascensión con unos últimos 4 kilómetros con un desnivel medio del 12%. Se bordea el volcán con una carretera que va en ascenso en forma de cono, desde la base hasta la cima, por lo que evita las características curvas de herradura más habituales en las cumbres de montaña.
Para muchos sigue siendo el mayor acontecimiento de la historia del Tour.
Anquetil aventajaba en 55 segundos a Poulidor. Ninguno de los dos era un gran escalador. La etapa es terrible y los gallos llegan juntos hasta el final. A 6 kilómetros de la meta se marchan Jiménez y Bahamontes para luchar por la etapa. El primero se hará con la misma y el segundo con el tercer escalón del pódium.
Pero el Tour se dirimía entre los dos franceses. Anquetil iba de amarillo con Poulidor a la rueda. Por los jadeos de Anquetil, Poulidor comprobó que su rival estaba sufriendo, pero no se atrevía a atacar. Fiel a su forma de ser, tenía miedo de reventar y demasiado respeto al por entonces patrón del Tour. Anquetil, listo como pocos, le enseña la rueda y se pone a su lado. No detrás, sino al lado, para no dar muestras de debilidad. Siempre consigue cerrar el hueco, por lo que ambos continuaron subiendo por el volcán a golpe de pedal intercambiando codazos.
Finalmente, a 4 kilómetros de la cima, ‘Pou Pou’ se decide a atacar. Anquetil, agonizando, hacía la goma. Jacques Goddet, patrón del Tour, declararía: “Durante 3 kilómetros, su aliento, su sudor y la lana de sus jerséis se mezclaron”. Finalmente en los últimos 1.000 metros Anquetil explota, y hasta es sobrepasado por el italiano Adorni, pero es demasiado tarde para Poulidor, que sólo consigue arañar 42 segundos quedando a 13 segundos del maillot amarillo.
`Pou Pou’ la había cagado una vez más.
Basta echar un vistazo a las fotos y a las imágenes televisivas. Poulidor parece cansado, pero dentro de unos límites humanos. No ha sabido arriesgar. Anquetil está destrozado. El hombre impoluto lo ha dado absolutamente todo. De hecho, nada más cruzar la línea de meta se derrumba y debe ser asistido con una bomba de oxígeno. Inmediatamente se apoya en el capó del coche de su director y saca fuerzas de flaqueza para espetar a la prensa: “Me sobraron 13 segundos”, y añade, en una actuación teatral fantástica “si hubiese perdido el liderato me hubiese retirado”. Inmediatamente los plumillas van a buscar a Poulidor que sólo acierta a decir sumiso: “Tenía que haber atacado antes”.
Dos días después (14 de julio, fiesta francesa) se desarrolla la etapa final, una crono de 27 kilómetros entre Versalles y Paris. ‘L’Equipe’ titula en español: “Mano a mano”. A mitad de recorrido, Poulidor llega a ponerse a 3 segundos del amarillo. Está más fuerte, pero la clase de contrarrelojista y de hombre calculador de Anquetil aparece en los instantes finales y gana la etapa endosando 21 segundos más a su rival. Con el tiempo añadido de las bonificaciones gana el Tour por 55 segundos, la ventaja más reducida jamás obtenida en un tiempo donde las distancias se medían por varios minutos. Y era, curiosidades del destino, exactamente los mismos segundos que separaban a Anquetil de Poulidor antes de ascender al Puy de Dôme. Más tarde, cuando en la Avenida de los Campos Elíseos Anquetil reciba el trofeo que lo acredite como ganador recibirá múltiples abucheos. Había demostrado tesón, pero su arrogancia siempre le pasaría factura a lo largo de su carrera.
La leyenda de la mala suerte de Poulidor seguiría agrandándose con el paso del tiempo, pero lo cierto es que nunca tuvo tan cerca la victoria en el Tour como aquella tarde en el Puy de Dòme. Aquel día quedó marcado como segundón a perpetuidad. Pero lo cierto es que no es el corredor que más veces ha sido segundo en el Tour, “honor” que recae en el holandés Zoetemelk que lo fue hasta en seis ocasiones, con la salvedad de que el neerlandés sí que consiguió el triunfo, en la edición de 1980.
Hasta en eso fue segundo ‘Pou Pou’.
Como suele pasar, una vez retirados, lo dos acérrimos enemigos acabaron convirtiéndose en dos buenos amigos. Pero el pique siempre perduró. Cuentan que cuando Anquetil agonizaba en el hospital por culpa de un cáncer, Poulidor se acercó a verlo. El siempre sarcástico Anquetil le espetó: “Amigo mío, incluso al cielo vas a llegar después de mí”.