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La maldición de Bela Guttmann

La noche del 31 de octubre al 1 de noviembre es para el mundo anglosajón la noche más terrorífica del año. Halloween (‘All Hallows Eve’ –algo así como ‘víspera de Todos los Santos’) se ha convertido en un momento de celebración, disfraces, risas y bebida por obra y gracia del rodillo consumista estadounidense. Con todo, sus orígenes nos llevan por caminos diferentes.

Para irlandenses, bretones, normandos, escoceses o gallegos (Santa Compaña), todo emana de la celebración del Samaín, vocablo de origen celta que significa fin del verano. Se cuenta que la noche del 31 de octubre, al acercarse el invierno, se realizaba una fiesta conmemorando el fin de la temporada de cosechas. A mayores de los vivos, eran invitados a la mesa todos los ancestros de la familia celebrándose comunicaciones con el otro mundo a través de la intersección de los druidas. Esta festividad fue asimilada más tarde por los romanos, aunque se quedaron con la bacanal festiva y obviaron por completo lo de hablar con el más allá.

Siglos más tarde, y viendo que el número de mártires (que es lo mismo que de santos) era mayor que días tenía el calendario, la Iglesia Católica decidió homenajear a todos en un mismo día, estableciendo la fecha del 1 de noviembre y haciendo lo propio con los difuntos al día siguiente. No obstante, en la ultracatólica Irlanda se mezcló la liturgia cristiana con el ritual festivo del Samaín.

Ese fue el coctel que los inmigrantes irlandeses llevaron a Estados Unidos a mediados del siglo XIX y que acabaría transformándose en el Halloween que hoy en día conocemos. A todo ello contribuyó el cine y la televisión del ‘American way of life’. Muchas de las cosas que hoy asociamos a Halloween, como los disfraces, las manzanas de caramelo o las películas de terror, fueron impulsadas por la industria USA en la década de 1970.

¿A dónde pretendo llegar con esta diatriba? Historias paranormales que el deporte nos haya dejado para contar a la luz de las velas en la noche de Halloween hay unas cuantas. La más terrorífica que conozco tuvo lugar en el Congo en 1998. Al parecer, los once miembros de un equipo de fútbol fallecieron al ser alcanzados por un rayo durante la disputa del choque. Lo inquietante es que todos ellos eran los futbolistas del equipo visitante. Los 11 chavales del equipo local resultaron misteriosamente ilesos.

Pero el misterio más conocido en el mundo del fútbol ni es macabro ni tiene muertos. Sencillamente es una maldición, de esas en las que nadie cree, pero que, como se cumplen, hacen que la gente acabe creyendo en ellas.
Es de sobra conocida, pero no por ello deja de ser interesante contarla. Es un hecho que atormenta a benfiquistas de todo el mundo desde hace más de medio siglo.

Es la maldición de Bela Guttmann.

— LA MALDICIÓN DE BELA GUTTMANN—

Guttmann merecería un libro por sí sólo. Es un personaje de cuidado. Húngaro, de origen judío, jugó al fútbol profesional en su país natal y en Austria, antes de emigrar a Estados Unidos. Estamos en los años 30 del siglo XX. Es entonces cuando Guttmann decide volver a Europa y hacerse entrenador, justo cuando la comunidad judía hacia el viaje contrario alentado por el terror a los nazis. Por entonces estalló la II Guerra Mundial y durante los años de conflicto se le perdió el rastro. Nadie sabe lo que hizo y él se encargó de que nadie lo supiese. Ni aparece en los registros de ningún campo de concentración, ni formó parte de la resistencia. Por supuesto, tampoco se le conoce colaboración con los nazis. No se sabe nada. Ni siquiera hoy en día ningún historiador ha sabido averiguar que fue de su vida durante aquellos años.

Reapareció en 1946 y se convirtió en uno de los entrenadores más respetados de Europa tras dirigir al Honved de Budapest, el equipo de Ferenc Puskas. Conviene apuntar que por entonces el fútbol de Centroeuropa era de los más prestigiosos del mundo. Firmó después por el AC Milan con notable éxito, aunque se voluble carácter hizo que en su tercera temporada fuese despedido cuando el equipo iba líder. Dejo una perla para la posteridad: “No sé porque me echan si no soy ni un criminal ni un maricón”. Desde entonces en todos sus contratos hizo constar una cláusula en la que se especifica que si su equipo iba primero no podía ser despedido. Y firmó unos cuantos. Cambió de banquillo en 24 ocasiones.

