¿Por qué Lev Yashin es tan famoso?
Allá por diciembre de 2020, cuando el otoño fenecía y el invierno reclamaba su lugar, ‘France Football’ escogió el mejor once de la historia que haya parido el fútbol. Entre los elegidos estaban Beckenbauer, Messi, Maradona o Pelé. No hubo discusión. Si la hubo entre los que vieron con malos ojos que Matthaüs residiese en ese once, que Cruyff o Di Stéfano no lo estuviesen, o que Platini quedase relegado al tercer mejor equipo mientras Rijkaard ocupaba una posición de privilegio en el segundo. Para gustos colores. Todos, desde Garrincha a Cristiano Ronaldo, nos han dejado momentos para el recuerdo. Algunos más y otros menos, pero de todos hay testimonio audiovisual que atestigua sus logros.
El jurado de ‘France Football’ puso como punto de partida precisamente eso; el testimonio audiovisual. Un fútbol moderno que nació tras la II Guerra Mundial con el Mundial de Brasil y el inicio de la Copa de Europa. Quedaron en el camino Scarone, Andrade, Meazza, Sindelar o Josef Bican. Y, sin embargo, y aunque hay filmaciones que atestiguan su grandeza, resulta fascinante que uno de los 33 escogidos sea un completo desconocido para el gran público.
Ni siquiera es uno más entre los 33 escogidos. Forma parte del once ideal y, a pesar de la existencia de Buffon, Neuer, Casillas, Kahn, Banks, Zoff o Maier, su inclusión en ese equipo de leyenda fue prácticamente aceptada por unanimidad. Todos los componentes de estos tres onces históricos o bien han ganado el Mundial o bien la Copa de Europa. O mejor aún; ganaron ambos títulos. Tan sólo hay una excepción. Un futbolista que no pasó de un cuarto puesto en un Mundial. Un hombre que nunca disputó un partido de Copa de Europa. Un deportista que nunca jugó ni en una gran liga ni en un gran equipo. Un futbolista del que apenas se conservan partidos completos con su presencia, salvo los que disputó con su selección en cuatro Mundiales diferentes.
Y con todo, además de ser incluido en el ‘Ballon d’Or Dream Team’ por ‘France Football’, es considerado por la FIFA el mejor portero del siglo XX y es el único guardameta en la historia que ha sido galardonado con el Balón de Oro.
Es Lev Yashin. ‘La Araña Negra’.
Una leyenda.
Pero, ¿por qué es una leyenda? ¿Por qué Lev Yashin es tan famoso?
Como toda gran leyenda, Lev Yashin murió y resucitó en repetidas veces. En Chile, allá por 1962, Yashin acumuló pifia tras pifia. Acudía a aquel Mundial la Unión Soviética como gran ‘vedette’ tras haber salido victoriosa de la primera Eurocopa de la historia, pero la actuación de su gran portero fue más que modesta. En la primera fase un desconocido colombiano le clavó un gol olímpico. No fue lo peor. La URSS quedó eliminada en cuartos ante Chile con dos goles encajados desde fuera del área en los que dio la sensación de que Yashin pudiese haber hecho bastante más.
Los medios soviéticos culparon a Yashin de la debacle y pronto fue acusado de traición a la patria, una ligereza muy común dentro de las murallas del Kremlin. Las críticas traspasaban el Telón de Acero. ‘L’Equipé’ declaró que estaba acabado y en Inglaterra comentaban que la exageración de su fama era producto de la propaganda comunista. Presionado por las críticas, el camarada Yashin volvió de Chile decidido a retirarse. Se encontró con un grupo de aficionados que tiraban piedras contra su apartamento. Contaba con 32 años.
“Los goles sufridos acechan, siempre. Uno no recuerda los que salvó, sino los que le metieron. El guardameta que no tenga ese tormento interno, no tiene futuro”, diría Yashin en cierta ocasión.
Pasaron las semanas hasta que un día, aburrido en su casa de campo, se acercó el parque Petrovsky, al noroeste de Moscú, donde se encontraba el estadio del Dinamo. Saludó a sus compañeros, se puso los guantes y empezó el entrenamiento.
