El mágico All-Star de Magic Johnson
El 7 de noviembre de 1991 Earvin ‘Magic’ Johnson convocaba a los medios para una rueda de prensa en el centro de entrenamiento de Los Ángeles Lakers. Hacía un par de semanas que estaba de baja. Oficialmente por culpa de una gripe. Extraoficialmente el motivo era otro. Buena parte de la prensa sabía que esa mañana todo iba a cambiar, aunque nadie acertaba a saber el porqué. Tan sólo su mujer, su representante, el dueño del club y los doctores estaban al corriente de lo que sucedía. Horas antes de dar la noticia se enteraron David Stern, comisionado de la NBA, el cuerpo técnico y la plantilla de los Lakers. A falta de pocos minutos antes del inicio del acto, Magic decidió informar con una breve llamada a su ex entrenador Pat Riley y a sus amigos y megaestrellas de la NBA Isiah Thomas, Michael Jordan y Larry Bird.
“Buenas tardes a todos. A causa de haber adquirido el VIH tengo que retirarme de los Lakers hoy mismo. Quiero dejar claro que no tengo la enfermedad del sida. Soy portador del virus”.
Aquello fue un shock a nivel mundial. Se estima que la foto de Magic fue portada en unos 1.200 diarios de más de 140 países. En Estados Unidos de las 4.000 consultas diarias a la red telefónica preguntando por el sida se pasaron a 40.000 en apenas una hora. Al día siguiente del anuncio el presidente George Bush notificó un aumento en el gasto público para combatir el sida, una lacra que por entonces afectaba con igual fuerza tanto al corazón de África como al mundo desarrollado.
Y había algo más. Magic no era homosexual. No había sido castigado por la providencia por ser una oveja descarriada. Magic era un mujeriego de antología. Fornicaba en el jacuzzi del vestuario de los Lakers haciendo gala del amor libre para luego enrollarse una toalla y responder a las preguntas de los periodistas. Si de algo pecaba Earvin ‘Magic’ Johnson era de ponerle los cuernos a su esposa con toda mujer atractiva que se pusiese a su alcance.
La noche siguiente Magic Johnson fue de nuevo Magic. Apareció en un late-show por expreso deseo suyo y, fiel a su estilo, lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja. “No os preocupéis por mí. Sí muero mañana, os aseguro que habré tenido la mejor vida que ningún ser humano pueda imaginar”. En Estados Unidos la audiencia de aquella entrevista fue superior a cualquiera de los partidos de las finales de la NBA que el base de los Lakers había disputado.
Hoy sabemos que el sida no es sinónimo de muerte segura. Pero en 1991 el desconocimiento de la enfermedad era abrumador. Hoy Magic es un empresario de éxito y utiliza su magnetismo y su don de gentes para ganar millones donde antes ganaba partidos de baloncesto.
Pero en 1991 el VIH estaba al mismo nivel que la lepra. No sólo era la muerte en vida, sino que estigmatizaba socialmente. Aunque te llamases Magic Johnson y fueses la estrella de baloncesto más rutilante del momento.
Pasaron las semanas y el escaso conocimiento de la enfermedad daba a pensar en un paulatino empeoramiento de la salud de Magic Johnson. Pero bien por el buen funcionamiento de los fármacos, por su extraordinaria condición física o por su eterna actitud positiva, Magic se encontraba como siempre. Se convirtió en imagen pública de la investigación contra el VIH y siguió con sus rutinas de entrenamiento. Se había retirado por prescripción médica, pero tenía 31 años y se encontraba en plena forma.
Magic quería jugar, pero los médicos no le dejaban. No sólo eso. No tenía con quien jugar. Tan sólo Pat Riley se acordó de él. Riley había sido el arquitecto del ‘showtime’, un tipo de baloncesto ofensivo y pícaro que con él en el banquillo y Magic en la cancha le había dado a los Lakers cinco anillos en la década de los 80. Riley se encontraba entonces en la otra punta del país dirigiendo a los Knicks de Nueva York, pero no dudó en dar su tiempo y su amistad a Magic para que se siguiese manteniendo activo.
