La mujer del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo
Puede ser un sargento, un brigada o un subteniente. Caza mayor es teniente o comandante. Palabras mayores. El modus operandi se inicia con una vigilancia exhaustiva que oscila entre las semanas o los meses. El objetivo es detectar problemas. Los económicos son los distinguidos. Puedes estar atrapado en deudas o sencillamente deseas mejorar el nivel de vida de los tuyos. Luego están los que meramente son ambiciosos de por sí. O los que no tienen por divisa ni el honor ni la bandera. El caso es dar con un elegido. Detectadas las debilidades, primero la amistad y la codicia y luego, una vez hechizado, el miedo que pronto pasará a ser pánico.
Una vez acabada la caza mayor toca apresar a la caza menor. Suele ser más simple. Ante todo, porque hacen falta menos billetes y menos arrestos. En segundo lugar, porque cuentas con la autoridad y el terror que el oficial impone en el subordinado. Es entonces cuando puede descargar el alijo. Una y otra vez. Captadas las ovejas negras dentro de la Guardia Civil la banda de narcos puede operar a su antojo.
Hay más implicados. Muchos más. Marineros, amas de casa, estanqueros, camioneros, pelagatos variados o empleados de banca que callan, guardan y financian, pero, una vez manoseada la autoridad, todo es mucho más simple. Así funcionó en las Rías Baixas de los 80, así funciona en la actualidad en el Campo de Gibraltar y así operaban, operan y operarán los narcotraficantes tanto en España como en buena parte del globo.
Y con todo hay redadas. Y cuantiosas. Y los narcos caen y los capos acaban en la cárcel. El problema es que el trono está siempre caliente. En todo caso, repito, hay redadas. De vez en cuando el teniente corrupto debe hacer alguna operación y el narco le entrega alguna pieza prescindible para salvaguardar las formas. Pero en las muchas simplemente no puede mantener el control.
No puede porque hay gente que es intocable. Guardias miedosos que no quieren saber nada del asunto o guardias honrados que antes darían la vida que aceptar sobornos. Los más son los que podríamos llamar guardias felices, que disfrutan con su tranquila vida y prefieren mirar para otro lado y cerrar los ojos ante lo que intuyen, pero, angustiados por su conciencia, se ven en la obligación de contarlo cuando lo saben. Son estos los más peligrosos. A los miedosos y a los honrados no se les intenta tocar, pero son los guardias felices, los que conforman la silenciosa mayoría, los que pueden joder la operación. El oficial corrupto tiene que colocarlos en un segundo plano en una acción contra el narcotráfico o simplemente apartarlos deliberadamente de conversaciones o del acceso a papeles que son comprometidos. Porque éstos no sabes cómo respiran. Ni se van a apartar como los miedosos, ni los vas a mandar a hacer otras operaciones de más enjundia como a los honrados. A los otros, a los que conforman esa silenciosa mayoría, los tienes que tener cerca y arriesgarte a que, simplemente, hagan bien su trabajo.
En 2014 el FC Barcelona y el Atlético de Madrid se enfrentaron en el Camp Nou en la última jornada de Liga. El empate bastaba a los colchoneros para obtener el título dos décadas después de su último alirón. Lo lograron (1-1), aunque por el camino Mateu Lahoz anuló un gol por fuera de juego de Leo Messi que le hubiese dado la victoria y el trofeo al Barça.
Desde la ‘cova’ (si, en Barcelona también hay ‘caverna’ como en Madrid y también hay palcos elitistas convertidos en reservados para tejer corruptelas) se vocifera que de haber existido compraventa de árbitros a favor del Barça no se hubiera anulado ese gol a Leo Messi.
El Barça, Gaspart, Laporta o Bartomeu (o a algún directivo al que le carguen el muerto), pónganle el nombre que quieran, es el capo. Es el delincuente. José María Enríquez Negreira el teniente corrupto. Mateu Lahoz, tan buen árbitro como prepotente y cargante, es un guardia civil de los que darían la vida antes que aceptar sobornos. Comprar al teniente no implica tener todo el control. Pero que no tengas todo el control no quiere decir que no puedas realizar tu negocio.
El árbitro nació como cura, como juez de paz. Fútbol a lo largo, dos palos en el horizonte y un hombre de negro para dictar sentencia. Respetable y respetado. Si el fútbol nació en 1863 el árbitro lo hizo en 1891. Hasta entonces un representante de cada equipo, dos en total, discutían las decisiones comprometidas. Cuando el juego pasó de ser juego a lo más importante de los menos importante, se vio que así no se iba a ningún lado. Se designó un juez neutral y los dos representantes se hubieron de convertir en jueces de línea.
