Como la ira de Serena se convirtió en la depresión de Naomi
“No voy a hacer ninguna rueda de prensa durante Roland Garros. He pensado muchas veces que la gente no tiene consideración con nuestra salud mental. He visto muchos vídeos de deportistas viniéndose abajo en una sala de prensa tras perder un partido, algo que también me ha pasado a mí”. Naomi Osaka, la por entonces número 2 del mundo en la clasificación de la Women’s Tennis Association (WTA), renunciaba a competir en el Grand Slam parisino aquejada de uno de los males de nuestro tiempo; la depresión. Ante la negativa de la organización a aceptar su renuncia a presentarse ante los medios y a los eventos programados por el torneo parisino, Osaka decidió retirarse tras la disputa de su partido de primera ronda.
Solitaria e introvertida, aquello fue el punto de inicio de una ansiedad social que ha paralizado la hasta entonces excepcional trayectoria de Osaka. Acto seguido no ha vuelto a alcanzar las rondas finales de un Grand Slam, hasta que en 2023 decidió paralizar en seco su carrera para ser madre. Antes de aquel abrupto portazo en Paris la tenista nipona, hija de haitiano y japonesa y residente en Estados Unidos desde los tres años de edad, se había convertido en la mejor tenista del planeta tras vitorear en Australia (2019 y 2021) y en Estados Unidos (2018 y 2020). Fue precisamente en Nueva York, en el US Open de 2018, cuando logró su primer gran triunfo, momento, sin saberlo, en el que la mente de Osaka inició su caída por un precipicio.
Su rival en aquella final del US Open de 2018 era Serena Williams. Era Serena el referente de Naomi. El suyo y el de tantas otras. Serena es el tótem del tenis. Es referente por su juego, por su tenacidad, por sus triunfos y también por el color de su piel y por sus declaraciones en defensa de las mujeres y de las minorías. Al igual que Serena, Osaka también es negra y mujer, pero hasta ahí estriban los parecidos. Todo lo agresiva que Osaka era dentro de la pista se transmutaba en timidez fuera de ella. Serena era, y es, persona totalmente opuesta. Igual de volcánica empuñando la raqueta que sacando la lengua a pacer.
En 2018 Serena perseguía a su sombra. Sumaba 23 Grand Slams y solo tendría que ganar uno más para igualar a la australiana Margaret Court, plusmarquista mundial. Icono de Nike y del empoderamiento de la mujer negra, su imagen estaba presente en cada una de las esquinas de la ciudad de Nueva York. La atmósfera era acogedora y se tornaba en expectante sabedores todos de que un hecho histórico estaba a punto de suceder. Estados Unidos ama a Serena. Nueva York ama a Serena.
Serena era consciente de que se estaba gestando su última oportunidad. Tras ganar en Australia en enero del año anterior los achaques de la edad estaban haciendo mella en su vigoroso cuerpo que ya contaba con 36 años. Tras casi un año en blanco había rozado la victoria en Wimbledon meses atrás y, ahora, en casa, en el Open USA, sabía que estaba ante la última oportunidad antes de que el paso del tiempo acabase con ella.
La oponente en aquella histórica final en las pistas de Flushing Meadows iba a ser Naomi Osaka. Alta, tímida, orgullo nipón y representante de una sociedad diversa en lo racial y en lo cultural, hacia acto de presencia en su primera final de un grande con 20 años. Enfrente su ídolo, una tenista físicamente pareja y con la que compartía desprecios de juventud por culpa de raza y físico.
Los murmullos de descontento se escucharon por primera vez cuando Serena Williams, quien había perdido el primer set por un contundente 2-6, fue imputada con una violación del código con 2-1 a favor en el segundo parcial. El árbitro, el portugués Carlos Ramos, había dictaminado que el entrenador de Serena estaba indicándole tácticas desde las gradas, lo cual no está permitido. Serena, frustrada ante un mal partido en el que se mostraba incapaz de entrar en ritmo y tremendamente errática con su servicio, incapaz de digerir como el triunfo se le escapaba entre las yemas de los dedos, saltó a la yugular del colegiado. “¡Yo no hago trampas para ganar, prefiero perder!”, vocifero con ansia mientras el respetable se sumía en un profundo silencio para luego aplaudir efusivamente a su ídolo.
Serena fue amonestada, dado que recibir instrucciones (coaching en el argot) de un técnico no está permitido en el tenis. Momentos después, visiblemente afectada, Williams perdió su saque y lanzó con furia la raqueta al suelo rompiéndola con un golpe seco. En ese instante, Ramos, apelando al reglamento, amonestó por segunda vez a Serena. Fuera de sí, Williams se acercó a Ramos y le volvió a espetar a grito pelado: “¡Me debes una disculpa, yo no hago trampas! El juez de silla aguantaba estoicamente, hasta que Serena volvió a la carga: “Atacas mi personalidad, eres un mentiroso, no volverás a subirte a otra silla. Di lo siento y no me hables porque también eres un ladrón, me has robado un punto”.
