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El ama de casa voladora

Sólo hay una mujer que haya conseguido cuatro oros olímpicos en unos mismos Juegos Olímpicos. Ni Marion Jones, ni Florence Griffith, ni Wilma Rudolph. Mantuvo su récord del mundo de los 100 metros lisos vigente durante nueve años y durante 14 años batió 20 récords distintos. No era negra. Ni siquiera era atleta, sino que era nadadora. Y su entrenador era un machista convencido, un detractor del deporte femenino.

Fanny Koen era una prometedora nadadora holandesa con un fuerte tren inferior y unos no tan excelentes músculos superiores. Un entrenador y periodista famoso por sus comentarios en contra de las mujeres la observó un día que estaba haciendo un reportaje y agudizó los sentidos ante lo que vio. Jan Blankers, que así se llamaba el interfecto, la observó y le animó a probar en la pista de tartán. Fanny tenía diecisiete años. Blankers unos cuantos más. Blankers era el seleccionador nacional. Un año después la incluyó en el equipo nacional holandés de atletismo. Ya no era Fanny Koen, era Fany Blankers-Koen. Su entrenador no sólo se había quedado prendado por sus virtudes como atleta, también por sus virtudes como mujer.

Su primer éxito fue a los 20 años al obtener el bronce en el Europeo de atletismo de 1938. Era la atleta del futuro y llenaba páginas y páginas de los periódicos. Nadie entendía como una mujer casada se podía dedicar al deporte. Por aquel entonces cuando una fémina contraía matrimonio abandonaba lo que estaba haciendo para dedicarse a cuidar a su familia y a su hogar. Koen fue enormemente criticada. Desafortunadamente la II Guerra Mundial llegó para acabar lo que los críticos comenzaban a sembrar.

“La ama de casa voladora”, apodo que le fue puesto por un periodista inglés, tuvo la suerte de llevar una vida relativamente decente y no dejó de entrenar durante la contienda, como ella misma manifestó, para mantenerse viva. Compitió en las pocas pruebas que durante la guerra se celebraron, contra rivales provenientes de países neutrales o de los por entonces vencedores y en poco tiempo perdedores.

Para 1946 la paz había vuelto a Europa y se disputaron unos austeros campeonatos continentales en Oslo, país que no había sido arrasado por las bombas. Fanny acababa de dar a luz a su segundo hijo, pero su continuo entrenamiento y su disciplina dieron sus frutos y logró un oro en vallas y otro en el relevo 4×100. Aun así el regusto fue amargo. Poseía los récords del mundo no sólo en las pruebas de velocidad, sino también en salto de longitud, salto de altura y pentatlón. La siguiente cita eran los Juegos Olímpicos de 1948 en Londres.

Doce años en deporte es una eternidad. Muchos quedaron en el camino. Otros vieron pasar sus mejores años. Sólo dos oros olímpicos en Berlín lo volvieron a ser en Londres, el checo Jan Brzak en piragüismo y la húngara Ilona Elek en esgrima. Un verdadero milagro y en dos países muy castigados por la II Guerra Mundial. Pero sorpresivamente la estrella no fue otra que Blankers-Koen.

En la cita londinense Fanny contaba con 30 años y dos hijos. Tuvo que eliminar de su programa el salto de longitud por temor a no recuperarse a tiempo para el resto de pruebas. Compitió en los hoy desaparecidos 80 metros vallas, 100 metros, 200 metros y en el relevo 4×100. Sí, tenía las mejores marcas, pero también era la más veterana de las atletas.

Su potencia no encontró respuesta en ninguna de las pruebas.

Su oro más sufrido se produjo en la prueba de vallas donde los jueces tuvieron que acudir a la foto-finish para determinar si había ganado el oro ella o la británica Maureen Gardner. La decisión se retrasó varios minutos y durante la espera sonó el God Save The King. Durante unos instantes Fanny se asustó, pero los acordes de tan majestuoso himno nacional sonaban en honor a Jorge VI que acababa de entrar en el palco de Wembley. Fanny respiró aliviada.

Fue recibida como una heroína en Amsterdam. Un carruaje tirado por caballos llevaba en volandas a una mujer que estaba ayudando a levantar la moral de una nación destrozada por la ocupación nazi. El ayuntamiento le regaló algo tan holandés como una bicicleta y la reina Juliana le concedió la Orden de Nassau a lo que Blankers-Koen contestó; “tanto por correr unos pocos metros”, dejando para la posteridad una de las mejores perlas deportivas de la historia. Consiguió tres oros más en el siguiente campeonato europeo pero para los Juegos Olímpicos de 1952, ya con 34 años, no obtuvo ninguna medalla olímpica.

La IAAF (Federación Internacional de Atletismo) la escogió en 1999 como la mejor atleta del siglo XX. Tres años después le rindieron un nuevo homenaje, aunque lamentablemente ella no sabía quién era esa rubia, alta y desgarbada que corría con el pelo al aire. Sentada en una silla de ruedas y aquejada de alzheimer, se limitó a preguntar si de verdad era ella la chica que proyectaban en la televisión. Se fue en 2004, Su marido ya lo había hecho 30 años antes convencido del valor de la mujer en el deporte.


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