Así fue desde entonces hasta hace bien poco. El árbitro era mayor para imponer respeto. Y era malo. Lo era porque no era profesional. Era periodista, médico, abogado, profesor o quizás policía. Siempre una profesión liberal que le permitiese ausentarse dos o tres días de cuando en cuando para cumplir con su hobby.
Era normal que aquel hombre de negro se equivocase. Lo era porque no era su oficio, aunque lo pareciese, y lo era porque dos ojos siguiendo a veintidós personas, un balón y miles en las gradas escudillando lo que haces es harto complicado. La imagen que tenemos del árbitro es la de un enterrador vestido de negro, sin gracia ni salero y una profunda barriga cervecera. Era así hace 100 años y era así hasta hace poco más de dos décadas. Al Enríquez Martínez, allá a inicios de los 80, le puso de mote José María García ‘míster angulas’ porque el afamado periodista cazó al electico colegiado metiéndose en un lujoso restaurante un platazo de angulas un par de horas antes de un partido en La Romareda.
Esa es otra. El árbitro era tratado con palmitas. No es nada nuevo. Un representante del equipo que ejercía de local solía ir a recibirlo al aeropuerto, taxi pago, estancia en un buen hotel y comida y reloj de regalo. Nada nuevo bajo el sol. Sin televisión o con televisión de pascuas en ramos, miles de almas gritando y un acojone generalizado. ¿Quién es el guapo que iba a pitar en contra del conjunto de casa? Que el valiente levante la mano.
La llegada de la televisión por pago y las decenas de cámaras cambiaron el panorama. También las gradas de asiento. Jugar fuera o en casa no es como antaño. Todo son tapetes verdes, ya no hay ultras y el juez está sobreprotegido. Hasta se cuidan. Ya no hay árbitros gordos y el negro ha pasado a mejor vida. Colores por doquier. Y tienen ayuda. Primero vino el cuarto árbitro, luego la sala VAR, la VOR y un ejército de jueces que deben hacer el trabajo de uno sólo. Y lo hacen peor. Los jueces de línea bajan los brazos a sabiendas de que sus decisiones serán corregidas. Y el árbitro duerme tranquilo sabiendo de que ahora la culpa caerá sobre esos señores de la sala brumosa que habitan en algún lugar de las gradas.
No se entiende que en un negocio millonario los impartidores de justicia sigan sin ser profesionales. Si el mejor árbitro del mundo es chileno, ¿por qué no arbitra en Inglaterra o en España? Son las federaciones las que manejan los árbitros mientras que las ligas son entidades privadas independientes. He aquí un problema que afecta a todos los países. ¿Cómo entender que si la Premier tiene la mejor liga del planeta no cuente con los mejores árbitros? Con ello se mejoraría la calidad y, de paso, desaparecerían las suspicacias.
Porque suspicacias las hay. La norma indica que un colegiado no puede arbitrar a ningún equipo de su tierra. Un madrileño jamás pitará a Madrid o Atlético, pero tampoco al Leganés o al Rayo Majadahonda. El tal Enríquez Negreira, catalán, nunca pudo arbitrar al Barça. Con esto, se dice, hay neutralidad. Tontería supina. Como si nacer en Cudillero o en Salou impidiese a uno ser del Madrid. Según el CIS los blancos (39%) y los azulgranas (25%) suman el 64% de los forofos en España. Y son muchos más. Porque luego están los que tienen a Madrid o Barça como segundo equipo porque por mucho que adores al Hércules pocas alegrías tendrás en tu vida. Con lo cual, más allá de fallos o errores deliberados, lo que trabaja es el subconsciente. Y hay opciones, muchas opciones, de que toque dirigir un partido de tu equipo favorito ante una atmósfera sobrecogedora de 70 o 80.000 personas y, ante la duda, ya será tu psique quien tome la decisión.
La mayoría de las veces no hay que pagarle a nadie. La mayoría de las veces los colegiados se equivocan inconscientemente a favor de Real Madrid o del FC Barcelona. Algunos hasta benefician al Atlético, el más llorón de los llorones. Son todos los demás los que tienen que ejercer el verdadero derecho del pataleo.
