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Mourinho en la prehistoria

En mi mente barruntaba desde hace días relatar una historia acerca del declive de los entrenadores. Va a ser un artículo un poco más extenso de lo habitual, y, creo (pecando de soberbia) que será clarividente e interesante. No obstante, he decidido dejarlo para una posterior ocasión y, antes de nada, escribir en relación a la persona que me llevó a plantearme tratar sobre el auge y el declive de los entrenadores de fútbol. Y esa persona, y más que persona es un personaje (en el buen sentido de la acepción), no es otra que José Mario dos Santos Mourinho Félix.

José Mourinho es seguramente el entrenador que más titulares y enemigos ha acaparado desde la retirada de Helenio Herrera. Legendaria es aquella portada de ‘La Gazzetta dello Sport’ en la que el luso aparece poniéndose una careta de HH. Se ha ganado una merecida fama de polémico y maleducado, pero al mismo tiempo goza de un palmarés extraordinario y, lo más importante, del respeto del mundo del fútbol y de la lealtad incondicional de muchos de sus pupilos. O se lo odia o se le ama, pero no deja a nadie indiferente.

La estrella de Mou ha brillado en este siglo XXI. Sin embargo, la aparición meteórica de Guardiola y del FC Barcelona liderado por Messi, considerado por muchos el mejor club de la historia, ha convertido al portugués en una especie de Salieri. Las buenas formas y la belleza del fútbol sugerido por el entrenador catalán lo han encumbrado como un innovador, un Mozart de la táctica. Mourinho, con sus esquemas ordenados e inflexibles necesita de la victoria para convencer. Cuando esta no llega queda retratado. Al igual que Salieri, la estrella de Mourinho dejó de brillar con la aparición de su alter ego, y todas sus victorias quedan ensombrecidas por lo que haga su gran rival. Desde que se marchó de Madrid su aura de invencibilidad ha ido desapareciendo inexorablemente y ha iniciado un lento declive.

Mourinho es hijo de entrenador y nieto de un histórico presidente del Vitoria de Setúbal, ciudad al sur del estuario del Tajo y equipo habitual de la primera portuguesa. Impregnado de ese olor familiar, desde pequeño iba de estadio en estadio apuntando estadísticas, viendo futbolistas y haciendo alineaciones. Era evidente que iba a ser entrenador, ya que Dios le había otorgado un buen cerebro pero unas dotes físicas de escasa categoría. Y después de ser el segundo de su padre en el Rio Ave, consiguió un puesto también como segundo técnico en el Estrela de Amadora, club de las afueras de Lisboa, hoy tristemente desaparecido por impagos.

El entrenador del Amadora era Manuel Fernández, el cual tenía cierta amistad con Bobby Robson, leyenda inglesa de los banquillos y un verdadero gentleman británico. Cuando sir Booby Robson firma por el Sporting de Lisboa, Fernández le recomienda a Mourinho como ojeador y al mismo tiempo como traductor ante el nulo conocimiento de Robson del portugués. Dos años después, para la temporada 1996/97, Robson firma por el FC Barcelona y se lleva al poliglota Mourinho consigo.

Aterriza como traductor, pero es mucho más que eso. Se caracteriza por tener un contacto fluido con todos los miembros de la plantilla. Se dice que salta al campo de entrenamiento y les da los buenos días a todos. En una época en donde internet aún está en pañales, maneja un cuaderno donde tiene apuntados datos personales de cada jugador siendo el primero que está pendiente para preguntar por un familiar enfermo o para felicitar un cumpleaños. Con el paso de los años trascienden varias anécdotas que destacan el trato humano de un hombre que es capaz de pasar de villano a caballero en escasos segundos.

Una de las anécdotas más conocidas tuvo lugar en el verano de 1997, en el FC Barcelona. En medio de la tradicional concentración de pretemporada, en uno de los habituales descansos, los jugadores se lanzaron a la piscina que tenían en el hotel donde se hospedaban. Todos menos uno. El nigeriano Haruna Babangida camina de puntillas y con la cabeza alta. El extremo africano de 18 años no sabía nadar. Ante las risas del personal, Mourinho se lanzó al agua y se puso a enseñar a bracear al joven jugador.

