Mánchester
El infierno. Eso era Mánchester en el siglo XIX. Esa era la Inglaterra de Oliver Twist. La Inglaterra de David Copperfield. La Inglaterra de Dickens. Un país que afrontaba unos cambios inmensos donde la corrupción y la hipocresía crecían en la misma proporción en que lo hacía la desigualdad y la pobreza. Charles Dickens bien lo sabía porque antes de afamado escritor había sido un niño que deambulaba por calles angostas, sucias y oscuras, llenas de miseria y dolor, mientras corría para llegar a tiempo a su trabajo en una fábrica de betún. Los domingos los pasaba vagando alrededor de la cárcel londinense donde su padre, un oficinista encarcelado por las deudas, malvivía en una minúscula celda a ras del Támesis tosiendo por culpa de la humedad y durmiendo en un lecho de paja.
Dickens fue el cronista de la grandeza y de la desdicha de la Inglaterra victoriana. Del ‘Brittania Rules’. A menudo una simple calle dividía una vida acomodada y sin preocupaciones de un paraje lleno de ratas, cólera y humillación. Cientos de miles de personas se instalaron en barracas construidas con toda celeridad para trabajar en fábricas apestadas de humo, calor y jornadas agotadoras sin apenas descanso para devorar un mendrugo de pan. Dickens pondría voz a esos seres anónimos y servirá de conciencia para alertar de los males de la Revolución Industrial.
Y pocos lugares representaban con más fuerza la penumbra que Mánchester. Leeds, Sheffield, Hull, Blackpool o Preston eran algunas de esas ciudades infestadas de carbón, hierro y acero. Sin embargo, el principio y el fin de todo estaba en el Gran Mánchester. Bueno, entre Liverpool y Mánchester. 50 kilómetros al oeste de Mánchester está el mar. Está el estuario del río Mersey. Está Liverpool. Allí está el puerto por excelencia de la Gran Bretaña de la Revolución Industrial. Allí, para agilizar el envío de carbón u algodón entre la capital interior y la portuaria, se construyó un gran canal para unir el Mersey con el Irwell. Allí, entre Liverpool y Mánchester, se inauguró en 1830 la primera línea férrea del mundo. Allí, a finales del siglo XIX, se construyó el primer polígono industrial planificado de la historia. Una amalgama de empresas, fábricas y estructuras con decenas de kilómetros de extensión. “De esta sucia cañería fluye oro puro”, diría de Mánchester Alexis de Tocqueville.
Eso era Mánchester. Un pueblo de 10.000 habitantes en 1800 y que sólo medio siglo después era hogar de 400.000 almas que malvivían como suerte de esclavos. Pasarán los años, se conquistarán derechos y se rebajarán calamidades. Nacerá la cultura del ocio. Las relaciones sociales urbanas. La identidad grupal posmoderna. El concepto de Estado como garante social. Nacerá el fútbol.
Al calor de un meandro del río brotará en 1878 el Newton Heath LYR Football Club. Era un club obrero fundado por los trabajadores del ferrocarril. Se ubicaba en el barrio de Old Trafford, zona al oeste del ayuntamiento y que, aún hoy, integrada perfectamente en la ciudad, está considerada una de las mayores zonas industriales del mundo. Unas calles más arriba, en el hotel Midland, se fundó Rolls Royce. El caso es que el equipo entró en bancarrota en 1902 y fue comprado por un empresario de la cerveza que lo refundó con el nombre de Manchester United y cambió su indumentaria original verde y oro por una en blanco y rojo. Habían nacido ‘Los Diablos Rojos’ y en 1910 lo haría el icónico Old Trafford situado en Warwick Road, en una parcela de tierra ganada al canal marítimo que une Mánchester con el puerto de Liverpool.
El United era el dueño del norte y del oeste de Mánchester, pero con el cambio a Old Trafford se asentaba en el corazón de la ciudad. Rápidamente fue considerado el club de los ricos. John Henry Davies, el magnate cervecero y ahora también presidente, gastó grandes sumas de dinero y pronto el equipo fue conocido como Moneybags United (sacos unidos de dinero). En 1908 vino el primer título, antesala de muchísimos más.
