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El nacimiento del Caníbal (2ª parte)

Durante quince días Eddy Merckx no tocó su bicicleta. No quiso ver a nadie. Tan sólo su mujer tenía el derecho y el deber de sufrir una compañía en la que las lágrimas y la rabia se mezclaban a partes iguales. Merckx tenía tanto de ganador como de frágil. A diferencia de los héroes ciclistas de entonces, Merckx ni fue un niño de campo ni vivió rallando la miseria. Fue un chico de ciudad que escogió la bicicleta porque quiso, pero que podría haber ido a la universidad si le hubiese apetecido. Siempre le había ido todo bien y, ahora que por vez primera algo le iba mal, no sabía cómo lidiar con tal frustración.

Se sentía traicionado y engañado. Humillado y avergonzado. El ‘Savona affaire’ fue como un sopetón de realidad. Una pérdida de la inocencia en toda regla. Entendía el ciclismo como una diversión y se dio cuenta que además de un deporte también era un negocio.

Fueron quince días encerrado en casa. Quince días de largos silencios y profundas reflexiones. Pero pasada la quincena, una mañana, sin venir a cuento, le pidió a su mujer que le preparase la ropa mientras bajaba al garaje en busca de la bicicleta. Se subió a la burra y se metió 240 kilómetros bajo una tormenta torrencial del mes de julio.

Eddy había vuelto.

Paradójicamente los quince días de descanso le vinieron genial. Merckx no competía dos o tres meses en la temporada. Lo hacía todo el año durante todas las semanas. Fue la primera vez en su vida en la que estuvo más de diez días sin competir. Estaba fresco y tenía ganas de desquite. Sentía que tenía que demostrar su valía más que nadie.

Se propuso ganar el Tour de principio a fin. Sin contemplaciones.

El resultado fue un despliegue de fuerza bruta de hercúleas proporciones.

El primer movimiento sobrenatural tuvo lugar a escasos metros de la cima del Tourmalet un 15 de julio de 1969. Divisó el terreno, se dejó caer a cola del grupo para dar la sorpresa y puso el plato grande en unas rampas que superaban el 10%. Fue como cuando un cañón sale disparado. Contaba delante con un compañero de equipo que iba a tener el honor de coronar la más mítica de las cimas pirenaicas en primera posición. Pero Merckx no se lo iba a permitir. Este era un Merckx que iba a ganarlo todo. Había nacido un ogro. Había nacido el ‘Caníbal’.

Parlamento Ciclista - una pregunta sobre estas etapas - El Baúl de los  Recuerdos
Luchon-Mourenx 1969

Merckx pilló a su compañero de equipo, lo pasó y se lanzó en solitario a descender el Tourmalet. Al llegar al llano su ventaja sobre el pelotón de los favoritos era de apenas 40 segundos.

Distancia totalmente insustancial.

Y mucho más faltando todavía 145 kilómetros para la línea de meta.

Ante los gritos en contra de su director de equipo, Merckx pedaleó sin descanso en el llano en solitario ante la incredulidad general y mantuvo la renta frente al pelotón antes de comenzar la ascensión del Soulor. Al llegar a la cima ya sumaba tres minutos sobre el grupo de los favoritos. Serían cinco tras coronar el Aubisque. A partir de ahí 70 kilómetros hasta la meta en el pueblo de Mourenx sorteando bajadas y amplias llanuras. Llegó a contar con hasta 10 minutos de ventaja, pero hasta el Caníbal es humano, y en los últimos kilómetros el tío del mazo haría su aparición para reducir la diferencia final a ocho minutos.

Eddy Merckx, el Caníbal
El Caníbal

La etapa de Mourenx fue una epopeya en solitario de cuatro horas escapado sobre la bicicleta. Antes del Tourmalet ya se había ascendido bajo un sol abrasador el Peyresourde y el Aspin. ‘L’Equipé’ titularía ‘MERCKXISSIMO’. Lo extraordinario dentro de lo extraordinario es que Merckx no tenía necesidad alguna de atacar. Era el líder de la carrera. Su objetivo no era ganar, sino aplastar. Otra de las razones que lo diferencian de todos los demás campeones es que los fastuosos ataques del Caníbal no se producían en situaciones de desventaja, sino cuando iba de líder, y de líder destacado. Se sentía superior y no le importaba lanzarse al vacío temiendo una pájara. Eddy Merckx entendía el ciclismo como una lucha al ataque de una forma nunca vista.

