Der Bomber der Nation
2011. Trento. Allí se encontraba el equipo primavera del FC Bayern en plena pretemporada. El sitio era perfecto. Temperaturas suaves alrededor de un paisaje bucólico en un profundo valle rodeado de descomunales montañas. Gerhard Müller formaba parte de la comitiva. Llevaba un par de décadas ocupando varios puestos en el organigrama juvenil del FC Bayern. Nunca como primer entrenador, pero siempre formando a los jóvenes delanteros del club bávaro. En un momento dado Gerhard decidió llamar a un taxi y dejar el hotel. Cerró la puerta, saludó al chófer y le pidió que lo llevase a la estación ferroviaria. Su intención era coger un tren que lo trasladase a Múnich. Nunca cogió ese tren. Durante más de trece horas estuvo deambulando por las afueras de Trento mientras la policía trataba de localizarlo. Tuvo que ser su mujer, trasladada de inmediato desde Múnich, la que, una vez encontrado, llevase a Gerhard de vuelta a casa.
1974. “Sin él no hubiéramos ganado nada de lo que ganamos, ni con el Bayern ni con la selección. Y por nada digo absolutamente nada”. Así de categórico se mostraba Paul Breitner cuando le preguntaban por Gerd Müller. En el verano de 1974 Müller llegó a la cima del mundo. Tiene 29 años. Gana la primera de sus tres Copas de Europa consecutivas con el FC Bayern. Besará la red en las dos primeras finales. Pero esencialmente gana el Mundial con Alemania. Lo hace en casa, en Múnich, y marcando el gol que de la victoria a los teutones. El tanto es fiel reflejo de quien es Gerd. Un tipo enjuto, contrahecho, paticorto, cuellilargo y de hombros caídos, pero con un don para el gol. El gol lo es todo. Éxtasis, liberación y droga. Mejor que un orgasmo, que diría Pelé. Müller sabía que jamás volvería a vivir un momento como ese. Quizás fue ese el instante en el que todo se vino abajo para rodar hasta el culo del infierno. Decidió retirarse de la selección. Oficialmente enfadado por la escasa cuantía de las primas por la victoria y por el impedimento de la federación a que las esposas de los futbolistas acudieran a la cena conmemorativa de la victoria mundialista. Extraoficialmente estaba embriagado de poder.
1981. Es el año en el que ‘Torpedo’ Müller decide colgar las botas. Lo de ‘Torpedo’ es una invención hispana. En tierras teutonas a Gerd se le conoce como ‘Der Bomber der Nation’ (el Bombardero de la Nación). El significado viene a ser el mismo. Mientras el que corta una jugada, da un buen pase, lanza un buen centro o realiza un precioso regate, cumple con su trabajo, el que mete la pelota dentro de la portería traspasa las fronteras de lo infinito. Mientras los demás hacen cosas que se pierden en el olvido de un cajón, Müller es una máquina eterna que da felicidad a los alemanes a base de meter goles. El caso es que se retira tras tres años en el Fort Lauderdale Strikers, conjunto de la MLS. Allí juega, golea, sufre una hernia de disco y monta un restaurante. Disfruta del sol de Florida y se hace íntimo de George Best, compañero de equipo. Ambos desparramaran botellas y botellas de alcohol por su cuerpo. Pero si Best supo sobrevivir con la caricatura de su persona, Müller iniciará una carrera que lo llevará al abismo.
1964. 176 centímetros. Piernas cortas, muslos anchos, culo bajo rollizo, mente privilegiada. Gerd entró en la cantera del FC Bayern en 1964 y en su ficha se leía que en un partido con el equipo de su ciudad natal había marcado 22 tantos en menos de 90 minutos y que esa misma temporada llegó a los 180 goles. Entonces los bávaros estaban en Segunda. El gran equipo de la ciudad era el TSV 1860 München. Aquel año sería el primero de Gerd Müller, Sepp Maier y Franz Beckenbauer con el FC Bayern. El resto es historia. Pero no fue nada fácil para el ‘Torpedo’. Entrenaba a los muniqueses el croata Zlatko Cajkovski. Donde esperaba un centro delantero alto y fuerte se encontró con aquel chico que se acercaba a los 90 kilos. Le apodó pequeño gordito. “¿Cómo voy a poner a un elefante con mis purasangres? ¿Acaso nos dedicamos a la halterofilia?”, diría cuando lo conoció. “¿Qué pretenden que haga con ese gordo rechoncho?”, espetaría en otro momento. Müller tardó diez partidos en debutar. Acabó metiendo 33 goles en 26 partidos para asegurar el ascenso. Al año siguiente ganaba su primer título con el FC Bayern y bajaba hasta los 80 kilos.
