El griego de la camiseta de Iribar
Esta historia es un plagio, aunque todas las historias son un plagio. No estoy hablando de fusilar un escrito de principio a fin o de cabo a rabo. Eso indudablemente es plagiar. Hacer un Ana Rosa. Me refiero a que contar una historia es plagiar a quien te la ha contado o a quien la ha escrito o a quien la ha escuchado. De cada en cada vez una historia es transmitida. Es pura narrativa. La esencia de la historia siempre es plagio. Como aprendiz de escritor y como neonato de contador de relatos, voy a darle a esta historia mi barniz particular. Eliminar unos pasajes, añadir otros y contarlo desde otro punto de vista, y, al final, la historia será la misma pero el envoltorio será diferente.
Decía que es plagio porque esta historia me fue contada hace apenas unas semanas. Normalmente lo que escribo ya está en mi mente desde hace tiempo, es algo aprendido, estudiado o madurado. Esto no. Es algo que no sabía. Le tengo que dar las gracias a mi primo Fernando que de cuando en cuando me manda vía whatsapp alguna que otra cosa interesante sobre deporte, historia, o deporte e historia. Normalmente le doy las gracias y le contesto con un pedante “ya lo sabía” mientras mi ego crece por momentos. Pero en este caso no tenía ni idea. Ni pajolera idea. Y la historia de Takis Iokonomopoulos es digna de ser conocida, porque a historia curiosa pocas le hacen sombra.
En los años 60 el fútbol griego era semiprofesional. El Panathinaikos, protagonista de este relato, tendría dificultades para mantenerse no ya en la millonaria Serie A italiana del momento, sino en la Serie B. Mas, por aquel entonces, la Copa de Europa de fútbol era un torneo de eliminatorias directas en las que únicamente participaban los campeones de las distintas ligas europeas. Ello provocaba que realmente solo hubiera 6 o 7 potenciales ganadores entre los 32 participantes.
Aún así a finales de aquella década la selección griega estuvo a punto de clasificarse para su primer Mundial. Fue el momento de su gran generación de futbolistas, sólo superada más de tres décadas después. La columna vertebral de aquel equipo la formaban tres jugadores del Panathinaikos, el portero Iokonomopoulos, el central Mimis Domazos y el delantero centro Antonios Antoniadis, un goleador excepcional al que solo las restricciones del mercado internacional del momento le impidieron triunfar en una gran liga europea.
En octubre de 1970 las selecciones de España y Grecia, ausentes en la cita mundialista celebrada el verano anterior, se enfrentaron en un partido amistoso en Zaragoza. Los españoles vencieron por 2-1 y al finalizar el choque Iokonomopoulos se acercó a Iribar, el legendario guardameta vasco considerado uno de los mejores del mundo. Le expresó su profunda admiración y le pidió intercambiar la camiseta. Este inocente gesto, tan común en la actualidad, no era algo habitual en una época donde los jugadores tenían un número limitado de prendas. Tan sólo se permitía el intercambio como objeto de coleccionismo en los grandes encuentros mundiales o en finales europeas. A pesar de todo, Iribar, halagado y lleno de orgullo de igual manera, aceptó darle su camiseta al meta griego.
Nos imaginamos que el bueno de Iokonomopoulos volvería a su casa de Atenas más feliz que un niño con una bolsa de caramelos. Y decidió que no iba a enmarcar la zamarra, sino que la iba a usar. Estamos en la temporada 1970-71 y en Grecia. Olvídense de patrocinios, publicidad o marcas deportivas. Y Grecia es una dictadura militar, al igual que España. Es irrelevante que Iokonomopoulos se ponga una camiseta española. Son países amigos. En un fútbol aún semiprofesional es aceptable.
Dicho y hecho. Takis tiene dos camisetas aquella temporada. La oficial con el trébol del escudo del Panathinaikos para los partidos de liga y la negra de Iribar con el escudo franquista para los partidos de Copa de Europa. Y lo de las dos camisetas es literal. Tenía una de cada. No había repuestos. Usar, lavar, secar y planchar. La misma para cada encuentro.
Y no fueron pocos. Una pena que no se vieran por televisión en España.
En la primera ronda europea el Panathinaikos eliminó al Jeunesse Esch luxemburgués con suma facilidad para hacer lo mismo en octavos de final ante el Slovan de Bratislava. Se suponía que la comedia griega se convertiría en tragedia en la siguiente ronda ante el Everton. Pero un gol de Antoniadis y las paradas de Iokonomopoulos sustentaron el milagro. En semifinales el Estrella Roja, en aquel entonces un grande de Europa, endosó un claro 4-1 al Panathinaikos en Belgrado, pero el 3-0 de la vuelta disputada en Atenas otorgó un increíble pase a la final al conjunto heleno. Partido, por otra parte, que aún hoy sigue envuelto en rumores de amaño.
El 2 de junio de 1971 en el icónico estadio de Wembley, el Panathinaikos se convertía en el primer y hasta ahora único equipo griego en disputar una final continental. Su rival era el majestuoso Ajax comandado por Johan Cruyff, indiscutible favorito. Por cierto, que no se me olvide, aquel Panathinaikos lo dirigía desde el banquillo el legendario Ferenc Puskás.
El conjunto holandés dio un recital y derrotó por 2-0 a un Panathinaikos que fue un monigote en manos de Cruyff, Keizer, Neeskens y compañía. Pero lo importante para nosotros es; ¿qué cojones hacía un portero griego jugando la final de la Copa de Europa en Wembley con el escudo del pollo en la camiseta? Las fotos de la época lo atestiguan por increíble que pueda parecer.
Tuvo que esperar un par de años el Panathinaikos para volver a la Copa de Europa. Fue una visita efímera. Cayeron en primera ronda ante el CSKA Sofía. Pero lo que a nosotros nos interesa es la añeja camiseta negra del Txopo Iribar. ¿Seguía el pollo deambulando por Europa? Pues el bueno de Iokonomopoulos debió dejarla guardada en un cajón de su habitación, porque los cuatro goles que le metieron los búlgaros fueron recibidos con una camiseta sin el escudo español, pero si con el trébol de la suerte de los griegos.