Merckx tenía un estilo más rotundo que estético. Su pedaleo gravitaba en la fuerza bruta, la cual resultaba bella por su intensidad, pero no por su gracia. Portaba un desarrollo pesado y usaba continuamente los hombros y los riñones como si estuviese poseído. Era digno y eficaz, pero nunca elegante. Medía 1,82 metros, altura considerable para un ciclista, y siempre tuvo que mostrarse muy firme para no aumentar de peso. Pero era precisamente eso, esa capacidad de esfuerzo, lo que engatusaba.

Solo Hinault ha tenido ese colmillo asesino entre los grandes campeones. Merckx ganaba con claridad, pero sufriendo. Sin órdenes de equipo, con pájaras, con esfuerzo y con dolor. El ABC de una prueba de tres semanas es minimizar los riesgos y aprovechar las debilidades del rival. Merckx no ganó ninguna de sus más de 500 carreras de ese modo. Siempre iba a tumba abierta. Podías ver la rabia y el esfuerzo en su cara. Por eso es el más grande.

Emparanoiado por lo ocurrido semanas atrás en el Giro, no aceptó bidón ni comida alguna por miedo a ser envenenado. Él mismo bajaba al coche a buscar su avituallamiento que previamente estaba marcado para no cambiarlo de manos. Se acotó el hotel únicamente para su equipo y se vetó la entrada de periodistas, algo inconcebible entonces y mucho más en un deporte tan pegado al patrocinio y a los medios como el ciclismo. Y todos los días pasó control voluntario de sangre y orina, algo que haría costumbre en años sucesivos para mostrar su limpieza.

La etapa de Mourenx fue el culmen de un Tour apoteósico. En una etapa que salía de Bruselas, Merckx decidió escaparse a la salida para que lo vieran sus familiares y sus amigos con el maillot amarillo puesto. Lo perdería en una etapa intrascendente y lo recuperó en la subida al Ballon de Alsacia donde atacó en el llano y se llevó a todos los favoritos a su rueda sin mirar atrás. Merckx jamás miraba para atrás. Rudi Altig, el último de los buenos, claudicó a falta de cuatro kilómetros para la meta. Hubo que ampliar el cierre de control para que medio pelotón no se fuese para casa a las primeras de cambio.

Dos días después ganó la contrarreloj y al día siguiente, en una decisión imposible de comprender, decidió atacar en una etapa llana reventando definitivamente a Altig a Gimondi y a Poulidor. Tan sólo Roger Pingeon aguantaba a una cierta distancia entre los gallos, pero claudicaría en la siguiente jornada subiendo el Col de la Madeleine. Pingeon osó atacar al Caníbal que, una vez cogida la rueda del francés, decidió dar el golpe definitivo.

Y así llegaríamos a la famosa etapa de Mourenx. Al culmen del canibalismo. Con Merckx primero y con Pingeon, Poulidor y Gimondi peleando por el pódium a unos 10 minutos de distancia. Y así, en esa inmejorable posición, Eddy Merckx decidió atacar en el Tourmalet y marcharse en solitario con 145 kilómetros de carretera por delante.

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Pingeon (i), Gimondi y Merckx (d)

La etapa de Mourenx es el ejemplo indiscutible de dominio deportivo total. Merckx ganó el Tour con casi 18 minutos sobre el segundo clasificado. El décimo clasificado, Jan Janssen, vencedor en la edición del año anterior, acabó a casi una hora. Merckx ganó siete etapas, incluida la contrarreloj final donde llegó a golpearse con una valla incapaz de ser conservador y controlar sus instintos. Venció también en la clasificación de la montaña, en la combinada, por equipos y la clasificación por puntos (jugándose el tipo en los sprints de la penúltima etapa para arrebatarle el maillot a Cyrille Guimard, un consumado esprínter). Aun no existía la clasificación de los jóvenes, sino también la habría ganado. Nunca antes y nunca después (y sí, en este caso se puede decir con certeza nunca después) se repetirá nada igual.

El Caníbal subió al pódium del Tour el mismo día que el hombre pisó la luna. Merckx fue entrevistado por la televisión belga al mismo tiempo que Neil Armstrong correteaba por el espacio. Mientras la gente alucinaba con el alunizaje, Merckx parloteaba sobre su hazaña lunática en el Tour.

Una analogía perfecta.

“Mourenx fue de una extravagancia tal que es complicado encontrarle paralelismo en otros deportes. Imaginen a George Best poniendo un 4-0 a favor del Manchester United en la final de la Copa de Europa para después decirle a la mitad del equipo que saliera del campo y aun así marcar otros dos goles. O a Juan Manuel Fangio doblando dos veces a los demás pilotos en Mónaco a mitad de gran premio y después seguir tirando en vez de controlar el ritmo. O a Mohammed Ali ofreciéndose a repetir una pelea en la selva con una mano atada a la espalda”. William Fotheringham sobre la hazaña de Merckx.

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