¿Por qué Alemania odia al Bayern?
Recientemente hemos presenciado el humillante derrumbe del Real Madrid. Lo han echado de su trono europeo después de una desastrosa semana donde ha sido barrido, no sólo por el Ajax, sino también por el Barça. Al mismo tiempo el faraónico proyecto del PSG ha vuelto a hincar la rodilla, mientras que el Bayern hacía lo propio en un paupérrimo partido ante el Liverpool. Los tres gigantes cayeron en casa y el dolor de sus derrotas se ha convertido en celebración y fiesta en buena parte del mundo. Al menos la mitad de España considera prepotencia el llamado señorío del Real Madrid. Algo parecido ocurre en Francia, donde la soberbia del PSG genera ojeriza y rencor. Pero si hay un país donde la cuasi totalidad de la población odia a un club ese es Alemania.
El Bayern de Múnich es el equipo más laureado y a la vez más odiado de Alemania. Mayor poder es sinónimo de más responsabilidad y más responsabilidad es sinónimo de más envidia. Es lógico que el Bayern, dominador con mano de hierro de la Bundesliga (ha ganado la mitad de los títulos 27/55) tenga miles de detractores, pero lo suyo es un fenómeno cuanto menos llamativo. Otros grandes caso del Real Madrid, Manchester United o Ajax cuentan con seguidores en todo el territorio de su país. Incluso algún otro como la Juventus o el Celtic son hegemónicos en su país, a pesar de ser la segunda preferencia dentro de su ciudad. En el Bayern su filiación alemana se restringe al länder de Baviera y por el contrario son millones los seguidores fuera de las fronteras germanas. ¿Por qué Alemania odia al Bayern?
Como de costumbre es necesario desempolvar el libro de historia para comprender de donde viene este odio. En 1618 lo que hoy es Alemania era un batiburrillo de principados, reinos y repúblicas divididas por la religión. El cristianismo en Europa estaba en medio de una crisis de proporciones bíblicas, mientras en el resto del mundo cumplía una labor de evangelización universal. Por supuesto que la religión era lo que hacía moverse a la plebe, mientras que a la élite lo que le preocupaba era el poder económico. Durante tres décadas las grandes potencias del momento se enfrentaron en lo que sería conocida como ‘La guerra de los 30 años’. Los protestantes de Sajonia, Prusia y la Liga Hanseática fueron apoyados por Países Bajos, Inglaterra o Suecia. Los católicos de Baviera fueron apoyados por el Imperio Español y Austria. ‘La guerra de los 30 años’ acabó con la derrota de estos últimos, una aceptación del protestantismo y, lo que a nosotros nos ocupa, un giro en la relación de Baviera con el resto de Alemania. Los católicos del sur pasaron a ser vistos como extranjeros.
‘La guerra de los 30 años’ forma parte de la identidad nacional de Alemania al igual que otras guerras civiles ocupan ese espacio en España o Estados Unidos o distintas revoluciones hacen lo propio en Francia o Rusia. Según los historiadores especializados en esa época, la Paz de Westfalia (1648) sentó las bases de la Unión Europea. Fundamentó dos principios esenciales; la libertad de religión (cristiana) dentro de unas fronteras y la negociación entre Estados soberanos (multilateralismo) antes de declarar una guerra. Estos dos principios hicieron posible que con el paso de los siglos Alemania fuese el único gran estado europeo con notable diversidad religiosa (cristiana) y que las decenas de reinos de taifas que la poblaban se uniesen pacíficamente en un Estado soberano en 1871.
Cuando en 1871 se constituyó Alemania los bávaros mantuvieron buena parte de su independencia. Primordialmente conservaron a sus embajadores en el extranjero, se encargaron de regular y construir su propio sistema de transportes y mantuvieron un ejército privado. Baviera era una región católica, eminentemente agraria y que mantenía fuertes lazos con la imperial Austria. Sí, había unión, pero Berlín y los industriales y militares prusianos y los protestantes comerciantes del norte del país eran poco menos que extranjeros con los que tan sólo se compartía el idioma. Tampoco era nada nuevo ni extraño. Cuando Napoleón conquistó Europa, Baviera se alió con el emperador y con otros länders fronterizos con Francia conformando la Confederación del Rin. Para Berlín y el resto de grandes ciudades industriales alemanas los bávaros eran unos traidores.
En Münich fue donde Hitler se dio a conocer e intentó un Golpe de Estado. En Münich y en el resto de Baviera fue donde más se impulsó la anexión con Austria durante la II Guerra Mundial. En Nuremberg, la otra gran ciudad de la región, tenían lugares los grandes desfiles nazis. Cuando la guerra acaba y toca hacer cuentas, Baviera era la cuna del nacionalsocialismo. Cuando se establece el sistema bipartidista entre socialdemócratas (centro izquierda) y democristianos (centro derecha), en Baviera se crea un partido propio de corte católica (CDU) que aún hoy se mantiene independiente del CSU, a imagen y semejanza de lo que ocurre en España con el PSOE y el PSC catalán.
Baviera era un lugar tradicionalista de cebada, vacas y misa dominical.