Lo más extraordinario es que tras Hungría e Italia (con paradas en Rumanía o Chipre), Guttmann se marchó a Brasil a dirigir al Sao Paulo. Asociamos a la canarinha el ‘jogo bonito’, pero lo cierto es que el verdadero ‘jogo bonito’ por entonces lo aplicaba la selección húngara. Guttmann hizo en Brasil lo que tantos entrenadores españoles están haciendo en la actualidad o lo que muchos holandeses hicieron hace tres o cuatro décadas, exportar una idea de juego atractiva a un país con los mimbres adecuados para hacerla efectiva. Buena parte del éxito de Brasil en el 58 deriva de la fantástica Hungría del 54.

Tras Brasil, Guttmann aceptó la oferta del Oporto conquistando un nuevo título de Liga en un país diferente. Y, al año siguiente, el Benfica, el gran rival del equipo de la desembocadura del Duero, le hizo una oferta irrechazable que el judío aceptó de buen grado.

Era 1959. Y Guttmann se encargó de construir el Gran Benfica. El Benfica de Costa Pereira, Coluna, Germano o José Aguas. Y de Eusebio. Fueron dos Copas de Europa consecutivas (1961 y 1962), pero aunque muchos no lo sepan, sólo en la segunda participó Eusebio. El potente ariete mozambiqueño, por entonces con 19 años, no debutó con los encarnados hasta mayo de 1961 y no jugó ninguno de los partidos de la primera Copa de Europa benfiquista, incluida la victoria en la final ante el FC Barcelona. En la edición de 1962, Eusebio fue la estrella de la competición y el hombre clave en la victoria por 5-3 en la final ante el Real Madrid de Di Stéfano y compañía.

Tras masacrar al Real Madrid en aquella final disputada en Ámsterdam, la expedición del Benfica cogió un avión rumbo a Lisboa para festejar el título. Al día siguiente, Guttmann se reunió con Antonio Cabral, presidente del Benfica, para pedir un aumento de sueldo. Cabral llevaba apenas tres meses en el cargo y con una joya como Eusebio en el equipo y con una plantilla bicampeona de Europa no veía necesario contar con Guttmann, por lo que le negó el aumento. Fue entonces cuando Guttmann soltó la frase lapidaria que resuena en los oídos de los benfiquistas casi seis décadas más tarde: “Sin mí, ni en 100 años el Benfica volverá a ser campeón de Europa”, o según otra versión; “el Benfica no ganará en Europa en 100 años”. Fuese la que fuese, creo que el mensaje era claro y meridiano.

Una tercera versión sostiene que las palabras de Guttmann fueron: “Desde hoy hasta dentro de 100 años ningún club portugués ganará una copa europea”. Conviene recordar esta última versión para algo que explicaré más adelante.

Guttmann pertenecía a una estirpe de entrenadores-padres-profesores, en una época donde los jugadores eran obedientes y respetuosos y los equipos eran como pequeñas familias. Aun así, y a pesar de su ascendencia sobre la plantilla, nadie se tomó en serio las palabras de aquel viejo judío.

Nadie.

El Benfica era el club de moda, tenía un equipazo en todas las líneas y contaba con una bestia de la naturaleza de apenas 20 años. Eusebio. El mejor delantero del mundo en los años 60. Mbappé y Ronaldo Nazario, antes de Mbappé y Ronaldo Nazario. El futuro se presagiaba pletórico.

Pero no volvieron a ganar.

Nunca más.

En 1963 el Benfica se plantó en su tercera final de la Copa de Europa consecutiva y, a diferencia de en las dos ediciones anteriores, en ésta lo hacía como indiscutible favorito. El objetivo era crear una dinastía como la del Real Madrid. Pero perdió. El AC Milan ganó la final por 2-1 tras remontar el gol inicial de Eusebio. Dos años más tarde volvieron a disputar la final y volvieron a perder, en este caso por 1-0 ante el Inter de Milan. Era 1965. Era la segunda derrota en finales europeas.