1979. Fue en febrero. Concretamente el tercer día del segundo mes. Guyla Lorant, técnico húngaro del Bayern, decide sustituir a Müller. Es la primera vez en su carrera en la que no acaba un encuentro por decisión técnica. Ya no estaban ni Maier ni Beckenbauer y las críticas arreciaban contra Müller. “Es más lento que una cabina telefónica”, llegó a publicar un diario. Decide marcharse. La temporada anterior había logrado su séptimo y último título de máximo goleador de la Bundesliga. Ésta no la acabaría. Enfrentado con la directiva por lo que él consideraba falta de apoyo y, ante la ausencia de una oferta de renovación, da la espantada en pleno mes de febrero y se marcha a Estados Unidos a meter sus últimos goles y a disfrutar de la vida.
1968. Uwe Seeler renuncia a la selección con 32 años y Alemania no se clasifica para la Eurocopa de 1968 tras un humillante empate sin goles ante Albania. Seeler era el ídolo del país. Rápido y escurridizo, dominaba el juego aéreo con sus escasos 1’70. Era una máquina de hacer goles, de los pocos que han besado la red en cuatro Mundiales consecutivos. Su sustituto como ‘9’ teutón era Gerd Müller. Algo más alto, pero igual de estéticamente inoperante y de resuelto para el gol. En su primer envite de enjundia fracasó. Aquella eliminación, volvió a llevar a Seeler a las primeras páginas. Era necesaria su presencia para el Mundial de México 70. Se formó un debate terrible. Hamburgo o Bayern. Norte o Sur. Tradición o modernidad. Los goles de Seeler eran heroicos. Los de Müller ratoniles.
1991. Franz Beckenbauer, Sepp Maier y Karl-Heinz Rummenigge, tres leyendas bávaras y tres ex compañeros de Müller, vuelven a Múnich tras un viaje con el equipo. El trio pasa por delante de un bar y se quedan de piedra al ver a un hombre con barba larga, pelo desaliñado y en evidente estado de confusión. Casi no puede andar por culpa de una cadera y acumula cartones de vino a su alrededor. Parece un anciano, pero apenas suma 45 primaveras. Es Gerd Müller. Hacía años que los tres no sabían nada de su viejo amigo. En 1984 había vuelto a Alemania y se había instalado en el anonimato. Consiguen convencerlo para ingresar en una clínica de desintoxicación. Son cinco litros de vino diarios y una mujer que le espera con los papeles del divorcio bajo el brazo. Había montado un par de restaurantes y una tienda de deportes en Múnich, pero todo se había ido al garete. Vivió una temporada en casa de Franz (Beckenbauer) y otra en la de Uli (Hoeness). Recibirá continuas visitas de Uwe (Seeler) y de Berti (Vogts). Al año siguiente, ya rehabilitado, ingresará en el cuerpo técnico de los juveniles del FC Bayern.
1970. A México van los dos. Seeler y Müller. El primer dilema para Helmut Schön, seleccionador teutón, es decidir quien lleva el ‘9’. Siendo fiel a la tradición, es el veterano el que escoge y se lleva el número de los dioses. A Gerd le toca el ‘13’. Hay truenos, rallos y centellas. El ecosistema de la ‘Mannschaft’ está a punto de estallar. Schön lo resolverá con inteligencia. Colocará a Seeler más lejos del área en funciones de mediapunta y a Müller como delantero centro sin exigencias defensivas. “¡Gerd! No estaría mal si bajaras a darnos una mano en defensa”, dicen que le grito Beckenbauer en un partido. “Cuando tú vengas a ayudarme en el ataque a hacer algún gol yo bajaré en defensa a echarte una mano”, cuentan que contestó el ‘Torpedo’. El caso es que Müller, feliz y contento, anotará diez goles en el Mundial, una auténtica burrada. Seeler, veterano, comprenderá que lo de lo anotar es secundario si con ello se consigue el Mundial. Lo cierto es que Alemania cayó en una épica semifinal ante Italia, pero Müller ganó el Balón de Oro aquel año (por entonces Pelé no podía optar a él por ser sudamericano) y se convirtió en el hombre del momento.