En febrero, como todos los febreros desde 1951, tiene lugar el All-Star de la NBA. Se trata de un partido amistoso a mitad de temporada en el que se enfrentan dos equipos con los mejores jugadores de la NBA. Tradicionalmente desafiaba a los mejores de la Conferencia Oeste con los de la Conferencia Este, aunque el sistema ha cambiado recientemente. Para seleccionar a los jugadores hay una mezcla de votos entre entrenadores, periodistas y aficionados.
Aquel fin de semana de febrero de 1992 el All-Star de la NBA se iba a celebrar en Orlando, la ciudad donde se halla Disneylandia, el paraíso terrenal de la imaginación. Fue un fin de semana mágico. Desde la fiesta de bienvenida de los jugadores hasta el alojamiento de los mismos tendría lugar en el mundo Disney.
Y en 1992 el jugador que más votos recibió por parte de los aficionados era uno que no había jugado ni un minuto en toda la temporada. Uno que se entrenaba en solitario y que no tenía con quien jugar.
Earvin ‘Magic’ Johnson. El más mágico de todos.
La NBA hizo los deberes. Se consultó a los mejores especialistas del mundo. Los eruditos comentaron que era imposible que hubiese un contagio. Tendría que ser entre una herida abierta y otra, y, aun así, las posibilidades eran escasísimas. Los facultativos hasta recomendaron la presencia de Johnson para dar visibilidad al hecho de que el sida no era sinónimo de fallecimiento. Hubo muchas llamadas de apoyo a la oficina del comisionado David Stern, pero hubo otras tantas llamadas amenazantes, incluidas de varios directivos que veían con preocupación que alguna de sus estrellas pudiese contagiarse con el VIH.
No todo iba a ser de color de rosa.
La pega más liviana era la ausencia de Larry Bird. El hombre junto al que Magic cimentó la leyenda de la NBA en la década de los 80 no iba a poder disputar el partido por culpa de sus sempiternos problemas de espalda. Mucho más duro para Magic fueron las declaraciones de Charles Barkley, al que consideraba un amigo. Barkley había pedido cambiar el número de su camiseta a mitad de temporada para llevar el 32 de Magic Johnson como homenaje a la estrella de los Lakers. No obstante, y fiel a su fama, Barkley comentó a los medios que le parecía injusto que un jugador retirado como Magic pudiese disputar el All-Star y que debería haber renunciado a hacerlo.
Pero todo eso eran nimiedades ante el hostil recibimiento que Magic iba a tener.
Magic fue el primer jugador que llegó a Disneylandia. Lo hizo junto a su mujer y junto a la responsable de su fundación contra el VIH, la cual se pasó el fin de semana tranquilizando a los demás jugadores y a sus familias sobre las opciones de contagio. Al parecer dio una charla sobre la enfermedad desmontado mitos, para lo que usó imágenes y declaraciones de varios enfermos que dejó a los presentes conmocionados. Pero no a todos. Otros arquearon las cejas. Cuando después de cenar Magic acompañó a su mujer al castillo de Blancanieves para ver los fuegos artificiales, sabía que al día siguiente se tendría que ganar a sus compañeros de vestuario.
La tarde posterior Magic entró el último en las dependencias de la Conferencia Oeste. Cuando hizo su aparición, los saludos fueron cordiales, pero distantes. Nada de abrazos ni carantoñas. Nada de apretones de manos. Muchos jugadores lo habían defendido en público, pero en privado tenían miedo. Magic se quedó petrificado. Por primera vez en toda la semana la sonrisa se desvaneció de su cara. Al fondo del vestuario estaba Karl Malone, la viva imagen de la virilidad, un excepcional jugador forrado de músculos y conocido por sus ideas ultraconservadoras.
Ni siquiera le miró a los ojos.
Minutos más tarde, y tras una atronadora ovación del público de Orlando a Magic, los jugadores de ambos equipos formaron dos filas en torno a la línea del centro del campo antes de iniciar la rueda de calentamiento. La tensión se cortaba con un cuchillo. Fue entonces cuando Isiah Thomas, miembro del equipo rival, rompió la línea de saludo y se acercó a darle un abrazo a su amigo mientras los flashes de los fotógrafos se hicieron eco del momento.