Pero Mourinho no era un simple amigo, era un magnífico ojeador, motivador y entrenador. Para la temporada 1997/98 el holandés Louis Van Gaal recala en Barcelona con su propio cuerpo técnico. Una llamada de Robson le convence para mantener a Mourinho. El traductor mantiene su trabajo. Pero Van Gaal no es tonto y conoce el potencial del muchacho. Le encarga hacer el informe semanal del rival del Barça. Mourinho no sólo ve el encuentro anterior del rival, analiza un mínimo de 13 partidos completos. Al año siguiente ascenderá a segundo entrenador.

Tenía un futuro prometedor, pero el año 2000 es convulso en Can Barça. Es el verano de la huida de Figo al Real Madrid y se produce una limpia tanto en la plantilla como en el cuerpo técnico. Mou tiene su primera oportunidad como entrenador jefe. Y es una gran responsabilidad. El club más grande de su tierra y uno de los más laureados de Europa. El Benfica.

Era una gran ocasión, pero no era el momento adecuado. Recaló en Lisboa para la cuarta jornada del campeonato en sustitución de Jupp Heynckes, cesado tras un intento de la directiva de reconciliarse con su afición. El Benfica estaba inmerso en un proceso de elecciones y Mourinho era una apuesta del presidente vigente y candidato abocado al fracaso. Nueve jornadas después anunciaron presidente a Manuel Vilariño que, por increíble que parezca en un candidato, hizo lo que había prometido en su campaña electoral, echar a Mourinho y contratar a Toni, nuevo entrenador y leyenda del club.

Con la temporada perdida, Mourinho se dedicó a viajar y a formarse en compañía de su familia. Suponemos que como profundamente creyente que es también se dedicó a rezar y a pedir una nueva oportunidad. Y le fue concedida. Aunque tuvo que rebajar sus expectativas.

En 2001/02 Mou fue el técnico del Uniao de Leiria. A mitad de camino entre Porto y Lisboa, Leiria pertenece a una comarca en la que se concentran los grandes hitos de la historia portuguesa. En el plano futbolístico tratamos de un equipo menor que por aquel entonces luchaba con mantener el sueño de jugar en Primera. Acabaron quintos y clasificados para jugar en Europa. Justo por detrás del gran Benfica. Un exitazo. `The special One’ iba a tener una segunda oportunidad. Y además fue una alegría doble. Iba a entrenar al Oporto, el otro grande de Portugal. Al igual que cuando dirigió al Real Madrid el regusto amargo de su marcha de Barcelona estuvo siempre presente, con los encarnados lisboetas le pasó lo mismo. El Benfica es la gran cruz en la carrera de Mourinho. Y como entrenador del Oporto, su gran rival, la motivación pasó a ser doble.

A partir de ahí toda la historia es conocida. Por cierto. Aquel gran Oporto tenía como portero a Vitor Baia. Era ya un guardameta en el ocaso de su carrera y Mourinho tenía echado el ojo a Robert Enke. En su breve estancia en el Benfica había compartido vestuario con el que por entonces era el sucesor de futuro de Kahn en la selección alemana. Había recibido el OK para ficharlo, pero días antes recibió una llamada desde Barcelona en la que le pedían referencias sobre Enke. Inmediatamente llamó al guardameta y le dijo que no firmara con el Oporto, que esperara a que le llegara la oferta del FC Barcelona, que era algo que no podía rechazar. Mourinho no dudó en retirarse de la puja y de promover el fichaje del portero por el club catalán. Quien sabe, quizás si Enke hubiese sido tutelado por Mou no habría fracasado en el Barça y más tarde en el Fenerbahçe, y hoy no hablaríamos de la historia de un portero que se suicidó por la presión del fútbol profesional, y si del portero titular del Oporto campeón de Europa con Mourinho.


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