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Los años de Jordan en Washington

Entre sus anillos de campeón, sus suspensiones imposibles y sus mates con la lengua de fuera, Michael Jordan hizo dos altos en el camino. En el primero de ellos, hastiado de la fama, con problemas de adicción al juego y sin retos a los que enfrentarse en las canchas, decidió echarse a un lado en su plenitud como baloncestista y dejar la NBA. Durante año y medio, aprovechó para rodar `Space Jam` junto a Bugs Bunny y a deambular por las canchas de béisbol mientras lloraba la pérdida de su padre.

La segunda retirada parecía la definitiva. Había ganado su sexto título con los Chicago Bulls tras una canasta majestuosa en los últimos segundos del encuentro por el título ante Utah Jazz. Era 1998, tenía 35 años y renunciaba al baloncesto en lo más alto con la vitola de ser el mejor jugador de la historia, y, para muchos, también el mejor deportista de todos los tiempos.

Aquel verano la NBA se enfrentaba a una huelga de jugadores, quienes solicitaban un aumento de sus contratos en relación a los crecientes beneficios de patrocinio de la competición. Una huelga provocada en parte por Jordan, porque fue él, junto a Magic y Bird, el que convirtió la NBA en un negocio. Así, con la NBA paralizada, aún tendrían que pasar varios meses hasta que en enero de 1999 Jordan anunciase oficialmente su adiós. A partir de entonces, largas noches en el casino, compromisos publicitarios por medio mundo y días enteros fumando habanos y jugando al golf.

Pero `Air` Jordan, espécimen competitivo por antonomasia, no soportaba estar lejos de la acción. En el año 2000 se hizo cargo de la mayoría de las acciones de los Washington Wizards y se convirtió en propietario de la franquicia de la capital de Estados Unidos. Jordan pronto demostró que como propietario era un desastre con una serie de decisiones catastróficas. No obstante, a la plantilla de los Wizards le traía sin cuidado. De cuando en cuando, `Air` se quitaba la corbata, se enfundaba unas zapatillas y jugaba una pachanga con los que eran sus empleados.

En abril del año 2001 se dispararon las especulaciones cuando Jordan declaró en un programa de radio que estaba perdiendo peso y entrenando por su cuenta. Meses después, en plenas vacaciones estivales, se le caza jugando partidos de entrenamiento contra jugadores universitarios y también frente a jugadores de la NBA de distinto pelaje. Al parecer tiene diversos problemas musculares pero, aún así y a pesar de su larga inactividad, sigue manejando los partidos a su antojo y domando a los rivales en la pista.

Aunque era un rumor muy extendido, el 26 de septiembre de 2001, casi 3 años después de su segunda retirada, y ya con 38 años a sus espaldas, Michael Jeffrey Jordan anunciaba en rueda de prensa su vuelta a la NBA simple y llanamente por su “amor al baloncesto”. Estaba aburrido. Así de simple. Cuentan que un directivo de los Wizards cazó a Jordan con la mirada perdida en la ventana de su despacho durante cerca de un cuarto de hora. Cuando le preguntó que estaba mirando, Jordan, de forma melancólica, sólo acertó a decir que había visto pasar a un niño botando una pelota de baloncesto y se estaba preguntando a donde iría a jugar. Volvía por aburrimiento. Y no volvía con los Bulls, sino con los Wizards, el equipo del que era copropietario. La NBA rebuscó en sus estatutos y le obligó a vender sus acciones. No entraba en la mollera que alguien fuese directivo y jugador al mismo tiempo.

En Washington la gente enloqueció. Se empezó a hablar de campeonato, aunque cualquiera que entendiese un poco de baloncesto sabía que eso era imposible. Los Wizards eran un equipo que deambulaba por la competición. Entre sus compañeros estaban Chris Whitney, Kwame Brown, Hubert Davis o Popeye Jones, nombres y apellidos que son simples retales en el libro de los recuerdos de la NBA. ´Air´ firmó por dos temporadas a razón de 1 millón de dólares por campaña (el sueldo mínimo para veteranos) que donó a las víctimas de los atentados del 11-S.

Volvió a las pistas ante los New York Knicks y se vio a un Jordan con unos cuantos kilos de más y sin pizca de agilidad. No obstante, mantenía intacta su técnica y su precisión quirúrgica en los lanzamientos. Anota 19 puntos, pero también aporta 6 asistencias, 5 rebotes y 4 robos de balón. Su talento y su competitividad estaban indemnes.