Y con todo, de vez en cuando toca pagar.
“Ya han salido los sepulcros blanqueados, las ratas de sacristía, los blanqueadores de los de siempre, los miserables que han sacado la cabeza de su madriguera de roedores con la lujuria descontrolada de quien apunta el delito ajeno sabiendo perfectamente el funcionamiento del mismo. Ya sabemos quiénes son, los serviles del régimen, los que no hacen periodismo real sino que trabajan como portavoces encubiertos del primer gran club estado que ha tenido el fútbol: el entretenimiento de un régimen dictatorial que tenía al Madrid como el circo necesario para complacer los fines de semana de la población (…) una parte de la España periodística está completamente contaminada por la peste bubónica del poder, y la revuelta debe ser precisamente contra ese ejército de la calumnia que aprovecha las mierdas que nosotros debemos resolver para hundirnos aún un poco más”. Esto es lo que decía ‘L’Esportiu’ cuando el asunto Negreira salió a la luz, nada extraño en un periódico deportivo que desde 2017 luce un lazo amarillo en su portada. Lo llamativo es lo que su editorial decía a continuación:
“Es preocupante ver a Laporta encubriendo a Bartomeu, el presidente de la herencia envenenada, porque resulta que realmente no está protegiendo la verdad, sino que se está cubriendo los hombros porque si tiras atrás llegas a su primer mandato, donde curiosamente, en la directiva estaba el triunvirato de Laporta, Rosell y Bartomeu. Dicho de otro modo, el Laporta del 2023 está salvaguardando el honor del Laporta del 2003 (…) El Barça hace y hará bien en protegerse, pero convendría también que aclarara varios interrogantes para disipar la sombra de duda que genera el caso. La clave no es que el club reciba asesoramiento arbitral. Lo hacen la mayoría, ya sea con empleados en nómina o contratando servicios externos. El problema es el precio desmedido que se ha pagado por el servicio y al que se ha pagado. Que Enríquez Negreira fuera vicepresidente del comité técnico de árbitros mientras una empresa suya cobraba por asesorar a un club genera un conflicto de intereses muy difícil, si no imposible, de justificar (…) La relación es cara, fea y, aunque la investigación se centra entre el 2016 y el 2018, varias directivas reconocen que se prolongó durante muchos años, con distintos mandatos y distintos presidentes. Esto es lo primero que debería aclarar el Barça. ¿Cuándo empezó todo? Han pasado auditorías, se han analizado detalles y han salido facturas entre anecdóticas y ridículas. Y hasta ahora nada había trascendido de eso. Si realmente hace tantos años que dura, ¿lo sabían todos los presidentes? ¿Sabían que la empresa que tenía contratada era propiedad de un cargo arbitral en activo? Éticamente, al menos, cuesta explicar (…) sólo el hecho de relacionar el club y el estamento arbitral en un caso que se está investigando obliga al club a proteger la honorabilidad y la reputación. Con contundencia, y con las explicaciones que haga falta. Cuanta más luz ponga, mejor. No basta con apelar al victimismo”.
Por muchas vueltas que se le dé es difícil explicar lo del asunto Enríquez o caso Negreira, como más les guste. No se le puede adivinar otro fin al dinero que el Barça le estaba dando al vicepresidente del Comité de Árbitros que el que todos estamos pensando. Tampoco ayuda que el periodo de pagos denunciado desde el primer día por SER Catalunya de 2016 a 2018 coincide al milímetro con los 746 días que estuvo el Barça sin recibir un penalti en contra. Un compadreo institucionalizado desde 2001 a 2018, que, casualidades de la vida, finalizó justo cuando Negreira dejó su cargo como vicepresidente.
Investigaciones periodísticas y judiciales seguirán su trabajo pero los años de gloria del Barça, años en los que hasta el madridista más recalcitrante admitía haber visto el fútbol más armonioso jamás conocido, años en los que hasta en la intimidad el líder de los Ultra Sur gritaba con orgullo los goles de Iniesta y Xavi por haberle dado a España su primer y único Mundial, están quedando manchados por fichajes adulterados, espionaje entre compañeros, prebendas, tráficos de favores y negocios entre futbolistas y directivos. El Barça ganó ligas de forma honrada pero por culpa de unos patanes la mancha será eterna.
