El ciego que le daba al centro de la diana
El poder, para reafirmarse, contaba con elementales redes de comunicación y reducidos comandos militares centralizados. El soberano, cuando deseaba mostrarse como rey, asignaba tierras muy alejadas de su corte a sus mejores guerreros exigiendo lealtad y protección militar cuando fuese necesario. Esa fue la base del feudalismo. Con esos mimbres derivó la idea de que para ser soldado se debía pertenecer a la alta sociedad.
Ser un caballero medieval.
El caballero era una persona lo bastante acaudalada como para construir un castillo para él y su familia, comprar y mantener caballos para su personal auxiliar y poseer tierras que alquilar a campesinos a los que poder reclutar en nombre de Dios y del Rey. La iconografía clásica de las batallas medievales se reduce a contingentes minúsculos formados por caballeros bien pertrechados y donde la armadura y las armas son mejores en cuanto más fluye el dinero. Así fue durante lo que damos en conocer la Edad Media. Si en la Edad Antigua las grandes formaciones de infantería camparon a sus anchas, es el medievo el tiempo de la caballería.
Ocurre que a partir del siglo XIII en Europa se fueron formando pequeñas ciudades por motivos que aquí no vienen al caso. En ellas surgen profesiones liberales. Son burgueses. Con el tiempo ciudadanos. Gentes que no son adineradas, pero que tienen cierta libertad. Gentes que ven al rey como máxima autoridad, lo que es utilizado por el monarca para no depender de los nobles y conseguir de este modo el poder absoluto. El problema para el rey es que si prescinde de los caballeros, debe volver a optar por la infantería. Y a la infantería hay que armarla.
Un caballero necesitaba un equipo completo y dos monturas, dado que una de ellas hacía de animal de carga y acompañaba a sus sirvientes. La parte más pesada e incómoda era el yelmo del que había que desprenderse en el combate cuerpo a cuerpo para optar a mayor movilidad. Con el tiempo, lo que era un escudo y una espada, se convirtieron en unos treinta kilos de peso dispuestos al combate.
Será entonces cuando resurgen del olvido las ballestas o los arcos y se crean las alabardas. Son débiles, pero los caballeros se han armado tanto y han perfeccionado tanto su armadura que son pesados. Muy pesados. Y los caballos no pueden con tanto peso. Poco a poco, de forma casi imperceptible con el paso de los años, se han vuelto inexpugnables, pero también lentos. Lentísimos.
Y llegamos así a 1415.
El arco no había sido modificado en miles de años de historia. Era un instrumento pobre y fácil de producir en comparación a una espada. No obstante, los ingleses, en algún momento del siglo XIII, crearon un arco largo de dimensiones superiores a la altura del arquero. Era un arco menos potente, que requería cuidados cuando no estaba en uso, pero que, como ventaja, permitía la carga y el disparo de flechas a mayor velocidad. Los arcos largos eran capaces de atravesar una cota de malla a 200 metros de distancia.
En 1415 los ingleses desembarcaron en Francia. Comenzaba el momento decisivo en la larguísima contienda entre ingleses y franceses que se dio en conocer como Guerra de los Cien Años. Antes de llegar a Calais, se encontraron con un cuello de botella en un aldea ubicada entre dos frondosos bosques llamada Azincourt, donde se encontraba el grueso del ejército francés. El 25 de octubre de 1415 lo mejor del ejército francés recibiría a los invasores. Los franceses cuadriplicaban en número a los bretones. No sólo eso. Francia había dispuesto a 12.000 caballeros y los ingleses no contaban ni con un millar. Por el contrario, había unos 5.000 arqueros ingleses sobre el terreno, mientras que los franceses habían prescindido completamente de ellos.
La formación inglesa se puso en movimiento al alba, se situaron a unos 250 metros del enemigo, plantaron una estaca en el suelo con la punta afilada para protegerse del cuerpo a cuerpo e iniciaron una lluvia de flechas hacia el cielo para que los proyectiles describiesen un arco infinito. Los franceses intentaron contestar cargando con la caballería, pero las estacas, el suelo embarrado y la lentitud frente a la lluvia de flechas, impidieron un contraataque efectivo.
Morirían más de 10.000 franceses frente a apenas 1.500 ingleses. Carlos VI de Francia hubo de ceder el trono de Francia a Enrique V de Inglaterra. Comenzó entonces una guerra civil que aún se alargaría un par de décadas más.
Pero ya por entonces la caballería había dado un paso al lado. Azincourt fue el fin del medievo militar. Los arqueros eran ahora los admirados y se iniciaba una nueva era comandada por la infantería.

Y así se nos ha contado la Historia. Al menos a este lado del planeta. En Oriente la Historia es otra. En Oriente el arco nunca perdió su importancia. Es cierto que las hordas esteparias tenían en la caballería su razón de existencia, no obstante, poderosos imperios se mantuvieron en pie gracias a los arqueros. Ese es el caso de Corea. Los coreanos crearon murallas y torres vigías en la que instalaron a arqueros profesionales para defenderse de los mongoles. Lo hicieron con éxito. No sólo eso. Sus nobles sustituyeron el yelmo y la coraza por el arco y las flechas y se convirtieron en expertos arqueros a caballo. Así se defendieron desde que hay registros y a finales del siglo XIV, antes de Azincourt, Taejo de Joseon, un tirador de élite de tiro con arco, se convertía en rey de Corea.
Luego los japoneses invadieron Corea. De una forma u otra gobernaron Corea en los siguientes siglos hasta el fin de la II Guerra Mundial. Los japoneses lograron la hegemonía a través de su superioridad naval y numérica y con el uso maestro de la espada. De esta forma, el arco con flechas, símbolo coreano, quedó arrinconado y luego olvidado con la proliferación de la pólvora.
