El partido prohibido. Negros contra blancos
En 1944 los estadounidenses de raza negra eran seres humanos de segunda categoría. Sí, es cierto, desde 1865 eran libres, pero no tenían los mismos derechos que el resto de sus compatriotas. No sólo le sucedía a los negros, también a los latinos, a los asiáticos e incluso a algún que otro eslavo. Y no sólo ocurría con los negros de Estados Unidos, sino también con los que residían en otras partes del globo. Pero el hecho de que la tierra de la libertad, la nación que enarbolaba y enarbola la bandera de la democracia hiciera tal distinción entre seres iguales, era algo, cuanto menos, chirriante.
Por entonces negros y blancos compartían país pero no vida. Escuelas, tiendas, restaurantes, trenes o lavabos estaban segregados evitando en la medida de lo posible que negros y blancos se relacionasen. Concretamente la ley establecía de forma tajante que “quedaba prohibida la actividad compartida entre seres humanos de raza blanca con los de raza negra”.
Obviamente lo mismo ocurría en el deporte. No es que no pudiesen jugar entre ellos, es que ni siquiera se podían enfrentar blancos contra negros. Negros contra blancos.
Jack Burgess era un estudiante de Montana, uno de los estados menos poblados de EE.UU. Montañoso y fronterizo con Canadá tenía y tiene una paupérrima densidad de habitantes por kilómetro cuadrado. En Montana no existían leyes raciales, básicamente porque apenas había negros. Por eso Burgess no podía tener una educación racista y por eso Burgess no entendía porque blancos y negros no podían competir en un partido de baloncesto, su deporte favorito.
Tras acabar el instituto Burgess se trasladó a la ciudad de Durham, en Carolina del Norte, en la otra punta del país, para comenzar sus estudios universitarios. Joven de familia acomodada, Burgess se matriculó en la facultad de medicina de la Universidad de Duke. A parte de hincar los codos, Jack formaba parte del equipo de baloncesto de Duke, uno de los programas formativos de basket más relevantes del mundo. A mediados de la temporada 1943-44 estaban invictos.
Ferviente creyente, Burgess tenía contacto con varios alumnos del otro centro de estudios de la ciudad, la Universidad para Negros de Carolina del Norte (hoy en día Universidad Central de Carolina del Norte). Ambos, blancos y negros, se reunían en la iglesia y compartían confidencias en el único lugar donde ambas razas se podían mezclar sin el repudio social. A través de esos fructíferos contactos a Burgess se le ocurrió organizar un partido de baloncesto entre ambas universidades.
Las dos partes estaban de acuerdo. Los blancos estaban invictos en la liga universitaria de blancos. Los negros llevaban un récord de 28-1 aquella temporada de la liga universitaria de negros. Ambos querían enfrentarse y ambos conjuntos pensaban que eran los mejores.
El problema era como disputar un partido en el más absoluto secreto. Era un partido prohibido. Era 1944.
Se puso como fecha el domingo 12 de marzo a las 12.00 de la mañana. Se escogió ese momento porque se pensaba que la mayoría de la población de la ciudad (incluidos los agentes de policía) o bien estarían durmiendo o bien estarían en la iglesia. El pabellón elegido fue el de la Universidad para Negros. Hubo que robar las llaves para poder entrar en las instalaciones. Ningún chaval tenía los arrestos necesarios para pedírselas a un miembro de la junta académica.
El gran problema era como aquellos chicos (sobre todo los visitantes de Duke) se iban a acercar al pabellón sin ser vistos. Declinaron hacerlo en autobús y resolvieron ir en varios coches alquilados. Tuvieron que dar varias vueltas por la ciudad para no ir por la ruta habitual. Cuando bajaron de los vehículos llevaban sombreros y sudaderas tapándoles la cara para que nadie los reconociese.
Una vez dentro cerraron el pabellón y bajaron las luces. En el interior estaban los jugadores, entrenadores, el árbitro y un periodista de ´The Carolina Times´ bajo promesa de no publicar nada al respecto. El plumilla estaba en aquel pabellón para hacer de testaferro.
Según lo que contaron años más tarde, tanto unos como otros, el encuentro fue un cúmulo de nervios y sentimientos exacerbados. Nadie sabía lo que podía pasar si había un golpe o un enfrentamiento. Los blancos no querían hacerle faltas a los negros porque temían las consecuencias. Lo mismo sucedía en el lado opuesto de la pista. Todos, absolutamente todos, dijeron que el resultado era lo de menos.
Pero el resultado no era lo de menos.
Universidad Negra de Carolina del Norte 88-44 Universidad de Duke.
Los negros corrían, driblaban, saltaban y eran agresivos. Los puristas blancos, acostumbrados a dar pases y más pases y a hacer lanzamientos seguros, minusvaloraban un tipo de baloncesto calificado de circense. Una vez que unos y otros jugaron entre sí se demostró que el espectáculo además de circense era efectivo. Muy efectivo.
Para aquellos jóvenes fue un shock. Pero fue un shock pasajero. No se puede decir que hubiese un antes y un después porque el encuentro fue clandestino. Pasarían años antes de que un negro jugase en la NBA y décadas antes de que un negro fuese entrenador de una escuadra profesional.
Pero, lo gordo, lo verdaderamente gordo, ocurrió al finalizar el encuentro. Comprobada la superioridad de los negros, alguien lanzó la pregunta más esperada, ¿y si jugamos otro partido y nos mezclamos para que sea más igualado? Todas las barreras raciales estaban a punto de saltar por los aires.
Jugaron una pachanga todos contra todos, blancos con negros y negros con blancos. Al acabar el encuentro, los negros (los anfitriones) invitaron a los blancos (los visitantes) a tomar unas cervezas. Por supuesto en los vestuarios y a escondidas. Era inviable salir a la luz del día. “Fue un día de alegría. Todos éramos hijos de Dios”, manifestó uno de los chicos.
Todo esto estuvo en el más absoluto secreto hasta cinco décadas más tarde. Hasta la década de 1990. Fue entonces cuando el historiador Scott Ellsworth decidió entrevistar a John McLendon en un estudio sobre la historia del baloncesto negro. McLendon era una leyenda por haber sido el primer entrenador negro en una universidad blanca, el primer entrenador negro en unos Juegos Olímpicos, uno de los primeros entrenadores profesionales….y también había sido el entrenador de la Universidad Negra de Carolina del Norte en 1944.
McLendon habló largo y tendido de lo que ocurrió aquella mágica mañana en la que varios chavales decidieron romper con los cánones establecidos. El partido secreto salió de la clandestinidad y de pronto se convirtió en un mito. Los chicos que quedaban vivos empezaron a dar entrevistas y la NBA difundió la historia y cumplió haciéndoles varios homenajes.
“Los deportes tienen el poder de cambiar el mundo. Tienen el poder de inspirar. Tienen el poder de unir a la gente. Puede crear esperanza donde antes solo hubo desesperanza. El deporte es más poderoso que el gobierno para acabar con el racismo”. Nelson Mandela