1945. Gerhard Müller nació en Nordlingen. Se trata de una pequeña ciudad medieval bávara que da nombre a una de las batallas más famosas de la guerra de sucesión española, pero que se salvó milagrosamente de los designios de la II Guerra Mundial. Miembro de una familia numerosa, Gerd vivió las vicisitudes de la posguerra en un régimen extremo de pobreza. Creció acomplejado. Sabía las cuatro reglas básicas y mientras veía que los padres de sus amigos poco a poco iban rehaciendo sus vidas, observaba como los suyos seguían instalados en la mediocridad. Sus decenas de goles le llevaron a rechazar una oferta del TSV 1860 Múnich (el mejor club bávaro del momento) y a aceptar una del FC Bayern porque estos últimos le ofrecían un trabajo a media jornada en una tienda de muebles.
1971. La temporada 1970-71 se acaba y Gerd Müller no alcanza el nivel esperado. Sus registros goleadores siendo excelsos no llegan a los de la temporada anterior. Se habla de que en España van a abrir el mercado a los futbolistas extranjeros. Lo hará dos años después. Se dice que el Barça piensa en Müller, pero acabará fichando a Cruyff. Se dice que fue la federación alemana la que impidió su marcha amenazando a Müller con perderse el Mundial del 74. Son otros tiempos. Hoy el jugador está empoderado. Antes estaba esclavizado. Pero eso sucedió en 1973. Estamos en 1971. Ese verano Gerd se dedica a las pesas y se deja barba y bigote. Sigue siendo bajo y rechoncho, pero donde antes había grasa ahora hay músculo. “Müller era un depredador disfrazado de abuelita para el que la red era el encaje de novia de una niña irresistible”, escribiría Eduardo Galeano.
2021. Lo de Trento había sido un aviso. Desde entonces los momentos de desorientación crecen con la misma rapidez con que lo hace la angustia. En 2015 el Bayern lo hace oficial. Gerd Müller es apartado del staff técnico del equipo. Padece alzhéimer. Por el camino le pillará el encierro global por culpa del Covid. Todo se acelera. Donde antes decía que si o que no a través del brillo de sus ojos y saboreaba con su mujer un pedazo de vida comiendo un helado, ahora es un movimiento de pestañas mientras aguarda el paso del tiempo tirado en una cama. Uschi y Gerd llevaban juntos desde mediados de los 60, cuando ella era una chiquilla de 16 y el ya goleaba con 20. ‘Der Bomber der Nation’ falleció el 15 de agosto de 2021 a los 75 años. Lo hizo en paz, una vez sus recuerdos se deslizaron por un embudo camino de la nada y los puntos cardinales se hubieron perdido en algún lugar de su cerebro.
1972. Es la temporada de los récords. Gana el trofeo de máximo goleador de la Bundesliga con 40 goles en 32 partidos. Es el máximo goleador de la Eurocopa anotando dos tantos en la final que los alemanes ganan frente a la Unión Soviética. Anota 85 goles en todo el año 1972, récord inamovible hasta que el extraterrestre Messi firma 91 en un año natural. Ese es Gerd ‘Torpedo’ Müller. Autor de 365 goles en 427 partidos de la Bundesliga. Autor de 723 goles en 771 partidos oficiales. Ganador de 1 Balón de Oro, 1 Balón de Plata y 2 Balones de Bronce. 4 veces máximo goleador de la Copa de Europa. Máximo goleador de Mundial y Eurocopa. Ganador de ambos trofeos con Alemania y de tres Copas de Europa con el FC Bayern.
“Era feo de ver, con esas piernas cortas y gruesas y los hombros inclinados. Pero era veloz como un rayo y saltaba como una anguila. Con él no te podías distraer un segundo”. Franz Beckenbauer, compañero de equipo y de selección durante más de una década.
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