Muy breves líneas sobre Pepe Domingo Castaño
La empresa radiofónica tiene la particularidad que depende de su material humano más que del poder de su imagen. Hecho sin parangón en cualquier otro medio de comunicación, escogemos a quien queremos escuchar y no a la empresa que queremos oír. Esto provoca curiosidades como que un señor al borde de los 75 años sea el ancla de un programa deportivo. Y lo más extraordinario, que su masa de fieles oyentes se sitúe en la adolescencia y que estos mozos lo consideren uno más de su pandilla.
Pepe Domingo Castaño ha conseguido elevar la publicidad radiofónica en España a la categoría de arte. Y lo ha hecho con una dicción espantosa y un tono de voz lánguido, inexpresivo y neutro.
El animador supone un papel fundamental en la programación deportiva radiada. Funciona como el locutor del circo o como el speaker de un evento deportivo norteamericano. Al igual que en los espectáculos made in USA, es tan importante -o más- el continente como el contenido. Para tantas horas de duración es necesario mantener atento al espectador. Y lo maravilloso del animador es que no parece que esté haciendo publicidad. De hecho, si nos paramos a analizar, observaremos como hay más cuñas publicitarias que intervenciones del Pepe Domingo de turno, pero siempre pensaremos que ocurre justo al revés.
Castaño ha sabido conectar perfectamente la programación y la publicidad, logrando que los que le escuchemos hagamos de todo lo mismo. La radio logra lo que ningún otro medio ha conseguido, que no desviemos la atención ante el parón promocional.
El animador no vende nada, sencillamente cuenta una historia. Pepe Domingo ha perfeccionado una escuela que nació en la Cadena SER y cuyo ideólogo fue Bobby Deglané. Este pionero de la radio española se había curtido en el Circo Price de Madrid como animador de combates de boxeo y en 1952 puso en marcha, junto a Vicente Marco, Carrusel Deportivo para el seguimiento de la jornada liguera y, lo más importante, de la quiniela. Reciente invento del aparato franquista, las apuestas deportivas tuvieron un impacto inmediato para unos ciudadanos pobres y ávidos de sueños de riquezas imposibles. Desde entonces las tardes radiofónicas del fin de semana, son un tiempo de emoción, carcajadas, agitación e incertidumbre, donde el deporte pasa a ser sólo el envoltorio de un programa de radio.