Gheorge Gruia
Rumanía no es un país agraciado en la esfera internacional. El estándar difundido es el de una multitud de gitanos pidiendo y robando con los colmillos afilados cual conde Drácula. Es así. Como también lo es que Rumanía es el más occidental de los países orientales. Bucarest es una pujante metrópoli y las playas del Mar Negro causan la misma atracción para los eslavos que las del Mediterráneo para los urbanitas occidentales. Durante siglos, Rumanía fue el único país occidentalizado de Europa Oriental. Aprisionado por los Cárpatos y bebiendo del Danubio, mantuvo un idioma propio, el único oriundo del latín que no comparte frontera con otro país.
Como paria a nivel mundial, ningún rumano nos surge de improvisto cuando pensamos en grandes personalidades. Rumanía, como tantos otros países, debe buscar en el deporte una forma de reconocimiento internacional, y eso fue lo que logró a través de tres grandes deportistas a caballo entre la década de 1960 y la de 1970. Tanto Nadia Comaneci en gimnasia como Ilie Nastase en tenis, lograron ser los mejores del mundo en sus disciplinas. Sin embargo, sólo existe un rumano que haya sido nombrado por los organismos internacionales como el mejor deportista en la historia de su especialidad. Es, con todo, un hombre desconocido para la gran mayoría de los aficionados, e incluso no es demasiado popular en Rumanía porque estuvo más de la mitad de su vida trabajando en México, a más de 10.000 kilómetros de su Bucarest natal. Se trata de Gheorge Gruia.
Gheorge Gruia está considerado el mejor jugador de balonmano de todos los tiempos. Pero antes de eso, hizo muchas otras cosas. Era un ejemplar extraordinario de 1’90 de altura al que le encantaba practicar deporte. Todos los fines de semana competía desde el alba hasta la noche con igual destreza en atletismo, voleibol, esgrima o lucha. Fue campeón rumano de triple salto y un magnífico decatleta, y en 1961, con 21 años de edad, participó con su selección en el Mundial de Voleibol.
Según se cuenta, al volver de ese campeonato Gruia coincidió entrenando en las instalaciones del Steaua de Bucarest con los miembros del equipo de balonmano. El entrenador del Steaua le pidió a Gruia que cogiese un balón y que se animase a lanzar unos tiros. Era la primera vez para Gheorge. Tras un par de botes, pegó un salto y lanzó con toda su alma, con tan mala puntería que el balón salió varios palmos fuera de la portería. Fue a rebotar con un barril de madera que había junto a un poste, que con el violento impacto quedó hecho trizas. Los jugadores del Steaua, entre los que había varios internacionales rumanos, quedaron con la boca abierta ante la potencia del salto y del lanzamiento.
Al mes siguiente Gheorge había dejado el resto de deportes para dedicarse en exclusiva al balonmano. Tres meses después ya era internacional con Rumanía y un par de años más tarde ya era campeón del mundo. Había empezado a jugar con 21 años y con 24 ya era el mejor jugador del planeta. Había nacido la leyenda de ‘Mano de Oro’.
Gruia formó parte de un equipo legendario que dominó el mundo del balonmano durante una década. Era un lateral zurdo, de una potencia y de un salto descomunal, que aportaba la mitad de los goles tanto en su equipo como en la selección nacional. Y eso no era poca cosa. En un período de 14 años Rumanía ganó 4 Mundiales, gracias a leyendas como Cristian Gatu o Stefan Birtalan. Gheorge Gruia fue el nexo de unión entre la primera generación (1961) y la última (1974), del paso de un deporte jugado al aire libre por 11 jugadores a uno disputado en un pabellón por 7 deportistas, así como del paso de un deporte de pocos goles a uno de muchos tantos.
Como todos los grandes de cualquier deporte, ‘Gurita’ (como era conocido entre sus amigos) aunaba talento y trabajo. Los líderes suelen ser unos tiranos, y para que el resto del equipo siga al líder éste debe mostrar capacidad de sacrificio. Dicen que el día que Gruia pasó de joven talento a gobernador del balonmano fue en un choque europeo en 1964. Steaua se enfrentaba al Dukla Praga en Checoslovaquia. Gruia tenía 40 grados de temperatura y un cuadro vírico que incluía tos y sarpullidos. Dado que no se fiaba del médico de su equipo, bajó al vestuario del rival y fue examinado por un galeno del Dukla, el cual le recomendó 4 días de reposo en cama. Gruia le preguntó si podía jugar y el médico le advirtió del riesgo de sufrir una miocarditis por culpa del esfuerzo. Haciendo caso omiso de las recomendaciones, Gruia saltó a la pista a falta de 10 minutos y anotó 7 goles para dar la victoria al Steaua.