Al sureste surgía otro club de fútbol. Nacía con fines humanitarios. En el barrio de West Gordon. Violencia, robos, suciedad, prostitución o alcoholismo. Eso era lo que en ese humilde barrio obrero sucedía día tras día. Es por eso que Arthur Connell y su hija Anna decidieron fundar un club de fútbol con sede en la iglesia de Saint Marks con el objetivo de que el deporte alejase a los niños y a los adolescentes de las calles. El West Gordon FC se instituyó en 1880 y años después trasladó su campo de juego a los aledaños del vertedero de Ardwick, un poco más al sur de la ciudad. El ahora Ardwick FC llegó a la segunda categoría del futbol inglés y pasó, en 1894, a renombrarse como Manchester City. Cuando en 1922 el club se mude a Maine Road, al sur de la ciudad, ya Mánchester estará divida en dos fogosas mitades.
Y es que, si bien el United es el club más seguido de Inglaterra, no ocurre lo mismo en la ciudad de Mánchester (véase la película Billy Elliott). Al igual que sucede en Italia con Juve y Torino, la victoria en casa ajena no valida la de la casa propia. El United domina la ribera del río Irwell, el norte, el oeste y el centro de la ciudad. En Deansgate, donde se corta el bacalao, el rojo es mayoría. La tradición lo identifica con la élite. Por su parte, el City es dueño del este y del sur, de los antes arrabales y hoy barrios de la ciudad. El City es, paradojas del destino, el club del populacho.
Paradoja porque hoy el City es el nuevo rico. Lo es en la ciudad del fútbol por excelencia. No en vano el National Football Museum, el museo del fútbol inglés – que es lo mismo que decir del fútbol mundial -, está en Mánchester y no en Londres. En el Mánchester proUnited, por supuesto. El United de Best, Charlton y Law. De Cantona y Beckham. De Rooney y Cristiano. Del Teatro de los Sueños. El del diablo con el tridente y el barco que simboliza la Revolución Industrial (esclavista según los revisionistas).
El City también tiene en su escudo el ahora apestado barco y la rosa de Lancashire sobre los tres ríos que bañan la ciudad rumbo al canal que desemboca en el puerto de Liverpool. Y poco más que eso. Ni la Santísima Trinidad ni el pedigrí. Pero eso está cambiando. O ya ha cambiado. Se mudaron al norte, vendieron su alma al oro negro, pero a cambio van siete ligas en once años. Con lo que sumaron el siglo anterior, mientras eran pobres, más la porrea de éxitos que llevan desde que son ricos, ya son el cuarto club inglés en el palmarés histórico sólo por detrás de United, Liverpool FC y Arsenal. Si mañana (a la hora de escribir estas líneas) ganan la Copa de Europa no habrá más que decir. Será grande. Y vendrá la duda.
¿Y si el grande de Mánchester es el City?
Hoy las fronteras son más laxas. United y City celebran los títulos en el mismo lugar, en Picadilly Gardens. Se dice que Green Ancoast Street (el pedazo más al este de la M-30 mancuniana) divide la ciudad entre rojos y azules. Pero los azules ganan terreno. El City ya es una marca global y los jóvenes se identifican con ella. Hoy Mánchester ha dejado de lado el pasado siderúrgico y es fuerte centro cultural. Su museo, su biblioteca, la cocina internacional y sus fábricas reconvertidas en centros tecnológicos han dado paso a un nuevo Mánchester. Se ha recuperado incluso la Mamacium romana ocultada durante siglos.
En ese nuevo Mánchester el rey es el City. Y su reinado será continental si la vieja guardia y la tradición del Internazionale milanés no lo impiden este 10 de junio de 2023.
“Me gustaría vivir en Mánchester. La transición entre Mánchester y la muerte sería imperceptible”. Mark Twain, escritor estadounidense.
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