En todos y cada uno de los encuentros que Jordan disputó en esta segunda etapa recibía una sonora ovación cada vez que soltaba a la cancha. En la segunda y definitiva campaña, tuvo que salir a saludar al público en todos los encuentros, y en el último, disputado en Philadelphia, recibió una ovación que duró cerca de diez minutos. Por el camino también fue seleccionado para disputar su último ´All-Star Game´, que se planteó como un homenaje a su carrera. En Washington, pasaron a ser el segundo equipo más taquillero de la NBA aumentando cerca de un 40% los ingresos por venta de entradas.

Pero todo fue mucho más complicado de lo que él pensaba.

Jordan hizo dos buenas temporadas. Defensivamente era el Jordan de siempre. Intenso en la custodia exterior, de manos rápidas y siempre al quite a la hora de poner tapones como segundo defensor. En ataque, la fórmula de jugar cambió ostensiblemente. Aunque siguió marcando territorio y amasando el balón, se prodigó en lanzamientos de 5-6 metros (rango de tiro casi en desuso en la actualidad), sin hacer entradas a pecho descubierto y evitando fajarse bajo los aros como había hecho a lo largo de su carrera. Aunque dejo algún mate para el recuerdo, el Jordan de Washington era un cuarentón que no quería ser carnaza para los veinteañeros.

Atormentó a su cuerpo, pero su mente estaba tan clara como de costumbre. En vez de ese primer paso rápido que aniquilaba a su defensor, perfeccionó el ´fade-away´, un lanzamiento con paso hacia atrás que funciona cual asesino silencioso.

El 27 de diciembre de aquel año, a dos meses de cumplir 39 castañas, Jordan anotó 6 puntos, la primera vez en su carrera en la que bajaba de los dos dígitos. Al acabar el encuentro le preguntó a Doug Collins, el entrenador, sí todavía creía que podía jugar. Collins, buen amigo y conocedor de la psique de Jordan, le contestó afirmativamente aunque era una opinión falta de verdad. Dos días después le endosó 51 a los Charlotte Hornets y luego metió 45 ante los Nets. Con problemas en las rodillas se perdió 22 partidos de la temporada pero aun así promedió 22’9 puntos, 5’7 rebotes y 5’2 asistencias, cifras lejanas a sus números en los Bulls, pero dignas de un jugador de primerísimo nivel. Al año siguiente, ya con 40 años a sus espaldas, firmó 20 puntos, 6’1 rebotes y 3’8 asistencias. Y por supuesto dejó un récord difícilmente superable, ser el primer jugador de más de 40 años en anotar más de 40 puntos en un encuentro, concretamente 43 en un duelo ante los New Jersey Nets.

Pero no consiguió ser un líder. Por primera vez en su vida, Michael Jordan tuvo que jugar a la defensiva. Algo a lo que no estaba acostumbrado. Algo a lo que no sabía jugar.

Varios de sus compañeros de equipo se quejaban de que no recibían la atención que merecían y que estaban asfixiados por la presión y las constantes comparaciones. Las críticas más duras las pronunció Larry Hughes, por entonces un escolta muy prometedor y que vio como sus minutos se reducían drásticamente. En la segunda temporada se apreció como en algunos partidos los compañeros no obedecían las instrucciones de Collins y decidían no pasar el balón a ´Air´ en algunos ataques posicionales.

Jordan se llevaba bien con Rip Hamilton (luego campeón de la NBA con los Pistons) y con viejos conocidos como Charles Oakley, Courtney Alexander o Jerry Stackhouse. Pero cuentan que fue muy duro con los novatos, especialmente con Kwame Brown, número 1 del draft, y al que Jordan hacía llorar constantemente en los entrenamientos enervado por su falta de agresividad. La plantilla admiraba la capacidad de sacrificio y de trabajo de un hombre que lo había ganado todo, pero no soportaban los gritos ni las malas caras de un Jordan cuya vida profesional había estado basada en la adulación continua.

Hoy, 20 años después, en los mentideros de la NBA se dice que Jordan se arrepiente de haber jugado aquellas dos temporadas en los Wizards. Que emborronaron su legado. Que nunca tendría que haber vuelto. Es cierto que no se retiró como un héroe. De hecho, fue un final un tanto moñas, con exceso de homenajes. Pero no fue un mal final. Para nada.

Basta con dejar a un lado los recuerdos que uno tenga de Jordan y los Bulls. Una vez hecho este ejercicio de reflexión, llega con apreciar lo que es capaz de hacer una persona de 40 años, con unas rodillas machacadas tras un cuarto de siglo en el deporte de élite, compitiendo en la liga de baloncesto más física y atlética que existe.


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