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Cuando Puyol secó a Figo

Para un zaguero es mucho más difícil brillar que para un delantero. La razón es obvia; el gol. En los partidos importantes lo que queda para el recuerdo es quien marcó el gol de la victoria. También quedará en la rutina aquella jugada, aquel control o incluso aquella parada milagrosa de un portero. Lo que diferencia a un defensa del resto de posiciones es que sólo permanecerá en el recuerdo del aficionado el que destaque por su trayectoria. El goleador o el portero puede que sólo hagan un partido para la posteridad. El defensa que forma parte de nuestras alineaciones de ensueño es aquel que sujetó al equipo en las buenas y en las malas temporadas.

La excepción se da en aquellos defensas desconocidos que se hacen un nombre con un marcaje para la posteridad. Luego brillarán durante años o hasta quizás en un córner marquen un gol histórico, pero su camino al estrellato se iniciará con un marcaje. En España, por la trascendencia del partido, siempre se recordaran dos casos, ambos en un FC Barcelona-Real Madrid. El marcaje de un imberbe Camacho ante la leyenda Cruyff en 1975 y el de un inexperto Carles Puyol ante Luis Figo en 2000.

En el mes de octubre del año 2000, el Camp Nou estaba abarrotado. Todos y cada uno de los 92.000 espectadores sujetaban una cartulina que imitaba a un billete de 10.000 pesetas. Cuando el Real Madrid saltó en su tradicional blanco impoluto al campo para el inicio del encuentro, un penetrante pitido sacudió los cimentos del estadio mientras atronaban gritos de ‘puta’, ‘traidor’, ‘mentiroso’ o ‘judas’. Las cámaras hicieron un zoom y se pudo ver como Luis Figo se tapaba los oídos y lucía una media sonrisa de asco.

Tres meses antes, el capitán del FC Barcelona había dejado la Ciudad Condal para recalar en el Real Madrid. La marcha del extremo portugués (que ganaría aquel año el Balón de Oro) dejó convulsionado al conjunto azulgrana. El Barça se sumiría en un lustro de desdichas, dando tumbos sin ton ni son tratando de superar aquella traición deportiva, pero fundamentalmente sentimental. Era el mejor jugador del mundo y era la bandera del club. Había futbolistas que habían militado en ambos equipos, pero lo de Figo partió el alma al aficionado culé.

La semana del partido, Lorenzo Serra Ferrer, técnico del Barça, decidió contener el huracán Figo con un marcaje al hombre. La prensa especulaba con que el elegido para realizar tan ardua tarea fuese Michael Reiziger, el defensa más rápido y experimentado del Barcelona. Pero la mañana del partido, cuando Serra Ferrer anunció su decisión al vestuario, sorprendió a todos dando el nombre de Carles Puyol.

Puyol había debutado la temporada anterior bajo mandato de Van Gaal, pero lo que la gente recordaba más del defensa catalán no era su juego sino su larga melena ondulada y unos rasgos faciales muy marcados. Había destacado como lateral cumplidor y el FC Barcelona trató de cederlo aquel verano al Málaga para que se foguease en Primera División. Sin embargo, Puyol se negó a marcharse y decidió quedarse y buscar su oportunidad. El problema es que no era demasiado habilidoso para jugar de lateral y no era lo suficientemente alto para ser central.

‘Puyi’ era un joven del municipio ilerdense de La Pobla de Segur que destacaba por un corazón y una capacidad de sufrimiento ilimitada. Había recalado en el club tarde, con 17 años, porque no quiso marcharse a la ciudad y separarse de su familia. Amaba al Barça hasta las entrañas y como cualquier aficionado se tomó la marcha de Figo como una traición.

Desde el minuto uno se vio que el internacional portugués no iba a hacer un gran partido. Puyol se pegó a él como a una lapa y se dedicaba a hacer todo aquello que el árbitro le permitía. Empujarle el hombro, agarrarlo por detrás o pegarle pequeñas patadas en la espinilla.

Mediada la primera parte, Figo recibió el balón cerca del área y Puyol le rebañó el balón limpiamente. El Camp Nou irrumpió en una ovación. Sólo medio minuto después, el esférico volvió a Figo y Puyol nuevamente se tiró al suelo enviando la pelota fuera de banda. La cámara enfocó a Figo y captó una mirada mezcla de odio e impotencia.

Justo antes del intermedio, con el Barça ya por delante en el marcador, el Real Madrid pretendía montar un contraataque. Figo recogió el balón en la banda izquierda, con cincuenta metros por delante en solitario. Puyol, varios pasos por detrás, sabía que nunca llegaría al balón, por lo que decidió acortar el camino y correr hacia la portería para entorpecer la llegada del portugués. Una entrada a destiempo y una decisión en el aire; tarjeta amarilla o tarjeta roja.

Lo cazó de lado, pero en el mediocampo. Podía haber sido roja, pero Puyol, con 21 años, demostró que iba a ser un futbolista de élite. Después de cazar a Figo, se levantó rápidamente e hizo un gesto impasible hacia el árbitro mientras abroncaba a sus compañeros de equipo por su desidia y el Camp Nou rugía de placer. El árbitro sacó amarilla intimidado por el ambiente y por la mirada del central catalán.

A inicios de la segunda parte, tras otra entrada de Puyol, Figo se revolvió y lo golpeó levemente cerca del banderín de córner. Fue el momento de mayor júbilo en el estadio. Empezaron a llover objetos en el campo y los gritos contra Figo se recrudecieron mientras el luso permanecía impasible. Escasos minutos después, Figo recibió un pase de Roberto Carlos y Puyol se le adelantó. Frustrado, Figo lanzó una patada al aire desde el suelo. El colegiado pitó falta y amonestó al futbolista del Real Madrid. Nuevamente el Camp Nou rugió y el chaval de la cantera escuchó por primera vez como el estadio coreaba su nombre. En ese momento el futuro Balón de Oro parecía el joven central y el recién llegado el extremo lisboeta.

El resultado final fue 2-0 con goles de Simao y de Luis Enrique, otro especialista en cambiar de bando. Fue una noche de venganza y satisfacción en el Camp Nou aunque aquella Liga remataría siendo para un Real Madrid liderado por Figo y Raúl mientras el Barça acabaría celebrando en Canaletas quedar cuarto en el último partido y conseguir la clasificación para la Liga de Campeones.

Al finalizar el encuentro, el diario ‘Marca’ título “implacable e impecable” para referirse a la actuación de Puyol y añadía que había sido “la eterna sombra de Figo hasta reducirle a un jugador de Segunda”. Los aficionados culés no podían ni imaginarse en quien se iba a convertir Puyol, pero sí que descubrieron esa misma noche su deseo y su pasión por el juego así como su humildad, algo infrecuente en un futbolista de élite. Cuando le preguntaron sobre su marcaje se limitó a decir: “Tenía sólo un objetivo, que era pararlo. No fue para tanto. No tenía que hacer nada más”.


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