Fue algo catártico. Detrás de Thomas fueron todos los demás.
En ese mismo momento Magic recuperó la sonrisa.
El partido comenzó, pero en el ambiente flotaba la sensación de que el encuentro no era normal. Se había hablado, y mucho, si los jugadores se atreverían a dar codazos o a luchar por un rebote y buscar el contacto ante un seropositivo. Pero en la primera jugada del partido Magic se acercó a la canasta rival mientras era defendido por Dennis Rodman, el más malo de los chicos malos de la NBA. Éste rompió todas las reglas. Defendió con fiereza a Johnson, le metió el codo en la espalda y cuerpeó pecho con espalda. Magic anotó, y dos cosas quedaron claras. Que Magic no se había olvidado de jugar y que si Rodman iba a ser duro con él, los demás también lo serían.
Mickey, Donald y compañía habían hecho magia. Magic corrió, asistió, sudó, dio un par de pases prodigiosos y los demás se dieron cuenta de que era el de siempre. Magic hizo una finta, después una puerta atrás, lanzó un par de tiros imposibles de tres que entraron y facilitó unos cuantos pases sin mirar. Puro espectáculo. Ahí si hubo choques de manos, abrazos y carantoñas sin vacilación. El partido transcurrió con normalidad y la fiesta siguió su curso hasta la traca final.
Llegados a los últimos minutos y con el partido más que sentenciado por la Conferencia Oeste (la de Magic), Isiah Thomas invitó a su amigo Magic a un uno contra uno más allá de la línea del triple. Thomas jugueteaba con el balón entre las piernas mientras Magic le retaba con la mano a que se atreviese a encararle. No pudo. Magic era inquebrantable. Y Thomas tuvo que lanzar un desesperado tiro en suspensión que ni tocó el aro. Magic había salido victorioso. El público reventó el audímetro del pabellón.
En la jugada siguiente, y por aclamación popular, fue Michael Jordan el que se citó con Magic. La sucesión del trono en diez segundos de clímax. El público decidió ponerse de pie mientras el resto de los contendientes se abrían como el Mar Rojo ante Moisés para que los dos elegidos se citaran frente a frente. Jordan no se anduvo con chiquilladas. Fintó a su izquierda y comenzó una penetración hacia su derecha para lanzar una suspensión por encima de un Magic que llegó justó a tiempo para inhabilitar el lanzamiento. Agua. El tiro rebotó en el aro, pero no entró. Disneylandia volvió a rugir. Magic 2. NBA 0.
Ahora a Magic le tocaba atacar. Quedaban menos de veinte segundos para el fin del partido. Magic cuerpeaba a Isiah más allá de la línea de 7’25, hasta girar 180 grados y lanzar un tiro de tres puntos a una mano que finiquitaba el partido. Voltaire había dicho que la suerte sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y se fusionan. Aquel hombre era mágico. Pero no era cuestión de suerte. Había sido el mejor durante diez años y ninguna enfermedad por desconocida y mortífera que fuese iba a impedir que lo siguiese demostrando.
Magic saboreó todos y cada uno de los minutos de aquel partido. Todo lo que se vio allí fue la viva imagen de la vida. Abrazos, sonrisas, caricias y cientos de avalanchas de gestos de simpatía a todos los niños que se acercaban a saludarlo. Cada vez que veía una cámara de televisión Magic se aproximaba para hacer un chascarrillo. Cada vez que veía a un compañero allí estaba él para hacerle una carantoña. Aquel hombre era todo lo contrario a la definición de enfermo. Era el reverso brillante de la muerte.
El Oeste ganó con facilidad el encuentro ante el Este por 153-113. Magic fue declarado el mejor jugador del partido (MVP) por aclamación popular, pero también al haber sido el máximo anotador del choque con 25 puntos a los que añadió 9 asistencias.