Era un coloso, un fornido zurdo de brazos hercúleos. En el Mundial de 1970 se le midió un lanzamiento a 145 km/h. Un periodista lo definió como el hombre que amaba el vacío, porque parecía que permanecía congelado en el aire. Además de ‘mano de oro’ también le apodaban ‘el Pelé del balonmano’, porque al igual que el genio brasileño llevaba el número 10 y emborrachaba de goles a los rivales.
Pero tanto Gruia como el resto de sus compañeros no veían reflejado su excelencia en términos capitalistas. Ellos jugaban por su país, por el orgullo de defender la camiseta nacional. Oficialmente no recibían sueldo alguno ni por parte del club ni por parte de la selección nacional. Es por eso que cuando Gruia viajaba al extranjero con motivo de algún choque internacional aprovechaba para conceder entrevistas previo pago en dólares por la exclusiva.
Nicolae Ceauçescu fue durante más de dos décadas (1967-1989) el más represivo de los dirigentes del bloque comunista. La paradoja es que eso nunca fue ni percibido ni admitido en Occidente hasta su muerte. Rumanía mantuvo una política de aperturismo y de desobediencia frente a la URSS que le granjeo simpatías en el bloque capitalista. Además, desde el siglo XVIII, la clase dirigente rumana siempre fue francófila, por lo que los rumanos invariablemente tuvieron muy buena prensa en Paris, y ya se sabe que Paris marca tendencia en el mundo. De hecho, al igual que Rumanía, Francia mantenía una estrategia de desobediencia similar. Desde Charles de Gaulle, todos los presidentes franceses se mostraron desobedientes hacia Estados Unidos y firmaron convenios bilaterales con países del bloque soviético.
Pero Ceauçescu era un feroz dictador. Y también un mentiroso. Le había prometido a Gruia que podría salir de Rumanía en 1972, una vez concluyera la participación rumana en los JJOO de Münich. Gruia tenía decenas de ofertas de clubes, esencialmente de escuadras alemanas. Al final se inclinó por el TV Grosswallstadt, un club de Baviera que era el dominador europeo del momento. Se decantó por ellos porque le prometieron, además del sueldo, un flamante Mercedes descapotable, algo impensable para un joven rumano de entonces.
Se contaba con que los rumanos lograsen la medalla de oro, pero Rumanía cayó por sorpresa ante Yugoslavia y se tuvo que conformar con una presea de bronce. Tan sólo dos días después de la disputa de la final de consolación, dirigentes del TV Grosswallstadt esperaban a Gruia montados en su nuevo Mercedes descapotable. Sin embargo, enfadado por el resultado, Ceauçescu ordenó retirarle el pasaporte tanto a él como a su mujer y a su hija, por lo que Gruia tuvo que volver a Bucarest por miedo a quedar aislado de su familia.
A pesar de todo Gruia seguía siendo una celebridad nacional, por lo que Ceauçescu tenía que tener cuidado con él. En 1973, con sólo 33 años y siendo el mejor jugador del mundo, ‘Gurita’ decidía retirarse. Ceauçescu le había prometido dejarle marchar de Rumanía siempre y cuando no volviese a jugar al balonmano. Tenía ofertas muy lucrativas de Jordania y de Kuwait para ser entrenador, pero nuevamente Ceauçescu incumplió su problema. Pasaron cinco años más hasta que lo dejaron marchar. Por el camino perdió la oportunidad de ganar otro Mundial con su selección en 1974.
Finalmente en 1978 consiguió permiso para emigrar a México con su familia. El gobierno mexicano, tras el éxito de los JJOO de 1968, estaba contratando a los mejores especialistas de cada deporte para elevar el nivel competitivo del país azteca. Gruia aterrizó en México D.F. con 7 dólares en el bolsillo, sin saber una palabra de castellano y llegó a un país donde se jugaba al balonmano con pelotas de voleibol. Se convirtió en entrenador y asesor de la Universidad Autónoma de México y recibió un sueldo de 1.500 dólares mensuales, de los que algo más de la mitad tenían que ser entregados a la embajada rumana. Años después consiguió llevar a su esposa y a su hija hasta México tras conseguirle a su mujer un trabajo como bibliotecaria. Fue poco después de que su esposa descubriese que tenía micrófonos ocultos en las tazas del café.
Gruia tardó 21 años en volver a Rumanía gracias al programa televisivo ‘Sorpresa, sorpresa’ y, aunque volvió en alguna ocasión más, vivió feliz en América junto a su familia hasta su muerte en 2015. Fue enterrado en el cementerio francés de México D.F. y una bandera rumana cubrió su ataúd. Decía que para no olvidarse de su país, le hablaba en rumano a su perro. No había rencor. En una entrevista poco antes de su muerte afirmaba que a pesar de todo lo vivido estaba en contra del ajusticiamiento público al que fue sometido Ceauçescu.
“Aquella selección era insuperable. Todos éramos montañas altas, pero Gheorge era el Himalaya”. Stefan Birtalan.