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La farfalla granata

Luigi estaba adormilado. No se había acostado temprano precisamente. Comió algo insulso que encontró en la encimera, se puso unos vaqueros que descansaban aburridos sobre una cómoda de diseño y se dispuso a salir a la calle con la misma camiseta con la que se había quedado dormido. Antes de salir cogió las llaves y regresó a la cocina. Pescó la correa, se la ató a su mascota y juntos emprendieron el camino por el centro de Turín.

Ese era Luigi ‘Gigi’ Meroni.

Y su mascota era una gallina.

Luigi Meroni había nacido en Como allá por 1943. Cuando Gigi era niño no existía equipo más poderoso en toda Europa que el Grande Torino. Valentino Mazzola, padre del celebérrimo Sandro, capitaneaba a un equipo de los que diez de sus once titulares también lo eran de la selección italiana. Aquel equipo de ensueño se hizo trizas una tarde de 1949 cuando el avión que los trasportaba se estrelló al pie de la basílica de Superga, a las afueras de Turín.

Fue el fin del Torino FC. Hasta 31 personas dejaron sus vidas aquel nebuloso día de primavera, incluidos los 18 futbolistas de la plantilla granate.

Por entonces Gigi Meroni contaba con seis añitos. Unos cuantos más contaba el piloto del Fiat G212 siniestrado. El cual también se llamaba Luigi Meroni.

La vida está llena de inexplicables casualidades.

Decía antes que aquel fue el fin del Torino FC como gran club italiano. Los dos colosos milaneses pronto le pasaron por encima, pero fue, sobre todo, la Juventus FC el que pasó de ser un igual a un tótem inalcanzable.

Y eso fue así hasta que apareció Gigi Meroni.

Fue Nereo Rocco, uno de los apóstoles del catenaccio, el que le puso aquello de farfalla granata. Y es que, en un fútbol de argamasa y ladrillo, Meroni era una mariposa que flotaba sobre las defensas rivales. Se trataba de un futbolista de banda, excesivo en el regate y apasionado en el pase. Uno de esos elegidos que aman el juego y lo convierten en arte.

Gigi Meroni

Estamos a mediados de los 60. Meroni es una suerte de quinto Beatle. Como George Best, Meloni lleva el pelo largo, barba descuidada, viste a la moda y disfruta de la noche. No obstante, al contrario del genio irlandés, Meroni tiene unas inquietudes que van más allá del Macallan y de las mujeres fáciles.

Meroni pinta cuadros y escribe poesía. Gusta de ir a sesiones de jazz, buenos restaurantes y pasea con orgullo su gallina por el centro de Turín. Es un bohemio. Un hombre inquieto. De vez en cuando se disfraza y se hace pasar por periodista para preguntarle a los tifosi por la calle que opinan de Gigi Meroni. Su ropa es estrambótica. Se la envían directamente desde el Lejano Oriente. Luce colores variados con telas que le hacen ser la comidilla en todas las trattorias. Luce gafas de aviador aun cuando el día este nublado y vive en un ático en el centro de Turín acompañado de una bella mujer.

Una bella mujer que está casada.

No con Meroni, por supuesto.

Meroni vive en el centro, pero no en el mismo barrio que el resto de sus compañeros. Vive en la zona vieja, en el barrio de los artistas. Rodeado de estudiantes universitarios con olor a marihuana. Habita con Cristiana, su compañera, a la que fue a buscar al altar cuando estaba a punto de dar el ‘sí, quiero’ a un hombre que no amaba por imposición de su padre. Gigi agarró a Cristiana y ambos salieron corriendo de la iglesia e iniciaron una vida juntos ante el asombro y la indignación del suegro, de los allí presentes y de la conservadora y religiosa sociedad italiana.

Y así estamos. Meroni es una estrella y alcanza el estatus de titular en la Nazionale, en la selección italiana. Y con todo, las cosas no van bien. No gusta. Al menos no gusta a los que mandan. Le ordenan cortarse el pelo. Meroni se niega. De repente deja de ser un habitual del once. Italia fracasa estrepitosamente ante Corea del Norte en el Mundial de 1966. Meroni se libra del desastre al no jugar el partido, pero le llueven miles de palos igualmente. Llega la temporada 1966/67 y Meroni se sale. Lo borda partido tras partido. El Torino se instala en los puestos altos del Calcio y la Juve decide asestar una puñalada a su rival vecinal. La Vecchia Signora hace una oferta astronómica por Meroni. Los hinchas del Toro rodean las oficinas del club y se manifiestan en contra de una venta que estaba más que apalabrada.