Al año siguiente Lev Yashin era elegido por ‘France Football’ el mejor futbolista del mundo por los mismos periodistas que el año anterior le habían dado por acabado. Ese mismo año ganó la Liga soviética, fue elegido mejor jugador de la URSS y, con el tiempo, los camaradas le harán entrega de la Orden de Lenin. Como colofón, fue seleccionado para formar parte del combinado mundial que se enfrentó a Inglaterra con motivo del centenario del nacimiento del fútbol.
Estaba muerto, pero resucitó. Aquella temporada disputó 37 partidos en los que únicamente encajó seis goles. ¡6 goles!
Fue esa la última ocasión en la que Yashin hubo de resucitar. Pero antes fueron muchas otras.
Yashin era ‘La Araña Negra’, un apodo que ejemplifica la sintonía que mantenía con el arco. Vestido de negro, de brazos infinitos, parecía un ser mitológico con seis extremidades superiores. Yashin era un personaje majestuoso que logró ser archivado en las memorias y en los libros como el primero, el mejor y el más singular e independiente. Lev Yashin no sólo paraba balones a ras de su portería, sino que definió biológicamente al portero ideal. Era grande, sobrio, sereno, ágil, potente y flexible. Un biotipo entonces poco común y que desde entonces es el canon del arquero perfecto.
Y además infundía respeto. Un gigante vestido de negro de manos enormes y elástico como un conejo que siempre tenía una sonrisa en la cara y felicitaba al atacante cuando le marcaba un fastuoso gol. Cuando el gran Eusebio, el delantero del momento, bata a Yashin en el Mundial de 1966, correrá presto a pedir disculpas al gigante soviético. Meterle un gol a Yashin será motivo de orgullo, pero también de dolor por mancillar la memoria de una leyenda. Gerd Müller, el cañonero de los 600 goles, nunca consiguió batir a Yashin. Lo decía con rabia, pero también con el alivio de no haber cometido un sacrilegio.
Durante una gira amistosa en el Cáucaso en 1950, sufrió un gol desgraciado del Traktor Volgogrado. Era su primer partido con el Dinamo Moscú después de destacar en la estructura juvenil. Tenía 21 años recién cumplidos. En una salida mal calibrada, colisionó con un defensa de su equipo, y la pelota le castigó al pasarle por un lado. Yashin soportó las bromas de sus compañeros Konstantin Beskov y Vasily Kartsev, los dos jerarcas de la plantilla. Pocas semanas después, debutó en partido oficial contra el Spartak Moscú y sufrió otra desdicha idéntica. Volvió a chocar con un compañero al salir a un centro, se tragó el balón y otro ridículo hizo su aparición. Después, un general de la NKVD, la policía secreta, entró en el vestuario y explotó: “Hay que borrar del equipo a este idiota”. Cuatro goles encajados en diez minutos en su siguiente partido, jugado a los tres meses, contra el Dinamo Tbilisi clavaron la daga definitiva en el alma de Yashin.
Yashin estaba muerto, pero se preparaba para su segunda resurrección.
Su actuación había sido tan lamentable que no es que lo mandasen al banquillo, es que directamente lo invitaron a dedicarse a otra cosa. Lev cambió los guantes por el stick y pasó a integrar la nómina del Dinamo en su modalidad de hockey sobre hielo. Pronto se labró una fama como excelente portero y tres años más tarde ganaba la liga soviética y era reclamado nuevamente para el equipo de fútbol. Lev obedeció y, de pronto, el Dinamo contaba con un portero de fútbol con una capacidad de reacción y de reflejos nunca antes vista. Habilidades motrices. Gracias al hockey agudizó la percepción del ojo, ganando una velocidad de reflejos que luego trasladó al fútbol. Con el hockey, pulió también su técnica, su cobertura de ángulos estrechos y se convirtió en un gigante de 190 centímetros de agilidad felina.
Pero la leyenda de Yashin no se basaba solo en unas condiciones físicas portentosas. Yashin comprendía y leía el juego. Ordenaba a sus compañeros donde y como colocarse en unos tiempos donde el portero era atrezo e incluso los entrenadores raramente salían del banquillo durante los partidos. Yashin añadió a sus condiciones innatas una reinterpretación de la labor del portero. Custodiaba los espacios, salía fuera del área y lanzaba contraataques antes de que ningún defensa pensase siquiera que existía esa posibilidad. Célebres eran sus despejes de cabeza fuera del área que primero aglutinaban murmullo del respetable y luego acalorados aplausos cuando Yashin se atusaba el pelo y se volvía a colocar la gorra.