Aquello fue un espejismo, hermoso, pero un espejismo. Justo una semana más tarde los Celtics visitaron a los Lakers en Los Ángeles. En el descanso del encuentro se aprovechó para realizar la ceremonia de homenaje de la retirada de la camiseta de Magic. Y, ahí sí, micrófono en mano, estaba su antagonista Larry Bird para decirle adiós, a pesar de que su espalda seguía martirizándolo. Bird hizo entrega a Magic de un trozo del parqué del Boston Garden, y, por vez primera, Magic entendió que todo había acabado. Johnson era un hombre emocionalmente destrozado. Él sabía que podía jugar, pero el mundo se empeñaba en enterrarlo.
—BARCELONA 92—
Aquel era año olímpico. Ya se había experimentado cuatro años antes en Seúl, pero en Barcelona 92 el amateurismo quedaba enterrado para la posteridad. Y no habría estrellas más rutilantes que las de la NBA. Tras la victoria soviética comandada por Sabonis en 1988, Estados Unidos quería demostrar al mundo que no existía ninguna nación baloncestística que pudiese competir con ellos.
Esa pléyade de estrellas fue conocida como el ‘Dream Team’. Estuvieron los mejores del momento, en una colección de talento que aún no ha sido igualada por h o por b en otras convocatorias olímpicas. El equipo estaba comandado por Michael Jordan, el cual ya había sido campeón olímpico en 1984. No obstante, había dos figuras en el ocaso de sus carreras que no habían participado nunca en unos JJ.OO. Una de ellas era Larry Bird. El alero de los Celtics no tenía muchas ganas de acudir. De hecho, había decidido retirarse.
El otro era Magic. Y Magic hizo de aquella convocatoria una cruzada. Persistió hasta convencer tanto a Jordan como a Bird. No veía mejor forma de despedirse del baloncesto que reuniendo a los mejores. Sin ellos tres el ‘Dream Team’ no hubiera sido tal. La federación estadounidense estaba encantada y dio el visto bueno a la presencia de Johnson. Magic seguía en plena forma y el All-Star de meses atrás había demostrado que el riesgo era cuasi inexistente.
Estados Unidos ganó el oro arrollando a sus rivales con una media de 43 puntos de diferencia. Ahora sí, Magic decía adiós.
Pero Magic no quería decir adiós.
Se sentía fuerte, joven y en plena forma y con el OK de los médicos se dispuso a retornar a las canchas para la campaña 1992/93. En una rueda de prensa multitudinaria declaró que, aunque infectado por el virus, no había ningún riesgo de contagio para con sus rivales. Pero con la pretemporada en marcha, un periodista le preguntó a Karl Malone que le parecía la vuelta de Magic a las canchas. El pívot de los Jazz señaló los cortes de sus brazos y de sus piernas y se limitó a arquear los hombros y señalar “que no hay ningún jugador de la NBA que no haya pensado en todos los riesgos”. Desatado y visiblemente molesto, Malone dio la sentencia definitiva: “Cuando haya que defenderlo mi instinto me pedirá ir a por él, pero me preocupan las consecuencias de lo que pueda ocurrir. Y yo estoy aquí para ganar”.
Que Karl Malone, uno de los jugadores más duros de la NBA y que acababa partido tras partido con múltiples cortes en su cuerpo, fuese tan taxativo fue muy duro para Magic. Peor aún. Magic y Malone habían compartido equipo olímpico en Barcelona. Aquello era puro rencor.
Quiso el destino que días después, en un amistoso disputado en Carolina del Norte, un pequeño reguero de sangre corriese del brazo de Magic tras un encontronazo. El silencio en el pabellón fue sepulcral. Cuando el médico de los Lakers se puso unos guantes para solucionar el corte con unas vendas y un poco de algodón, los murmullos se sucedieron de una punta a otra de la cancha.
Fue ver la muerte en vida.
“Pude ver el miedo en la gente tras aquel corte. Fue suficiente para mí”.
Magic no necesitó leer la prensa ni ver las noticias para darse cuenta de lo que aquellos murmullos significaban.
Sabía que, ahora sí, no habría más magia.
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