Verano de 1967. Con Meroni en el equipo, el Torino FC empieza como un tiro la temporada 67/68. En los primeros cuatro encuentros de la campaña gana tres y empata uno. El 15 de octubre se enfrenta a la Sampdoria venciendo por 4-2 en otro buen partido de Meroni. Por entonces había la costumbre de hacer una concentración postpartido en un hotel cercano. Gigi Meroni y su compañero Fabrizio Poletti solicitan a su técnico dar una vuelta para tomar un helado. Nereo Rocco, técnico granota, acepta a regañadientes y les da diez minutos de asueto.

Atravesando la corsa Ré Umberto ambos jugadores se paran en medio de la carretera debido al intenso tráfico. Quiso el azar que en el momento en el que Meroni decidió salir a tomarse su helado un Fiat 124 Coupé fuese a pasar justo por delante del hotel. El conductor del deportivo era un chico de apenas 19 años. Iba rápido, aunque no demasiado, pero si despistado, muy despistado, y el golpe le rompe a Meroni la pierna izquierda y lo manda por el aire varios metros hacia atrás no dando tiempo a reaccionar al conductor de un Lancia que pasa por encima de la estrella del Toro a más de 70 km/h.

…corsa Ré Umberto

Gigi Meroni murió apenas llegado al Hospital Mauriziano, seguramente en parte debido al gran embotellamiento que se producía tras los partidos del Toro (Turín, un hombre, un coche, un Fiat) que dejó a la ambulancia que lo transportaba enterrada en el tráfico, hasta que un peatón de nombre Giuseppe Messina se ofreció para llevarlo en brazos hasta el hospital. El día era gris pero pronto pasó a negro. El esfuerzo fue inútil. La farfalla granata fallecía a la tierna edad de 24 años.

Quiso el siempre caprichoso destino que el chico de 19 años conductor del Fiat 124 Coupé que impactó con Meroni fuese un tifosi del Torino. Pero no solo eso. Era absoluto admirador de Gigi Meroni. Imitaba su forma de vestir, su manera de peinarse y llevaba la misma barba que su ídolo. Attilio Romero, que así se llamaba el chaval, tenía el coche empapelado con fotos de Meroni y las que allí no cabían adornaban su habitación.

Attilio se entregó y al momento fue declarado culpable de homicidio involuntario. No llegó a pisar la cárcel. Su padre era un reputado médico y movió hilos para salvar a su hijo. Ni siquiera la hinchada del Toro lo consideró culpable y se volcó con un chaval cuya vida acababa de perder todo sentido.

En la siguiente jornada el Torino humilló a la Juve por 4-0, en una suerte de homenaje al fallecido. Aquella temporada el Torino acabó ganando la Copa de Italia y en años posteriores llegó a alzarse con un título liguero. Pero todo fue un impase, ante el negro futuro que les aguardaba.

A la altura del año 2000 el Torino FC es un equipo ascensor. Francesco Cimminelli renuncia a la presidencia acosado por las deudas y un miembro de su junta directiva decide dar un paso adelante y es nombrado nuevo presidente.

Se trata de Attilio Romero.

33 años después de atropellar a su ídolo. Romero se dispone a devolverle al Torino parte de aquello que le fue arrebatado. “Mis tres amores son mi madre, mi padre y el Torino, y no siempre por ese orden”, comentó en cierta ocasión. Romero es entonces un alto cargo de la FIAT, un exitoso hombre de negocios. Pero no podrá hacer nada para salvar al club y en 2005 es obligado a dimitir. El cisma es tal que en el estadio se llegarán a ver pancartas en las que algún tifosi lo tilda de asesino recordando aquella aciaga tarde de octubre de 1967.

El caso es que el club entra en bancarrota y en 2006 se ve obligado a refundarse y al descenso administrativo de categoría. Attilio Romero será acusado de fraude y malversación de fondos y recibirá una condena de dos años y medio de prisión y la inhabilitación para ejercer cualquier cargo deportivo.

Fue el fin de Attilio Romero. Pasará a la historia como el hombre que mató dos veces al Torino FC. El hombre que le cortó las alas a la farfalla granata, a aquel chico que paseaba su gallina por el centro de Turín y que estaba destinado a devolverle la fama al Grande Toro.

Attilio Romero

“Un equipo perfecto tiene que tener un arquero para todo, un asesino en defensa, un genio en el mediocampo, un estúpido que haga goles y siete burros que corran”. Nereo Rocco, entrenador de Meroni (el genio del mediocampo) en el Torino FC.

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