Imperdonable
Luxemburgo. 1989. Prólogo. Va a dar comienzo una nueva edición del Tour de Francia. Línea de salida. Poco a poco se ponen en marcha los participantes. Steve Rooks sale a escena. El siguiente, y último en partir, será Pedro Delgado, vigente campeón del Tour. Las cámaras enfocan la rampa de lanzamiento…y allí no hay nadie. Los miembros del equipo Reynolds corren de un lado a otro. Los comisarios ponen el reloj en marcha. La contrareloj ha comenzado para Perico, pero el protagonista no aparece. Un minuto. Dos minutos. Incredulidad. ¿Dónde está el maillot amarillo? Finalmente aparece. Sube a la rampa y se pone en marcha. El director de carrera ni le da la orden de salida. ¿Para qué? El reloj ya le había comido unos valiosísimos 2’40” en su carrera por llegar trunfal a París.
“Todavía hoy no me explico muy bien lo que me pasó. Quería brillar desde la primera pedalada de la carrera. Me fui a calentar como nunca lo había hecho. Quería estar alejado de la prensa que tanto atosiga en ese momento y mantener mi concentración. Quería llegar justo para tomar la salida. El arriesgar de esa manera provocó ese retraso y ninguna otra cosa, como algunos elucubraron en ese movido comienzo de carrera. Me llame estúpido a mí mismo. La peor consecuencia no fue el tiempo perdido tan tontamente, sino que no me perdoné ese error y pasé muy mala noche, debido al enfado que tenía conmigo mismo”.
Años atrás cuando Perico defendía los colores del conjunto holandés del PDM se olvidó de la fecha de inicio de una prueba y se presentó en la salida 24 horas después. De traca. Tan grande en la carretera como fuera de ella.
Al día siguiente de su ‘exhibición’ en Luxemburgo, Delgado afrontaba una etapa con doble sector; llana por la mañana y una contrareloj por equipos por la tarde. Desahuciado, Perico lanza ataques quijotescos en el primer sector intentando resarcirse. Segundo error. Es un esfuerzo inútil. Cuando llega la crono por equipos se deja otros cinco minutos, desfallecido por el esfuerzo. Acaba de empezar el Tour, y Delgado, vigente campeón, es el ‘farolillo rojo’ de la clasificación (198º) a 9’57” del liderato.
Buscando lo perdonable de lo imperdonable, cabe señalar que por aquel entonces los ciclistas no disponían de rodillo para calentar a escasos metros de la línea de salida de la crono, por lo que para hacerlo debían dar una vuelta por las calles de la ciudad. El ciclista, los técnicos, los mecánicos. Quien sea. En 1989 la humanidad ya había inventado el reloj. Es difícil perdonar lo imperdonable.
Tras las dos primeras etapas pirenaicas, Delgado pego un zarpazo en la clasificación y se colocó a menos de tres minutos de Laurent Fignon y Greg Lemond, a la postre los hombres que se jugarían la carrera en la etapa final. No era suficiente. Los Alpes de aquel año no eran muy duros y la diferencia era demasiada.
Al final Lemond se llevó el Tour y Perico se tuvo que conformar con la tercera plaza del podium a 3’34”. “Fisicamente 1989 fue mi mejor año”, señaló posteriormente el segoviano. Lo dicho. Imperdonable.