Y no es cosa de la caverna madridista. La noticia fue dada por el programa ‘Que t’hi jugues’ de SER Catalunya y pronto difundida con celeridad por medios catalanes y simpatizantes del barcelonismo. Porque los pagos parece que vienen de lejos, de 2001, con lo cual no es cosa de un presidente corrupto sino de una línea institucional, de un modus operandi que se remonta atrás en el tiempo.
Ni La Moreneta, en un soberbio acto de fe, puede creerse que el pastizal empleado por el Barça para sobornar a Negreira fuese para otra cosa que obtener un retorno basado en un trato de favor. Lo chusco, y ese es otro tema, es que el tal Enríquez Negreira fuese un listo y no hiciese tanto como prometía. Igual no hubo tantos favores como el Barça pretendía. Es probable. Porque, así y todo, en todos estos años ni el Barça ha ganado todas las ligas ni siempre los árbitros se han equivocado a su favor. Recordemos que hay árbitros, y son la mayoría silenciosa, que como los guardia civiles son intocables. ¿Negreira fue más listo que Laporta y compañía? ¿Fue un vende humos sin demasiada influencia? Pues seguramente sí. Pero eso no excluye de delito.
¿Cómo puede ser que se una auditoria descubriese que Laporta gastó 24 euros en una pollería con la tarjeta del club y que nadie en todos estos años supiese que Enríquez Negreira facturase siete millones de euros? Dicen las hordas barcelonistas que lo hacen todos los clubes. Es cierto, pero las ramas no dejan ver los árboles. El Madrid tiene como asesor a Megia Dávila, un ex árbitro sin cargo alguno, he ahí la diferencia. Y según han manifestado estos días diferentes directivos de Primera todos los equipos cuentan con una figura de este tipo que les indica si fulano o mengano es más propenso a sacar tarjetas, si es dialogante o si ese fin de semana le va a dar por sancionar las manos. El sueldo de estos asesores externos ronda los 25.000 anuales. Al parecer Enríquez Negreira guardaba 500.000 por año trabajado.
El complejo de inferioridad que Cruyff denunció cuando arribó en el 74 y que en buena parte consiguió eliminar con el Dream Team parece instalado en la conciencia del barcelonismo. Da la sensación de que como en el palco del Bernabéu hay tanta influencia el Barça se ve en la necesidad de igualarlo. A pesar de los increíbles éxitos deportivos de los últimos años se entiende que ese complejo de inferioridad solo puede ser rebatido en el palco. La mente enfermiza del entorno del Barça cree que sin tráfico de influencias nunca serán tan poderosos como el Madrid. Como un círculo vicioso retroalimentado por el nacionalismo catalán, lo importante no son tus triunfos, sino pasar por encima de tu alter ego capitalino.
Lleva tantos años el Barca subido a un relato enfermizo que acepta el caso Negreira como hecho ocurrido y vergonzoso, pero con la autoridad de no tener que dar ninguna explicación. El silencio por bandera. Y nadie levantará la voz. Nadie. Si el Barça fuese descendido administrativamente a Segunda ríete tú de las manifestaciones del 11-S. Jamás hubo tanta gente en la calle en Vigo y en Sevilla que cuando allá por los 90 celestes y sevillistas estuvieron a un tris de bajar a 2ºB vía decreto judicial. Ni reconversión industrial, ni crisis, ni muertos, ni nacionalismo. Lo que mueve el cotarro es el fútbol. El sentimiento.
Es el caso Enríquez Negreira como mínimo un inmoral conflicto de intereses. Lo dirá la justicia, no la deportiva, sino la ordinaria (tela marinera lo de este país que tiene más miedo a meterse con un club de fútbol que con un cartel de la droga). Los indicios son demoledores, aunque las pruebas atentan más contra Enríquez Negreira que contra el FC Barcelona. Por ahora se ha cazado al teniente de la Guardia Civil y, aunque todo se intuye, no hay forma de cazar al delincuente. Solo el paso del tiempo dictará sentencia. Hasta quizás tengan razón en Barcelona y todo es producto de la envidia madridista ante la mejor época de la historia blaugrana. Pues hasta quizás. En estos años el Barça ganó 22 títulos nacionales y el Madrid únicamente 10 contando minucias como las supercopas. Pero el caso es que todo esto cheira mal, muy mal. El seny, el mès que un club, está tocado. Con una sombra muy fea sobre el tramo de su historia que más títulos nacionales concentró y con una serie de jugadores maravillosos e irrepetibles que están entre los mejores que ha parido el fútbol mundial.
Y es que la mujer del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo.
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