Todo esto sucedía mientras Osaka aguantaba impertérrita al otro lado de la red jugueteando con su raqueta y bajando la cabeza al suelo. Minutos después el partido se puso en marcha y la atmósfera cambió por completo. El público, ya por si volcado con Serena, la tomó con Naomi, quien que a partir de entonces comenzó a ejecutar errores con golpes fáciles. Durante el cuarto juego de ese segundo set perdió por vez primera en el partido su saque ante el estallido de júbilo neoyorquino.
Pero si Osaka estaba tocada, no lo estaba menos Williams. Serena también estaba realizando malos golpes y pronto perdió su saque, por lo que Osaka recuperó la ventaja. A partir de entonces la japonesa recuperó el mando (4-3) mientras que Serena seguía escupiendo sapos y culebras ante Ramos entre punto y punto. Tras una doble falta, Serena volvió a perder los estribos y llamaba mentiroso a Ramos mientras gritaba: “Yo soy madre y nunca he hecho trampas”. Fue entonces cuando Ramos levanto la mano, se acercó al micrófono y amonestó a Serena con un punto menos en el partido por abuso verbal del juego. Del 4-3 para Osaka, al 5-3 para la japonesa. Sin más dilación, con dedo índice hacia el infinito, Serena volvió a gritarle al juez de silla portugués: “Me hacen esto porque soy una mujer, entiendo las reglas, pero esto no es justo. Muchos hombres dicen cosas a los jueces y no pasa nada. ¿Me va a quitar el juego por ser una mujer?”.
Con 5-4 para Osaka y punto de partido para la japonesa, Serena explotó definitivamente y unas lágrimas asomaron por sus mejillas mientras volvía a llamar mentiroso a Ramos. Impasible, el juez de línea volvió a amonestar a Serena ante la incredulidad y los abucheos del respetable. Completamente ida, Serena exigió que se presentase el máximo responsable de la WTA mientras los abucheos del público se tornaban en amenazas veladas.
Al mismo tiempo Osaka esperaba. Se giraba de espaldas y con la cabeza agachada aguardaba acontecimientos.
No se sabe bien como, el partido se reanudó y Osaka puso el sello a su victoria final que le daba su primer título de Grand Slam por 6-2 y 6-4.
“Cuando abracé a Serena me sentí como una niña pequeña otra vez”, dijo Osaka, tras recibir el abrazo de la más grande y recibir su trofeo como campeona.
Bonitas palabras para la posteridad. Nada más lejos de la realidad.
Los abucheos a Osaka no cesaron desde el fin del partido. La ceremonia de entrega de trofeos se realizó con vítores a Serena y sonora pitada a la japonesa. Fue entonces cuando Osaka explotó. Toda la tensión acumulada hizo su aparición y comenzó a llorar como una magdalena.
Desgarrada por el dolor y consciente de que su comportamiento había perjudicado a quien no tenía culpa, Serena decidió intervenir y salir en defensa de su oponente: “¡No más abucheos, por favor! ¡Felicitaciones para Naomi!”, exclamó desde el centro de la pista. Llorando, Osaka veía como los abucheos poco a poco se tornaban en aplausos.
Ese fue el inicio del fin. Aquella frustrante victoria dejo tocada a Naomi de por vida y ella misma ha confesado que el inicio de sus problemas de salud mental comenzaron esa tarde en Nueva York. Serena nunca pudo ganar su vigesimotercer Grand Slam y, aun hoy, retirada, defiende que fue víctima de un juez de silla sexista.
Lo cierto es que multitud de tenistas y comentaristas defendieron a Serena. Si bien es cierto que Ramos cumplió a rajatabla con el reglamento y que el portugués está considerado uno de los árbitros más estrictos del circuito profesional, también lo es que los improperios y las salidas de tono en los partidos masculinos suelen pasarse más por alto que en el circuito femenino. No obstante, aun dando la razón a Williams, esos mismos expertos consideran que todo fue fruto de la frustración de Serena al ver que no tenía opción de derrotar a Naomi. Frustración, que, sin ella esperarlo, tuvo unos daños colaterales que aún no han sido solucionados.
“Ha hecho que gente que nunca había oído hablar del tenis entre en este deporte. Creo que soy un producto de lo que ella ha hecho”. Naomi Osaka sobre Serena Williams.
“Lo siento por Naomi. No todos somos iguales, yo soy gorda, otras personas son delgadas. Todos son diferentes y todos manejan las cosas de manera diferente. Solo tienes que dejar que lo maneje de la manera que quiera y de la mejor manera que ella piense. Ella puede. Eso es lo único que puedo decir. Soy su mayor fan”. Serena Williams sobre Naomi Osaka.
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