Como Alemania fue dividida en dos al finalizar la contienda mundial, Prusia quedó en el este comunista. Por lo tanto, tocaba buscar un centro gravitacional en el oeste. Baviera, eminentemente agrícola, recibió millones de dólares americanos y de marcos alemanes para crecer y modernizarse. Inteligentemente se apostó por la investigación y la industrialización. La tierra del lúpulo y de Wagner se convirtió en la tierra de Siemens, BMW, Allianz, Adidas o Puma. Así pues, en la década de 1960 Baviera se había convertido en la región más rica de Alemania Occidental gracias a la ayuda de unos länders que ahora miraban aún con mayor envidia a sus paisanos del sur.
—FC BAYERN—
La Bundesliga alemana no fue creada hasta 1963. Tiene esto que ver con la independencia de los länders y la falta de una idea nacional en el pueblo. Hasta ese año los campeones regionales se enfrentaban en un torneo final del que salía el vencedor del país. Cuando en 1963 se disputa la primera liga, el gran equipo de Baviera era el Münich 1860.
El Bayern de Münich se jacta de representar la forma de ser y la idiosincrasia de los bávaros (efectivamente Bayern quiere decir Baviera, sería algo así como si el Barça se denominara Catalunya Barcelona). De hecho, los 16 puntos de la filosofía del Bayern, que adornan las paredes del complejo deportivo y del estadio Allianz Arena, resumen lo que es Baviera para Baviera y lo que piensa de Baviera el resto del país: “Somos un club, un ejemplo, tradición, innovación, confianza en nosotros mismos, respeto, alegría, fidelidad, motor, patria, responsabilidad, familia (…) mia san mia FC Bayern!”. Para los que somos de fuera se asemejan a las líneas comerciales de Adidas o de cualquier otra multinacional. Pero el caso es que el Bayern no era nada hasta Franz Beckenbauer.
Beckenbauer fue rechazado por el Münich 1860, el equipo de su niñez, y recaló en el Bayern, por entonces un equipo de segunda. El ‘kaiser’ fue y será venerado porque apareció en el momento exacto y elevó a su equipo a la élite mundial. No es un caso extraño. Todos los grandes equipos tienen su bautismo de fuego, y si ese bautismo se encuentra en un momento del pasado donde la televisión, las competiciones europeas y la revolución juvenil se unen, hacen de ese equipo una leyenda eterna (Di Stéfano y el Real Madrid; Cruyff y el Ajax; Eusebio y el Benfica; Charlton y el United).
Maier, Müller, Beckenbauer y compañía elevaron la capacidad de un equipo que era ejemplo del milagro alemán. Concienzudo, cuadriculado, con unas finanzas de hierro y que funcionaba como un engranaje perfectamente engrasado. De repente el Bayern pasó a gobernar la Bundesliga y en poco tiempo se convirtió en tricampeón europeo.
Hasta entonces el gran club alemán era el Hamburgo, representante de la rica burguesía del norte. Pero no llegó a tiempo para los fastos europeos. El gran rival del Bayern en los 70 fue el Borussia Mönchengladbach. Los primeros representaban a los nuevos ricos del sur. Los segundos eran la imagen de una ciudad de provincias, textil y obrera. Los primeros eran aburridos hasta la saciedad. Los segundos hacían un juego que enamoraba a propios y extraños. Los primeros ganaban. Los segundos perdían finales.
Alemania ganó la Eurocopa de 1972 y el Mundial de 1974. El trofeo continental se ganó con una exhibición de fútbol coral. El título universal con una buena dosis de fortuna. No es casualidad que en el 74 el once inicial estuviese basado en el Bayern (Maier, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Breitner, Hoeness, Müller). Los muniqueses se acostumbraron a ganar títulos en esa década a pesar de hacer un fútbol aburrido. En Alemania a eso le llaman ‘Bayern-dusel’, algo así como ‘la potra del Bayern’. Para los bávaros no es más que otra muestra de envidia.
‘Mia san mia’ es la frase de cabecera del club, que en dialecto bávaro significa ‘nosotros somos nosotros’. Es decir, nos da igual lo que piensen los demás. Para los seguidores del Bayern todo está claro, se les odia porque ganan siempre. Les odian porque son bávaros. Sus seguidores defienden que Baviera era pobre y que gracias a su trabajo han alcanzado el éxito. Consideran que el Bayern es un club familiar que con esfuerzo ha logrado ser millonario sin recurrir a bancos ni a jeques extranjeros. Es de los pocos clubes de elite europeos donde la presidencia y demás estamentos del club están ocupado por antiguos futbolistas.
En el resto de Alemania la visión es radicalmente opuesta. Critican la unión de grandes empresas como Adidas o Audi con el club. Reprochan que muchos de sus directivos sean accionistas de esas grandes corporaciones. Predican que los exjugadores que ocupaban la presidencia usan su fama y la fuerza de su leyenda para incidir en la Bundesliga y en la Federación Alemana de Fútbol.
Lo cierto es que raro es el año en el que el Bayern no fiche a la estrella de un club de la Bundesliga con el objetivo de reforzarse y de paso perjudicar a un posible rival. En Alemania no existen dos grandes. Ni existe un clásico. Dependiendo de la época el Bayern va cambiando de gran rival. El gran partido del año es cualquiera que se juegue contra los muniqueses. Viaje a Dortmund, Sttutgart, Hamburgo, Bremen o Genselkirchen, el Bayern es recibido con suma hostilidad.
“Los rivales nos respetan más de lo que nosotros los respetamos a ellos”. Uli Hoeness, presidente del Bayern.