— IM DONG-HYUN —
Pero el tiro con arco volvió. Y volvió con los Juegos Olímpicos. Su primera aparición tuvo lugar en 1900 coincidiendo en el tiempo con los incipientes movimientos independentistas en Corea. Estuvo en vigor en las siguientes tres ediciones para volver definitivamente en 1972. Desde entonces Corea (del Sur para ser más exactos) es la completa dominadora de la disciplina. Cuando se nombre a Seúl como sede olímpica de 1988 se preparará un programa de captación infantil con jornadas de 14 horas diarias de entrenamiento para lograr la excelencia entre la excelencia. No es de extrañar pues que Corea del Sur lidere el medallero histórico olimpico en tiro con arco doblando en metales a Estados Unidos y sextuplicando a rivales asiáticos como China o sus odiados vecinos japoneses. Entre sus leyendas está Kim Woo-Jin ganador de cinco medallas de oro entre los Juegos de 2016 y 2024 y que espera ampliar palmarés en 2028.
No es de extrañar que las pruebas clasificatorias para los Juegos Olímpicos sean al menos tan duras como la propia competición olímpica. Al igual que ocurre con los velocistas jamaicanos o estadounidenses, los arqueros coreanos deben pasar por unas rondas clasificatorias durísimas en las que corren el riesgo de quedarse sin sueño olímpico. Es normal, dado que igual hay cinco o seis arqueros entre los diez mejores del mundo, pero únicamente tres de ellos pueden acudir a los Juegos dado que hay cupo limitado por nacionalidades.
Y entre todos estos fenómenos tenemos a Im Dong-Hyun.
Nacido en 1986, apenas un par de años antes de los Juegos Olímpicos de Seúl, empezó a practicar tiro con arco a los diez años de edad. Su progresión fue meteórica y con 18 años ya era olímpico y lograba una medalla de oro por equipos. Era Atenas 2004. Después, en Pekín 2008, logaría otro oro y en Londres 2012 se retiraba de la competición olímpica con un bronce. Por el camino se proclamó campeón mundial en 2007 y en 2017 justo antes de abandonar el deporte profesional.
Un palmarés extraordinario. Y mucho más cuando consideramos que Im Dong-Hyun es prácticamente ciego. Concretamente cuenta con el 10% de visión en su ojo izquierdo y el 20% en su ojo derecho. Comenzó a perder la vista de niño por culpa de una enfermedad rara y a los 15 fue declarado oficialmente ciego.
Im Dong-Hyun es incapaz de leer a media distancia, no distingue las letras del ordenador salvo que clave los ojos en el teclado y no se le está permitido sacar el carnet de conducir. Im Dong-Hyun debería competir en los Juegos Paralímpicos y sin embargo fue campeón olímpico ante la incredulidad general.
En la competición de tiro con arco la diana está situada a unos 70 metros del arquero. Para hacernos una idea representa unas tres cuartas partes de un campo de futbol, algo así como desde tu portería hasta el inicio del área rival. La diana tiene un diámetro de 122 centímetros y el centro, el círculo donde se obtiene una puntuación máxima si se acierta de pleno, cuenta con un diámetro de 12’2 centímetros. Volvamos al símil del campo del fútbol. Es como si en el vértice del área grande del campo rival colocamos una diana e intentamos impactar en el centro que tiene el mismo diámetro que un plato de postre. Es decir, darle con una flecha a un plato de postre situado a 70 metros de distancia.
Im Dong-Hyun no usa la vista. Usa el instinto. Y el pulso. El pulso lo tiene intacto. No distingue los números y mucho menos los números que separan la diana. Percibe colores “como una masa diluida en el agua”, según sus propias palabras. Ocurre que esencialmente distingue el amarillo, el cual resulta ser el color del centro de la diana, el color de la puntuación máxima. Dong-Hyun hace del defecto una virtud, y enfoca su escasa visión al único color que es capaz de distinguir, buscando siempre el amarillo y con ello yendo siempre en busca de la matrícula de honor.
En su día los federativos le ofrecieron un perro lazarillo. Se negó en rotundo. Luego intentó competir con unas gafas de dioptrías exorbitadas. Lo intentó, pero le resultaban incómodas. Acabó aceptando usarlas de cuando en cuando para su vida diaria, pero jamás para competir.
Cuando a Im Dong-Hyun le preguntan como lo hace recuerda a su padre. Y recuerda las palabras que su progenitor le dedicó el mismo día que un papel gubernamental lo declaró ciego en plena adolescencia:
“Llevas practicando desde los diez años. Has sido arquero durante cinco años y eso es mucho tiempo en la vida de una persona como para abandonarlo todo ahora. Intenta recordar lo que sentiste la primera vez que disparaste una flecha con un arco y vuelve a disfrutar. El tiempo es demasiado valioso como para darse por vencido.”

Kim Woo-Jin, el ídolo nacional de los cinco oros olímpicos antes citado, tiene el récord del mundo en el mundial de tiro en lanzamiento de 72 flechas con 700 puntos sobre 720 posibles. Le quitó el récord a Im Dong-Hyun quien contaba con 699 puntos, o lo que es lo mismo, un 97% de eficacia en el lanzamiento.
En el reino de los ciegos, el arquero fue el rey.
Otras historias coreanas
Cuando Heung-min Son se libró de hacer la mili (la estrella del fútbol que a punto estuvo de poner fin a su carrera para servir a su país)