El número 199
193 centímetros. 95 kilos. Demasiado liviano. Eso decían. No era rápido. Tampoco fuerte. Sí, tampoco fuerte. Hablamos de fútbol americano. De bestias físicas. Ni siquiera tenía un lanzamiento especial y era tosco en los movimientos. Esos eran los debes de Tom Brady. Lo que todos los ojeadores decían de él. Había apuntes positivos en las notas de los analistas. Tenía una tremenda tranquilidad en el pocket, esa área dentro del campo donde el quarterback es protegido durante unos segundos para que lance el balón al lugar adecuado. Contaba también con una ética de trabajo intachable y era una de esas personas a las que todo el mundo sigue y a las que todo el mundo tiene fe. No un jefe, pero si un líder. Un hombre con intangibles. Esas cosas que no miden las bases de datos pero que sirven para ganar partidos.
Tom Brady creció como fan de los San Francisco 49ers de Joe Montana, el gran equipo y el gran jugador de los 80. No podía ser de otro modo. Montana fue la inspiración para un chico que nació a escasos kilómetros de San Francisco y que vestía con devoción la casaca roja de los 49ers. Pero Brady no era Montana. Comenzó su periplo en el instituto como un don nadie, sin apenas minutos, y acabó su trayectoria como un buen jugador. Nada más que eso. Que nadie espere una historia de patito feo que aletea con fuerza hasta que se convierte en cisne. Cuando Brady acabó el instituto era uno más. Uno entre tantos. Bueno, nunca excelente.
El único que se fijó en él fue Gary Moeller, técnico de los Wolverines de Michigan, prestigiosa universidad situada en Ann Arbor, cerca de Detroit, en la otra punta del país. La idea de Moeller era utilizar a Brady como primer quarterback, pero, poco antes del inicio de la temporada, fue arrestado por un altercado en un restaurante en el que acabó a mamporros con varios de los allí presentes en claro estado de embriaguez. Obligado a dimitir, Brady perdió antes de comenzar al hombre que había apostado por su talento. Sin su valedor, pasó a ser un secundario. Comenzaría su primer año en la universidad como séptimo quarterback del equipo.
Son 11 los jugadores que se baten en un campo de fútbol americano, aunque suman hasta 45 los que forman una plantilla profesional. Se trata de un deporte eminentemente físico donde la táctica es exhausta. Hay diferentes equipos en la ofensiva y en la defensiva y todos son dirigidos en el campo por el quarterback. Es éste el ‘10’ del equipo, el cerebro, el mariscal de campo, el que da sentido al ataque. En la ofensiva se sitúa detrás del centro y decide la jugada a realizar. Es la estrella y debe resolver en fracciones de segundo si jugar a la corta o a la larga. El quarterback es el káiser. Es la prima donna.
En el fútbol americano los cambios entre los jugadores son constantes para evitar la fatiga provocada por el derroche físico, por lo que es más que habitual que las posiciones se dupliquen, tripliquen, cuatripliquen o quintupliquen. Golpes y lesiones están al orden del día. No ocurre lo mismo con el cerebro del equipo. El quarterback está protegido por las alas defensivas, quienes se encargan de bloquear a los rivales que tratan de tumbar a la estrella rival. No son necesarios más de, a lo sumo, tres quarterbacks. Por lo que si eres nombrado séptimo quarterback de un equipo tu futuro no es nada halagüeño.
El primer año de Tom Brady se cerró en blanco. Hubo de acudir a un psicólogo. En el segundo año ascendió a tercer quarterback y en el tercero, era 1998, fue nombrado capitán del equipo. Y no era titular. Su ascendencia sobre el grupo trascendía fuera del campo. Tan sólo en 1999, en su cuarto y último año como universitario, logró hacerse con la titularidad y liderar a los Wolverines tanto fuera como dentro del rectángulo de juego.
Y ni siquiera entonces era una estrella. El ídolo de la afición y su rival para el puesto más preciado del fútbol americano era Drew Henson. Éste era un colosal deportista que competía a partes iguales tanto en béisbol como en fútbol americano y que acabaría siendo profesional en ambos deportes. Pero Brady fue poco a poco comiéndole la tostada hasta convertirse en referencia en el tramo final de la temporada. Se especializó como jugador de últimos minutos, donde mostraba un aplomo y una tranquilidad exultantes liderando a los Wolverines a remontadas apoteósicas.
Se llega así al año 2000. Draft de la National Football League (NFL). La selección de jugadores es larguísima. Las tres primeras rondas se eligen el sábado y las cuatro siguientes se celebran el domingo. Son siete en total. En la NBA, quizás el draft más conocido internacionalmente, son dos las rondas para un total de 60 deportistas. En la NFL son siete rondas para un total de 262 deportistas.
Brady no era el mejor atleta, no había ganado un campeonato universitario, no tenía excelsa mecánica ni el brazo más fuerte. No lanzaba en profundidad y se dudaba de la longevidad de su carrera por culpa de su físico. Tampoco contaba con los mejores números estadísticos y no era el mejor valorado. Tenía liderazgo, calma, inteligencia. No tenía miedo a nada y estaba dispuesto a aprender. Tenía intangibles. Pero como dijo Brian Billick, entrenador de los Baltimore Ravens, “cuando decimos que un jugador tiene intangibles, es un eufemismo para decir que no tenemos ni idea de lo que buscamos”. Lo único que parecía jugar a favor de Brady es que el año 2000 no era un buen año para los quarterbacks. La camada de cerebros era limitada y Brady contaba con poder encaramarse a los puestos altos del draft. En 1999 las tres primeras elecciones del draft habían sido quarterbacks y para el año 2000 solo se contaba con Chad Pennington en primera ronda. No había más quarterbacks que se pudiesen considerar titulares en una franquicia de la NFL.