Era un arquero diferente. Mientras la mayoría rechazaban los disparos, él fue pionero al empezar a atajar los balones cuando nadie lo hacía, cobijándolos entre sus brazos y denegando la opción al rebote. En aquella época los metas temían alejarse de su jaula y Yashin entendió que desligarse de aquellos tres postes reducía espacios y tiempo para pensar al delantero. Como también fue el primer valiente en atreverse a salir por alto a los balones aéreos y despejarlos con los puños, algo nada habitual por entonces. Y a todo eso, por si fuera poco, se le suma su condición de parapenaltis.
Hay autores que consideran que una figura como Yashin solo podría haberse dado en la Unión Soviética. El portero es alguien para el que lo más importante es la victoria del equipo. Es una figura anticapitalista que se sacrifica por los demás. Lo cierto es que todos los equipos soviéticos de cualquier deporte evitaban la búsqueda de estrellas y construían el juego en base a un orden milimétrico y automatizado que llevase a la victoria a través de la socialización de todos sus componentes. El portero es ese mito que siendo único e individual sólo tiene éxito si a través de su discreción es capaz de salvar al equipo. No es extraño que la URSS pariese grandes porteros (Yashin, Rudakov, Dassaev -todos ellos rusos-) y ningún gran ‘9’, el jugador egoísta por excelencia. Los grandes atacantes que hubo (Blokhin y Belanov) eran, y no casualmente, ucranianos.
En una sociedad tan uniforme, el portero era una de las escasas expresiones posibles y el objetivo era eliminarlo. Existía una canción, aun hoy cantada en muchos campos rusos, que decía: “Portero, prepárate para la batalla, detrás de ti esta nuestra frontera”. Es el último baluarte ante el extranjero. Como el as de la aviación o el astronauta, el portero es un ser individual al servicio de un todo. “La sensación de ver a Gagarin volar por el espacio solo es superada por parar un penalti”, diría Yashin en la cima de su éxito.
Porque ‘La Araña Negra’ es un hijo del comunismo. Nacido en 1929, huérfano de madre a los seis años, su infancia transcurrió entre las locuras sádicas de Stalin y la penumbra de la Gran Guerra Patriótica contra los nazis. Ahí Lev Ivanovich Yashin iba a experimentar su primera resurrección. Desde niño trabajó en una fábrica aeronáutica y sobrevivió a base de cigarrillos mostrándose como un adolescente trabajador y educado. Fumador empedernido lo será toda la vida (incluso en los descansos de los partidos) y defenderá el uso de la nicotina hasta su muerte, porque fue el tabaco lo que le salvó de morir de hambre cuando era pequeño. Aquellos diez cigarros diarios se complementaban con unos buenos vasos de vodka. Así se entiende que aquel niño acabase siendo un adulto con problemas de acidez que resolvía el bicarbonato y que falleciese con apenas 60 años por culpa de un cáncer de estómago.
Conoció el fútbol en la fábrica, jugando como delantero. Pero su imponente altura, sus largos brazos y su elasticidad en el salto sedujeron a los jefes de la planta y le impusieron la portería. En 1949, después del servicio militar, fue reclutado por el Dinamo Moscú. Nunca se quitaría esa camiseta, ni siquiera, en numerosas ocasiones, ni para jugar con la Unión Soviética, pues muchos partidos con la selección los disputó con la letra ‘D’ bordada en su imborrable jersey oscuro. Ese otoño, solo unos meses antes del salto a la escuadra principal, el nombre de Yashin se abrió hueco en el fútbol de la capital soviética cuando en su primera exhibición impulsó la victoria del juvenil sobre el primer equipo en las semifinales de la Copa Moscú.
Luego vino su caída y su exitoso paso por el hockey. Llegó a estar seleccionado para disputar el Mundial de la especialidad en 1954, pero renunció porque su intención era triunfar en el fútbol. Tenía cerca de los 25 años cuando a Yashin le permitieron volver a defender la portería del Dinamo en su versión 11 contra 11. Tardó solo unos meses en alcanzar la selección, en seducir a todo un país y en asimilarse como el rostro de una institución como el Dinamo Moscú. Jugó allí 22 temporadas; ganó las ligas de 1954, 1955, 1957, 1959 y 1963; levantó las copas de 1953, 1967 y 1970; fue internacional soviético 73 veces; ejerció de figura clave en el oro olímpico de Melbourne 1956 y en la Eurocopa de 1960; disputó los Mundiales de 1958, 1962, 1966 y con 41 años aún fue tercer portero de la URSS en el de 1970. Con el Dinamo dejó la portería a cero en el 48% de sus partidos. En más de 200 partidos. En total, una carrera de 813 encuentros (dos con la selección FIFA) y 150 penaltis parados.