Ese verano, Cabral fue relevado como presidente del Benfica y el nuevo dirigente se apremió en ofrecerle un contrato millonario a Guttmann (quien por cierto tampoco había ganado nada desde que dejara al Benfica). Aquella ‘boutade’ de la maldición empezaba a ser tomada en serio. Fue en vano. El Benfica cayó humillado en cuartos de final tras perder en casa por 1-5 ante el Manchester United y Guttmann fue despedido a final de temporada sin ganar ningún título ni internacional ni nacional.

Como había vuelto Guttmann y no se había ganado nada hubo quien pensó que el exorcismo estaba hecho. Pues no. En 1968 el Benfica disputó otra final de Copa de Europa y por tercera vez era derrotado, en este caso por 4-1 y tras una prórroga y ante el Manchester United.

Pasaron los años, Eusebio envejeció, el fútbol del norte de Europa se hizo poderoso y el Benfica se olvidó de disputar finales europeas. Los 70 corrieron sin pena ni gloria.

Nos situamos en el verano de 1981. Guttmann fallece en Viena a los 82 años de edad. Muchos pensaron que muerto el perro acababa la rabia. Nada más lejos de la realidad. En 1983 el Benfica cayó en la final de la Copa de la UEFA (hoy Europa League) ante el Anderlecht. Era la cuarta final europea perdida desde la lapidaria frase de Guttmann.

Por entonces, el Oporto, en un proceso similar al vivido por el FC Barcelona en España, pasó de ser el segundo equipo del país a rivalizar e incluso superar a su gran rival. Liderados por Futre y Madjer, el Oporto consiguió ganar la Copa de Europa de 1987. Es entonces cuando debemos recordar aquella versión de la maldición de Guttmann en la que profetizaba que ningún club portugués ganaría una Copa de Europa en 100 años. El Oporto acababa de romper la maldición, y, por ello, muchos aficionados del Benfica se alegraron del triunfo del eterno rival.

Así pues, sólo un año después el Benfica se plantó en la final de la Copa de Europa. Era 1988. Y era favorito. El rival era el PSV Eindhoven. Se contaba con ganar. Se respiraba optimismo.

0-0. Se perdió en los penaltis. Quinta final perdida. La maldición continuaba.

Dos años más tarde, en 1990, el Benfica llegó a una nueva final de la Copa de Europa, en este caso ante el poderoso AC Milan. Aprovechando que la final se disputaba en Viena, una delegación benfiquista capitaneada por Eusebio se desplazó al cementerio judío de la capital austríaca a depositar un ramo de flores y pedir el perdón de Guttmann. Eusebio siempre había negado en público que creyese en la maldición… Estaba claro que todos creían en ella.

Nuevamente todo fue en vano. El AC Milan ganó por 1-0. Sexta final europea perdida.

Eclipsado por el Oporto, el Benfica no volvió a ser importante en Europa hasta hace apenas una década. Con Matic, Luisao, Gaitán, Garay o el valencianista Rodrigo disputaron la final de la Europa League ante el millonario Chelsea en 2013. La ilusión era enorme pero nuevamente perdieron, en esta ocasión por 1-2. Era la séptima final europea perdida.

Tras mantener el mismo bloque de jugadores, al año siguiente se plantaron en una nueva final en este caso ante el Sevilla. El encuentro se disputó en mayo, pero un par de meses antes de la disputa del partido se inauguró una estatua de bronce de Bela Guttmann delante de la puerta 18 del estadio da Luz de Lisboa. Hasta entonces tan sólo Eusebio disponía de tal honor. En la base de la estatua colocaron los dos trofeos de Copa de Europa que el técnico judío había conseguido para la entidad. Un nuevo tipo de exorcismo hacía su aparición.

Pero no hubo suerte.

Tampoco la estatua consiguió el perdón de Guttmann. Nuevamente todo fue en vano. El Sevilla ganó al Benfica tras una cruenta tanda de penaltis. Octava final europea perdida.

Real o no, no hay nada más terrorífico para un aficionado del Benfica que invocar el nombre de Bela Guttmann. Y aún les quedan 44 años de derrotas para poder así enterrar para siempre el maleficio.


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