Lo normal es que Brady fuese un jugador de rotación y no pasase de tres o cuatro temporadas en la NFL. Antes del draft tuvo lugar la ‘combine’. Se trata de una serie de pruebas físicas que ayudan a que los ojeadores tomen su decisión final. Brady corrió las 40 yardas en 5’28 segundos. Su marca combinada de salto vertical y de carrera fue la peor desde 1978. La peor entre 576 deportistas. Aquello hizo bajar aún más las expectativas. No era capaz de enviar el balón en campo abierto y se le veía como un jugador muy expuesto si se le sacaba del ‘pocket’. Inmóvil, lento y delgado.
Se había dictado sentencia.
Tom Brady se sienta en el sofá de la casa familiar junto a su padre, su madre y sus hermanas a ver la retransmisión del draft de la NFL que tiene lugar en el Madison Square Garden de Nueva York. Allí están los elegidos. Entre ellos Chad Pennington, quien es elegido en el puesto decimoctavo. No se vuelve a elegir a un quarterback hasta la tercera ronda. Es el puesto 65. El equipo que elige son los 49ers de San Francisco. Brady cuenta con ese puesto. Él y toda su familia. Todos ellos son socios de los 49ers. Brady es un chico de la casa.
Los San Francisco 49ers escogen a Giovanni Carmazzi.
Brady apaga la televisión y sale a lanzar unas bolas junto a su padre al jardín de la casa familiar.
En el puesto 75 se escoge a un tal Chris Redman, quien es el último seleccionado en ese primer día del draft.
Brady no duerme nada esperando a que llegue el domingo. Al segundo y último día del draft. Donde queda la morralla. Aquellos que no pasarán de jugadores de refresco. Solo Bill Rees, ojeador de los Chicago Bears, da un análisis positivo del defenestrado Brady: “Es bastante duro y preciso. Es un buen jugador reserva que con el tiempo pasará a titular”. Nadie olvida que sus compañeros en Michigan lo preferían a él como titular y que su deseo de ganar y liderazgo era intachable. Pero las pruebas físicas habían acabado con el poco crédito con el que contaba.
El nombre de Tom Brady tendría que salir rápido. No fue así. El domingo comenzó con la cuarta ronda. No se escogió a ningún quarterback. En la quinta hubo que esperar al puesto 163. Tampoco fue Brady el designado. Como había hecho el día anterior, volvió a apagar la televisión, cogió el bate de beisbol y se propuso lanzar la bola tan lejos como fuese posible. El 168 y el 183, ambos de la sexta ronda, también fueron números ocupados por quarterbacks.
Y en el puesto 199, en la sexta ronda, los New England Patriots seleccionaban a Tom Brady.
Los Patriots no lo habían escogido antes porque no necesitaban un quarterback en su plantilla. Tenían muchos y buenos. Pero habían valorado seleccionarlo si quedaba libre. Bill Belichick, técnico de los Patriots, consideraba que Brady tenía mentalidad ganadora. Tampoco se mostraba preocupado por el cuerpo de Tom porque sabía que se podía entrenar. Luego confesaría que estuvo a punto de no seleccionarlo porque al ver que caía tan bajo pensó que realmente no valdría la pena. Brady era como la chica que te gusta pero que tus amigos llaman fea. Al ver que los demás dudan acabas pensando que estás equivocado.
Días más tarde Tom Brady puso rumbo a Boston, se subió a un jeep amarillo y tuvo su primera conservación con Robert Kraft, propietario de los Patriots. Brady se cuadró ante el gran jefe, le miró a los ojos y le dijo que haberlo fichado había sido la mejor decisión que había tomado en su vida.
El primer año apenas jugó unos minutos. Era el cuarto quarterback del equipo. Pero su lenguaje corporal, su concentración, la alegría de sus ojos y su sonrisa en el vestuario lo hicieron ser indispensable para el bien del grupo. En su segundo año Drew Bledsoe, el quarterback titular del equipo, se lesionó y Brady alcanzó el puesto de titular.
Bajo el liderazgo de Tom Brady los New England Patriots lograron el título de la SuperBowl. Era 2001. Su segundo año como profesional.
Tom Brady fue elegido tres veces MVP de la temporada (2007, 2010 y 2017), ha ganado siete Superbowls (2001, 2003, 2004, 2014, 2016, 2018 y 2020), fue escogido en cinco ocasiones mejor jugador de la final (2001, 2003, 2014, 2016 y 2020), es el jugador con más partidos disputados en la historia de la NFL y tiene el mayor número de victorias tanto en total como en porcentaje de un quarterback en la historia de la liga. Para muchos analistas y aficionados, Tom Brady es el mejor jugador de fútbol americano de todos los tiempos.
Con 45 años aun jugaba en los Tampa Bay Buccaneers de la NFL. En 2019, a los 41 años, corrió las 40 yardas en 5,17 segundos. Once segundos más rápido que en aquella ‘combine’ previa al draft de 2000, cuando tenía 22 primaveras.
“Si volviésemos atrás en el tiempo y me dijeses que se iba a convertir en lo que se ha convertido te diría que no me tomases el pelo, como te hubiésemos dicho cualquiera de los que estábamos en ese equipo”. Drew Bledsoe, compañero de Brady en los New England Patriots.
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