Son sus portentosas actuaciones con la Unión Soviética lo que le convirtieron en un icono. Se dio a conocer al mundo en los Juegos de Melbourne de 1956 y dos años después ya era referencia en el Mundial de Suecia. Desde ese 1958 a 1961 Yashin vivió un trienio mágico coronado por la consecución de la Eurocopa de 1960 donde emergió como figura indiscutible de un equipo de orden mecánico. La final ante Yugoslavia junto al duelo de cuartos frente a Hungría en el Mundial 1966 perviven como sus dos mejores actuaciones internacionales. Por el camino su traspiés en 1962 y su tercera resurrección incluyendo un subcampeonato europeo en 1964. Por cierto, en aquella cruzada ideológica entre franquistas y comunistas de 1964 Lev Yashin saltó al campo con una sudadera que portaba el escudo de su tan querido Dinamo moscovita.
Para crear el mito Yashin ayudaron sus éxitos en la Eurocopa, pero en especial su gran actuación en el Mundial de 1966, el primero filmado a color. La URSS quizás no se dio cuenta de ello, pero Yashin era un subproducto capitalista tan potente como el Sputnik o los rifles Kalashnikov. En plena Guerra Fría Lev Yashin era conocido por la prensa occidental como “la cara sonriente del comunismo”.
Era “la cara sonriente del comunismo”, pero era, esencialmente, ‘La Araña Negra’. El negro galvanizó su postura y creó un estándar repetido hasta la saciedad, hasta que las marcas comerciales empezaron a introducir el color en la vestimenta del guardameta. Iribar o Zoff serían clones de Yashin, tanto por planta y elasticidad como por estética. La leyenda dice que jugó durante dos décadas de negro y que sólo usó un puñado de jerséis en su carrera. Lo cierto es que Yashin usaba los tonos oscuros porque consideraba que eran más efectivos ante los atacantes, pero no siempre eran negros. Uso el azul oscuro en múltiples ocasiones, pero tanto las fotos como las filmaciones en blanco y negro, se encargarían de oscurecer todos los recuerdos. Yashin es un uniforme oscuro invisible para el rival.
Quizá para que Occidente comprenda la grandeza de Yashin es necesario relatar una anécdota. Santiago Bernabéu quedó prendado de muchos de los futbolistas integrantes de la selección soviética, pero, sobre todo, del hombre encargado de evitar los goles rivales. En la celebración del título por la Eurocopa 1960, en un restaurante cercano a la Torre Eiffel, Bernabéu ofreció un cheque en blanco al gigante soviético. Para el pope merengue Lev Yashin no tenía precio. La oferta acabó en papel mojado, ya que en aquellos tiempos ver a un soviético traspasando el Telón de Acero para jugar en otro país era más complicado que llegar a la Luna.
Yashin era querido y amado. Todo lo que tenía de grande lo tenía de bonachón. Era accesible, desprovisto de arrogancia o altivez y no había niño al que no le firmase un autógrafo. Cuando le preguntaban si era el mejor siempre negaba con la cabeza y daba el nombre de Beara, guardameta de la selección yugoslava. También tenía palabras de cariño para Grosics o Sokolov, dos pioneros en las salidas fuera del área de los porteros (como Carrizo en Argentina). En sus días libres solía acercarse a charlar con los arqueros juveniles del Dinamo y les daba consejos siempre que le preguntaban.
Como decía falleció joven. Era 1990. Mas tarde vendrá su estatua de bronce, antes la Orden de Lenin o el bautizo con su nombre al estadio del Dinamo. Hasta será la imagen en los posters oficiales del Mundial de Rusia de 2018, fiel reflejo de la importancia del mito en el patrimonio de una nación. Contaba su viuda que cuando ganó el Balón de Oro un chef francés le obsequió con un balón de chocolate. Mandó conservarlo y allí se mantiene, sereno e imperecedero, como la leyenda del portero más famoso de todos los tiempos.
“El portero es un jugador, no un tercer poste”. Lev Yashin.
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