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A propósito del VAR

Cada 4 años, entre finales del mes de mayo e inicios del mes de junio, se produce un pico en la venta de aparatos de televisión. Coincide en el tiempo con los avances tecnológicos en materia de definición de las distintas marcas comerciales. Primero el sonido estéreo, luego el color, más adelante la alta definición, más tarde la TDT y ahora el 4K. Y coincide en el tiempo con la celebración del evento deportivo más seguido en el mundo, la Copa Mundial de Fútbol. A los que se preparan para un mes de junio de `sillón-ball` conviene hacerles un par de aclaraciones. En esta edición habrá dos novedades; un cuarto cambio en caso de que el partido tenga prórroga, y la aparición del VAR (Video Assistant Referee).

Aún está por ver el sistema que se implantará en la Liga española. En el método más aceptado por la FIFA un colegiado instalado en el palco es el encargado de ver las jugadas conflictivas por circuito cerrado y a través de un sistema de escucha le dice al árbitro principal lo que ha sucedido. Tendrá a su disposición un total de 35 cámaras a las que podrá acceder desde el centro de mando. Existe un segundo método que es menos inclusivo y que es el que parece ser que se implantará en la Liga la próxima temporada. En éste, el árbitro para el partido y se dirige a la zona de los banquillos donde él mismo, con la ayuda de unos cascos y un aparato televisivo, examina la jugada y toma una decisión en compañía de sus jueces de línea.

La utilización del VAR se hará en cuatro supuestos; 1) validez de los goles, 2) señalización de penaltis, 3) amonestación por roja directa y 4) aclaración de duda ante que jugador ha cometido una falta. Los estudios de la FIFA esgrimen que el porcentaje de acierto es superior al 98% y que sólo representa un 1% de parálisis en el ritmo del partido. Los partidarios argumentan que con el VAR los árbitros podrán percibir todo lo que los aficionados ven desde su casa y que, además, será el colegiado el que tenga la última palabra sobre la decisión a tomar. Se dice que es justo darle una herramienta al árbitro para que no sea engañado. Y es cierto. Y es de justicia. Acabará con situaciones bochornosas por su claridad al ser vistas por televisión y que llevan a confusión y a improperios indiscriminados hacia el colegiado.

Pero a mí no me gusta.

En Derecho Civil existe la ‘teoría de la interpretación objetiva de la ley’. Se trata de una interpretación dinámica de la ley orientada al sentido que tienen las propias normas en el momento de ser aplicadas. Se basa en la creencia de que la ley, una vez promulgada y en vigor, adquiere vida propia y va conformando su contenido normativo en función de las circunstancias y necesidades sociales….Hagámoslo más fácil. Si no hubiese interpretación no habría ‘una primera vez` o ‘un primer caso’, ni haría falta contratar a un abogado. Sin interpretación, todos los casos serían idénticos. Con interpretación, existen condicionantes. Es más, si no hubiese interpretación no haría falta ni médicos, ni policías, ni profesores, ni jueces, ni periodistas. Cualquiera podría aprenderse la teoría y ejecutarla. No habría falta nadie especializado para interpretarla.

El problema se da en las jugadas opinables, donde la frontera entre el acierto y el error es muy fina. Donde la subjetividad es parte del arbitraje. Es aquel que estudia el reglamento el que tiene capacidad para adaptar la ley al contexto existente.

El reglamento arbitral está lleno de interpretaciones. Decisiones que no debe resolver la inteligencia artificial. En el fútbol, la infracción por tocar el balón con las manos está entre los tradicionales objetos de disputa. En España un pase interceptado con las manos suele ser tarjeta amarilla, en competición europea es raro que eso suceda. Ambas son decisiones correctas. El reglamento sugiere que es el colegiado el que debe interpretar si existe voluntariedad y si afecta al discurrir del juego. Lo mismo sucede con la, ya muy aceptada por el público, ley de la ventaja, acción totalmente interpretativa por el árbitro. Y así podríamos seguir con varios ejemplos más, como el tiempo añadido (el cuarto árbitro dictamina un tiempo estimativo informativo, pero el árbitro principal puede acortarlo o alargarlo a su antojo, por muchas protestas que haya) o el fuera de juego, donde es el colegiado el que tiene potestad para aplicarlo o no aplicarlo en caso de duda.

Y todo ello es lógico; ¿acaso un elemento de figuración compleja debe tener unilateralmente sólo un tipo de interpretación?

La UEFA ha probado con la utilización de los jueces de fondo, elevando el número de colegiados a cinco por encuentro. Es igual. Diez ojos no solucionan un problema de interpretación. Y 35 cámaras tampoco lo harán.

El VAR no sólo va a influir en la rectificación de posibles errores, sino en el ritmo de juego. Cada intervención del VAR será un parón y un reinicio. Aumentaran los arrebatos y las piruetas, se verán perjudicados los equipos que pregonan la posesión del balón, los que maduran poco a poco al contrario, distrayéndole con el balón de un lado para otro.

Y esto va a ser tremendamente perjudicial para el fútbol. Creará confusión. En Estados Unidos, donde el espectáculo deportivo dura varias horas, se están estudiando formas de acortar los tiempos de juego y de televisión, ya que están comprobando que los ‘millennials’ prefieren ver resúmenes con las mejores jugadas y no el partido entero. Las nuevas generaciones quieren información instantánea y no están dispuestos a sentarse delante del televisor durante un par de horas.

El fútbol es un juego dinámico en el que no hay goles. Hay otros deportes que tienen muchas interrupciones pero también muchos tantos. Infinidad de tantos. Si un partido de fútbol acaba sin goles y aún encima le quitas el dinamismo…difícilmente vas a enganchar a nuevos aficionados. Y corres el riesgo de provocar hartazgo en los viejos fans.

¿Hay que descartar entonces las nuevas tecnologías? Por supuesto que no. El ojo del halcón es una medida más que necesaria y que no requiere de un problema de interpretación. Es una ayuda tecnológica que determina si el balón cruza o no la línea de gol. Ahí no hay discusión posible.

Pero la solución sigue estando en mejorar la formación de los árbitros. Se dice que son unos ladrones, que están comprados. No. No es eso. Son malos. Y son humanos. Tienen sus equipos favoritos (como todos nosotros), les aflige la presión y el ambiente, y les afecta la importancia del encuentro y de los jugadores a los que están dirigiendo. Les falta personalidad.

Les falta profesionalización.

El arbitraje está regulado por la FIFA y sus distintas federaciones. No existe un mercado libre como ocurre con el de los futbolistas. De este modo, las distintas ligas europeas no pueden contratar a los mejores colegiados. Árbitros como el húngaro Victor Kassai, el suizo Massimo Busacca o el portugués Pedro Proença, todos ellos galardonados con el título de mejor colegiado del mundo, tuvieron que arbitrar en ligas menores. Lo lógico sería que arbitrasen en España, Inglaterra o Italia, con un sueldo millonario que les permitiese dedicarse en exclusiva al arbitraje y sin la sospecha de favorecer a uno u a otro equipo dado su condición de extranjero.

Esa sí que sería la verdadera revolución del arbitraje y no llenar el terreno de juego de cámaras y de colegiados. Porque a veces da la sensación de que nos olvidamos que el fútbol está pensado para los que juegan y para los que se acercan al campo a verlo, y no para los que nos sentamos en el sofá con el mando en la mano. Esos, aunque ahora ya no lo parezca, deberían ser los menos importantes.


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